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35• Nuestro pacto

JADE

Un escalofrío recorre mi espina dorsal y me obliga a detenerme frente a la puerta de la habitación. Sigo en la sala, en la penumbra de mi pequeño departamento. Giro en dirección al sofá hasta verlo recostado. Su cuerpo en completa oscuridad, sus brazos detrás de su cabeza, está esperando por mí como un maldito psicópata que acecha a su víctima.

—¿Qué haces aquí? —pregunto embravecida.

—¿De dónde vienes? —Indaga de repente antes de levantarse y caminar hasta el interruptor. Sonríe cuando la iluminación nos deja casi cegados.

—Voy a quitarte las putas llaves, Payne. Casi muero de un maldito infarto.

—Deja de maldecir, Jade. Tu padre me llamó para avisarme que ya venías a tu departamento, y no sabes —Finge dolor—. Conduje hasta aquí con mi rodilla adolorida, subí las escaleras con mi mayor esfuerzo solo para verte.

Voy a mi habitación con el único fin de quitarme los zapatos que me están cansando.

—¿Por qué viniste? No entiendo.

—El General me llamó. Decidí venir porque no le entendí muy bien lo que dijo. —Admite con picardía—. ¿Quién te trajo? Sabes que yo podía pasar por ti.

—Me trajo Kurt

—¿Kurt? ¿Por qué?

—Es una larga historia. El abogado de mi padre se llama Brendan Porter, es amigo de Kurt y... Por cosas de la vida me cambié de vehículo para que él me traiga, nada más. Date la vuelta, Joshua —Pido para cambiarme el vestido por algo más cómodo.

—Jade, ¿estás ocultándome algo? Dímelo, antes que lo descubra y me enoje realmente contigo.

—¿Que podría ocultarte? Ya puedes voltear.

Me acuesto, cubriéndome con mis frazadas rosas. Él todavía está de pie al lado de la puerta, no sé si quiere preguntarme otra cosa o solo intenta descifrar mi accionar a la distancia.

—¿Vas a quedarte a dormir?

—He venido hasta aquí para mantener las apariencias con tu padre, de que a pesar de mi rodilla mal herida —Se toca haciendo una mueca— me preocupo por su tonta hija, ¿no?

—Duerme con Sam en el sofá.

—No, dormiré contigo, ¡a ver, hazte a un lado!

Se mete a la cama. No me había dado cuenta de que ya trae puesto el pijama, es probable que haya conducido así, o tal vez es una de las tantas mudas de ropa que suele esconder entre mis cosas sin que logre descubrirlo.

Los pies de Joshua juegan con los míos en signo de molestia, no va a dejar que me duerma tan fácil.

—¿Qué quieres?

—Dímelo —insiste—. Puedo imaginarme qué es, pero quiero que me lo digas.

Giro por completo quedando frente a él de una vez, pese a la oscuridad del cuarto puedo deslumbrar su rostro.

—¿Qué quieres saber? No entiendo.

—¿Qué hablaste con Riley? ¿Qué sabe él respecto a lo tuyo con sus amigos?

—Sabe todo —confieso mirando techo—. Kurt dice que nadie puede juzgarme si quiero estar con alguno de ellos —menciono con miedo de recibir un reto.

—Pero tú ya los dejaste a ambos —Retruca—. Espero que Riley no les diga a sus amigos que te vio, sería imprudente; quizás saquen conclusiones precipitadas, como yo lo hice —Oigo una sonrisa nasal a mi costado—. Perdón.

—¿Creíste que estaba saliendo con Kurt? ¿Por qué?

—Sí, es que te noto rara desde hace días, y ahora Riley te trae a casa, tu padre me llama, no lo sé...

—¿Qué dijo papá? —Cambio el tema rápidamente.

—Nada importante. Me dijo que ya te habías retirado de la reunión y que estuviera al tanto de tu llegada. ¿Sabes? La música se escuchaba fuerte, pero oí una voz de mujer que se me hizo familiar. Posiblemente tu madre estaba ahí.

—Mamá no fue, está enferma, por eso mi aburrimiento. Me quedé en la mesa con dos mujeres que no conocía, pero igual me dieron charla.

