31• Adictos
JOAN
La jornada comenzó una hora antes. Kurt y Brendan no se han quejado; por mi parte, anoche dormí poco a causa de los nervios. Mis últimos años se plasman en esta discográfica. Junto a Bennett iniciamos de cero con ayuda de nuestros padres, influyentes hombres de negocios, pero después pudimos equilibrarnos solos. Si pienso que por un mal control interno podemos perder lo que con mucho esfuerzo edificamos me vuelvo loco, me siento un inoperante.
Veo las caras de mis compañeros de trabajo y creo que nos merecemos un café para activar nuestra mañana, quizás distraernos un momento antes de que el inútil del contador llegue.
—Rose, por favor, ¿podrías prepararnos café? —Solicito por el interlocutor—. No subas tú, envía a cualquier otra persona.
—Sí, señor Grant, enseguida.
—¿Por qué no lo puede traer ella? —pregunta Brendan desde un costado de la mesa.
—Porque estamos en el último piso —respondo mientras observo unos archivos desde mi laptop—. Usa tacones, el elevador está siendo utilizado de forma constante por todos los de la planta baja y área de marketing, lo que menos quiero es molestarla con esto.
—Joan Grant como el caballero del año, quién lo diría —Se burla Tad—. Rose es la única mujer con la cual te comportas así.
—¿Te tiraste a tu secretaria, Grant? —cuestiona Riley—. Está buena.
—¡No! —me río—. Ella siempre está para ayudarnos. No sé por qué, pero a pesar de mi carácter de mierda cuando salgo alterado de la oficina, es a la única a la que no le grito, la veo y me tranquilizo.
—¿Sabes cómo se llama eso? Pánico a que la persona que organiza tu vida renuncie —ironiza Porter.
—Sí, puede que tengas razón. Sin ella estamos perdidos.
—¿Ya están más tranquilos el día de hoy?
—Sí, Riley. Gracias y perdón por la forma en que te hablé ayer.
—No hay problema, les cobraré más de lo pactado.
—Brendan, a ti te debo una disculpa, ya sabes como soy.
—No te preocupes, Tad se disculpó por ti, me hizo recapacitar en que eres un verdadero imbécil. Siempre estoy cubriéndote tus fallas, una vez que lo hago mal y tú me atacas —resopla—. Vete a la mierda, Joan Grant, también cobraré el doble por esto, o te demandaré por explotación laboral.
—¿Tad, no vas a decir nada? ¡Explícales que no tenemos dinero porque fuimos estafados!
—Joan... —menciona serio—. Uno de los contratos faltantes es el de Jade.
—¿Qué clase de contrato? —Indaga Kurt con su característico tono amargo—. Esto es laboral, no sé si lo entienden
—¡Cállate! —bufa mi socio—. Jade fue la fotógrafa de Robin Lane. Grant se contactó con su agencia para eso.
—¿La metieron en negocios? ¡Ya dejen a esa pobre chica en paz!
—Brendan, tú lo tienes, lo hiciste con la agencia donde ella trabaja.
—Tengo la copia, el original lo tienes tú, Joan.
—¡No, no lo tenemos! —Se aqueja Bennett levantándose de la silla y caminando hacia la ventana del rascacielos —. ¿Cómo justificas los gastos de ese día? No solo la fotógrafa, sino el set en general, fueron tres subcontratos en total ¡y no figura ninguno! —grita—. ¡Mierda! ¡Hijo de puta! ¡En cuanto entre por esa puerta lo voy a moler a golpes!
Tad ha perdido los estribos, después dice que el trastornado soy yo. Una mano en el bolsillo y la otra apretando su mentón dejan al descubierto que está molesto y que no se le pasará rápido.
El interlocutor titila siendo un mensaje de secretaría.
—Rose, ¿qué sucede?
—Señor Grant, el contador ya está aquí, ¿lo dejo subir?
—Sí, por favor —confirmo—. Dile que traiga los cafés.
—Claro, señor.
Los tres voltean a verme dejando de lado sus actividades, incluso Tad afirmado en la pared al lado de la ventana.
—¿Qué? ¡No me miren así! Que ese imbécil sirva de algo, quizás tiene un máster en subir café por la escalera.
