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56. Ya es hora.

30 años | Demián

Julio

Ibiza, España.

Observo a Anggele de pie en el balcón de la habitación, sus ojos están cerrados y sé que es debido a la luz del sol. Tenía un vestido verde de tirantes e iba descalza, como últimamente. Su ceño se fruncía a la vez que sus manos se paseaban por su vientre, supe de inmediato que Derek se estaba moviendo.

Sonreí, porque esta era una visión que quería recordar para toda la vida.

Me acerqué a ella con lentitud, la abracé por la espalda y coloqué mis manos sobre su abultada panza.

—¿Aún se sigue moviendo? —le pregunté.

—Mmh, no se ha quedado quieto desde hace un buen rato —suspira y apoya su cabeza sobre mí hombro—. Ya no es divertido.

—De seguro está feliz de estar aquí —sonreí y besé su cuello, haciéndola reír.

Grand Palladium White Island Resort & Spa —murmura, sacudiendo un poco la cabeza—. A veces, Demián, creo que tienes más dinero que sentido común.

Sonreí ante sus palabras, porque sí, cuando se trata de ella, los gastos son lo de menos. Amaba verla sonreír, tan contenta y viva. Cuando llegamos, hace una semana, sus ojos brillaron de una manera que me dejó el corazón latiendo enloquecido como por cinco horas.

Amo ver esa mirada.

—Te lo dije hace un montón de tiempo, ¿no? —presioné mis labios contra su mejilla—. Lo mejor para ti.

—Sí, lo recuerdo —sonríe e inclina ligeramente la cabeza para atrás—. Te amo.

—Y yo a ti —besé sus labios hasta que ella se alejó y se quejó, llevándose las manos al vientre de nuevo—. ¿Todo bien?

—Me va a romper una costilla un día de estos —respira hondo y sacude la cabeza.

Los movimientos bruscos de Derek tenían ya un tiempo bastante prolongado. Podía estar quieto por horas y luego convertirse en una licuadora humana dentro de Anggele, según me contaba ella. Me preocupaba, sin embargo, el doctor decía que era algo normal en esta etapa del embarazo, más cuando nuestro bebé ya estaba en posición para nacer.

A veces, mientras Anggele estaba dormida, notaba como hacia gestos de incomodidad y hasta de dolor, cuando colocaba mi mano en su vientre, Derek se movía con fuerza.

—Dios, me duelen los pies —se queja, removiéndose entre mis brazos. La suelto y ella se gira hacia mí—. ¿Qué?

—Te amo —le digo, acercándome para darle un casto beso.

—Y yo a ti —se ríe y me esquiva para entrar a la habitación.

Anggele se sienta en la cama y se deja caer de espaldas sobre la misma, cierra los ojos y suspira con pesadez. Repito el mismo procedimiento, incapaz de alejarme de ella mucho tiempo, sujeto su mano entre las mías y le doy un beso en los nudillos.

—¿Alguna vez creíste que terminaríamos así? —cuestiona de repente, arrancando mi mirada de sus anillos.

—¿Casados? —la veo a los ojos.

—Sí —se muerde el labio inferior—. Luego de todo lo que pasamos... estar así es algo un poco increíble, ¿no, crees?

—Sí, un poco —me rio ante su expresión—. Me da gusto todo esto, ¿sabes? Después de todo, tuvimos nuestro final feliz.

—No, este es nuestro comienzo —me sonríe, con los ojos brillantes y esa belleza suya que tanto me gusta.

—Tienes razón —besé su mano otra vez.

—Es genial que Sebastián le haya pedido a Aiby que se mudara con él —murmura ella—. Creo que, después del leve roce que tuvieron hace unas semanas, esto es gran avance.

—Sí, me agrada la idea —asiento, haciéndome la idea que mi hermana ya no va a vivir conmigo—. Ya estoy listo para dejarla ir.

—Sebas es un buen hombre —me dice Angge—. Aibyleen es una guerrera y, si Sebastián se pone idiota, ella lo pondrá en su lugar. Aunque, pensándolo bien, no creo que eso pase. Ellos se aman tanto que dudo mucho que peleen.

