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[Capítulo 46]

Nathan había salido al patio trasero luego de que Gaspar le enviara un mensaje.

No dijo demasiado en el globo de texto. Simplemente le envió un "Encuéntrame atrás de la escuela". En realidad, Nathan no lo habría visto en otras circunstancias, puesto que había bloqueado a Gaspar luego de que una página en internet le mencionara que era la mejor forma de cerrar ciclos.

Sin embargo, Gaspar le había mandado el mensaje desde otro número... Y Nathan sabía que era él, porque... bueno, era una especie de instinto con el que sabía que no iba a errar. Además, había recibido el texto minutos después del timbre, así que era obvio que no quería dejarle tiempo a analizar qué tan buena idea era obedecer.

Sin embargo, Nathan lo hizo, pues muy en el fondo se sentía curioso acerca de qué tenía planeado él. Así que su entrecejo se arrugó cuando salió al patio trasero y se encontró con Gaspar.

El chico se veía como siempre; no había mucho qué decir de él, y lo único que sobresalía acerca de su apariencia era el cabello verde que se había teñido durante las vacaciones de verano. Mencionó en su momento que lo hizo porque lo hacía lucir mayor, aunque Nathan no estaba tan seguro de eso.

Dio la cantidad de pasos suficiente para encarar a Gaspar, hundiendo sus manos en los bolsillos de su pantalón y sintiendo que su garganta se cerraba al verlo.

No tenía por qué temerle. No tenía motivos para estar asustado de alguien que tenía su edad, que era menor en estatura y del que sabía las suficientes cosas como para arruinar su reputación por siempre.

Y pese a ello, Nathan se sintió más pequeño a comparación y todas las palabras que había planeado decirle cuando pudiera confrontarlo cara a cara murieron en su garganta.

Lo había practicado muchas veces. Había ideado un discurso titulado "Todo lo que le diré a Gaspar al tener el valor de volverme a acercar", pero todo eso careció de valor y sentido en ese momento y lugar.

—Nathan —comenzó diciendo el chico. Una sonrisa agria subió a sus labios y ladeó la cabeza. Ahí estaba ese brillo opaco y aterrador en sus ojos que siempre había intimidado a Nathan; el brillo que también había visto en el padre de él y en sus hermanos mayores que delataba los oscuros asuntos en los que estaban inmiscuidos—, debemos hablar.

—No tenemos nada de qué hablar —contestó Nathan, armándose del valor necesario para decir eso y alzando la barbilla. No quería decirle eso, ¡quería gritarle en la cara todos los insultos que había pensado! Pero ahora mismo eso simplemente le funcionó a la hora de hablar.

Gaspar pasó una mano por su cuello y miró hacia el cielo, el cual yacía nublado y lleno de nubes grises que amenazaban con que pronto llovería. A su alrededor no había estudiantes más allá que ellos, lo que tenía sentido teniendo en cuenta que a nadie le interesaba quedarse tiempo extra innecesario en ese sitio. Solo a un idiota se le ocurriría hacerlo.

—Tu padre habló conmigo —dijo Gaspar, devolviendo su mirada a Nathan. La sonrisa amarga en sus labios desapareció y fue reemplazada por una mueca de fastidio—. Abandona ese club de música y vuelve con nosotros... Sabes que es a donde perteneces... Además, ¿en serio crees que eres lo suficiente bueno como para estar ahí? No tiene sentido. —La burla se hizo notable al hablar, lo que envió una punzada al pecho de Nathan.

Siempre había sido así desde que se conocieron siendo niños. Gaspar disfrazando insultos con comentarios planificados y atacando su seguridad y autoestima; y Nathan creyendo cada uno de ellos y pensando que tenía razón. Habían sido un dúo bastante horrible, y por muchos años Nathan creyó que estaba destinado a ser así. Que él debía cubrirle todas las estupideces que hacía, que debía seguirle incluso si en el fondo le disgustaba, que debía hacer todo lo que le decía porque, al parecer, eso era lo único que se le daba bien hacer.

Nathan en serio había pensado que era el propósito de su vida.

Y es que estar en el club de fútbol no era malo... Lo que resultaba desapacible de esta idea era que este club solo era un disfraz para toda la actividad ilegal que hacían los miembros de este... Era sorprendente qué tan lejos podía llegar un estudiante de preparatoria. Aunque, en el caso de Gaspar, no era del todo sorprendente. Después de todo, su padre era mucho peor.