—¡Cállate, Grant! —Pide Tad—. Busca los contratos originales, seguro los tienes por ahí.
—Bennet, tranquilo —refuta Kurt—. Está la copia, solo hay que verificar que en el software se encuentre cargado; este imbécil no puede haber omitido tanto en los libros y pasar por alto al de sistemas. ¿O qué? ¿Él también tenía acceso?
—No, el que carga eso soy yo, tengo los soportes en el sistema, pero...
—Pero no cargaste el contrato de Jade, y los otros dos que desaparecieron tampoco los cargaste, ¿verdad? —habla pausado tratándome de idiota—. ¡No hay problema, Tad, eso pasa cuando piensas con el pene en lugar de la cabeza! —enfatiza.
—¿Ya ven? Siempre se los digo —exclama Brendan.
Mantenemos la compostura una vez que el contador ingresa a la sala de juntas. Trae nuestros cafés, al menos espero que no haya escupido en ellos en el camino.
Recopilar información de los dos últimos meses no parecía ser algo difícil, pero lo que no figura en un lado sí está en otro y a la inversa. Es un desastre.
Kurt sigue concentrado, hace esto de forma habitual, no parece estar nervioso ni mucho menos preocupado por lo que sucederá después. No habla, exclusivamente se limita a hacer su trabajo, y tampoco interferimos en ello frente al inútil anterior, quien está reorganizando todo en las carpetas frente a nosotros.
Tad permanece molesto, va a explotar en cualquier momento. Toma su café sin quitar la vista sobre aquel muchacho que ni recuerdo su nombre, solo sus buenas referencias cuando se realizó la incorporación en la empresa.
Mi café está intacto, no voy a arriesgarme a beber algo que trajo que este ineficiente.
—Toma —Le hablo llamando su atención—. Bebe este café, no trajiste uno para ti.
—No hay problema, señor Grant.
—Insisto, bébelo.
Me agradece tomándolo con confianza, en tanto continúa en lo suyo. El rostro de Kurt se tensa al percibir el motivo de mis sospechas, y me burlo de él desde mi lugar, porque ya ha bebido más de la mitad.
Los otros ni se inmutan, durante toda su existencia han sido correctos. Posiblemente Brendan y Tad no escupirían en el café de un superior ni dejarían material genético, no se les ocurriría. No, claro que no.
Llega la hora del almuerzo y nos retiramos de la sala de juntas. Por obvias razones no comeremos como un grupo de amigos, no queremos que el contador nos vea en un ámbito afianzable; al contrario, mantener la distancia es lo más sensato.
Sale antes para descender por las escaleras, sin tener que perder tiempo en esperar el elevador, eso nos da algo de privacidad.
—Imbécil —expresa Kurt mirándome —. Maldito imbécil de mierda.
—¿Qué tal el café? ¿Tenía gusto raro? —interrogo entre risas. Los dos a mi lado no comprenden.
—¿Qué pasó con el café? —inquiere Brendan.
—Capaz que tenía material genético —carcajeo.
—Que tú seas un degenerado no quiere decir que todo el mundo lo sea— dice Tad inexpresivo—. Ojalá proyectaras en otras cosas con la misma dedicación en que piensan estupideces, Grant.
Sí, puede que tenga razón; no obstante, también he pensado en otras cosas.
—Kurt, llama a Jade, tiene los contratos —digo con calma.
—¿Cómo que tiene los contratos? —pregunta Bennett—. ¿Se los diste? ¡No entiendo!
—¿Recuerdas aquel día después de la sesión con Robin? —claro que lo recuerda, mira hacia los costados tratando de ignorar ese pensamiento—. Bueno, se los di a ella para que los guardara y luego lo olvidé por completo. Sí están cargados en el sistema, con Mark lo hicimos, pero no están escaneados como todos los demás.
—¿Están solo en digital? —consulta Kurt.
—Así es, aunque de todas formas necesitamos los originales, Brendan solo tiene una copia. Y no es solo el de ella, son 3 contratos, Kurt, es subcontratación.
—Sé a dónde quieres llegar, idiota —Está que trina, pero igual va a colaborar—. La llamaré y me reuniré con ella en caso de que los tenga; pero si no los tiene, te jodes por imbécil y me pagas el triple.
