54. Regalo de bodas.
30 años | Demián
Junio
La tensión estaba presente en el ambiente y yo me estaba volviendo loco, literalmente. No sabía que hacer o como actuar, había tenido que lidiar con los muchos cambios de humor de Anggele, pero no con esto.
Mi novia, la mamá de mi hijo, está envuelta en las sábanas de nuestra cama, hecha un mar de lágrimas por la muerte de su padre. Sabía que esto pasaría, pero no creí que le afectaría tanto.
Javier llamó hace unas horas, cerca de las ocho de la noche y desde entonces, Anggele no ha parado de llorar. Me cuesta mucho verla así, es como si me abrieran el pecho en dos y lo incineraran. Entonces, me pregunto cómo es qué ella está así, después de todo. Y, como casi siempre, tengo la respuesta, ella tiene el corazón más sensible de todos.
Me acerco a la cama con lentitud, escuchándola sollozar lo más bajito que puede. Parece un bollito envuelta en la sábana azul, tiene los ojos hinchados de tanto llorar, la nariz enrojecida y los labios también. Me acuesto a su lado, le aparto los mechones rubios que se pegan a sus mejillas por las lágrimas.
—Sé que no... que no debería estar... llorando, pero... —se le quiebra la voz en cada palabra, yo solo me dedico a acariciar su cabello con suavidad—. Me duele, Demián... y no sé por qué... es...
—Shhh —me inclino sobre ella y beso su frente—. No tienes que explicar nada. Lo que sientes, lo entiendas o no, está bien.
—Pero ¿por qué? —hipa y cierra los ojos—. Él nunca estuvo ahí, ¿por qué debo llorar por su muerte?
—Porque eres la persona más pura que conozco —susurro, repasando sus mejillas húmedas con mis dedos—. Sé que piensas que no eres empática y mucho menos sensible, pero yo sé que sí. Por eso te duele, porque sientes y muchísimo.
Los sollozos se hacen cada vez más constantes y a mí se me parte el alma. Quiero ponerme en su lugar y quitarle todo lo que está sintiendo en este momento.
—Lo esperé, ¿sabes? —dijo, rocé el nacimiento de su pelo con mis labios, intentando sentirla más años—. Durante mucho tiempo, cuando aún era una niña... Yo lo esperé por muchos años, pero él no volvió. Cuando crecí y entendí todo, supe que ya no debía esperarlo más porque solo me lastimaba a mí misma... Lo dejé atrás, pero aún siguió doliendo. En el fondo.
—A veces, nunca podemos dejar de lado todo lo que nos hace daño —susurro—. Muy en el fondo siempre seguiremos sintiendo lo mismo. Con el tiempo, las heridas sanan, pero siempre quedan cicatrices.
—Tú has sanado todas mis heridas, Demián —suspirando confesó.
—Y tú sanaste las mías, Anggele —sonriendo admití.
La sentí cerrar los ojos y soltar dos lágrimas más en señal de agonía.
—No quiero llorar por él —busco la manera de acomodarme junto a ella y abrazarla. Su cuerpo cubierto por las sábanas se amolda al mío y su mejilla se apoya en mi pecho—. No quiero que me duela... ¿Y si me siento así para siempre?
—Pasará, amor —beso su frente—. No tienes nada que te pueda atormentar, por eso pasará.
—¿Entonces por qué estoy llorando? —cuestiona con voz ahogada.
—Porque tienes un gran corazón —le aseguro, su rostro se levanta y me observa a los ojos. El color azul en los suyos brilla y resalta a más no poder—. Tienes un hermoso corazón, Anggele, no lo olvides nunca.
—Ves cosas en mí que yo no puedo —musita con melancolía.