—No voy a volver —murmuró Nathan, tensando la mandíbula—, no voy a seguir a un montón de chicos que solo se dedican a soltar comentarios hirientes y no aportan nada... ¿Sabes algo, Gaspar? Uno de los peores errores que he cometido has sido tú, y fue mi culpa por no haberme dado cuenta antes... Por no haberme dado cuenta que me estabas lastimando y estabas siendo un imbécil. Creía que eras mi amigo y siempre fuiste lo peor que pudo haberme pasado.

Nathan se había dado cuenta relativamente temprano. Había sido un "golpe de suerte", como a él le gustaba llamarlo en silencio. Solo llegó ese día en el que Gaspar cruzó la línea tras tratar de convencerlo de robar una tienda... y eso no habría sido lo peor que le había pedido hacer si no fuera porque había planeado cometer un asalto real con armas de fuego incluidas.

Solo en ese momento algo hizo clic en el interior de Nathan, como si alguien le hubiera reventado una burbuja en la cabeza. Fue ahí que comprendió que Gaspar era un monstruo. Alejarse de él no sucedió de la noche a la mañana. No fue algo que Nathan tuvo el coraje de hacer hasta este tercer año que sintió el impulso de empezar a ignorar sus mensajes y cualquier tipo de contacto con él.

Y funcionó... hasta que Gaspar volvió a acercarse.

En el fondo, Nathan agradecía lo que Biel había hecho esa noche en la fiesta. Fue esa gota en su vaso que necesitó para finalmente reunir el valor de dar media vuelta a cualquier tipo de lazo con Gaspar.

Había sido difícil y hasta doloroso. Sus padres ni siquiera estaban enterados de qué sucedió. Pero había pasado. Estaba pasando. Era verdad.

—¿Puedes dejar de exagerar todo? —contestó Gaspar con tono de irritación, alzando las cejas y cruzándose de brazos—. Hablas como si te hubiéramos torturado... Por los cielos, ¡jamás te obligamos a nada!

—Hay más formas de obligar a alguien que físicamente —espetó Nathan, empezando a alterarse y apretando sus puños con fuerza—, ustedes simplemente no me dejaban opción... Me molestabas y humillabas. Me hacías hacer cosas que yo no quería...

—Si no querías hacerlo, pudiste haberlo dicho.

—¿Es una broma? —La incredulidad de Nathan era sincera—, ¿cuántas veces no lo habré dicho? ¿Cuántas veces no me ignoraste, te burlaste de mí por ser muy "sensible y paranoico" y me forzaste a hacerlo de todas formas? Y también, ¿crees que no sé por qué estás aquí? No me quieres de vuelta, Gaspar. Lo que quieres de vuelta es a ese idiota que te seguía a todos lados y encubría cada una de tus estúpidas acciones... Pero, ¿sabes qué? Puedes buscarte a alguien más. Ya no volveré a hacerlo. ¿Esto que ves aquí? Será la última vez que tú y yo hablemos, porque ni siquiera quiero ver tu cara, ¿entiendes?

No sabía de dónde había surgido toda esa valentía, pero ahora estaba fluyendo por su cuerpo como una corriente de agua. Su sangre hirvió y la rabia se amontonó en la boca de su estómago.

Gaspar rechinó los dientes y lo miró con notable enfado. Esta vez Nathan no se sintió intimidado. No bajó la cabeza. Sostuvo su mirada y no la desvió.

—¿Qué te has creído? —murmuró Gaspar, chasqueando la lengua y soltando una carcajada agria—. Tú maldito imbécil... ¡Sin mí no serías nada! Yo te ayudé a crecer y a ser fuerte... ¿Sabes de cuántas personas que querían golpearte te defendí? ¿Sabes la cantidad de veces que me planté frente al imbécil de tu padre para que no te castigara por llegar tarde? ¿Ya olvidaste quien te ayudaba con tus exámenes y le daba excusas a los maestros cuando te quedabas dormido en la mañana? ¡Eres un jodido malagradecido!

—¡Yo nunca te pedí que hicieras nada de eso! —gritó Nathan, temblando de furia—, ¡jamás pedí tu ayuda en nada e, incluso si lo hubiera hecho, eso no te daba ningún derecho a tratarme como una mierda!

—Idiota... —Gaspar se acercó un poco más y cerró sus puños con fuerza.

Nathan no vio venir el golpe que le dirigió directamente al rostro hasta que fue demasiado tarde.

Retrocedió un par de pasos, principalmente anonadado por el impacto. No sabía que Gaspar podía golpear así de fuerte... Y, por alguna razón, tampoco se le pasó por la cabeza que llegaría a golpearlo a él. Su visión se oscureció un poco y se llevó la mano a la cara, comprendiendo que le había pegado en la nariz por el hilillo de sangre que ahora corría por ahí y el intenso dolor que cubría la zona.