—Y el ave de rapiña es Brendan —ríe Tad entrando en el cubículo.
—Que los traiga aquí, ¿sí? Por favor —suplico, ganándome un golpe de cada uno—. ¡Oigan, no la he visto desde el año pasado!
—No uses esto como excusa, Joan, parece que lo idiota nunca se te va a ir.
—¡Como sea, soy el jefe y el presidente! ¡Les estoy pagando, dile que venga aquí!
—Puede venir o puede dártelos a ti, Kurt; pero los necesitamos—dice Tad.
—Haré lo posible, mas no prometo nada.
JADE
Acostada en el sofá de la sala miro la televisión. Muero de hambre, mas no tengo la mínima de intención de ponerme a cocinar. Mi ánimo se encuentra por los suelos desde ayer que vi a Tad en el centro comercial.
Las fotos de nuestro viaje a Manhattan permanecen en mi computadora, aún no me atrevo a borrarlas. Lo veo en aquel puente siendo tan sofisticado y masculino que no puedo creer que sea de este mundo terrenal, que se haya cruzado conmigo saliendo lastimado al confiar su corazón de la forma más leal.
No sé cuántas horas he llorado ayer, no sé cuántas lo recordé hoy, pero me siento fatal.
La música predeterminada de mi celular suena de repente y me sorprendo al ver de quien se trata. Kurt Riley, el lindo vampiro de la fiesta, otra víctima de mis mentiras. ¿Por qué me está llamando ahora?
—Hola.
—Hola, Jade ¿Cómo estás?
—Bien, ¿y tú? ¿Pasa algo?
—Disculpa que te moleste, sé que la última vez que nos vimos fuiste determinante conmigo y créeme que lo he respetado, pero hay algo importante que tenemos que hablar.
—No hay problema, me alegra escucharte y saber que te encuentras bien. Dime que pasa
—Verás... J&T Discográfica está teniendo una auditoría en estos momentos —Su voz suena cansada—. Han sido estafados y... Faltan unos contratos que al parecer los tienes tú.
—¿Yo? ¿Y por qué tendría esos contratos?
—Grant dice que te los dio luego de la sesión con Robin Lane. ¿Los tienes? Porque de ser así es muy importante para nosotros.
—Sí, creo que sí...—contesto con inseguridad.
—Búscalos, en cuanto los encuentres me avisas. No sé si puedes acercarlos por la discográfica o prefieres que los pase a buscar por tu departamento —propone.
—Yo los llevo.
—¿Segura? No tendrás que ver a Grant o a Bennett, puedes dejarlo con su secretaria.
—Está bien, no te preocupes por eso.
—Gracias, Jade. Créeme que si no fuera importante no te molestaría
—Lo sé, Kurt, Cuídate.
Reviso entre las carpetas de la universidad para ver si aquellos contratos se encuentran allí, mas no están. Trato de hacer memoria. Lo único que recuerdo es que Grant me los dio y los guardé en el bolso antes de subir al auto y marcharnos del set.
Casi como un flashback la imagen de ellos aquel día viene a mí: sexo en el auto. Los contratos estaban en mi bolso, dentro de un cuaderno rojo que solía acompañarme a mis sesiones. ¡Eso es!
Busco en uno de los cajones donde guardo mi equipo de trabajo, pero no está, el cuaderno no se encuentra. Continúo buscando en mi mochila, el armario, la sala; aun así, no logro hallarlo. Trato de hacer memoria, sin embargo, los recuerdos me aportan detalles que no vienen al caso. Aquel día, apenas llegamos a la casa, nuestras pertenencias quedaron sobre la mesa y todo lo que sucedió después fue dentro del cuarto.
¡Exacto! ¡Joan, maldito idiota, lo tienes tú!
Envío un mensaje a Kurt cuanto antes, debo descartar mi responsabilidad.
Jade— Joan tiene los contratos, están dentro de un cuaderno rojo que me pertenece, lo tiene en su despacho.
✔✔
Kurt— De acuerdo, Jade, se lo recordaré. Gracias por todo.
✔✔
Esa fue mi oportunidad de verlos y, aunque en este momento estoy decepcionada, sé que es lo mejor. Han pasado muchos días, tantos que Tad se consiguió a otra. Llego a la conclusión que ya salía con ella desde antes. ¿Quién va a casarse tan rápido? Ni por venganza lo haría, ¿o sí?
