52. Todo va a estar bien.
30 años | Demián
Junio
Frunzo el entrecejo al ver a Anggele aplicarse máscara en las pestañas, parpadea y se ríe. Sus ojos me miran a través del espejo, ladeando la cabeza.
—¿Qué pasa? —suelta una risita nerviosa—. ¿Por qué me ves así?
—Te vas a sacar un ojo —murmuro, ella sacude la cabeza.
—Ay, eso es cuestión de práctica —dice y se encoge de hombros—. Llevo casi toda mi vida aplicándome máscaras para pestañas, no me voy a sacar el ojo.
—Bueno —suspiré y me levanté de la cama, acomodé el nudo de la corbata y me quedé sin aliento cuando mi prometida se dio la vuelta hacía mí.
—Bueno, ya estoy lista —se pasa las manos por el vestido azul cielo, como sus ojos, que cubre su cuerpo—. ¿Cómo me veo?
Tragué con fuerza y solté un suspiro cargado de anhelo.
—Estás hermosa —enredo un mechón rubio de su pelo entre mis dedos—. No hemos salido y ya me estoy poniendo celoso.
—Ah, no seas exagerado —bufa y sonríe, se acercó y besó mis labios rápidamente—. Voy al baño antes de que nos vayamos...
—¿Otra vez? —me quejo—. Acabas de salir.
—Estoy embarazada, Demián, debo ir al baño cada vez que tu hijo me presione la vejiga —palmea mi brazo y se pierde en el baño.
—Estaré esperándote abajo —le informo.
—¡De acuerdo! —exclama—. No tardaré.
Salgo de la habitación y escucho el ajetreo de Aibyleen desde el pasillo. Dios, estas mujeres van a matarme. Bajo las escaleras y salgo de la casa cuando veo el auto de Sebastián estacionarse.
—¿Ya están listas? —cuestiona al bajar del Audi.
—Eso sería genial, créeme —suelto un bufido y él se ríe—. ¿Qué tal el fin de semana?
—Estuvo bien —asiente, se cruza de brazos y se apoya contra el lateral del auto—. Aiby amó la casa.
—A ella le gustan esas cosas —concuerda conmigo—. No sabía que April traería problemas.
—No lo hizo —negó con las cejas fruncidas—. Es solo que Aibyleen piensa mucho las cosas. Ella es solo mi compañera de trabajo por tiempo limitado, no es nada del otro mundo. Tu hermana, sin embargo, es...
—Complicada —termino por él.
—Sí, algo —suspira, pero después sonríe—. Ya todo está en orden, no hay problemas con nada.
—Me alegra oír eso —admito.
Ver feliz a mi mejor amigo y a mí hermana es todo lo que me hace bien.
—Creí que no saldrías nunca —le digo a mi novia una vez pone un pie fuera de la casa, trae consigo un termo brillantes—. ¿Qué tanto haces?
—Cosas de embarazada, Demián —se acerca a mí—. Hola, Sebastián.
—Te ves bien, rubia —le dice y su sonrisa malvada me hace saber que dirá algo que pondrá a Angge de los nervios—. Cuidado te caes, no vaya a ser que ruedes...
—¡Hijo de tu...! —la sujeto por el brazo antes de que se le dé por perseguirlo, lo que le da ventaja a Sebastián de entrar a la casa—. No lo soporto.
—Deja de hacer movimientos bruscos —la reprendo, ella refunfuña.
Sus labios rojos hacen una mueca y se cruza de brazos, mis manos van inmediatamente a su rostro antes de que pueda darle un beso. Anggele suspira y se derrite entre mis brazos en menos de un segundo.
—¿Ya te dije que estás hermosa? —rocé sus labios con los míos.
—Sí —asiente, sus ojos azules se abren para mí, hipnotizándome—, pero no está de más oírlo de nuevo.
—Eres hermosa —su nariz acaricia la mía y me sonríe.
—Mucha cursilería, amor —se ríe y se aleja de mí—. Vamos.
—Arruinas todo el romanticismo, Stevenson —escucho su risa cuando sube al auto. Enciendo el motor y la miro de reojo—. ¿Qué traes ahí?
—¿Esto? —agita el termo de color morado—. Es jugo de zanahoria con naranja —explica—. Sé que en la fiesta solo habrá champagne y esas cosas, así que vine preparada.
—Que bueno —cuando salgo del aparcamiento de la casa y me incorporo al tránsito de Nueva York, busco su mano y le doy una suave caricia a sus nudillos—. Me alegra que estés un paso delante de todo.