Sonrío porque ella tiene razón. Es más, creo que hasta pierdo el tiempo pensando de más. Mi hermana es una mujer excepcional y mi mejor amigo es el mejor hombre que he conocido jamás, ambos tienen la madurez suficiente para que su relación funcione.

—Quiero darme un baño, ¿vienes conmigo? —se apoya en un codo y me mira.

—¿Es una invitación o una orden? —arqueo una ceja, empezando a jugar.

—Mmm, déjame pensar —se da golpecitos en el labio con su larga una pintada de blanco—. Puedes tomarlo como una invitación, pero, de mi parte, es una orden.

Sonrío, le paso los dedos por el brazo con suavidad.

—Si no tengo otra opción...

[...]

—¡Ay, Demián, no! —ríe y da un par de pasos a velocidad Angge-embaraza para huir de mí—. ¡Déjame!

—Cuando estábamos en el baño no te quejabas —me burlo, alcanzándola un segundo después—. Ven acá.

—No —me señala rotundamente, entrecerrando los ojos hacia mí—. Estás loco, no me toques.

—¿Por qué no? —consigo sujetar su mano y tirar de ella suavemente—. Angge...

—Tengo frío, ¿de acuerdo? —se abraza a sí misma con su brazo libre.

—¿Quieres que volvamos a la habitación? —la rodeo con mis brazos, buscando la posición perfecta para que Derek no se interponga entre nosotros.

—No, está bonito aquí afuera —susurra, apoyando su rostro en mi pecho.

Era cierto, el atardecer en Ibiza era una cosa increíble. Realmente, traerla aquí fue la mejor idea que tuve en mucho tiempo.

—¿Podemos quedarnos aquí para siempre? —cuestiona.

—Podemos quedarnos el tiempo que quieras —beso su sien.

—Me gusta estar aquí —sonríe, echando la cabeza para atrás—. Te amo.

—Y yo a ti.

—En serio, hace frío —se queja, removiéndose para abrazarme con fuerza.

—Solo tú tienes frío —acaricié sus brazos de arriba abajo, sintiendo su piel erizada y algo tibia—. ¿Te sientes bien?

—Sí, solo estoy cansada, tengo frío y me duelen los pies —refunfuña, hace un puchero con los labios que me llena de ternura—. Ahora sí quiero volver a la habitación.

—De acuerdo, vamos —beso sus labios una última vez y entrelazando nuestras manos, caminamos hacia el hotel de nuevo.

Con lentitud y algo de desgana conseguimos llegar a la habitación, Anggele suspira constantemente y se lleva las manos al vientre más de la cuenta. La pierdo de vista cuando entra al baño y es cuando me permito pensar que estará pasando con ella.

Tal vez es por el embarazo, ya estamos entrando al octavo mes y el doctor dijo que el cansancio era algo normal. Intento decirme a mí mismo que no debo preocuparme por nada y que es algo natural.

—Me pregunto si ya se habrá pasado el olor a pintura del cuarto del bebé —murmura al salir del baño.

Con una sudadera enorme y un short corto hace su camino a la cama, se acuesta y cierra los ojos.

—Es lo más probable —asiento, yendo hacia ella.

—Eso espero —suspira—. Aunque aún faltan un mes más para que llegue Derek.

—Estoy seguro que cuando el bebé nazca, el cuarto estará perfecto —me recuesto junto a ella y la cubro con el edredón. Beso su frente—. ¿Por qué no duermes un rato?

—Eso estaría bien —me sonríe—. Ven, duerme conmigo.

—Okey —me acomodo junto a ella y la recibo entre mis brazos.

Me concentro en como si respiración se vuelve más ligera con el pasar de los minutos, inhalo el dulce ahora que desprende su piel, dejo que mis dedos se pierdan en las suaves hebras de su cabello.

En algún momento cierro los ojos y...

—Ay, no puede ser —parpadeo cuando siento el movimiento incesante de algo a mi lado.