Kurt— Encontramos los contratos, Jade. Si necesitas tu cuaderno puedes venir por él o yo te lo llevaré.
✔✔
Jade— Si puedo lo busco hoy, caso contrario, te aviso.
✔✔
Kurt— Está bien, cuídate.
✔✔
Si no hubiese buscado ese cuaderno rojo no recordaría que lo tiene Joan; habría asumido que lo extravié. Tengo anotaciones importantes en él, tampoco es que sea indispensable, no obstante, me es de utilidad tenerlo.
Sí... De mucha utilidad. Es obvio que quiero salir corriendo hacia la discográfica bajo cualquier excusa, que patética.
La ansiedad me gana. Preparo algo rápido para comer mientras debato conmigo misma las consecuencias obtenidas por ser impulsiva. Las cosas no estaban saliendo excelentes, pero regresaba a la normalidad con el simple hecho de no verlos. Sin embargo, encontrarme a Tad fue lo peor, porque ahora todo se repite, soy como un disco rayado.
Mentiría al decir que no los extraño. Cada uno de ellos obtiene una versión distinta de mí, y no sé cuál de esas dos versiones es mejor. La Jade decidida cree tomar el camino correcto, pero termina siendo flexible cuando alguien más audaz le da una orden. La Jade indecisa ni siquiera se queda en casa, se avienta al vacío como si fuera una moneda que al caer decidirá qué hacer, sabiendo que nada de eso será reversible.
Ninguna de esas dos versiones me llena, ninguna me satisface, porque la Jade original es la ilusa, la inocente que cree en el verdadero amor, en la fidelidad y todo eso bonito que se cuenta en los libros o en las películas. Es una lástima que se haya ido dejándome vacía, perdida y completamente atormentada. No puedo estar peor.
Esta será la última vez, no me pasarán por alto, les demostraré que estoy bien y entenderán que así es mejor.
Es la tercera vez que me veo frente al espejo analizando mi atuendo. Tengo un vestido corto acampanado en color negro, acompañado por zapatos que estilizan. Me he dejado el cabello suelto y me he maquillado un poco, nada exagerado; aun así, creo que me veo bien. Hace unos días me oscurecí el pelo otra vez, negro luce mucho mejor.
Busco las llaves del auto, mi abrigo, y salgo del departamento esperando que retirar un simple cuaderno no cause mayores estragos de los ya ocasionados.
En el trayecto, y con música de fondo, armo una especie de esquema mental, probabilidades, algo como un diálogo que seguro no aplicaré porque soy muy torpe para eso. Es indudable que los nervios me ponen a prueba. En lugar de ensayar debería visualizar la efectividad de los hechos prescindiendo volver a lo mismo.
Estaciono en la discográfica, doy un respiro antes de bajar del auto, y camino hacia el vestíbulo minutos después. La chica rubia se encuentra allí, despampanante, vestida de blanco y aburrida; no hay nadie en el pasillo.
—Hola, buenas tardes. Necesito ver al señor Grant.
—No me dijo que esperara a alguien. ¿Me puedes decir tu nombre, por favor?
—Soy Jade Jaffers, vine por una carpeta.
—¡Oh, señorita Jeffers, la fotógrafa! —Sonríe—. Discúlpeme, no la reconocí.
¿Está diciéndome que antes era un desastre en comparación a como me veo hoy?
—¡Se oscureció el cabello!
—Ah, sí, hace unos días. —Soy una mal pensada, siempre es lo mismo.
Presiona el botón del interlocutor hablando frente a mí sin quitar la espléndida sonrisa.
—Disculpe, señor Grant, aquí se encuentra la señorita Jeffers, dice que viene por una carpeta.
—Sí, Rose, dile que suba a la sala de juntas, por favor.
Las indicaciones me son dadas e ingreso al elevador; están en el último piso. Me siento nerviosa de un momento a otro, cada número marcado en la pequeña pantalla es una palpitación acelerada. Tal vez no fue buena idea venir; no obstante, ya no puedo irme o quedaré como una histérica.
