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Epílogo

Anggele

Diciembre

Seis años después...

Me acerco a la cama de mi hijo con cuidado, enciendo la lamparita de la mesita de noche y lo veo revolverse entre las sábanas.

—Bebé, despierta —le susurro, beso su frente luego de esquivar los mechones rubios—. Despierta, ya es navidad.

—Mamá, por favor, déjame dormir —se queja, da una vuelta completa y queda boca abajo.

—Derek Whittemore, levántate en este mismo momento —le exijo, ahora con más fuerza—. Son casi las diez de la mañana.

—Ma, ¿de que sirve estar de vacaciones si no puedo dormir hasta tarde? —me mira con los ojos entrecerrados—. Por favor, tengo sueño.

—Óyeme, cerebrito, levántate ya mismo de la cama —le riño, tirando con fuerza de la sábana que cubre su cuerpo—. Te espero abajo, es una orden.

Lo escucho gruñir y quejarse por mi mandato, pero lo ignoro y bajo las escaleras para encontrarme con Demián en la cocina.

—Buenos días —besa mi labio unos segundos—. Feliz navidad.

—Feliz navidad —sonrío como idiota cuando se aleja.

Amo estos «buenos días». ¿Me cansaré de ellos algún día? Yo creo que no.

—¿Sigue dormido? —cuestiona mientras me ayuda a hacer el desayuno.

—Ese niño es de lo peor —gruño, corto un poco de fruta y lo dejo en un tazón—. Se cree genial por hablar como Albert Einstein, de no ser mi hijo, lo habría mandado a un internado.

—Sí, como si pudieras hacer eso —se el castaño, buscando algo en la nevera.

Él tiene razón, yo no tendría el corazón para enviar a mi hijo lejos de mí. Ese niño lo es todo para mí, no veo mi vida sin él.

¿Cuál es el detalle? Derek es el niño más inteligente del planeta, literal. Bueno, con tan solo siete años ya ha aparecido en varios periódicos por tener el coeficiente intelectual más alto del estado. A Demián y a mí no han estado llegando propuestas de grandes y prestigiosas escuelas de varias partes del país y una que otra de otros países. Sin embargo, a pesar de saber que es una gran oportunidad, mi hijo es muy pequeño aún para todo ese trajín.

Lo quiero conmigo por ahora, después podremos decidir que hacer con su cerebro de Sheldon Cooper.

—Ya estoy despierto —murmura Derek entrando a la cocina.

Arrastrando los pies y frotándose los ojos se sienta en la silla frente a la barra. Cruza sus brazos sobre la encimera y deja caer la frente sobre los mismos.

—¿Cómo se dice? —sonrío al escuchar la voz autoritaria de Demián.

—Buenos días —musita Derek con cara de pocos amigos.

—Buenos días —le dice su padre, rodea la barra y sacude su abundante cabello rubio—. Feliz navidad, campeón.

—Feliz navidad, papá —dice más animado.

—¿Y para mamá no hay buenos días ni un feliz navidad? —frunzo el ceño, acercándome a él con fingido dolor—. Que tristeza...

—Feliz navidad, mami —abraza mi cintura cuando estoy lo bastante cerca.

—Feliz navidad, mi amor —beso su pelo, sintiéndome plena al tener a mi pequeño entre mis brazos.

—¿Listo para ver qué trajo Santa? —cuestiona Demián.

—¡Sí!

—¡Noup! —digo yo, interrumpiendo su faena—. Primero a desayunar y luego a abrir los regalos.

—¡Pero, mamá! —refunfuña.

—Sin peros, mocoso —dejo un plato frente a él—. Cómetelo todo o no verás nada.

Demián disimula una risita, porque sí, ahora yo soy la aguafiestas de la familia. Pero, ¿quién iba a serlo sino? Demián era el padre súpercool que consentía todo, mi papel obligatorio era poner límites.

¿En qué momento me convertí en esto?

El desayuno pasó relajado, entre risas, burlar, anécdotas de la noche anterior y teorías conspirativas sobre las películas de Marvel. Porque, obviamente nuestro hijo debía tener buen gusto por las películas de superhéroes. Además, él era libre de decir por si mismo, pues tenía dos opciones: amar Marvel o irse de la casa, era fácil y práctico.

—¡Listo! —exclama el rubio con algarabía cuando termina su desayuno.

Derek se limpia las manos con servilleta y sale corriendo hacia la sala.