—¿No viste a mi padre? —pregunta curioso.

—No, después de cenar, bailé dos temas y Brendan me saco de allí. Fue raro, se sintió mal y luego actuó desesperado al buscar mi bolso. No me despedí de papá, él me encomendó como si fuese un paquete.

—Debe confiar mucho en su abogado —reímos—. Tú eres como un diamante para el General, no dejaría que cualquiera te lleve —asentí pensativa—. Entonces, ¿no tienes nada que decirme?

—Joshua, por favor —exhalo con fuerza y fastidio—. Deja de molestarme.

El peso de su cuerpo se recarga sobre el mío apresándome para que no escape. Es imposible darme cuenta de sus intenciones por el lóbrego cuarto, sin embargo, ahora no podré escapar de este interrogatorio.

—No me tomes por idiota cuando soy quien se ha quedado a tu lado. Quiero que me lo digas.

—¿De qué hablas, Payne? Me lastimas, déjame —Me muevo debajo de su cuerpo, mas no desiste.

—Dímelo, o me marcho a mi departamento y no vuelves a verme nunca más. Le contaré todo a tu padre, incluso me entregaré a la policía si es necesario, pero no puedo verte siendo tan imbécil una y otra vez. —Su tono es amenazante; no obstante, la presión ejercida es suave, nunca me dañaría.

—Estoy viendo a Joan —Desembucho con zozobra y guardo silencio a la espera de su palabra.

—¿Y Bennett?

—No sé nada de él, solo veo a Joan, lo juro.

Su espalda cae sobre el colchón dejando libres mis manos y mi estabilidad emocional. No puedo verlo, pero sé que está jalándose el cabello hacia atrás en señal de hartazgo.

¿Tengo miedo de que Joshua me abandone? Claro, siempre está latente. Cuando se fue al exterior de intercambio lloré, porque serían dos años sin molestarme y, al contrario de hacerme feliz, el efecto de su ausencia culminó con mi corazón roto.

—Eres una imbécil, en verdad lo eres —dice a mi lado con vigor—. ¿Quieres estar con Grant? hazlo, no te diré nada, tampoco quiero que me cuentes.

—Joshua, escúchame, por favor— toco su rostro en la oscuridad dibujando un mimo por el contorno de su nariz—. Lo vi un par de veces, aunque no hemos hablado de relación ni nada de lo que te imaginas.

—No quiero que me cuentes, mientras menos sepa mejor. Ya duérmete, es tarde.

—No te enojes conmigo —Lo abrazo a pesar de que permanece inmóvil—. Te contaré todo lo que haga, ¿de acuerdo? No te mentiré jamás, te diré todos mis planes de ahora en adelante.

—¿Hay un plan con él?

—No hay nada, ya te dije. Nos vimos tres veces, lo juro.

—Duérmete, Jeffers —gira dándome la espalda.

Porky, no me hagas esto —susurro en su oído, dejando un beso en su mejilla—. Si no puedo hablar contigo, ¿con quién lo haré?

—No lo sé, con alguien a quien le entren tus palabras por un oído y le salgan por el otro. ¡No voy a escucharte, no me interesa escucharte, Jeffers! Ya duérmete de una maldita vez. ¡Y ni si te ocurra llorar —amenaza—, porque si lo haces, me iré!

Realmente está enojado, su forma de hablar me lastima, lo sabe, por eso ha dado su última palabra. Ahora soy yo la que está dándole la espalda, y no es por indignación ni mucho menos, es porque no quiero que me vea la cara y se dé cuenta de que estoy mal. No quiero que sepa lo desvalida que quedo sin su figura a mi resguardo en forma constante.

Cierro mis ojos, obedezco a lo que me pide, le doy su espacio. No siempre tiene que aceptar mis malos tratos y mis insistencias, también merece un descanso... de mí. 


Desayunamos en silencio, el malestar de Joshua persiste, pero no voy a empeorarlo, voy a limitarme a que las cosas no se vayan a la mierda en un abrir y cerrar de ojos.