—No te lo voy a pedir dos veces, Nathan —dijo Gaspar, agitando su mano y mirándolo a los ojos—: Vuelve al club, olvídate de todas esas estúpidas ideas sobre la banda y sé un miembro de nosotros otra vez... Es lo mejor para ti, y lo sabes... ¿Crees que soy el único que tiene una reputación manchada? Si todas las cosas que yo hice algún día salen a la luz, tú caerás conmigo por complicidad. No eres mejor que yo, Nathan. Deja de seguir en este teatro y para de actuar como un imbécil, ¿quieres?

Nathan no contestó. Sus ojos lagrimearon por el golpe en la nariz y bajó la cabeza. No quería escucharlo. No quería creer que lo que decía era verdad.

Pero... ¿y si sí lo era?

Se sobresaltó cuando, de pronto, alguien irrumpió en la escena.

No alcanzó a verlo bien gracias al súbito giro de los acontecimientos, pero sí vio que alguien llegó directamente a golpear a Gaspar en la cara, tumbándolo al suelo de un solo puñetazo al rostro.

—Déjalo tranquilo, bastardo.

Era Biel.

Nathan primero se sintió muy confundido acerca del porqué y en qué momento había aparecido el chico... No tenía razones para estar ahí, ¿cierto? Aunque, pensándolo bien, ¿y si los había visto por la ventana? Quizá eso explicaba por qué había llegado así de decidido a golpear a Gaspar.

Sin embargo, Nathan seguía sin creer que Biel tuviera razones para intervenir de esa manera. No lo entendía, aunque en ese momento decidió no entenderlo.

Debía admitir que le avergonzaba un poco el que Biel llegara a defenderlo. Lo hacía sentir algo... débil. A Nathan no le gustaba eso.

Gaspar no quedó inconsciente por el golpe, aunque sí algo atontado y tardó un poco en levantarse del suelo. Se limpió la sangre que caía de su nariz con el antebrazo, viendo a Biel como quien observa a un desagradable insecto.

—¿Quién carajos eres tú para seguir interrumpiendo? ¿Eres su novio o qué te pasa? —escupió Gaspar, frunciendo el ceño y viéndolo con desagrado.

Biel no respondió de inmediato, arremangando el saco del uniforme y dejando su mochila sobre el suelo.

—¿Necesito serlo para golpearte? —contestó a cambio. Se oía tranquilo, pero, al mirar sus pupilas, Nathan se dio cuenta de que no diferían demasiado de las de Gaspar. Eso era aterrador—, porque creo que no es un requisito... Por otro lado, se siente demasiado bien golpear a imbéciles como tú. Así que creo que eso tiene más sentido.

Gaspar se burló.

Sin decir nada, el chico se lanzó contra Biel a una velocidad impresionante, haciendo amago de golpearlo en la cara. Sin embargo, Biel esquivó el golpe sin gran esfuerzo y, en contraataque, le dio un codazo en el estómago que lo dejó sin aire por unos instantes.

Nathan estaba impresionado, ¿desde cuándo Biel era capaz de pelear de esa forma? Jamás lo habría adivinado.

Gaspar maldijo en voz alta y volvió a ir contra Biel sin esperar demasiado. De forma abrupta y en cuestión de segundos, sacó del interior de su bolsillo lo que parecía ser una navaja.

Biel no se notó muy sorprendido. En cambio, tomó la muñeca de Gaspar con desconcertante talento cuando el chico alzó su arma en su dirección y trató de blandirla. Torció su muñeca hacia arriba, logrando que Gaspar jadeara de dolor y soltara la navaja, que cayó al suelo con un ruido metálico que hizo un pequeño eco en el lugar.

—Si planeas jugar sucio, mínimo hazlo bien —dijo Biel, frunciendo los ojos y observando a Gaspar como si en ese instante fuera la más grande desagradable bolsa de basura en el mundo. Nathan incluso retrocedió un paso cuando sintió que había algo mal con la forma en la que Biel estaba actuando... Esa mirada, esa postura y esa furia que habitaba en sus pupilas simplemente no se sentían correctas en él.

—¡Voy a matarte! —chilló Gaspar, logrando atizarle un golpe a Biel en el rostro y rodeando su cuello con sus manos—, ¡voy a matarte, imbécil!

Biel no se resistió al agarre de Gaspar.

Por el contrario, sonrió.

Una sonrisa escalofriante. Una que no podría dibujar alguien cuerdo.