El montón de regalos entra en su campo de visión haciéndolo saltar de entusiasmo y alegría, incapaz de contenerse camina hacia el árbol y se sienta a los pies del mismo. Mientras tanto, Demián y solo permanecemos en sentados en el sofá en silencio, esperando las reacciones de nuestro hijo al ver sus obsequios de navidad.

—¡Son libros! —dice contento, abriendo la envoltura—. El Principito, Las Aventuras De Sherlock Holmes, El Hogar De Miss Peregrine Para Niños Peculiares... ¡Los tres, mamá!

—¿Te gustan? —le pregunto.

—¡Están increíbles! Me encantan —sonríe hacia nosotros y mi corazón salta de felicidad.

—Revisa que aún hay más cosas —le recuerdo Demián, señalando el resto de regalos.

Ruedo los ojos cuando ya sé a dónde va la cosa, Demián lo nota y me da un beso en la mejilla, para compensar lo que viene, creo.

—¡Una Playstation! —grita mi hijo.

—Oh, por Dios —me pongo una mano en los ojos cuando no puedo con esto.

—¡Y trae los juegos FIFA! —se levanta corriendo y se acerca a Demián—. Mira, papá, está increíble. Podemos jugar cuando venga de la escuela...

—Exacto, luego de la escuela y después de hacer todas las tareas —le sonrío con maldad.

—¡Esto está de lujo, papá! —me ignora y sigue hablando con su papá como si no hubiera mañana.

Esto me frustra, cuando se tiene un hijo varón la conexión que hay entre el niño y su padre es inexplicable. No obstante, me pregunto que sería de mi vida sin estos dos hombres que me roban el sueño.

[...]

Termino de arreglarme para la cena familiar que tendremos aquí en casa. Como una nueva tradición creada por mí y Aiby, cada año cenamos el veinticinco de diciembre en alguna casa, ya sea la mía o la de ella. Como el año pasado fue en su casa, esto año me toca a mí.

Ya tengo todo listo, solo faltan los invitados.

Bueno, llegaron en el mismo instante en que pensé en ellos.

—¡Ya voy! —exclamo y bajo las escaleras con cuidado de no caerme, teniendo en cuenta las circunstancias en las que estoy. Me acerco a la puerta y cuando veo a Aiby, ambas gritamos—. ¡Ah! Ya están aquí.

—¡Estamos aquí! —exclama ella de vuelta, abrazándome—. Ay, amiga, te extrañé.

—Y yo a ti, odio que te vayas de viaje —hago un puchero.

—¿Pueden hablar adentro? —interviene Sebastián—. Está haciendo un poquito de frío, ¿saben?

Es entonces cuando me doy cuenta de que seguimos en la puerta.

—Ay, amor, lo siento —se ríe Aiby, entra y deja pasar a Sebastián.

El pelinegro se acerca, besa mi mejilla a modo de saludo y deja ver a la pequeña Charlotte entre sus brazos.

—Hola, princesa hermosa —acaricio su mejilla rosada por el frío, sin embargo, su rostro se gira y abraza a su padre por el cuello—. Vaya, ¿y esa actitud?

—Se acaba de despertar, está algo aturdida —dice Sebastián—. ¿Y Demián?

—Viendo que Derek se ponga algo decente —rodé los ojos—. Vengan, ya está la cena, solo falta servir.

—¡Yo te ayudo! —se ofrece Aibyleen de inmediato.

—Yo iré a ver a los chicos —murmura el pelinegro, que sigue aferrado a su hija como ella a él.

Cuando Sebastián se pierde escaleras arriba, Aiby y yo emprendemos nuestro camino a la cocina.

—¿Qué tal las vacaciones en Barbados? —le pregunto.

—Uy, estuvieron increíbles. Charly se divirtió un montón. Ama el mar, créeme, más de lo que ama las playas de Malibú —se ríe—. La pasamos muy bien, de verdad, lo necesitábamos.

—Me alegro por ustedes, nosotros debemos sacar a de Derek de la casa porque si no está leyendo, está haciendo tareas o simplemente busca ejercicios matemáticos en internet —suspiro—. Vivo con Stephen Hawking y no me di cuenta.

—Ay, Angge, nuestros hijos son unos raritos —murmura, sacando los platos de la alacena—. El otro día Charly me dijo que deberíamos tener un zoológico en casa para todos los animalitos sin hogar.