Mi celular suena, es mi padre. Se disculpa por no despedirse de mí anoche argumentando estar muy ocupado con figuras importantes dentro de las fuerzas, increíble. Le cuento que Brendan me trató muy bien, algo que remarco para la próxima, aunque espero no tener que asistir a ningún tipo de reuniones de ese estilo.

Pregunta por Joshua y el malestar de su rodilla, explico que se siente mejor y que incluso estamos desayunando un delicioso chocolate caliente para comenzar el fin de semana. Mi amigo no deja de observarme, su rubio cabello sigue despeinado y sus ojos cafés continúan pequeños a causa del cansancio. Estamos rodeados de mentiras, a ninguno nos está gustando.

Termino la conversación con papá y Joshua se pone de pie con ganas de retirarse como si nada.

—Gracias por el chocolate —dice para cortar el silencio.

—No te vayas.

—Perdón por lo de hace unas horas, me comporté como un idiota —justifica—. Tú siempre vas a contar conmigo, yo estaré esperándote en lo más profundo del pozo para sacarte una vez mas de allí.

—Lo haces sonar terrible.

—Es terrible —asiente—. Pero aun así te apoyaré en tus decisiones estúpidas y tus comportamientos sexuales raros —Ironiza—. Me voy, cuídate.

—¿Hacemos algo en la noche? —Propongo con miedo a un rechazo.

—No puedo hoy, pero mañana podemos pasar el día juntos. Adiós Babsy.

Una sonrisa se dibuja en sus labios, entonces me animo a besar su mejilla antes de que salga; todo está bien ahora.

Me desplomo en el sofá intentado pensar en lo que estoy haciendo mal. Es sábado, tengo mucho para cuestionarme, como el por qué no estoy planeando divertirme con amigas por la noche como en las viejas épocas, aquellas en las que el sexo no invadía mi mente o en las que besar y desear a un hombre era lo de menos. Mi cabeza no era una batalla campal de pros y contras.

Alguien golpea la puerta y me obliga a levantarme de la comodidad en la que me encuentro. Ato mi cabello para mantener una apariencia que no resulte deplorable frente a quien sea que se haya tomado la molestia de venir a verme a las 9 de la mañana.

—Hola, ¿puedo pasar? —pregunta afirmado en el marco.

—Hola, Joan, adelante.

—¿Estás bien?

—No, discutí con Joshua y eso me ha dejado triste.

—¿Payne? No está de acuerdo con que nos veamos, ¿verdad?

—Si lo sabes, ¿por qué preguntas? Nadie está de acuerdo con que nos veamos —digo cortante—. ¿Qué haces aquí tan temprano?

—Los sábados salgo a correr, ¿lo olvidaste?

—¿Viniste corriendo hasta aquí?

No tiene aspecto de estar sudado o agitado, pero su conjunto de ropa deportiva lo hace lucir muy bien de pies a cabeza. Varonil, atractivo, atlético.

—¿Quieres sacarme una foto? —ironiza.

—¿Qué quieres, Joan? —Ignoro su comentario caminando hacia la cocina.

Sus brazos impiden mi andar cuando me rodea apretándome contra su pecho. Afirma el mentón en mi hombro y percibo su aliento fresco a milímetros de distancia. Es el comienzo de un juego que se repite en cada encuentro.

—Te quiero a ti, ¿cuántas veces más tengo que decírtelo?

Doy media vuelta, me encuentro con sus intenciones fijas en mí. Unos mechones de pelo cubren sus ojos y los aparto con cuidado para apreciar sus facciones.

—Te extrañaba.

—No seas mentiroso —Sonrío.

—No es mentira, tenía ganas de verte; pero si estás ocupada me voy—menciona y vuelve a abrazarme.

—No tengo nada que hacer hoy.

—¿Podemos repetir lo de la última vez?

—Joan, creo que estamos cometiendo un error. —Lo separo de mí.

—¿Error? ¿Crees que desearte como lo deseo es un error? —Me toma de la cintura.

—No, no lo es.

