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59. El principio de algo más grande.

31 años | Demián

Septiembre

Un año después...

Cuando tenía dos años y algunos meses, una pequeña rubia irrumpió en mi vida, puso mi hogar patas arriba y eso no me gustó nada. Bueno, la verdad es que no recuerdo mucho, pero según lo que mis padres me contaron yo era muy celoso. Pero, ¿qué niño no lo sería? Lo tenía todo y de la nada, un nuevo integrante de la familia viene a robarme cincuenta por ciento de la atención.

No obstante, aquel recelo hacia mi hermana no duró mucho, fue cuestión de tiempo para que esos ojos azules, cabello rubio y sonrisa de ángel me robara el corazón. No recuerdo muy bien cuando empecé a amarla, lo que sí sé es que sigo haciéndolo y lo haré hasta el final.

—¿En serio esto está pasando? —cuestiono, mirando a Aiby con su vestido de novia.

—¿Que me voy a casar o que me voy a casar con tu mejor amigo? —ladeo la cabeza y me mira a través del espejo.

—Ambas —acepto y ella se ríe—. Me refiero a todo esto. ¿Cuándo creciste tanto?

—No lo sé, aquí el anciano eres tú —me saco la lengua.

—Te estás juntando mucho con Sebastián —gruño.

—Bueno, ahora me casaré con él —se encoge de hombros.

—Peor aún —me rio—. Está preciosa.

—¿Tú crees? —se gira para mirarme.

—Claro que sí —asiento, me levanto del sofá y me acerco a ella—. No recuerdo muy bien cuando naciste, pero eres el mejor regalo que he recibido nunca.

—Ay, no, Demián, no te pongas lacrimógeno —se ríe, pero intenta secarse los lagrimales—. Me harás llorar a mi también.

—¿Quién dijo algo sobre llorar? —le quito hierro al asunto dándole un abrazo—. Estoy orgulloso de ti.

—Gracia. Te amo —me aprieta con fuerza y después se aleja—. ¿Dónde está Anggele?

—Afuera con Derek, dice que no quiere verte hasta que salgas —le explico—. Quiere sorprenderse.

—¡Pero si ella me ayudó a elegir el vestido! —exclama divertida.

—Ya sabes cómo es, está loca —murmuro en voz baja.

—¿Ella sabe que le dices así a sus espaldas? —mi hermana arquea una ceja en mi dirección.

—Si lo estoy diciendo lejos de su presencia es porque no lo sabe —aclaro y eso le saca una carcajada—. Bueno, ya casi es hora.

—Sí, sí. ¡Que nervios! —chilla con emoción.

—Te dejo para que termines de arreglarte —beso su mejilla—. Te amo.

—Yo te amo mucho más.

La veo sonreírme una última vez y al salir de la habitación, me encuentro con mi madre a un segundo de entrar. Esta me sonríe con cariño y con algo más que solo emoción ingresa a la habitación.

Sí, con esto fue con lo que conviví muchos años hasta los dieciocho, debo admitir que no sé que sería de mí son haber presenciado todo esto.

—¿Listo para la acción? —le pregunto a Sebastián cuando lo encuentro en la cocina.

—No —frunce el entrecejo—. Si, de hecho, sí estoy listo. Mierda, estoy nervioso.

—¿Recuerdas el día de mi boda? —arqueo una ceja hacia él—. ¿Cuándo no dejabas de burlarte...?

—Cállate, Demián, ¿quieres? —bufa, rodando los ojos—. Eres el peor amigo del mundo.

—Mira quien lo dice —le muestro el dedo medio.

—Imbécil —se paso las manos por el rostro y suspira—. Desde ayer estoy pensando en que carajos hice para merecer a tu hermana, pero no se me ocurre nada.

—A mí se me ocurren unas cosas —sirvo dos vasos de whisky y le doy uno, porque lo necesita.

—Gracias. ¿Qué cosas?

—Bueno, la viste cuando nadie más lo hizo, eso es suficiente —sonrío, recordando la primera vez que Sebastián fue a nuestra casa en Australia.