—Todo el mundo lo ve —aseguro, sosteniendo su precioso rostro entre mis manos—. Tu madre lo sabe más que nadie, Aiby también. Sebastián, a su manera, te quiere un montón, mis padres te aman —sonrío al ver sus mejillas rojas—. Yo te amo, Anggele. Con todo mi corazón y te juro que no hay nadie en este mundo que te vea tal cual, y como eres, porque descubrí que solo me has mostrado tus mejores virtudes a mí. No sabes lo afortunado que soy por tenerte.
Hace un puchero y apoya su mejilla en mi hombro, ya no llora, solo respira entrecortado.
—Hace una semana invité a Javier a nuestra boda —susurra—. Ahora no vendrá... Yo quería tenerlo aquí.
—Necesitará tiempo para convivir con su dolor —le digo—. Te aseguro que él te desea lo mejor.
Anggele permanece en silencio por lo que parecen horas y yo empiezo a volverme loco. Literalmente, odio verla así, tan triste y decaída. No sé que hacer para subirle el ánimo y tampoco se me ocurre nada.
—No me gusta que estés así —sus suaves mechones sueltos se enredan en mis dedos cuando paso mi mano por ellos—. ¿Tienes hambre? Podemos ir a comer algo afuera...
—No quiero salir —dice, apretándose a mi costado—. No tengo hambre. Solo quiero que nos quedemos así para siempre.
—Siempre vamos a estar juntos —escondo mi nariz en su cabello—. Tan solo faltan unos días. ¿Estás contenta?
La esperanza en mi voz es notoria, pero no sé si Anggele lo percibe.
—Ujum —murmura, sin embargo.
Me estaba comenzando a alterar, sabía que a ella le dolía, pero a mí también me afectaba verla así. Por lo tanto, se me ocurrió una gran idea. Besé el cabello de Anggele y me levanté, obteniendo una mirada confundida de su parte. Le sonreí, mientras ingresaba el enorme closet que estaba lleno con la ropa de la rubia. Rebuscando en uno de los cajones, doy de lleno con lo que necesito.
—¿Qué estás haciendo? —me pregunta al verme salir del closet y acercarme a la cama otra vez. Se incorpora y yo me siento a su lado—. ¿Demián?
—Nos sabía que regalarte por nuestra boda...
—Sabes que eso no importa —se seca las mejillas—. Te amo, Demián, el que te cases conmigo lo es todo para mí.
—Lo sé, para mí también —le sonrío, acercándome para darle un corto beso en los labios—. Sin embargo, había algo que quería darte, porque sé que te gusta y que lo querías.
—Demián...
Abro el pequeño estuche antes que diga algo, y mi reloj en versión femenina la deja pasmada. Me había dejado claro hace unos años que ella amaba ese reloj, no podía dejar pasar la oportunidad.
—Oh, por Dios —se lleva una mano a la boca, sorprendida.
—Es mi regalo de bodas para ti —digo.
Se muerde el labio inferior y es cuestión de segundos para que esté acercándose y rodeándome con sus brazos.
—Te amo —susurra en mi cuello.
—Yo te amo más —beso su mejilla.
—Es hermoso —se aparta para ver el reloj—. Es igual al tuyo.
—Mandé a qué lo replicaran —le digo.
—¿También costó siete mil dólares? —sonríe y me siento satisfecho conmigo mismo.
—Costó diez mil —suelto y sus ojos se abren a su capacidad.
—¡No me jodas! —jadea—. Mentira.
—No, no es mentira —elevo su barbilla con mis dedos y acaricio su labio inferior—. Pero el precio no importa cuando se trata de ti.
—Ay, Demián, estás loco —me abraza otra vez.
—Estoy loco por ti.
Me sonrió y fue suficiente, la tensión dejó mi cuerpo y todo pareció tomar su respectivo lugar.
Anggele Stevenson es la dueña de mi corazón, de eso no tengo dudas.
¡El reloj por fin es de Anggele!
*espacio para celebrar*
¡AAAAAHHHH!
Es que yo los amo, ¿y ustedes?
¡Voten y cometen mucho!
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