Escabulle su mano por debajo de mi holgada remera y asciende hasta mis pechos liberados. Nuestras lenguas se disputan en una lucha morbosa por saber quién extrañó más al otro. Aunque intente luchar contra la corriente me voy a dejar arrastrar por ella, porque tiene nombre y apellido; se llama Joan Grant, un hombre con un temperamento inestable que logra persuadirme con sus dulces palabras.

Eleva mis brazos para despojarme de mi remera y luego de mis bragas; lo hace rápido, sin perder tiempo, con él todo es salvaje y efusivo. Se aferra a mi trasero, teniendo la oportunidad de levantarme con fuerza y dejarme reposar sobre el sofá que yace a metros de nosotros.

—Quédate quieta —Ordena y él mismo se desviste—. Si te mueves te voy a azotar el culo muy fuerte.

—Joan... —musito—. No sé si...

—¡Shh, cállate!

¿Por qué me excita esto? Cuando se pone autoritario conmigo, dejándome a la espera de quizá una nalgada por mi comportamiento inadecuado. Permanece serio, los mechones de sus negros cabellos caen cubriéndole la frente, puedo ver esa energía oscura cuando el deseo le obnubila los sentidos.

—Mejor levántate del sofá, ven aquí. —Palmea sus muslos, entonces entiendo la idea de sentarme a horcajadas sobre él.

Los besos y caricia comienzan suaves, sin embargo, poco a poco su agarre se vuelve violento. Mi cabello es jalado hacia atrás entregándole por completo mi cuello en bandeja de plata.

—No me marques —suplico al sentir sus labios deslizarse por mi piel.

—No lo haré, sabes que no me gusta dejarte marcas.

Lame mis pechos sin soltar mi cabello tirante hacia atrás. Cuando me devuelve hacia el frente me mira con rigor.

—Vamos a hacer algo nuevo... De a poco...

Una mano se posiciona entre mis pechos, la otra me sujeta de la cintura. Me empuja hacia atrás y mi cabeza por poco toca el suelo. Eleva mis caderas pidiendo que mantenga la posición que no es para nada cómoda. Estoy totalmente expuesta frente a él.

Una lamida en mi femineidad produce un leve cosquilleo, e inconscientemente comienzo a tambalear.

—¿Te gusta? —osa a preguntar—. Voy a lamer otra vez, tengo muchas ganas de probarte.

La misma sensación me hace gimotear. No me importa estar casi colgando en tanto sus fuertes brazos me sujetan, disfruto gracias a su lengua. Joan succiona como si chupara una naranja para sacarle el jugo. Así me siento, exprimida a punto de explotar, quizás hasta me desmaye al saber que estoy suspendida y la sangre acumulada en mi cabeza no me permita pensar con claridad.

—¿Quieres correrte así? ¿Puedes soportar más tiempo? —pregunta mi compañero con su voz ronca y jadeante.

—No, no puedo —respondo en un chillido.

Con delicadeza me permite deslizarme hasta quedar en el suelo por completo.

—Joan, por favor...

—Shh, tranquila, linda... Ahora termino lo que empecé. Ponte boca abajo.

—¿Boca abajo? —Cuestiono confundida. Aun así, lo hago.

En la posición requerida, bajo las indicaciones de Joan, flexiono las rodillas y sujeto mis tobillos con ambas manos. Estoy dejando al descubierto mi vulva para que él continúe haciendo un buen trabajo.

—No te sueltes los tobillos —Exige—. Si lo haces no te follaré, Jade.

—Pero... Joan...

—Si no puedes hacerlo, entonces te ato.

Prosigue con el espléndido encuentro entre mi vagina y su lengua, besándome los labios con moderación, siendo excitante y sencillamente sutil. Acaricia mis muslos, luego los azota con suavidad, creo explotar.

El contacto, la manera lenta de hacer las cosas para que le implore que acabe conmigo de una vez por todas es lo que me vuelve loca.

—Grant, no puedo más...

—¿Vas a correrte en mi boca? Hazlo... ahora... pero no sueltes tus tobillos.