Los diálogos imaginarios, mis posibles respuestas, todo lo que practiqué en mi esquema mental se borra en cuanto me paro frente a la única puerta del rascacielos. Respiro, me arreglo mi cabello, mi vestido, y golpeo para avisar mi llegada. La voz de Joan me autoriza a pasar, entonces lo hago con más audacia que seguridad.
—Buenas tardes.
—Hola, Jade —dice Joan sentado en la punta de aquella blanca y larga mesa.
Kurt se encuentra a un lado, y frente a él, Tad.
—Señor Bennett; señor Riley...
—Hola, Jadie, no uses formalidad conmigo —pide Kurt al momento de acercarse para darme un abrazo—. ¿Cómo has estado? Te ves muy bonita.
—Gracias —contesto con inquietud y él regresa a su lugar—. Bien... ¿Tienes mi cuaderno rojo, Grant?
—No lo tengo aquí, pensé que no vendrías.
—Entonces mándamelo por correo, con permiso.
—¡No, espera! No lo tengo aquí, pero está en mi oficina.
—¿Y para que mierda me haces subir? —digo exacerbada causando la risa de los tres.
—Arisca...Siempre arisca —murmura.
Tiene un traje azul. Su cabello negro engominado lo hace lucir importante sentado en la punta de la mesa como todo un anfitrión, un jefe con aires de grandeza y esa actitud arrogante pero ciertamente sensual que te haría una empleada sumisa sin problema.
—¿Me lo vas a dar o no?
Sus codos se apoyan en la mesa ante mi pregunta bravía con una expresión aduladora en el rostro.
—Pídemelo de otra forma.
Antes de que pueda responderle y mandarlo a la mierda, como no lo había practicado, una voz a mis espaldas hace ingreso a la sala.
—Buenas tardes, estoy de vuelta; buenas tardes, señorita.
Me doy vuelta para responder el saludo, nuestras miradas se cruzan, mi corazón palpita como si fuera una bomba a punto de estallar rompiéndome por dentro como hace años atrás. ¿Qué hace él aquí?
—Después me envían el cuaderno, tengo que irme.
Su mano aprisiona mi antebrazo impidiendo el avance, con la mirada perdida, afectado por la coincidencia. Ninguno se imaginó que podríamos encontrarnos aquí.
—Jadie, por favor —repara en mis ojos.
Joshua dice que cuando menos lo piense va a aparecer un hombre que logre enamorarme sin sembrar ningún tipo de duda. Pero lo que mi mejor amigo no sabe es que yo nunca he tomado buenas decisiones, porque cuando creía tenerlo todo algo me alejaba de lo que había alcanzado.
Años atrás hubo alguien que logró deslumbrarme con su carácter y hermosa forma de ser. Era divertido, caballeroso, dispuesto a todo; tanto como yo estaba dispuesta a darlo todo por él. Juraba que se quedaría a mi lado, después de grandes obstáculos por fin me había animado a romper la barrera que se interponía entre nosotros: la timidez. Los besos que nos dimos le quitaron hasta el color a mis labios, sus caricias sembraron un recuerdo, pero su paciencia se agotó de un minuto a otro.
"Vamos, Jade, escapemos juntos, ¿o acaso no me amas?" "¿Por qué no pruebas que realmente estás dispuesta a todo por mí?" "Dices amarme, pero no me lo demuestras. Huye conmigo."
Con 17 años caminaba sobre una cuerda floja. Mi corazón quería huir con él, quería que sus besos y sus abrazos fueran solo para mí, incluso si perder la virginidad no me aseguraba que se quedara a mi lado. Pero otra parte, la racional, la inocente, confirmaba que si tanto me amaba sería capaz de esperarme, sería capaz de comprenderme y no obligarme a escapar de mi casa ni abandonar mis estudios.
Llore muchísimo, tanto que cuando él se fue de Brooklyn le rogué a Payne que se quedara conmigo. Mis padres habían viajado, era perfecto para fugarme. Nunca se hubiesen enterado, pese a ello me opuse, y sentí que lo había perdido. Joshua me consoló diciendo que "algún día llegaría el chico de mis sueños."
Irónico el considerar que no hace tanto lo mencionó aludiendo a que era lo más cerca que había estado del amor.