—Bueno, al menos Charlotte es tierna, Derek nos dijo durante la cena que a lo largo de la vida, una persona genera saliva suficiente como para llenar dos piletas de natación —la rubia frente a mí hace una mueca—. Sí, esa es la consecuencia de tener un hijo sabelotodo.

—Siéntete afortunada, en el futuro te robará dinero para comprar libros y no para drogas.

—Bueno, eso es cierto —me rio.

Prefiero mil veces que mi hijo se un adolescente extraño y un ratón de biblioteca a que sea un vago drogadicto.

—Por cierto, hablando de hijos... —musita y busca mis ojos—, ¿ya le dijiste a Demián?

—No, aún no —mordí una sonrisa—. Le diré esta noche. Será su regalo de navidad.

—Estoy tan emocionada y feliz por ustedes dos —me sonríe—. Felicidades por adelantado.

—Gracias.

Ya tenía mi plan, solo hacía falta llevarlo a cabo.

[...]

La cena fue lo mejor. Estar en familia siempre será lo más satisfactorio del mundo. Sentir todo ese amor que te rodea, saber que esas personas jamás van a fallarte y que te amarán incondicionalmente es asombroso.

Derek y Charlotte se divirtieron un montón en el jardín. Al llevarse tan solo dos años de diferencia, ambos se llevan muy bien. Son cariñosos el uno con el otro y siempre juegan al mismo nivel. Los niños son así, supongo.

Demián y Sebastián no hicieron más que hablar de negocios, como si no existieran más temas de conversación, de verdad que es estresante. Sin embargo, sé que ambos se echaban de menos. Eso pasa a menudo cuando tienen tiempo sin verse, así que lo dejé estar.

Por otro lado, Aiby me contó todos los detalles de sus vacaciones en familia. Al parecer, se divirtieron un montón, eso me hacía feliz.

Antes de media noche la familia McCain Whittemore se marchó a su humilde morada, dijeron que debíamos juntarnos para año nuevo y quedamos en planear algo divertido para nosotros y los niños.

Derek se durmió en los brazos de su padre que no tardó en llevarlo a la cama, mientras que yo ponía en marcha mi plan macabro.

—Cada día tiene en sueño más pesado —dice Demián volviendo a la sala, se sienta junto a mí en el sofá y suspira—. Le puso el pijama y ni siquiera se movió.

—Quema mucha energía durante el día, cuando llega la noche cae rendido —murmuro y encojo las piernas en el sofá—. Fue una buena navidad, ¿no crees?

—Lo fue —me sonríe, toma mi mano y juega con mis dedos—. No cambiaría estas fechas por nada.

—Claro —asiento—, pero pueden ser mejores.

Una de sus cejas se arquea y veo el deseo brillar en sus ojos de chocolate.

—¿Estás pensando lo mismo que yo? —me mira de manera subjetiva.

Suelto una carcajada, porque es tan divertido verlo así.

—No lo sé, Demián —saco una pequeña cajita rectangular del bolsillo de mi vestido y se la doy—. Dime tú si esto es lo que estabas pensando.

—¿Qué es? —sonriendo, ladea la cabeza.

—Tu regalo de navidad y de cumpleaños —digo con una sonrisa.

—Veamos que es.

Me muerdo el labio y espero nerviosa que vea el contenido de la caja. La sonrisa se borra de sus labios, no por desagrado, sino por sorpresa. Parpadea varias veces y luego me mira. En sus ojos veo la misma confusión, los nervios y la felicidad que hace tantos años atrás.

—Estás... —musita con la voz ahogada hasta que sonríe—. Mi amor, estás embarazada.

—Sí —susurré, sonriendo un poco—. Vamos a tener otro bebé.

Demián no espera otra palabra de mi parte cuando deja todo en la mesita del centro y tira de mi cuerpo al suyo. Y ahí, en medio de la sala de nuestra casa, con nuestro primer hijo durmiendo, aceptamos que nuestra familia será más grande.

En momentos así, aplaudo nuestras victorias, porque detrás de ellas hay sacrificios que muchos no saben, pero que son suficientes para nosotros.

Muchas historias pueden terminar con finales tristes, llenos de dolor o simplemente no acaban bien. Este no es el caso, porque este no es un final, este es un gran inicio.

Lo sé. O, como diría Demián Whittemore: Solo porque sí.







FIN

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