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47. La persona ideal.

28 años | Anggele

Diciembre

Cuando llegué a la casa otra vez mi cuerpo se sentía ligero, como si estuviera flotando en el aire. Tal vez sea que tengo sueño o estoy súper cansada, no lo sé... Me siento mal, quiero dormir, me duele la cabeza, pensar en cualquier cosa es una odisea y quiero gritarle al mundo que lo odio con todas mis fuerzas.

Intenté hablar con Aiby, pero la encontré en un momento algo íntimo con Sebastián, así que decidí no molestarlos. Cuando me topé con Demián, intenté aparentar estar lo más tranquila posible. Si me creyó o no, no lo sé con exactitud, pero parecía estar tranquilo.

Sentía que todos me miraban raro, pero sabía que eran cosas mías.

El sol se oculta y yo tengo la piel de gallina, tengo miedo y tengo ganas de vomitar. Sí, tengo muchas cosas y de verdad que me estoy muriendo, hipotéticamente. No obstante, me las arreglo para socializar.

—¿Cuándo fue la última vez que ustedes dos se tomaron un descanso? —pregunté, llamando la atención de todos.

Nos habíamos sentado a ver el atardecer en el patio trasero y no fue una mala idea. Los colores que tiñen el cielo me llenan de calma.

Demián estaba junto a mí, lo que también me tranquiliza un poco.

—En la época arcaica —soltó Aibyleen, dándole un trago a la cerveza de Sebastián.

—No estamos trabajando justo ahora —revira el pelinegro, abrazando a su novia.

Es extraño verlos así, tan cerca el uno del otro. Después de tantos años en dónde solo fueron amigos, saber que están en una relación formal, es realmente raro.

—Porque hice que me lo prometieras —rodó los ojos ella, mirando hacia la playa.

—¡Tú no me has prometido nada, idiota! —le reprocho a mi novio, que no tarda en reírse de mí.

—Porque no me lo has pedido —expresó, con esa expresión de fingida inocencia que no le sienta para nada.

—¡Imbécil! —le gruño, haciéndolo sonreír.

—¡Ya basta! —Aiby sacudió su mano—. Volvamos al tema.

—¿Vacaciones en serio, dices? —preguntó Sebastián—. Creo que fue hace como dos años, no recuerdo.

—¿Cuándo fuimos a Dubái? —murmuró mi novio, sonriendo—. Oh sí, esa fue la última vez.

—Uy, no, fue hace demasiado —bufa su hermana.

—El trabajo nunca falta, peach.

—¿Se están oyendo? Se morirán jóvenes si siguen así —fruncí el ceño, negando cuando Demián me ofrece su cerveza. No puedes beber alcohol, Anggele, tu madre lo dijo—. Deberíamos hacer un viaje los cuatro, a otra parte. Un lugar al que ninguno haya ido.

—¡Santorini! —saltó Aiby, con añoranza—. Jamás he ido.

—¿Sugerencias? —cuestioné de nuevo.

—Tailandia —dijo Sebastián.

—Eso suena bien —lo apoyó Demián—. ¿No querrás ir a Disney otra vez, hermanita?

—Cállate —Aiby se envaró de repente y tuve que reprimir una risita.

—¿Qué? ¿Tu novio no sabe lo que hiciste en Disneyland? —su hermano se ríe, la rubia aprieta los dientes—. Creo que tengo una fotografía...

—¡Ni se te ocurra! —exclama ella, gruñendo con las mejillas rojas. Demián saca su teléfono de su bolsillo y Aibyleen se levanta de un salto—. ¡Te voy a matar!

—No puedes —alardea mi novio, y en algún momento que no esperé, Aiby estaba corriendo detrás de su hermano.

Cuando ambos se alejaron, no pude retenerlo más, pues me estaba ahogando.

Estoy embarazada —digo a la nada, sabiendo que Sebastián puede oírme.

Vaya, decirlo se sentía bien.

—¿Qué? —escuché la sorpresa en su voz.

—Estoy embarazada —repetí de nuevo, tomé una lenta respiración y me cubrí el rostro con las manos—. Dios, estoy tan asustada. De verdad que no esperaba que esto sucediera, en serio —balbuceé con rapidez, lo miré a los ojos, sintiendo los míos llenos de lágrimas—. Demián fue por mí a Rusia y me pidió que regresara con él, entonces acepté y... —señalo mi panza con miedo—, eso pasó.

—¿Demián lo sabe? —es todo lo que dice, parece estar en shock.