—No tenemos nada que hablar —intento liberarme de su agarre, aunque es en vano.
—¿De dónde se conocen? —Pregunta Tad—. Suéltala, te pidió que la dejes.
—Es mi exnovia.
—Yo no llamaría noviazgo a lo que tuvimos, Jackson.
—Jadie, por favor.
—Jade Jeffers —sugiero—. No me interesa saber nada de ti. Ahora estoy muy bien y tengo novio, un verdadero novio —enfatizo en esto último.
Jamás creí que me lo encontraría otra vez, en la discográfica, frente a los tres hombres menos indicados.
—Y bien, Joan, ¿vas a darme el cuaderno?
—Sí, linda, está en mi oficina. Dile a Rose que te lo de.
Jackson queda aluciando, la frase de Joan le ha confirmado que tenemos una especie de relación, o eso interpreta su débil cerebro.
—De acuerdo, me retiro. Señor Riley, Señor Bennett, Jackson —sonrío—. Nos vemos.
Salgo triunfal de la sala, pese a que dentro del elevador mis piernas flaquean. Los nervios se apoderan con minucia, después de tres años lo vuelvo a ver, después de tres años pretende enfrentarme y no le he dado la posibilidad. Sonrío al caer en cuenta de que el tiempo sí ayuda, porque esa herida no está abierta, ha cicatrizado; lo mismo debo hacer ahora.
Al llegar a recepción le pido a Rose que me entregue el cuaderno que se encuentra en la oficina de Grant, pero ella indica que mejor pase a buscarlo. Joan está dentro, agitado y con el cuaderno de tapas rojas en su mano.
—¿Sabes lo difícil que es bajar siete pisos corriendo antes de que llegue el elevador?
—¿Ya me puedes dar el cuaderno? Por favor, quiero irme a mi departamento.
—Una última charla y te juro que te dejo en paz, la última —Su pecho sube y baja hablando con dificultad.
—¿Qué quieres hablar? —La puerta se abre, Tad ingresa sorprendiéndose con mi presencia.
—Perdón, pensé que estabas solo. Después regreso.
—No —niega Joan—. Bennett, quiero que hablemos los tres. La última vez, lo juro.
El sofá me recibe a la espera de las palabras de Joan. No sé a qué voy a enfrentarme ahora, pero estoy tranquila, mucho más después de cortarle el rostro a Jackson.
—¿De dónde conoces a Jackson Lander?
—¿Importa eso?
—Estamos en una auditoría por su culpa —explica Grant con seriedad— Y tú lo conoces, quiero saber de dónde.
—Sali con él cuando tenía 17 años. Como siempre, creí en sus palabras de amor, pero solo me quería para sexo. Trataba de convencerme, me hacía creer que yo no lo amaba lo suficiente y quería que huyera de mi casa para irme con él —resoplo.
—Que imbécil— murmura Tad.
—El día que escaparíamos llamé a Joshua —los dos me miran sin comprender—. Le dije que Jackson se había mudado, nunca supo de sus pedidos, menos que salíamos.
—¿Y por qué no se lo dijiste?
—Porque Jackson es mayor que yo —río sin gracia—. Le dije a Payne que era inalcanzable, pero no fue así.
—¡Tenias 17 años, eras menor!
—Es más fácil engañar a alguien menor —acoto—, mucho más si es tonta como yo. Me creo todo. Falsos contratos, palabras, excusas, y al final se casan con otra.
Bennett se muerde el labio a la vez que sus manos se entrecruzan con nerviosismo; Joan guarda silencio, sin embargo, no deja de prestarme atención.
—¿Lander es casado? —cuestiona el pelinegro.
—No lo sé, hace años que no sé nada de él.
—Entonces, ¿por quién lo dices?
—No interesa. ¿Hay algo más que quieras saber o ya puedo irme a casa?
—Dijiste que tenías novio, ¿quién es?
—Joan, a ti que mierda te importa, no les debo explicaciones, ustedes tampoco a mí. Pueden casarse con quien quieran —bufo.
—¿Por qué insistes con el matrimonio? Ninguno de nosotros va a casarse, ¿de qué hablas?
Juego con el dobladillo de mi vestido sintiéndome una tonta, de todas maneras, insisto con el papel de superada para no romper en nerviosismo.