Es su voz tosca al hablarme, su manera de probarme y hacerme experimentar posiciones diferentes lo que me hace alcanzar el clímax. Tiro de mis tobillos cuando la explosión llega y me retuerzo luchando contra mis ganas de soltarme, pero persisto.

—Suéltate...Boca arriba.

Mi espalda toca el alfombrado de la sala al lado del sofá. Casi utópico pensar que el piso sería utilizado. Joan sonríe antes de estrecharme su mano para ayudar a levantarme.

Lo sigo una vez más en este juego de desenfreno que tanto nos mueve. La mesa de la cocina es el segundo lugar donde reposa mi cuerpo, dejándome a la altura perfecta para que el pelinegro me penetre sin contemplaciones; pero no lo hace, solo desliza la punta del glande en mi entrada. Muero de ganas de que se entierre en mí de una vez.

—¿Qué pasa, nena? ¿Quieres que me detenga?

Maldito, está esperando que se lo pida.

—Por favor, penétrame de una vez.

—Eres insaciable —murmura en tanto roza sus largos dedos por mis labios vaginales—. Te daré solo un poco.

Se introduce en mí con sigilo, es apenas la punta de lo que estoy esperando, no se está moviendo. Sus dedos juegan con mis pezones en un trazado sinuoso que me encanta; no obstante, quiero todo y tiene que ser ahora.

Mis gemidos desbordan de mi garganta pese a que permanece estático, pero pareciera que voy a correrme de igual forma. No deja de mirarme, es tan jodidamente perfecto que no puedo soportarlo.

—Grant, por favor, ¡fóllame!

—¿Quieres esto?

Por fin toda su longitud gruesa y enérgica irrumpe en mi interior.

—Lo has extrañado, ¿verdad, Jade?

Sus arremetidas impetuosas prolongan mi éxtasis, me encanta. Es la primera vez que lo hacemos sobre la mesa, algo que hasta hoy no me había parecido apropiado. Ahora no me importa, lo siento cómodo, quiero que me coma completa con postre incluido.

Joan lleva sus manos hasta mi cuello con el propósito de asfixiarme, el plus que considera necesario.

—No quiero lastimarte, Jade, pero déjame ir más allá.

—Solo un poco, Grant...

—Debes decírmelo, no quiero obligarte.

—Hazlo, fuerte... más fuerte—pido para que ejerza presión.

Nuestras frentes quedan pegadas, continúa penetrándome drástico. Entra con fuerza y mis paredes lo reciben con dicha a la espera de su explosión final. Intensifica el agarre sobre mi cuello, me asfixia cada vez más logrando fascinarme, vaya que lo hace. Su expresión parece adusta, está dentro del papel tratándome como se lo permití.

Mis ojos se llenan de lágrimas, las siento deslizarse por mi mejilla. Él embiste ininterrumpidas veces, deshaciendo el agarre de mi cuello para desembocar su orgasmo en torno a mi intimidad. Un gemido gutural y prolongado logra excitarme más de la cuenta, a veces considero que oírlo me gusta tanto que no hace falta verlo para saber todo lo que hará después.

De repente me ahogo, comienzo a resollar con desesperación.

—¿Estas bien, linda? —Pregunta preocupado—. Siéntate, mírame...

—Estoy bien...Estoy bien, tranquilo.

Con lenidad acaricia mi cuello, besa mi coronilla y suaviza las palabras.

—Lo siento, pero te veías preciosa.

—Se te fue la mano, no quiero hacerlo otra vez —Me quejo.

—¿Por qué? Te conozco, Jade, puedo leerte a la perfección. Además, no intentaste detenerme. ¿Sabes por qué? Porque podías soportar más tiempo.

Me aterra cuando habla de esa manera, el modo en que sabe lo que puedo hacer y lo que no, lo que disfruto y lo que poco me gusta. ¿Por qué en el sexo es tan jodidamente perfecto y fuera de él un completo imbécil?

Acuna mi cara entre sus grandes manos y seca las últimas lágrimas que mis ojos desprenden.

—Ya pasó, bebé...

—No me digas bebé —Quito sus manos de mi cara—. No quiero hacer esto.

—¿Por qué me haces sentir así? No te entiendo.