Abro los ojos al sentir la luz entrar por alguna parte de la habitación, frunzo el ceño al ver el sol en el balcón.

—¿Qué hora es? —cuestiono, sentándome un poco aturdido.

—Casi las diez de la mañana —suspira Angge, con una mano en el vientre y una expresión de dolor.

—¿Estás bien? —le pregunté, alarmado.

—Sí, es solo... ah —se queja, muerde su labio inferior y se arrastra hasta sentarse en la orilla de la cama.

Mi cuerpo se tensa y la preocupación emerge de los más profundo de mi ser.

—Angge...

—Está bien. Estoy bien —dice como si le faltase el aliento—. Lo más probable es que sean las famosas contracciones de Braxton Hicks.

—¿Estás segura? —me acerco a ella, totalmente despierto.

Ignorando el hecho de que, prácticamente, hemos dormido desde las cinco de la tarde del día de ayer. Pongo mi mano en su hombro y frunzo el entrecejo al notar que está caliente.

—Amor, estás ardiendo en fiebre —le digo, quito el cabello de sus hombros y sujeto su rostro entre mis manos.

—Estoy bien, de verdad —me sonríe, pero el gesto no toca sus ojos—. No te preocupes, ¿sí? Estoy...

—Debemos ir al hospital —me pongo de pie.

—Demián, no iré a ningún hospital y mucho menos veré a un médico que no es el mío, ¿de acuerdo? —espeta, ahora con su usual temperamento. Intenta ponerse de pie y debo ayudarla en el proceso—. De todos modos, no es nada, ya se me pasará y todo esto ser una perdida... ¡Ay!

Su cuerpo se encorva ligeramente hacia mí, apretando mis manos. De pronto, todo mi sistema nervioso es un caos. Estoy molesto, nervioso, asustado, frustrado y me siento muy impotente.

—Oh, por Dios —jadea, cerrando los ojos—, esto duele horrible.

—Estas no son contracciones de Braxton Hicks, Anggele Stevenson —digo entre dientes, tratando de explotar frente a ella.

—No iremos a un hospital de aquí, Demián —sisea ella se vuelta, mirándome a los ojos.

—Entonces nos iremos a casa —la ayudo a sentarse otra vez, ignorando su mirada enojada—. No pienso discutir sobre esto...

—Estás actuando como un loco paranoico, ¿te das cuenta? —no deja de tocarse el vientre y estoy convencido que si expresión no es más que dolor contenido—. Demián...

—Nos vamos a casa y ya está —digo rotundamente.

Me acerco a la mesita de noche, tomé el teléfono y mientras buscaba el número de Sebastián, el miedo volvió cuando Anggele se quejó más fuerte.

No tenía que esperar a que alguien me dijera, simplemente lo supe. Mi corazón me lo dijo.

Ya es hora.

—¿Bueno? —contestó y escuché la sorpresa en su voz.

—¿Dónde estás? —pregunté, sabiendo que ya eran las seis de la tarde allá en Nueva York.

—En la oficina —respondió confundido—. ¿Por qué?

—Necesito que envíes el jet ahora —dije con rapidez, sin detenerme a pensar las cosas con claridad.

Necesito llevar a Anggele a Nueva York.

—¿Qué? ¿Ya te odian? —se ríe, burlándose de mí.

—No, es otra cosa, pero en serio necesito que lo hagas, Sebastián.

Mi estrés se hizo notar en el tono de mi voz.

—Okey, okey, calma —se ríe otra vez—. Lo haré.

—Lo más urgente que puedas, por favor —le pido, ya hasta el borde de los nervios al ver cómo la rubia se sigue quejando incómoda.

—¿Está todo bien? —fue entonces cuando escuché la seriedad en su voz—. ¿Ustedes están bien?

—Anggele tiene contracciones —susurré—. El bebé ya viene.






¡AAAAAAAAAAHHHHHHHH!

Que alegría, que felicidad.

No sé, pero a mí me encanta escribir estos momentos.

¿Qué les pareció el capítulo?

¡Voten y comenten muchooo!

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