—Da igual, es un decir —Me levanto del sofá—. Tengo que irme, se me hace tarde.
Grant se levanta de la silla parándose frente a mí. Su aliento a menta golpea mi rostro y una mezcla a cigarrillo se desprende de su saco azul, aquel que a la distancia aparentaba ser ese dulce perfume que tanto me gustaba.
—¿Estás fumando? ¡Qué asco!
—Es tu culpa, una droga reemplaza a otra.
—Qué lindo, señor Grant, compararme con una droga.
—Somos adictos a nuestros pensamientos, señorita Jeffers —alude acortando nuestra distancia—. Por más que quiera cambiarlo, tanto usted como yo sabemos que vamos a recaer las veces que sea necesario.
—Se equivoca —Lo distancio—. En todo caso usted no sería la droga en la que quiero recaer.
No sé de dónde salen las palabras, no entiendo como sigo de pie con estos incómodos tacones y no le estoy arrancando esa corbata en color gris mientras le devoro los labios. Ojalá aquella mezcla de cigarrillo mentolado ingresara en mis papilas gustativas como esencia adictiva haciéndome derrochar la poca cordura que me queda.
—Estás eligiendo a Tad.
—¡No está eligiendo a nadie, Joan! —expresa por fin su compañero sentado desde el sofá—. Regrésale el cuaderno y deja que se marche.
—Ya escuchó al señor Bennett. ¿Puede darme mi cuaderno?
—¡Deja de llamarme señor Bennett, maldita sea, Jade! ¡Me molesta muchísimo!
—Usted lo pidió, no olvide que soy una mujer como cualquier otra. No se enoje, estoy siendo respetuosa.
Joan ríe, por primera vez presencia una discusión entre Tad y yo, nada habitual.
—Dijiste que era la última vez que hablábamos, espero que hayas aprovechado tu tiempo —digo quitándole el cuaderno de sus manos antes que pueda reaccionar—. Nos vemos, señores, que tengan un gran día.
Recojo mi bolso decidida a salir de la oficina; aun así, mis planes cambian debido a la insistencia de uno de ellos.
—Tú no te vas, porque yo no he terminado. ¿Acaso crees que dos preguntas sustituyen tus jugarretas de dos semanas? Siéntate ahí —ordena entre dientes y no tengo opción.
—Rápido, me están esperando —Nadie, ni Sam el gato.
—Si tienes novio me importa un carajo, ¿sabes por qué? Porque yo soy tu novio ahora.
—Joan, déjala en paz.
—¡No, Tad! Ella va a regresar con nosotros.
—¡Sigo aquí! Y no, no regresaré con ustedes.
—Esto no es idea mía, Jade— insiste el castaño—. No sé qué hago aquí escuchando sus problemas. Hagan lo que quieran, se los dije la última vez e insisto en que no regresaré a lo mismo.
—¿Por qué estás tan seguro esta vez? —cuestiono.
—¿Y te atreves a preguntarlo? —habla con mesura—. Di todo, te juro que di todo; pero ya no puedo, no quiero involucrarme en este juego en donde solo uno va a ganar y donde ya perdí dos veces. Mis palabras fueron desbocadas aquella noche. No eres una mujer como las demás, si lo fueras créeme que ya me habría olvidado de ti, pero ya no tengo ganas de seguir con esto. Quédate con Joan o con ese novio que tienes ahora. Sé feliz, Jade; haz tu vida lejos de la mía.
Ni la droga más destructiva podría repercutir como lo había hecho Tad Bennett. Suena borde, se ve vacío y me aterra el hecho de considerar que de alguna manera sus palabras no son una mera metáfora. Yo me había llevado lo mejor de él porque había confiado y abierto su corazón a ojos cerrados, nunca se imaginó que lo engañaría.
Quiero responderle, quizás sonar igual de antipática como él lo ha sido, o como yo reaccionaba frente a Joan y cada una de sus impertinencias, mas no puedo, no debo.
—Asi lo haré, señor Bennett, no se preocupe.
Me observa con lástima. Aquellos ojos verdes que brillaban cada vez que me veía están apagados, son oscuros y sin gracia. Mi ánimo está por los suelos otra vez, no me quedan ganas de jugar a la chica superada. En definitiva, soy solo un desecho.