—¿Hacerte sentir cómo?

—Así... Cuando creo que todo está bien entre nosotros es cuando más me rechazas.

Es cierto. Le permití regresar a mi vida y envolverme en este juego, este mundo raro que él quería compartir conmigo desde un principio y que por diferentes razones no lo hizo.

Joan disfruta de la dominación, muchas veces lo ha implementado conmigo, pero leve, muy leve en comparación con todas las cosas que su cabeza tiene preparadas. No fue sino por Tad que las cosas no surgieron, no avanzó más allá de nalgadas y posibles posiciones forzadas.

—No puedo con esto —Miento—. Es que...

Me ignora. Limpia los restos de su orgasmo sobre mí evitando mantener esta charla, evitando insistir en algo que quedará obsoleto una vez que se termina el acto.

—Joan, yo...

—Me queda claro. No insistiré esta vez, lo siento.

La seguridad de su voz me hace caer en la realidad, la cruel realidad de que no quiero que se aleje, aunque me sienta culpable después de tener sexo con él en la forma insensible que lo practicamos.

Comienza a vestirse y voy en busca de mi remera, la que ha quedado tirada a un costado del sofá. Él ata los cordones de sus zapatillas blancas y luego peina su cabello como si nada importara.

—Me voy a casa, Jade —Sonríe, pero sé que en el fondo está tan roto como yo—. Cuídate, linda.

—¡Joan, no! —Sujeto su brazo antes de que abra la puerta—. Por favor, todavía no te vayas.

No sé qué estoy haciendo, no sé qué quiero; sin embargo, ahora comprendo las palabras de Payne de hace unos días.

—Tengo que irme.

Su voz denota docilidad, y es tan armoniosa que me da miedo, me deja intranquila, porque el Joan que yo conozco no suena así, no es así.

—Perdóname, Grant —Lo abrazo—. No sé por qué estoy tratándote de esta forma, no me estoy dando cuenta.

—Todo esto es mi culpa, Jade, pensé que nosotros podíamos...

—Podemos —asiento—. Te amo, te amo mucho.

—Y yo también te amo, lo sabes —Besa mis labios cerrando sus ojos bajo una respiración pesada—. Pero no puedes dejar de pensar en Tad, —Sonríe desanimado—. Sientes que lo estás engañando otra vez, aunque no hay nada entre ustedes.

—No es eso, es otra cosa. No puedo seguirte el paso.

Ya no se encuentra cerca de la puerta, algo que me deja tranquila. Toma mi mano para que juntos nos sentemos y hablemos por primera vez desde nuestros últimos encuentros.

Con Grant comenzamos a frecuentarnos después de lo acontecido en su oficina, aquel día en que las neuronas de Jackson desbordaron en drogas o alcohol y fui débil y estúpida. Lo que pudo ser un encuentro para saber sobre mi fortaleza emocional desembocó en sexo desenfrenado contra la fría pared entre mi cuarto y la sala, culminado con un revolcón poco sutil cerca del balcón casi a la vista de los curiosos que salen a fumar.

Explicándome acerca de ese juego que poco me agradó dentro del despacho, me sentí intrigada por experimentar lo que tanto añoraba. Entonces iniciamos encuentros de placer descomunal, pero cargado de conocimientos por mi mentor en el sexo, el dueño de mis dulces gemidos y mis excéntricos orgasmos.

Disfrutaba estar con él, llegando a mi límite en varias ocasiones, comprendiendo por qué Joan se sintió tan raro cuando hicimos el amor por primera vez en su casa.

Lo que parecía gustarle cada vez más, en tanto avanzaba con sus prácticas, hacía el efecto contrario en mí, me aterraba; pero me sentía culpable al no darme chance de experimentar ni dejarlo disfrutar en el plano de lo sexual.

Joan llegaba, cogíamos y luego se iba. Más que explicaciones acerca de lo que haríamos y la manera brutal que me esperaba, no había. No hay nada.