Estaba tan nervioso, decía que era demasiado arrogante como para caerle bien a mi familia...

—¿Puedes quitar esa cara? —lo miro, tiene el ceño fruncido y una expresión de horror pintada en el rostro—. No estamos entrando al infierno, ¿de acuerdo?

—¿Estás seguro de esto? —preguntó, sin embargo—. Puedo quedarme en un hotel, lo sabes.

—¿Crees que te dejaré ir a un hotel teniendo aquí espacio suficiente? ¡Estás loco! —me rio, tiro de la manga de su suéter negro hasta hacerlo entrar—. ¿Mamá? ¿Papá?

Silencio. Absoluto silencio. Que extraño, ellos sabían que vendríamos.

Cuando hice una mueca, Beatriz apareció.

—Niño Demián, que bueno que ya llegó —dice, sonriendo con ese habitual cariño que nos tiene a mi hermana y a mí.

—Gracias, Bea —le devuelvo el gesto—. Por cierto, él es Sebastián, pasará las vacaciones con nosotros.

—Ya estoy enterada —dice ella, asintiendo hacia mí amigo—. Bienvenido.

—Gracias —carraspea Sebastián a mi lado.

—¿Dónde están todos? —pregunto.

—Su madre insistió en ir al supermercado a comprar y su padre en el trabajo —responde ella—. Si me necesita, ya sabe dónde encontrarme.

Se retira como siempre, casi corriendo.

—Bueno, se retrasó la presentación —le dije al pelinegro—. Es tu día de suerte.

—Ya estoy estresado —ambos nos reímos, hasta que escucharnos pasos en el piso superior.

No hace falta preguntar quién es.

—¿Mamá, escuchaste? ¡Demián ya llegó! —exclama esa dulce voz y corazón salta de alegría.

Hace tanto que no la veo.

A lo lejos la veo bajar las escaleras corriendo, pero nota mi presencia en la sala antes de terminar su recorrido. Abre mucho sus ojos y grita, antes de correr directamente hacia mí.

—¡Has llegado, has llegado! —me abraza con fuerza, como si fuera a desaparecer.

—He llegado —le digo, beso su pelo y la obligo a apartarse. Va descalza, tiene puesto un vestido azul cielo y dos trenzas adornan su cabello rubio ahora un poco más corto que antes—. Te extrañado un montón.

—Y yo a ti —me sonríe, pero si emoción se ve interrumpida por la sorpresa al notar al intruso a unos pasos de nosotros.

—Aibyleen, este es Sebastián, mi amigo del que te hablé —paso el brazo por los hombros de mi hermana mientras le presento a mi mejor amigo—. Se quedará todas las vacaciones con nosotros, aunque diga que quiere ir a un hotel.

Ambos se mirar por una eternidad, no es hasta que Aiby sacude la cabeza y, aún sonrojada, le da la mano a Sebastián.

—Es un placer —le dice ella, sin dejar de verlo.

—Lo mismo digo.

En ese momento no supe que significaba esa mirada. Lo interpreté como la timidez de Aiby al estar frente a un extraño, al mismo que tiempo, en el caso de Sebastián al estar en un lugar desconocido.

Cuan equivocado estaba.

—Ella me cambió la vida, Demián —dijo mi amigo, como si me hubiera leído la mente y supiera exactamente lo que estaba recordando—. Desde que la vi por primera vez, todo mi mundo se puso de cabeza. Creo que la amo desde entonces.

—¿Por qué nunca me lo dijiste? —saqué a relucir esa duda. Al ver su confusión, me apresuro a aclarar—. Quiero decir, desde el principio, cuando supiste que te gustaba... ¿Por qué no me lo contaste?

—No lo sé —se encoge de hombros, mirando el contenido ambarino en su vaso—. Creo que, al no tener nada certero, decidí solo dejarlo para mí. Además, eres mi mejor amigo, sentí que, con tan solo pensar en tu hermana menor te estaba faltando el respeto —se ríe y sacude la cabeza—. Luego pasaron los años y solo me conformé con tenerla cerca. Verla feliz me hacía feliz. Ver cómo crecía, como su horizonte se expandía, como el mundo la conoció y la amo desde el primer momento... Todos esos momentos me hacían bien. Era suficiente.