—Me voy a la sala de juntas, Joan. Nos vemos, señorita Jeffers, que tenga una buena vida.
La puerta se cierra a mis espaldas dejándome estática por el impacto. Buena vida.
—Jadie, ¿estás bien? No le hagas caso, está enojado. La discográfica ha sufrido un desfalco, nos tiene como locos.
—¿Jackson irá a la cárcel?
—Si todo sale bien solo será despedido. Y tal vez se lleve un golpe. ¿Por qué? ¿Te preocupa tu ex ahora?
—¡No es mi ex! Deja de ser un celoso de mierda porque no somos nada.
Me quita el cuaderno con brusquedad arrojándolo al sofá. Se aproxima despacio, sus palabras más que una declaración parece una descripción de lo que posiblemente suceda.
—Si tienes novio no me molesta ser el segundo— dice con seguridad—. No sabes cuantas veces he deseado follarte sobre este escritorio donde acostumbro a firmar papeles.
La tira de mi bolso se desliza poco a poco por mi brazo hasta que Joan lo sujeta. No pierde tiempo, lo lanza junto al cuaderno de tapa roja.
—Sigues oliendo bien, el perfume no ha cambiado, tu actitud arisca tampoco. Ya sabes lo mucho que me prende que me llames por el apellido, y toda la jodida tarde lo has mencionado —susurra en mi oído—. ¿Sabes por qué? Porque te gusta que el señor Grant te folle, siempre regresas a mí.
—No sé de qué hablas.
—Claro que lo sabes. —Besa mi nuca al posicionarse detrás y continuar hablando—. En este momento tu novio no te importa, estás quieta, escuchando mis palabras; seguramente tus bragas están mojadas y lo único que esperas es que me baje el pantalón y te penetre contra el escritorio, que te estampe contra la puerta o lo hagamos en el alfombrado.
—Eres un imbécil, Joan.
—¿Sabes? Nunca hicimos lo que yo quería, mi propósito de sumisión no se cumplió, Jadie —Me toma de las caderas. Mi espalda toca su pecho gracias a la presión—. Quería atarte, ¿has oído sobre el bondage? tu cuerpo se vería tan bien entre cuerdas. —Acaricia mi cuello con calma, sabe que su tacto me relaja—. Tu cuello usando un collar, como la perra que eres...
—¿Qué? —Me alejo—. ¿Qué mierda dices?
—Es un juego, Jade, no hablo en serio.
—Déjame en paz, Joan, no quiero saber nada contigo —Tomo el cuaderno, el bolso y decido salir.
—Espera, lo siento, no lo decía en serio. No pienso eso de ti.
—¿No? Porque se escuchó muy convincente. Si tantas ganas tienes de jugar, entonces hazlo con tu secretaria, ¿o piensas que soy idiota?
—¿Y ella que tiene que ver? ¿Estás celosa?
—¿De ti? Sí, claro... Seguro ya te la follaste en este escritorio o vaya a saber cuántas partes de la oficina. No soy una más, no soy una perra, y menos tuya, Grant.
—¡No sé por qué lo dices, con ella no ha pasado nada! Es mi maldita secretaria, Jade, no mezclo trabajo con sexo.
—¡Entonces despídela! Hazlo y me quedo contigo. ¿No estás dispuesto a todo? ¿No harías cualquier cosa por mí?
—Espera, ¿ella te ha tratado mal, te ha dicho algo? Es que no entiendo.
—No, solo se me hace muy linda, tanto que dudo que la hayas contratado por su eficiencia.
—Está bien, en eso tienes razón —asiente—. La contraté porque esta buenísima, pero nunca ha pasado nada entre nosotros, solo es mi secretaria y resultó ser muy eficiente, aunque no lo creas. Deja de pensar estupideces, lo mismo hiciste con Judith la noche de la fiesta y ahora resulta que son amigas.
—Pero si pudieras acostarte con Judith lo harías, ¿no?
—No, claro que no —carcajea.
—Si quieres podemos ser amigos, pero no tendremos sexo, porque no quiero.
—Vamos, Jadie, ¿por qué no?
—Porque soy una droga, y el adicto eres tú, no yo.
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