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9. Decisiones adversas y... ¿apresuradas?

22 años | Anggele

Junio


Me bajé del taxi casi volando luego de tirarle un par de billetes al conductor, corrí entre el montón de personas e ingresé al enorme hospital. Me acerqué con rapidez a la recepcionista que me miraba con el ceño fruncido, por mi rara carrera, supongo.

Tomo una lenta respiración y pregunté—: ¿Está aquí Sebastián McCain?

—Ehm, sí —asintió con recelo—. No puedo darle información si no es familiar.

—Soy prima política, creo que tengo derecho de saber el estado de salud de mi primo y verlo también —sentencié con más rudeza de la que pretendía emplear en mi tono de voz, pero estaba nerviosa y con un nudo en la garganta—. Ahora, señorita, ¿podría decirme el número del piso y la letra de la habitación en dónde se encuentra?

—Piso tres, habitación 4H. Es el pasillo de UCI —carraspea y me mira con los ojos bien abiertos.

—Gracias —le sonreí tensa y me di la vuelta para correr otra vez, solo que ahora hacia el ascensor.

Mi corazón latía con fuerza y no había dejado su carrera contra reloj desde el sábado por la tarde. Sebastián no me agrada mucho que digamos, pero verlo dar vueltas en aire dentro de un auto de F1 y explotar después... detuvo mi corazón. Sentí que me faltaba el aire y fui un mar de lágrimas por lo menos una hora después.

Llamé a Demián infinidad de veces, pero nunca respondió y sinceramente, estar en Miami no me facilitó mucho las cosas. Tenía trabajo, y aunque quise dejar todo botado, no pude. Maldito sea mi puto jefe. Nunca había odiado tanto mi trabajo como estos últimos tres días.

Salgo disparada del elevador cuando las puertas se abren, mis pasos advierten al policía que está en el inicio del pasillo, que interrumpe mi andar.

—Señorita, no puede pasar —se interpone nuevamente cuando intento moverme.

—¿Cómo que no? —frunzo el entrecejo, ya sintiéndome exaltada.

—Solo personal familiar puede ingresar —informa sin expresión alguna, todo profesional y protocolario.

—¡Soy la novia de su mejor amigo! —exclamo histérica y el oficial abre sus ojos un poco más—. Permiso.

No pone objeciones esta vez, ruedo los ojos en su dirección, dándole mi mirada asesina. Cuando estoy a mitad de camino, una puerta se abre y Demián sale de esa habitación. No sé percata de mi presencia hasta que cierra la puerta detrás de sí y levanta la mirada.

No sé que siento al ver sus ojos marrones llorosos y enrojecidos, pero no es un sentimiento grato. El corazón se me parte en dos cuando da dos pasos en mi dirección y se detiene, soy yo quien acorta la distancia y lo abrazo. Su respiración se corta cuando esconde su rostro en mi cuello y sus manos se aprietan en mi espalda, aferrándose a mí como si fuera su único salvavidas en medio de un atemorizante océano.

—Todo está bien —susurro, acariciando con suavidad los cortos cabellos de su nuca—. Ya está bien, todo está bien.

Respira profundo, siento la humedad de su tristeza rociando mi piel y solo quiero fundirme con él y minimizar su dolor.

—Ven, sentémonos aquí —me alejo un poco, lo veo fruncir un poco el ceño, pero no dice nada cuando tiro de él hacia las sillas. Me siento a su lado y sujeto su rostro entre mis manos, seco sus lágrimas sin dejar de verlo a los ojos—. Perdón por no venir antes, quise tomar un avión apenas los supe, pero...

—Lo sé —toma mis manos entre las suyas solo para llevárselas a los labios y besar mis nudillos—. Todo está bien, ya estás aquí que es lo importante.

—Yo... No sé que decir —admito en un susurro—. No soy buena dando consuelo.

Demián sonrió, dejó mis manos libres para sujetar mi rostro con las suyas, besó castamente mis labios y suspiró.

—Tú eres mi consuelo —susurra contra mis labios y no dudo en abrazarlo.

—¿Cómo está Sebastián? —cuestiono—. En las noticias no dijeron casi nada después del accidente y de verdad me daba miedo buscar en internet y encontrarme con algo que no quería.