—No, y estoy nerviosa porque no sé cómo reaccionará cuando se lo diga —suspiro, intento no perder la cabeza—. Acabamos de darnos una oportunidad, y ambos dijimos que esta sería la última vez. No es sano para ninguno de los dos seguir terminando y volviendo cada siete meses. Hemos hecho lo mismo por casi ocho largos años, y ya ninguno tiene la fuerza suficiente para hacer lo mismo —me seco la lágrima que bajó por mi mejilla sin permiso, respiro hondo y trato de mantener la calma—. Solo ha pasado un mes, Sebastián, y tengo miedo que esto sea nuestro talón de Aquiles.

—Vaya —musita Sebastián, mirando a su novia correr de tras del mío—, no sé que decirte.

—Es un tema complicado, lo sé —acepto lo que es y cierro los ojos un segundo—. No sé cómo decírselo, me da miedo que no lo tome bien.

—Demián es complicado, Anggele —dice—. Lo conozco desde hace tiempo, quizás tú tengas una percepción de su personalidad diferente a la mía, pero sé que él te ama —me recuerda, como si quisiera tranquilizarme—. Pase lo que pase, él jamás te dejaría sola.

Sus palabras me hacen sentir mucho mejor y asiento, procesando todo.

—Es lo más lindo que me has dicho en siglos —musito en voz baja.

—¿Las hormonas ya te están afectando? —dice entonces, haciéndome poner los ojos en blanco.

—Imbécil —carraspeó—. Tienes razón, las hormonas ya me están afectando —digo y arrugo la nariz cuando siento mi vejiga llena. Me levanto bajo su atenta mirada—. Tengo que ir al baño.

—Estás loca —se ríe y yo golpeo su hombro con mi mano abierta, y sé que le pegué fuerte cuando se encoge y se queja.

Mi visita al baño no dura tanto tiempo, pues, desde hace días, la mayoría de las veces son falsas alarmas. Además, no es como si deba orinar cada cinco minutos, ¿verdad?

—Hey —me sobresalto cuando me encuentro con Demián al abrir la puerta—, ¿todo bien?

—Sí, todo está bien —sonrío.

Nos miramos fijamente unos segundos hasta que me acerco y lo abrazo, sintiéndome muchísimo mejor al tenerlo tan cerca. Sus brazos se cierran a mi alrededor y su perfume me llena de paz.

—Me estoy muriendo de sueño —restriego mi mejilla en su pecho.

—¿Quieres dormir un rato hasta la cena? —siento sus labios en mi coronilla, dándome un beso en el pelo.

—Eso suena bien —sonrío y él me da un beso.

Me olvido de todo por lo que queda de ese día, solo porque él está conmigo.

[...]

Hoy era veinticuatro de diciembre, Demián estaba de cumpleaños y todos parecían estar feliz por ello. Yo también. Me encantaba saber que Demián estaba contento en su día especial. Verlo sonreír con su familia es algo que me genera una sensación grata en el pecho.

Verlo feliz me hace feliz, así de simple.

—¿Todavía te estás arreglando? —siento su voz en mi oído y luego sus labios en mi mejilla.

—Ya casi estoy —me pongo unos aretes redondos de color dorado, que van a juego con mi vestido negro de mangas largas. La verdad es que tenía pereza de vestirme y de bajar, pero debía disimular mi malestar—. Puedes ir bajando si quieres.

—Te esperaré —nuestros ojos se encuentran a través del espejo—. ¿Qué tienes? Has estado distraída desde que volviste de la casa de tu mamá —frunce el entrecejo y yo hago lo mismo—. ¿Todo bien con su nuevo novio?

—Sí, sí —asiento con rapidez—. Todo está bien, es solo un poco raro verla con alguien. Él es un buen tipo, me da gusto que sea su novio.

—¿Entonces? —sus manos hacen presión en mi cintura y consigue que me dé la vuelta. Cuánto estamos cara a cara, todo el cuerpo se me pone rígido—. ¿Por qué estás así?

Porque estoy embarazada. Porque estoy esperando un hijo tuyo. Porque estoy asustada hasta el núcleo. Porque no sé cómo decírtelo. Porque no sé cómo vayas a reaccionar. Porque no sé que voy a hacer con un bebé. Porque no sé que haría si nos separamos otra vez.

Tomo una lenta respiración cuando no sé que hacer o decir. Él espera paciente una respuesta de mi parte. Parpadeo con rapidez y le muestro una sonrisa.

—Nada —digo al final, coloco mis manos en sus hombros y me acerco más a él. Sus brazos rodean mi cintura y el calor de su cuerpo logra tranquilizarme—. Estoy bien, en serio. Solo estoy cansada por todo el estrés de estas semanas. Estoy muy bien, no te preocupes.

—¿Lo prometes? —ladea la cabeza y sonreí con dulzura.

—Lo prometo —sonrío, gracias a los tacones puedo acceder a sus labios con facilidad—. Te amo.