—Ya sabes cómo soy —me sonríe antes de guiñar uno de sus bonitos ojos—. Entonces, ¿ya cerraron el trato?
—Sí, ya solo queda celebrar —le sonrío.
—Estoy muy contenta por ustedes, sé que han estado detrás de este sujeto desde hace tiempo.
—Fue difícil de hallar, pero no imposible —musito, coloco las dos manos en el volante y giro a la izquierda hacia la autopista—. Mariana tuvo mucho que ver.
—¿Estará en la fiesta? —ladea la cabeza.
—Sí, ella se encarga del resto del papeleo y todo eso.
—Le agradeceré en persona —sonríe.
Vuelvo a tomar su mano y beso sus dedos, siendo premiado por una hermosa sonrisa y una mirada brillante. Anggele está más hermosa que nunca, con ese vestido azul de satín que resalta su piel y sus ojos de cielo. Está radiante y preciosa. La amo. Es todo lo que me hace feliz. No puedo imaginar mi vida sin ella.
El embarazo le sentó de maravilla, aún y con sus cambios de humor que me ponen los pelos de punta, no cambiaría esta etapa por nada. Saber que tenemos el fruto de nuestro amor en camino, pone todo en perspectiva para mí.
Un hijo.
Vaya, no puedo creer aún que vaya a ser papá.
—¡Ay! —se queja Anggele, sacándome de mis pensamientos.
—¿Estás bien? —le pregunto al verla llevarse una mano al costado.
—Sí, pero Derek cree que es lo único que habita dentro de mí cuerpo —gruñe, se acomoda en el asiento y coloca mejor el cinturón alrededor de su vientre.
Sonrío hacia ella, quien rueda los ojos ante mi burla.
—Te amo —le digo para apaciguar su humor.
—Y yo a ti —estira sus labios para lanzarme un beso que me hace sentir el hombre más feliz del mundo.
El camino pasa ameno y silencioso, Anggele observa su teléfono y le da pequeños sorbos a su jugo. Cuando llegamos a la cabaña, Sebastián y mi hermana aún no han parecido, sin embargo, sé que vienen en camino por el mensaje que Aiby le envió a mi prometida.
En cuanto pusimos un pie en la cabaña, Anggele fue la sensación del momento. Sabía que no le gustaba este tipo de atención, pero me divertía viendo su cara de horror. Los saludos y las presentaciones fueron lo más épico, pues era la primera vez que yo la llevaba a una reunión de tal magnitud.
A mí, por otra parte, me encantaba presumirla. Que todos supieran que esa hermosa mujer era mi prometida, futura esposa y madre de mi hijo. Sí, amaba que el mundo supiera que ella era mía. Oh, soy un presumido de mierda, pero con Anggele se vale todo.
—¿Te sientes bien? —se remueve inquieta en la silla una vez que estamos en la mesa.
—Me da piquiña que la gente me esté viendo todo el rato —refunfuña, dejando su termo en la mesa de madera pulida—. No me gusta ser el centro del mundo.
—Tú eres el centro de mi mundo —me acerco a su rostro para susurrarle esas palabras.
Sus ojos azules se posan en los míos y después sonríe con ternura, sus delicadas manos toman mi rostro y me besa castamente.
—Eres increíble —roza su nariz fruncida con la mía, sin borrar la sonrisa—. Eso es diferente.
—¿Por qué? —ladeo la cabeza.
—Porque te conozco y quiero serlo, pero no de todos estos desconocidos —frunce el ceño—. Ay, Dios, no me gusta esto.
—Relájate, ¿sí? —le doy un beso rápido en los labios y ella suspira—. Estaremos aquí un rato nada más.
—Está bien.
Para cuándo Sebas y Aiby entran en escena, Anggele se siente mejor, sonríe más e ignora a las demás personas como si solo ella existiera. Los siguientes treinta minutos son tranquilos y se desarrollan de una buena manera. En algún momento, Aibyleen tiene un pequeño intercambio de palabras que nos deja a todos los con boca abierta. Y sí, nos sorprendió porque mi hermana hizo lo que mejor sabe, deslumbrar. Nosotros quedamos pasmados y Sebastián más enamorado que nunca.
—Ya me bajó el jugo —murmura en mi dirección cuando nos levantamos—. Quiero ir al baño.
—¿Quieres que te acompañe? —pregunto y recibo el termo.
—¿Y que harás? ¿Sostener la puerta? —se ríe, me besa—. Ahora vuelvo.
Con una sonrisa de estúpido la veo desaparecer en medio de las personas, regocijándome en el hecho de que esa mujer es mi prometida.