—Lo tienen en coma inducido —suspira—. El golpe en su cabeza fue muy fuerte, estuvo despierto dos horas antes de llegar al hospital de Palermo, pero después se desmayó y no volvió a dar señales de querer abrir los ojos de nuevo. Los doctores están haciendo lo posible, pero no dan luz verde a qué despierte.

El corazón se me detuvo por milésima vez en los últimos días, tragué el nudo en mi garganta y solo pude repetir en mi cabeza una y otra vez: «Que esté bien, por favor. Que Sebastián esté bien».

—Él estará bien —aprieto su mano y le regalo una sonrisa tranquilizadora—. Sebastián es un hombre muy exasperante, debe seguir fastidiándote toda la vida, ¿okey?

—Okey —me sonrió y besó mi frente antes de rodear mis hombros con su brazo—. Te he extrañado.

—Me duele admitirlo en voz alta, pero yo también te extrañé —sonrío y beso su mejilla—. Te llamé todos estos días...

—No sé dónde está mi teléfono —murmura, apoyando su mejilla en la cima de mi cabello—. No tengo cabeza para nada más.

—Me imagino —me acomodo a su costado—. Yo tampoco pude concentrarme en nada cuando supe lo que había ocurrido.

—Sí, fue catártico —musita y besa mi mano.

Trato de controlar mis emociones para no tirarme a llorar ahora mismo, odio sentirme así, como si tuviera un puño de espinas dentro de mí corazón.

La puerta vuelve a abrirse, solo que esta vez la que sale es Aibyleen, con los ojos igual de rojos y nublados que su hermano. Suspira y cierra la puerta en silencio, me pongo de pie y voy a su encuentro para darle un fuerte abrazo.

—¿Estás bien? —pregunto en su cabello.

—Sí, solo algo contrariada —se aleja y me sonríe—. Creo que necesito aire.

—¿Puedes acompañarla? —me pregunta Demián levantándose también—. Iré por un café, me duele la cabeza.

—Está bien —le dice su hermana—. Me iré apenas hable con Anggele, ¿sí?

—Bueno —se abrazan con mucha fuerza y noto el amor que desprenden el uno por el otro—. Te amo.

—Y yo a ti —se aleja de él y viene conmigo—. ¿Me acompañas a la azotea?

—Claro, vamos —asiento hacia la rubia y sonrió hacia Demián antes de alejarme con su hermana—. ¿No quieres un café?

—No soy muy fan del café —suspira y ambas entramos al ascensor—. Solo quiero respirar un poco.

Nos quedamos en silencio y salimos cuando el elevador se detiene, Aibyleen canina hacia el borde, apoyando las manos en el muro de concreto. Cierra los ojos y sacude la cabeza.

—Estoy mareada —susurra.

—¿Quieres que busquemos un doctor o algo? —froto su espalda con suavidad y ella niega.

—No, es normal —asegura—. Es solo que estoy un poco descompensada por lo de la PTI.

—¿La qué? —frunzo el entrecejo, Aiby se ríe.

—Purpura trombocitopénica idiopática —respondió, subiendo la manga de su blusa para mostrarme un hematoma que tenía en el brazo—. Es un trastorno que ataca a una de cada cien personas.

—Ah, con razón no lo había escuchado nunca —se ríe ante mis palabras—. ¿Estás segura de que estás bien?

—Sí, estoy bien, no te preocupes —respira profundo varias veces hasta que sus ojos se posan sobre Nueva York, fría y húmeda. Nublado como el estado de ánimo de todos—. Que manera tan rara tiene la vida de darnos lecciones, ¿no? En un momento lo tenemos todo y al otro... simplemente ya no.

Su vista se queda fija en el horizonte y algo en mi cabeza comienza a trabajar, intento encajar cosas hasta que doy justo en el clavo, pero no digo nada, me quedo en silencio.

—Sebastián es muy importante para ustedes, ¿no es así? —apreté su mano.