Una vez que la puerta se cerraba tras su ida me sentía vacía, saciada pero hueca por dentro. ¿Por qué no podía recibir caricias o palabras de amor de parte de Joan? ¿Por qué no podíamos hablar después del sexo y que se convirtiera en el hombre perfecto con el cual podía follar y tener una vida coherente? No había explicación, y supongo que no la merezco porque acepté esto de forma implícita.

—Jade —susurra—. Tú sabes que yo no soy bueno con las palabras, esto de los sentimientos no va conmigo.

—Siempre lo supe.

—¿Crees que me excedí esta vez? ¿Es eso? ¿Mi agarre fue muy fuerte?

—Joan, casi me quedo sin aire, ¿y te atreves a preguntar? Me tuviste de cabeza un buen rato, no sé cómo estaría mi cara —reniego y prosigo—. Es peligroso, podría morirme y tú solo eyacularías en mí.

—No seas idiota, Jade, la necrofilia no va conmigo —Se ríe—. Jamás te lastimaría, ya te he dicho que te conozco a la perfección. Deja de lloriquear, porque sabes muy bien que puedes soportar más tiempo la presión en el cuello.

—¿Por qué no puedes ver más allá de eso?

—¿A qué te refieres? —Su curiosidad parece sincera—. Dime que pasa.

—No quiero esto.

—¿No quieres estar conmigo?

—¡Sí quiero, maldita sea! —grito y me levanto del sofá para caminar de un lado a otro—. ¿Por qué no puedes amarme más allá del sexo? ¿Por qué no puedes ser tierno conmigo? ¿Tengo que pedírtelo? ¡De verdad tengo que pedírtelo!

—¿Y cómo puedo ser tierno contigo? —Contesta enojado—. Cuando trato de hacerlo me esquivas, me ignoras, ¡sabes que no me sale y cada que lo intento no es suficiente para ti! —suspira— Jade, te amo como no tienes ni puta idea, y te odio demasiado porque provocas en mí cosas que no deberías.

—Te dan ganas de ser un sádico, ¿es eso?

—Es más que eso, pero si no quieres que lo haga, no lo haré.

¿Qué trata de decirme? ¿Está terminando conmigo?

—No te estoy dejando —contesta—. Estoy cediendo, y tú también deberías hacerlo por mí.

—Siempre he cedido a tus pedidos.

—Lo sé —Se acerca—. Siempre has sido una niña buena conmigo, me encanta —confirma tras una caricia—. Entonces yo puedo ser bueno contigo, ¿qué te parece?

—No entiendo, Grant —Lo obligo a sentarse otra vez para estar a horcajadas de él como tanto me gusta—. ¿Qué quieres decir?

—Tengamos sexo de diferentes maneras, como te gusta a ti y como me gusta a mi —Propone convencido—. Te aseguro que te adaptaras a mis gustos y yo a los tuyos. —Enmaraña sus dedos en mi cabello—. Un día de sexo fuerte, y tres días de sexo vainilla que a ti te gusta mucho, ¿sí?

—No es proporcional —respondo extasiada por su tacto—. Sales perdiendo.

—Los dos salimos ganando. Hacer el amor contigo me gusta mucho.

Abro mis ojos encontrándome con los suyos, azarosos pero confortantes, no voy a oponerme esta vez al consensuado encuentro. Cuando está así, impasible y carismático, me aficiona, puede obtener todo de mí, mucho más que caricias desmedidas.

—De acuerdo, lo intentemos —Beso su mejilla recibiendo una sonrisa bondadosa de sus dulces labios.

—Gracias, hermosa—besa mi mano—. La pasaremos muy bien, te lo aseguro.

—Joan, ¿puedes continuar haciéndome caricias en el cabello?

—Sí, linda, te dejaré relajada.

Sus dedos acarician mi cuero cabelludo, consigue que cierre mis ojos debido al suave tacto que por momentos propicia en mi rostro. Posee una respiración tranquila, su compañía me agrada, me gusta mucho estar así.

—Gracias por esto.

—Me gusta acariciarte, me siento hasta privilegiado de que me permitas hacerlo.

Nuestras miradas conectan, he prestado atención a sus palabras y la forma de decirlas.

—No exageres.

—No lo hago, de verdad que no.


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