—Y yo te amo a ti —sus manos enmarcan mi rostro y sus labios se presionan contra los míos con más pasión que antes.

Trato de no dejarme llevar, pero me es imposible. Aprieto mis dedos sobre sus hombros antes de rodearle el cuello con los brazos. Suelto un jadeo contra su boca y él no tarda en apretarme contra su pecho. Sus manos bajan más hasta mi trasero, me empuja contra su cuerpo y nuestras lenguas se unen, todas mis terminaciones nerviosas se vuelven locas y por poco me lanzo sobre él.

—Demián, espera... —esquivo sus labios y estos terminan en mi cuello. Mi respiración es un desastre y él parece complacido con eso. Sigue repartiendo besos húmedos por todo mi cuello, tirando de la parte superior del vestido para tener más acceso—. Ya basta, por favor...

—¿Por qué? —muerde el lóbulo de mi oreja y una punzada placentera baja hasta mi ingle.

—Porque... —echo la cabeza para atrás inconscientemente, dejándole el camino libre—. Porque...

—¿Por qué? —repite, ahora mirándome a los ojos.

No sé que me pasó, no sé si fue el estrés del último mes, lo tensa que estaba, lo que había estado pasando en mi vida, si mis hormonas ya estaban alborotadas... Solo dejé de pensar.

—Nada —negué—. Solo bésame y ya.

Demián no necesitó escucharlo una segunda vez, solo me besó con hambre, con una necesidad desconocida que jamás había experimentado y que nunca vi en él. Es como si ambos estuviéramos ansiosos, como si necesitáramos esto más que respirar.

Sus manos me hicieron retroceder unos cuantos pasos hasta que mi espalda chocó contra la pared, mis manos tirando de su saco fuera de su cuerpo y las suyas fueron al final de mi vestido. Sin separar nuestros labios subió la tela por mis piernas hasta enrollarla en mi cintura, sus dedos tiraron del borde mis bragas y solo entonces me separé de su boca.

—No las rompas, por favor —le pedí en un susurro, sin poder abrir los ojos.

Escucho su risa y siento su respiración sobre mis labios antes de que vuelva a besarme. Se deshace de mis bragas, de alguna manera consigo desenredarlas de mis tacones. Vuelvo a tirar de su cabello castaño con mis manos, buscando en sus labios la respuesta a todas mis preguntas, la solución a todos mis problemas. Cierro mis ojos con fuerza cuando sus dedos entran en contacto con mi clítoris, acariciándome suavemente.

—Oh, por favor —gimo en voz baja, siendo consciente de que hay más gente en la casa—. Dime qué la puerta tiene seguro.

—Sí, lo tiene —me segura—. Aiby no vendrá, está muy entretenida con Sebastián.

—Eso espero.

Lo beso otra vez, quejándome cuando deja de tocarme. Mis manos se desesperan por abrirle el pantalón y cuando lo consigo, no puedo hacer mucho más. Demián aprieta mi trasero antes de alzarme y hacer que lo rodeé con las piernas. Contengo la respiración cuando lo siento presionarme contra la pared para después ubicarse en mi entrada.

—No hagas ruido —musita contra mis labios.

—Lo intentaré —balbuceé, mirando sus ojos y tirando suavemente de su pelo entre mis dedos cuando se deslizó dentro de mí—. Oh, sí... Demián...

—Shhh —me besó, manteniendo mis gemidos a raya.

Lo siento presionarse en mi interior hasta el fondo, logrando que un lloriqueo salga de mi garganta y se ahogue en sus labios. Paso mis dedos por su cuello, por su pelo y lo retuerzo entre los mismos. Intento controlar mi respiración, pero sus empujones lentos y certeros en mi contra me hacen la tarea imposible.

Mi gemido de placer es silenciado cuando su boca se apodera de la mía, tan hambrienta como siempre, tan fogosa y complaciente como todas las veces que nos hemos besado. Sus labios les traen fuego a los míos, sus embestidas son profundas, pero lentas y pausadas. La sensación de tenerlo dentro de mí es delirante, maravillosa y exorbitante.

—Oh, Dios mío, sí —muerdo mi labio inferior, mi voz es un hilo, uno débil y suplicante de más—. Demián, por favor, no pares.

Estoy demasiado sensible, mi cuerpo está caliente y mi mente divaga por todas partes. Así que me dejé llevar por las magníficas sensaciones que Demián me acusaba y dejé que me poseyera. Me faltaba tan poco, podía sentir el orgasmo contrayéndose dentro de mi, tan potente y con la misma intensidad que siempre.

Mi cuerpo tiembla de placer y me sumergí en ese punto de éxtasis que solo he experimentado cuando él posee mi cuerpo de tal manera como ahora.