—¿Matarme, dices? —inquirió, viendo a Gaspar como si fuera un pequeño niño que no entendía lo que decía. Gaspar afianzó sus manos en torno a su cuello, buscando cortarle la respiración y dejarlo inconsciente en el mejor de los casos; no tenía un punto de apoyo, así que la tarea se veía más difícil—. Oh, vamos... ¡Si crees que es así de fácil arrebatarle la vida a alguien, entonces hazlo! Justo ahora, Gaspar... Termina lo que estás haciendo y mátame. Mátame si crees tener el coraje.

Nathan sintió un escalofrío recorrer su espina doral y sintió que era momento de intervenir, pero, antes de hacerlo, Gaspar soltó a Biel, entre asqueado y aterrado por el tono de voz con el que habló.

—Maldito psicópata —exhaló Gaspar, dando un paso hacia atrás—, ¡estás demente!

Biel en lugar de responder, se acercó a Gaspar. Y lo golpeó. Primero una vez, luego dos veces. A la tercera, Gaspar ya ni siquiera buscó defenderse y perdió el equilibrio, cayendo al suelo de espaldas.

Sin darle tiempo a recuperarse, Biel se sentó a horcajadas por encima de él y volvió a golpearlo.

—¡Odio a las personas como tú! —gritó Biel. Por alguna razón, había sonrisa en su rostro... Se veía eufórico—, ¡la gente de mierda que busca hacer un infierno la vida de otros! ¡Los imbéciles que solo quieren ver sufrir a alguien y jamás piensan en las consecuencias...! ¡Los odio! ¡Los odio demasiado! —A estas alturas, Gaspar ya no hacía ni amago de tratar de defenderse; su rostro sangraba y ya ni siquiera se podía discernir si era de su nariz o su boca. Y Biel seguía golpeándolo, como si nada más importara—, ¡te odio, Lother!

Nathan finalmente entró en razón.

Había quedado paralizado por la irreconocible actitud que había tomado Biel. Pero ahora quedaba claro que el chico no lo golpeaba en defensa propia.

Quería matarlo.

Sus instintos de alerta se activaron y corrió hacia Biel, tomándolo del brazo con el que golpeaba a Gaspar y frenándolo en seco.

—¡Biel! —gritó Nathan, asustado y aterrado por lo que estaba sucediendo—, ¡detente, por favor!

El chico lo ignoró. Parecía completamente cegado por lo que fuera que lo había poseído... Ni siquiera tenía asuntos personales contra Gaspar como para que ese rencor que le tenía tuviera explicación.

Así que se soltó del agarre de Nathan, quien maldijo por lo bajo y esta vez lo tomó de los hombros, obligándolo a levantarse. Incluso si Biel era sorprendentemente bueno en peleas, no podía lidiar con la altura y el tamaño en el que lo superaba Nathan.

—Detente, Biel... —Nathan lo forzó a separase de Gaspar. Su petición ya se oyó más como una súplica, sin ánimos de pelear contra su amigo.

Biel se incorporó, alejándose de él como un animal rabioso y viendo a Nathan con esa sonrisa de antes.

Este no podía ser el mismo chico que hace solo media hora atrás había estado emocionado por que hubiera salido bien su ensayo en el club de música.

—No me interrumpas —murmuró Biel en un tono frío y seco. Hizo amago de acercarse a él, alzando su puño y crujiendo sus dedos con una sola mano.

Por fortuna, Biel no llegó más lejos, pues, entonces, alguien lo tomó del hombro.

—Para ahora si no quieres que esto acabe en un juicio en tu contra. —Era la profesora Salazar, que habló en un tono calmado y tranquilo. Su mirada imperturbable se clavó sobre Biel, que giró su cabeza en aquella dirección con confusión.

A lo lejos, se oyeron las sirenas de policía y probablemente también de una ambulancia.

Súbitamente, Biel abrió los ojos de par en par.

Miró a Gaspar, como si recién se diera cuenta de lo que había hecho. Y el horror y la mortificación cubrieron su rostro; sus pupilas se dilataron en una mezcla de estupefacción e incomprensión.

Nathan lo miró sin decir nada, todavía sin entender qué había sucedido. Debía admitir que la horrible impresión que le acababa de dejar el chico seguía marcando su mente... y tenía la certeza de que el recuerdo de su fría mirada lo seguiría por demasiado tiempo. Quizá incluso en sus pesadillas.

Así que solo vio en silencio cuando las rodillas de Biel flaquearon y fallaron en su misión de sostener su cuerpo, siendo que cayó al suelo en un doloroso golpe y su cuerpo entero tembló. Sus ojos se llenaron rápidamente de lágrimas y miró sus manos como si ellas mismas hubieran tomado la iniciativa de golpear a Gaspar hasta casi matarlo. Sus manos que estaban llenas de sangre que no era suya.

Y, en un murmullo apenas audible, Biel se preguntó:

—¿Qué acabo de hacer?

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