De un momento a otro, Sebastián esta frente a mí, con la respiración agitada y algo inquieto.
—¿Estás...? Okey —sorprendido y pasmado, permanezco inmóvil cuando me abraza. Su cuerpo está temblando y su corazón está latiendo de una manera poco sana. Palmeo su espalda con mi mano libre y la preocupación me invade con rapidez—. ¿Todo bien?
—Tiene cáncer —susurra, sin apartarse de mí.
—¿Qué? ¿Quién? —tengo el cuerpo tenso ante sus palabras y todo empeora cuando no dice nada más—. ¿Sebastián? ¿Hermano?
—Mi padre —y su voz se pierde con el murmullo del viento, el bullicio de la persona y la leve melodía que se escucha de fondo.
Me paralizo y los hilos encajan en mi cabeza. Su actitud y sus palabras tienen sentido.
—Y... ¿Qué haremos ahora? —pregunto con la voz tensa, él se aleja y da dos pasos hacia atrás.
—Necesito aire —susurra y se pasa las manos por el cabello. Jamás lo había visto así, tan asustado y contrariado—. Me voy a casa...
—Sebastián —lo llamo antes de que se de vuelta, sus ojos grises buscan los míos—, ten cuidado, ¿de acuerdo?
—Sí —asiente y se va, a toda prisa.
Me quedo ahí, analizando la situación y no puedo pensar con claridad. Ver esa preocupación y miedo en sus ojos despierta cosas en mi que no sé manejar. Es igual cuando Aiby tiene algo, incluso ahora con Anggele desde que estamos juntos.
—No lo sé. Espera... —la voz de Aibyleen me saca de mis pensamientos y es cuando levanto la mirada. La rubia viene hacia mí luego de esquivar a Anggele—. ¿Has visto a Sebastián?
—Sí —asentí y ella dejó de respirar.
—¿Tú sabías lo de...? —no se atrevió a terminar la pregunta.
—No, pero esto no pinta bien —musito con voz contenida y de pronto quiero irme de aquí.
—Demián —mi hermana suelta un jadeo de terror—. ¿Hablaste con él?
—Monosílabos —suponía que ella sabía lo mismo que yo.
—¿Ahora qué...?
—Está en el estacionamiento. Ve y trata de alcanzarlo —le dije con rapidez y ella sintió. Besé su frente antes de dejarla ir.
Y ahí, aunque ya lo había aceptado hace tanto tiempo, supe que mi hermana y mi mejor amigo se pertenecían el uno al otro.
—¿Demián? —Angge se acerca luego de un minuto—. ¿Vas a decirme que carajos está pasando? Ya estoy asustada.
La miré de inmediato, no era bueno que ella se asustara.
—Ven, te cuento en el auto —digo antes de tomar su mano y llevarla conmigo al estacionamiento también.
Una vez en el auto, trato por todos los medios posibles seguir el camino hacia la casa y no darle vuelta e ir a buscar a Sebastián. Aibyleen está con él, necesitan hablar y espero que mi hermana pueda sacarle información importante.
—¿Ahora sí me dirás qué ocurre? —cuestiona la rubia junto a mí.
—El padre de Sebastián tiene cáncer —digo y ella suelta un jadeo.
—¿Qué? —susurra, con los ojos bien abiertos—. ¿Cómo? Pero, ¿por qué? ¿Por qué no dijo nada? ¿Qué...?
—Al parecer, acaba de enterarse —aprieto las manos alrededor del volante—. Jamás lo había visto así, tan asustado...
—No está de más —susurra—. Es su padre.
La voz afligida de Anggele hace que la mira un segundo, tiene la mira en las manos mientras juega con sus dedos.
—Hey —coloco mis manos sobre las suyas—, todo está bien.
—Eso espero —hace un puchero—. Sebastián no se merece algo así.
—No —musito—, nadie lo merece.
Me la paso todo el camino tratando de pensar en otra cosa que no sea en la aflicción de mi mejor amigo. Realmente, Sebastián es una de las personas más importantes de mi vida, que él esté mal, es estarlo yo también.
Cuando llegamos a casa, Anggele baja del auto con rapidez diciendo que quiere ir al baño de nuevo, yo solo me tomo mi tiempo en subir las escaleras y en pensar como es que Marcus y Roxanne, los padres de Sebastián, no le dijeron tal cosa.
O sea, estamos hablando de una enfermedad que es mortal para la gran mayoría de personas... ¿Por qué no le dijeron? Bueno, ellos tendrían sus razones.