>> Después nos encontramos en Los Ángeles luego de mucho tiempo sin vernos, fue catártico para mí, ¿sabes? En ese momento lo supe, cuando la vi de nuevo. Ella era el amor de mi vida. Aibyleen era todo lo que necesitaba y ni siquiera pude darme cuenta desde el principio, solo en ese momento.

Verlo así, tan enamorado de mi hermana, despeja mi mente de cualquier otra duda.

—Eso es suficiente para mí —le sonrío—. ¿No has pensado que tal vez, el que seamos amigos solo fue la vía para que conocieras a Aiby? Digo, no puedo imaginar a mi hermana con otro hombre que no seas tú. Todo eso tuvo que contribuir, ¿no crees? Eres mi mejor amigo, confío en ti más que en cualquier otra persona en este mundo.

—Me alegra saber que me apoyas —dice.

—Siempre lo haré —le doy un apretón en el hombro—. Pero si haces llorar a mi hermanita te corto las pelotas.

—Ya estabas tardando en decir algo así —se ríe—. La cuidaré con mi vida.

—No espero menos de ti.

Eso era cierto, mi hermana era lo más importante para mí, si su felicidad estaba con mi mejor amigo, yo no tenía objeciones al respecto.

[...]

Atraigo a mi esposa hacia mí, maravillándome con su preciosa sonrisa. Le doy un beso rápido y la hago girar sobre su eje, luego la rodeo con mis brazos.

—No puedo creer que estemos aquí —me dice, rodea mi cuello con sus brazos y mira a nuestro alrededor—. La boda de Aiby y Sebas.

—Yo tampoco podía creerlo, pero ya entendí como son las cosas —murmuré, sin dejar de ver su rostro.

—¿Y como son?

—La felicidad se representa de muchas maneras; en un trabajo, en una oportunidad, en una mascota, o en la mayoría de sus casos, en una persona —sonreí—. La felicidad de mi hermana es Sebastián, y viceversa. Es por eso que estamos aquí, para presenciar la felicidad en su máximo esplendor.

—Aiby se lo merece, después de todo, siempre lucho por ser feliz —dijo ella suspirando—. Sebastián en un buen hombre, sé que dará lo mejor de sí para ser el mejor esposo del mundo.

—Yo también lo creo —le digo, capto un movimiento a nuestro alrededor y miro por sobre su hombro—. Nuestra felicidad personificada viene corriendo hacia acá.

—¡Cielos! —susurra Angge, asustada, como siempre.

Desde que Derek puso los pies en suelo por primera vez, en lugar de caminar se echó a correr, logrando que Anggele viva muerta de miedo de que se caiga o algo peor.

—¡Mami! ¡Papi! —lo atrapo en mis brazos cuando se lanza en mi dirección.

—¿Por qué corres? Te vas a caer y a mamá le va a dar un infarto —lo reprende Anggele, haciéndole cosquillas—. Basta de correr como loco, ¿entendido?

—Sí, mami —le sonríe, mostrándole los pocos dientes que tiene.

Angge llena de besos la cara de nuestro hijo, haciéndolo reír.

Yo solo me maravillo con la imagen, con esto que tanto queríamos y que hoy tenemos. ¿Qué más puedo pedirle a la vida? Tengo todo lo que alguna vez soñé y estoy agradecido por eso.

—Que tanto miras, ¿eh, Whittemore? —pregunta la rubia quitándome a Derek de los brazos.

—Nada, solo estoy pensando.

—¿En qué? Si se puede saber, claro —arquea una ceja.

—Esto es solo el principio de alto más grande, ¿sabes? —le sonrío— Y, claro, siempre supe que estaríamos juntos.

—¿Solo porque sí?

Solo porque sí.







FIN

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