—Al principio, solo era el amigo de Demián, con el tiempo... solo se convirtió en familia —musita—. No entiendo cómo es que todo esto sucedió, nunca pensé que llegaría a este extremo. Demián dijo que lo había estado intentando, que ya no bebía como antes, que ya no... salía como antes —dice en un susurro, apretando los dientes—. Los médicos solo dicen que es poco probable que despierte otra vez... ¿Sabes cuántas cosas grandes tiene por hacer? ¿Las metas que debe cumplir? ¿Lo destrozados que estarán sus padres? ¿Y Demián? Oh, Demián. Había tantas cosas que quería decirle y ahora... —se queda en silencio otra vez, respira hondo un segundo y después abre los ojos para verme—. Cuando una persona es indispensable para ti, es importante decírselo.

Trago el nudo de espinas que se aloja en mi garganta al mismo tiempo que Aibyleen se gira hacia mí completamente y sujeta mis manos.

—Sonaré entrometida, lo sé, pero debo hacer esto...

—Aiby...

—No sé que tengas con mi hermano, si su extraña relación es algo semiserio o serio en su totalidad, pero él jamás ha sido tan feliz como cuando está contigo —se muerde el labio cuando este empieza a temblar—. No sé lo que sientes por él, pero sí sé lo que Demián siente por ti. Es mi hermano, lo conozco desde que tengo uso de razón.

—Aibyleen, yo no sé... —trato de decir algo, pero me interrumpe.

—Si sientes algo fuerte por él, algo que es mucho más grande que tú y muchísimo más grande de todo lo que tú cuerpo puede llegar a sentir... solo díselo. En algún momento puedes estar a punto de perder a esa persona y entonces será demasiado tarde.

Esta tarde he descubierto dos cosas; la primera, a Aibyleen le gustaba Sebastián de un modo que no era capaz de admitir, y la segunda, mi rara relación con Demián había llegado demasiado lejos.

[...]

Observo a Demián dormir a mi lado, por alguna razón ninguno de los dos se quitó la ropa, supongo que era algo práctico de acuerdo a las circunstancias. Ese hecho me heló la sangre, pensar siquiera que en cualquier momento sonaría el teléfono para darnos malas noticias, era realmente escalofriante.

Demián había conseguido conciliar el sueño hace más de dos horas, casi exactamente cuando llegamos a su casa y tocó la almohada, estaba cansado y no lo culpaba.

Él se encontraba de perfil y yo también, frente a frente.

Me dediqué a observar su rostro en la penumbra, sus pestañas largas rozando sus pómulos y sus labios llenos, su nariz recta, su mandíbula cincelada y cubierta por esa fina barba que me daba cosquillas. Demián Whittemore era el hombre perfecto y él parece no saberlo.

Es tierno, atento, considerado, amable, caballeroso, guapo, inteligente y cariñoso. Sí, era la mujer más afortunada de la puta Tierra. Pero, ¿qué hace Anggele Stevenson en estas situaciones? Mandarlo todo a la mierda.

Estoy cagada de miedo, el corazón me late muy fuerte que temo que se detenga en cualquier momento, soy capaz de escuchar su palpitar en mis oídos. Tal vez esto no es lo quiero hacer, pero es lo que mi cerebro me indica. Sin saber muy bien lo que hago me levanto de la cama con mucho cuidado, me pongo los zapatos y rebusco algo en la habitación para dejar mi explicación.

Algo que me gusta que Demián sea empresario, es que tiene pequeños memitos por todas partes y hasta hojas de papel por doquier. Me apoyo contra la mesita de luz y empiezo a escribir lo que pienso, lo que siento y las emociones que me envuelven.

Las lágrimas caen espesas por mis mejillas, las manos me tiemblan y tengo que morderme el labio inferior para no revelar mi desosiego. Cuando termino doblo la hoja y sobre la almohada vacía, me trago los sollozos y dándole una última y eterna mirada al hombre de mis sueños, salgo de la habitación.

¿Soy una desgraciada? ¿Una loca neurótica y traumada? Sí, tal vez sea todo eso y mucho más, pero no hay nada que pueda hacer contra ello.

Solo hay una explicación para lo que hice; estoy enamorada y como toda persona adulta y responsable, saldré corriendo.








Solo diré: Sorry not sorry.

¡Los amo! No me odien, please. 🥺❤️

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