Entro a la habitación y cierro la puerta detrás de mí, Anggele me sonríe mientras se limpia el maquillaje con sumo cuidado. Me quito el saco y lo dejo en la silla junto al tocador, seguido de la corbata.
—Relájate, ¿sí? —la veo acercarse a mí y rodear mi rostro con sus delicadas manos—. Sebastián te llamará si te necesita, sabes que cómo es.
—Lo sé —asiento, ella sonríe y se aleja otra vez.
En eso ella tiene razón, Sebastián solo necesita tiempo para asimilarlo y pensar.
—Me veo más embarazada con este vestido —parpadeo al escuchar su voz, frunzo el entrecejo—. Sí, mi panza se ve más grande.
—Se ve preciosa —le digo, acercándome a ella. Pongo mis manos en sus hombros, dejo un beso en su cabello y busco sus ojos por medio del espejo frente a nosotros—. No sabes lo feliz que soy al saber que falta tan poco para que nos casemos.
—Sí, lo sé —se gira y levanta la cabeza para verme mejor—. Yo también estoy feliz, y ansiosa. Por fin va a pasar, ¿verdad?
—Por fin pasará —tomo su rostro entre mis manos antes de presionar mis labios contra los suyos—, y no te dejaré escapar nunca más.
Sonríe, dejándome hipnotizado con su belleza. Nuestras narices se rozaron y ella tan solo entreabrió sus labios para decirme:
—Ya basta de escapar de la felicidad.
Sí, que bueno que ella es mi felicidad.
La besé otra vez, ahora con más intensidad, con una necesidad que poco a poco se hace más fuerte, que me lleva a rodearla con mis brazos y acercarla a mi cuerpo todo lo que puedo.
—Te amo, Demián Whittemore —susurra contra mis labios, alejándose un poco solo para tirar de los botones de mi camisa—. Hasta que la muerte nos separe...
—... e incluso después de eso —termino por ella, desabrochado el único botón que tiene el vestido en su espalda, para después bajar el cierre—. No sé que haría sin ti.
—Yo tampoco, si vamos al caso —se ríe cuando le bajo el vestido por los hombros, dejándolo caer al suelo.
Repaso su cuerpo de arriba abajo y debo admitir que ha habido ciertos cambios que fueron para bien. Está más hermosa que nunca, eso no puedo negarlo.
—Estás tan hermosa...
—¿Aunque parezca una pelota? —sonríe y me quita la camisa.
—Por lo mismo —me burlo, haciendo que ponga los ojos en blanco—. Me gustas así... En realidad, me gustas como sea.
—Me alegra saber eso —dice y se deja guiar por mí hasta que nos acercamos a la cama. Dejo que se recueste, observando su cuerpo desnudo, perfecto y más hermoso que nunca. La amo. Es mi maldita fantasía hecha realidad—. No quiero que me dejes por otra.
—Jamás podría hacer eso —le quito los tacones y Anggele suelta un suspiro de alivio—. No sé para que te pones esto si vas a terminar cansada.
—Demián, ¿conoces eso llamado «glamour»? —arquea una ceja y se apoya en sus codos para poder observarme.
Iba a decir algo más, pero entonces opté por empezar a quitarme la ropa. Observo los ojos azules de la rubia con el brillo perfecto deslizándose sobre mi cuerpo, traga forzado y vuelve a mirarme fijamente.
—¿Ves algo que te guste? —le pregunto, sonriendo al cernirme sobre su cuerpo.
—Tal vez —sonríe con inocencia y recibe mi beso con tenacidad.
Sus dedos se enredaron en mi cabello y su boca se abre para recibirme sin contemplaciones. Trato de no presionar mi cuerpo contra el suyo con mucha fuerza, al sentir su vientre contra mi torso.
—¿Estás cómoda así? —dejo un reguero de besos por su mandíbula y cuello.
—Sí, bésame —tira de mi pelo para que mis labios vuelvan a los suyos.
—No quiero hacerte daño...
—Yo me harás daño, Demián —replica, hace un puchero y flexiona las piernas, logrando que quedemos en una posición más cómoda—. No pares, bésame y hazme el amor.
Eso hice, la volví loca hasta que mi cordura estuvo al borde. La hice mía con la dulzura justa como para no hacerle daño y con la intensidad suficiente para tenerla gimiendo mi nombre constantemente.
—Oh, por favor, Demián —se mordió el labio inferior y me miró con esos hermosos ojos azules—. Te amo...
—Te amo más —la besé y juntos, tocamos el cielo con las manos.
