El cielo oscuro delataba lo tarde que era. Quizá era medianoche, o quizá de madrugada. Lother no lo sabía.

Había llegado recién del aeropuerto y ahora sus maletas yacían esparcidas en la habitación del hotel que había rentado por una semana. Había elegido ese cuarto en concreto por la hermosa vista a la ciudad que tenía... Se podían visualizar los edificios, las luces que sobresalían por la oscuridad que los rodeaba y los autos que transitaban de tanto en tanto las calles.

Una sonrisa tiró de sus labios cuando sintió, por un breve instante, que el mundo entero estaba a sus pies.

Y una carcajada emergió de su garganta, lo suficiente discreta como para que no resonara en la habitación. Lother apoyó su mano sobre el cristal de la ventana, bajando la cabeza y sacando con su mano libre una vieja cuchilla que llevaba a todos lados del interior de su bolsillo.

No era una cuchilla precisamente funcional o del todo efectiva para atacar, pero le tenía cierto aprecio por la cantidad de sangre que había corrido por el filo de su navaja. Y esto fue suficiente para hacerlo reírse entre dientes una vez más.

Oh, ¿cuántos recuerdos no tenía de gente suplicando en vano por su vida? Eran demasiados que se sentía incapaz de elegir uno preferido.

Bueno, eso era una mentira a medias.

Lother sí tenía un favoritismo hacia alguien en especial, sin embargo, no era de alguien que había matado.

Su sonrisa se volvió una mueca al cabo de unos momentos y chasqueó la lengua.

—He vuelto —murmuró, sabiendo a la perfección que no había nadie en ese cuarto con él para oírlo—, ¿me estás esperando?

Alzó la cabeza, fijando sus opacos y distinguidos ojos claros en la ciudad que se extendía ante él.

—Porque yo no he dejado de buscarte, Biel —agregó para sí mismo.