53. Tu sobrino y mi boda.
29 años | Anggele
Junio
Me estaciono frente a la NYU y apago el motor, me bajo del Jeep y espero pacientemente. Observo a todos los estudiantes universitarios correr de un lado para el otro porque es viernes y supongo que, aparte de sus responsabilidades, lo más importante es darse prisa para no perderse una buena fiesta.
Recuerdo aquellos días, que para mí no tuvieron nada de gloria. Estaba tan estancada en el hoyo de auto masoquismo que yo misma había creado a mi alrededor, que me olvidé de disfrutar de mi etapa loca en la universidad. No obstante, no me arrepiento de nada. Gracias a que fui tan remilgada es que estoy aquí, siendo una de las mejores diseñadoras de Nueva York.
Sonrío al ver la mata de cabello rubio abrirse paso entre las personas, cuando sus ojos dan con los míos, se sorprende y apresura su andar hasta llegar a mí.
—¿Qué estás haciendo aquí? —cuestiona asombrado, dado que llevamos varias semanas sin vernos.
Unos dos meses, más o menos.
—Hola para ti también, hermanito —sonrío y Javier no tarda en hacer lo mismo—. Hace tiempo que no hablamos, creí que el momento había llegado... Oh.
Lo abracé de vuelta cuando sus brazos me rodearon, lo sentí soltar un suspiro y yo besé su mejilla antes de que se apartara.
—Vaya, sí que estás embarazada —se ríe al ver mi vientre.
—Sí, me inflé bastante rápido —le sonrío.
—Mmh, te ves bien —ladea la cabeza y sacude su cabello—. ¿Qué haces aquí?
—Tengo una cita con mi ginecólogo, se supone que no debería conducir y que Aiby vendría conmigo, pero está de viaje con su novio y Demián está ocupado con la empresa —le lancé las llaves del Jeep, las atrapa a medio vuelo—. Bueno, tú vas a llevarme.
—Si insistes —silba y mira mi auto como si fuera lo más épico del mundo.
Me reí y subí al Jeep sin detenerme a pensar que estaba apunto de llevar a mi hermanito menor a conocer a su sobrino. Aunque, tan solo lo viera por la pantalla, era un gran avance.
—Menudo auto este que tienes —murmura cuando se incorpora en el tráfico de Nueva York. Aprieta el volante y sonríe—. Me encanta.
—Bueno, pórtate bien y puede que te deje conducirlo más de una vez —le digo cuando me observa unos segundos. Tiene una sonrisita divertida que me alegra el día—. ¿Qué tal la carrera, futuro doctor?
—Bien, supongo —se encoge de hombros, su chaqueta de mezclilla azul oscuro me hace sonreír—. Solo voy por el segundo semestre y ya me quiero dar de baja.
—¡No me digas! —me carcajeo, viéndolo hacer una mueca con los labios. Parece consternado y solo por eso dejo de burlarme—. No lo hagas. Es tu futuro. A veces, parecerá un infierno, pero todo tiene su recompensa, créeme.
—Eso espero —suspira y se acomoda en el asiento—. ¿A qué hora es tu cita?
—A las tres y treinta.
—¿Y qué hora es? —pregunta.
—Las tres —respondo.
—Bueno, tenemos media hora.
El transcurso en el Jeep fue tranquilo y muy divertido, Javier era demasiado dramático y noté que era algo que nos caracteriza a manos. Llegamos a la clínica unos quince minutos antes de la cita, así que nos sentamos uno al lado del otro en la sala de espera, esperando en silencio.
—¿Cómo está tu padre? —me atrevo a preguntar, tan bajo que temo que no haya escuchado.
—Bien, él está bien—asiente, mirando por el largo pasillo blanco. Carraspea y se frota la barbilla en un gesto nervioso—. Está enfermo, lo sabes. El cáncer es algo difícil, pero supongo que está bien.
—Sí, que bien —trago con fuerza, jugando con mis dedos.
—Los doctores dicen que son sus últimas fuerzas —dice de pronto, llamando mi atención—. Que debemos estar preparados para cuando... —no terminó, no pudo. Sabía que él lo quería. Era su padre, después de todo—. Debe pasar en algún momento, creo.
Algo dentro de mí corazón se rompe, no es que me duele ni nada, pero tampoco es una sensación grata que digamos. A diferencia de mí, Javier vivió con su padre toda la vida, supongo que lo que él siente es diferente a lo que siento yo.
—Lo siento —se disculpa, lo miro con el ceño fruncido—. No quise decir nada, es solo que...
—No te disculpes —aprieto su mano con cariño—. No es tu culpa, yo fui quien preguntó. Además, no es nada, tranquilo.
—De acuerdo —me sonríe y entonces una enfermera pronuncia mi nombre y me dice que el doctor me está esperando.
El doctor Bruce Sanders me recibe con una sonrisa.
—Bienvenida, Anggele —murmura con su usual tono alegre—. Tenemos nuevo acompañante hoy.
—Es mi hermano —señalo a Javier que está rojo como un tomate. Al parecer, es bastante tímido—. Vino a conocer a su sobrino.