Anggele trataba con mucho esfuerzo normalizar su respiración al mismo tiempo que yo, nuestras narices se rozaron y sus manos se aferraron a mi espalda cuando intenté alejarme.
—Espera —susurró, cerrando los ojos un momento—, quédate así un segundo.
—¿Estás bien? —besé su mejilla.
—Sí, pero cuando entremos al octavo mes, ya no podremos tener sexo en esta posición —me rio ante sus palabras.
—Todavía falta para eso —me besa.
Me acuesto a su lado, nos cubro a ambos con la sábana y la rodeo con mis brazos y beso su pelo. Nos quedamos un rato más así, en silencio. Anggele con su mejilla apoyada en mi pecho y yo haciéndole cariñitos en el pelo, hasta que un portazo en la habitación de Aiby llama nuestra atención.
—¿Volvió? —Angge levantó la cabeza para mirarme—. Creí que se quedaría con Sebastián.
—Yo también —frunzo el ceño, sin entender...
—Tal vez, debería hablar con ella —murmuró la rubia junto a mí.
—No, déjame a mí —beso su frente y la dejo en la cama—. Volveré en un momento, ¿vale?
—Está bien —me sonrió.
Busqué un pantalón de chándal y me lo puse antes de salir de la habitación, crucé el pasillo y fui hasta el final del mismo. Toqué dos veces la puerta y un enfurecido «¿Qué carajos pasa ahora?» salió de la boca de mi hermana. Entré a su habitación y la vi de pie frente a su enorme espejo, quitándose el maquillaje.
—Eso mismo te pregunto yo, ¿qué carajos pasa ahora? —la miré, ella gruñó y apretó los dientes—. ¿Y bien?
—Tu mejor amigo es un imbécil, eso pasa —espeta, acercándose a mí y dándome la espalda después—. Bájame el cierre.
—¿Qué ocurrió? —le bajo la cremallera y entonces se va al baño, no tardo en seguirla.
—Intenté estar ahí, ¿bien? Pero él solo me dijo que cerrara la maldita boca —explica, se mete en la ducha con el vestido puesto y cierra la cortina, después la lanza todo por encima de la misma—. ¿Qué demonios voy a saber yo? Sé que es su padre, que está enfermo y que ninguno sabía. Lo entiendo, está asustado y no sabe que pensar... ¡¿Era necesario pagarlo conmigo?!
El agua comenzó a correr y yo tan solo pensaba en que decirle a mi hermana para que no se pusiera histérica.
—Bueno, Sebastián es así, él...
—¿Era necesario ser cruel conmigo? —asomó la cabeza por la cortina un segundo, destrozándome con la mirada.
—No lo estoy justificando, ¿de acuerdo? —me apresuré a decir—. Tal vez solo necesita estar solo, pensar...
—¿Sabes? Ojalá hubiera dicho: «¿Sabes algo, amor? No quiero hablar con nadie. ¿Qué tal si duermes en tu casa hoy y mañana hablamos?». Créeme, Demián, habría hecho lo que me pidiera —dijo con voz ahogada y afligida—. Tan solo no debió ser tan cruel conmigo.
Nos quedamos en silencio de nuevo, yo quería abrazar y matar a mi mejor amigo al mismo tiempo por ser así con mi hermanita, pero también necesitaba quitarle el tormento a Aiby para poder estar tranquilo.
—¿Me pasas la toalla? —agarré la toalla rosada y se la pasé por la cortina—. Gracias.
Salió envuelta en la tela rosa y paso por mi lado. La seguí y la vi rebuscar en su closet un pijama.
—Yo era así, lo recuerdo —dijo de pronto, quedándose de pie frente a la cama, con la vista fija en un punto inexistente—. Alejé a todos cuando internaron ayudarme y ese fue un grave error. Espero que él no haga lo mismo.
—No lo hará —me acerco a ella y la abrazo, sin importar que no se ha secado todavía—. Solo dale esta noche para que aclare sus ideas y piense bien las cosas. Ya verás como mañana vendrá corriendo contigo porque no puede vivir sin ti.
Aibyleen se ríe y se seca las lágrimas que caen por sus mejillas, se aleja y besa mi mejilla.
—Gracias por estar aquí —me sonríe.
—Siempre.
El que recuerde este capítulo desde otra perspectiva, que levante la mano:
Estamos llegando a la parte del amor puro.
A partir de ahora, Denggele será pura miel: ¡NO ACTO PARA DIAVETICOS!
¿Qué les pareció el cap?
¡Los leo!
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