—Veamos si se deja ver hoy —dice, recordándome que Derek es bastante inquieto hasta cuándo me hacen las ecografías—. Súbete a la camilla y levanta tu blusa, por favor.
Hago lo que me dice y Javier se sienta en la silla junto a mí, atento a todo. Le sonrió y estiro mi mano hacia él para que la tome.
—Veamos como está todo por aquí —el doctor aplica gel en mi vientre y luego empieza su trabajo—. Muy bien, ahí está Derek —señala la pantalla y mi corazón empieza a latir con fuerza cuando veo a mi bebé—. Miren, está jugando con el cordón umbilical —sonrío y mis ojos se llenan de lágrimas.
—¿Cómo está todo? —pregunto, apretando la mano de mi hermano inconscientemente.
—Bastante bien —dice antes de comentar todo—: está midiendo unos treinta y dos centímetros, ya pasó el kilo de peso y se está acomodando en la posición correcta —frunce el ceño un segundo—. De hecho, se acomodó muy rápido.
—¿Eso es malo?
—No, al contrario, está bien —asiento, algo aliviada—. Solo debes estar muy pendiente de ahora en adelante. No queremos que el parto llegue y nos tome desprevenidos. Todo está perfectamente por aquí, Angge, estás haciendo un buen trabajo. Felicidades.
Ese día salí de la consulta más feliz que nunca, pero me dolían los pies, así que agilicé el paso con Javier siguiéndome hacia el auto.
—¿Te ha gustado? —cuestiono hacia mí hermano, que enciende el motor.
—Claro que sí, fue genial —me sonríe encantado—. Es increíble ver cómo puedes llevar a otro ser humano dentro de ti.
—Sí, lo es —me acaricio la panza—. Oye, quería pedirte algo.
—¿Sí? —el tráfico está de locos, así que esperamos a que la larga fila de autos avance por la carretera.
—Quiero que vengas a mi boda —suelto con rapidez y él abre la boca—. Quiero que estés ahí...
—Angge, yo... —carraspea—. No sé, yo creí que...
—¿Qué no te invitaría? —la cabeza—. Eres mi hermano...
—Lo sé, es solo que... —niega, avanzamos un poco por la vía y nos detenemos otra vez—. No sé que decir.
—¿Qué vendrás? —sonrío, esperanzada.
Se queda en silencio, mirándome fijamente y, a veces, apartando la mirada hacia la carretera. Mi ceño se frunce, sin saber el por qué de su actitud. Tal vez está asustado o algo, pero... ¿Por qué?
—Angge, yo no sé si sea buena idea —suelta en un susurro.
—¿Por qué? —mi respiración se acelera en segundo y las lágrimas acuden a mis oídos, odio estar embarazada en estos momentos.
—No, no te pongas así —creo que nota mi cambio de humor cuando bajo la mirada—. Es que creí que no me querías ahí.
—¿Por qué no iba yo a quererte ahí? —aprieto los dientes, ahora molesta.
Las lágrimas han desaparecido y la ira llega.
—Bueno, es tu día especial y...
—¡Porque es mi día especial es que te quiero ahí, tarado! —gruño en su dirección y lo dejo perplejo. Le doy un manotazo en el brazo que lo sobresalta—. Eres mi hermano, te quiero. Mi boda es lo mejor que me pasará en la vida, quiero que estés presente.
Se queda en silencio, asimilando mis palabras, sobándose el brazo en dónde le pegué.
—¿Me quieres? —cuestiona en voz baja.
Oh, lo notó...
Tomo la mano del rubio y la pongo sobre mí vientre cuando Derek se sacude. Sus ojos azules se abren a más no poder y yo quiero gritar de la felicidad.
—Claro que sí —siento mis mejillas rojas—. Te lo dije, tú no tienes la culpa de nada. Mi peor error ha sido alejarte de mi vida y perderme las mejores partes de la tuya —mi voz es un murmullo que se pierde por el ruido del motor—. Te quiero, Javier. Eres mi hermano. Quiero que me acompañes ese día. Dios, mío, Javier, es tu sobrino y mi boda, quiero que seas parte de esto.
Lo miro otra vez y él sonríe, ahora más confiado.
—Gracias —me acaricia la mejilla y vuelve a poner el auto en marcha.
—No tienes que agradecer —le digo—. De verdad, quiero que estés ahí.
—De acuerdo —asiente—. Ahora debo buscar un traje.
—Claro que sí —me rio.
—Tengo hambre —hace saber—. ¿Tú tienes hambre?
—Estoy embarazada, Javier —ladeo la cabeza, con expresión que demuestra mi obviedad—. Siempre tengo hambre.
—Ah, vale, lo pillo — se ríe—. Vayamos a KFC.
—Uff, ¿qué estás esperando?
Ambos nos reímos y salimos disparados con prisa hacia ese lugar. Mientras tanto, me pregunto por qué carajos me aparté de esto durante todos estos años.
¿Quién lo iba a pensar? Mi hermano puede llegar a ser mi mejor amigo.
Me encanta esta relación de Angge con Javier.
Estoy así:
¿Qué les parece?
¡Voten y comenten mucho!
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