Gimo y él gruñe, y en el momento exacto que suspiro su nombre, estallo en mil pedazos. Sin embargo, sus penetraciones se vuelven más rápidas y profundas. Convulsiono casi sin fuerza cuando lo siento correrse dentro de mí, justo cuando deja caer su frente en el hueco de mi cuello.

Nuestras respiraciones son un asco, mi corazón late eufórico contra mis costillas y lo siento detrás de mis orejas. Demián inhala profundo antes de soltar un suspiro en mi cuello que me eriza la piel.

—Eso estuvo increíble —susurro con la voz enronquecida, su risa es melodía para mis oídos segundos después.

—Estuvo más que increíble —me besa otra vez antes de salir de mí y dejarme sobre mis pies otra vez. Mis piernas tiemblan cuando él da un paso atrás para acomodarse la ropa—. ¿Estás bien?

—Sí —asiento, me agacho y recojo mis bragas antes de ponérmelas y bajarme el vestido.

Miro a Demián otra vez y sonrío cuando noto el labial rojo en los suyos, me acerco y lo limpio con mis dedos, esparciendo lentas caricias sobre su boca, recibiendo dos besos en mis manos que me hacen suspirar. Si tiene mi pintalabios en la cara, no quiero ni pensar en el desastre que soy.

—Ahora voy a demorarme más —lo reprendo, él solo se encoge de hombros y sostiene mis mejillas para besarme otra vez.

—Te esperaré aquí —se aleja hacia el baño, no sin antes besar mi frente.

Solté una lenta respiración y cerré los ojos. La tensión se había ido de mi cuerpo, pero el pánico seguía ahí, aferrándose a mis huesos.

[...]

Cuando bajamos, alcancé a ayudarle a Anne y a Aibyleen con la cena, realmente quedó estupenda. La señora del servicio estaba de vacaciones, pero eso no era el problema, Annabella era una excelente cocinera.

—Soy un asco cocinando —admito, haciendo reír a Aiby—. Se me quema hasta el agua.

—Puedo enseñarte lo más básico, si quieres —me sonríe—. Aún no se van, así que tenemos tiempo de sobra.

—Gracias, eso sería genial —asiento con una sonrisa entusiasta—. No quiero envenenar a Demián un día de estos.

La cena estuvo bien, los temas cambiaban constantemente, ya sea por el trabajo, la vida cotidiana o el béisbol. Yo estaba ida aún, porque luego de nuestra sección de sexo desenfrenado, no había podido calmar mis nervios del todo.

¿Qué carajos iba a hacer ahora yo con esto? Tenía que decirle a Demián de alguna manera.

Debía haber alguna forma, pero ¿cuál?

—Familia, tengo algo que decir —murmuró Demián llamando la atención de todos, incluyendo la mía. Mi ceño se frunció cuando se puso de pie y me miró con una sonrisa—. Mierda, estoy nervioso.

¿Qué estaba haciendo?

—Las palabras, hijo, cuida las palabras —lo regañó su padre, haciendo reír a todos, menos a mí, que estaba muy confundida.

¿Qué debía decir? No recuerdo que me haya contado nada importante.

¿Será algo de la empresa? Debe ser eso seguramente.

—Perdón —carraspeó y sacudió la cabeza, como cuando quiere aclararse las ideas—. Bueno, primero que nada, no pensé hacer esto nunca, porque jamás creí encontrar a la persona correcta —cuando soltó esas palabras, todo mi cuerpo se congelo. Sus ojos dieron con los míos una vez más y me sonrojé hasta las orejas al sentir las miradas sobre mí, pero más que eso, por lo que había dicho—. Hace ocho años me tropecé contigo y nos conocimos de la manera menos especial del mundo, y aunque me caíste pésimo, desde el primer instante en el que te vi, supe que serías la mujer de mi vida.

Me paralicé, entre en shock y casi me da un infarto. Todo al mismo tiempo. Los ojos se me empañaron y él sonrió en grande, como si hubiera esperado eso desde que comenzó a hablar.

«... supe que serías la mujer de mi vida». Oh, Dios, soy la mujer de su vida.

Puso su mano frente a mí, no supe que hacer, lo miré por unos largos segundos hasta que, temblando, la acepté. Me levanté con su ayuda y después me llevó hasta el centro de la sala.

—Te amo, y estos últimos ocho años solo me sirvieron para darme cuenta de que podemos pasar por cualquier tormenta, aun así, seguiré pensando que eres la persona ideal —de su bolsillo sacó una cajita de terciopelo. No. Puedo creerlo. Me mordí el labio inferior cuando las lágrimas se desbordaron al instante. Él me miró fijamente, anhelante e hincó una rodilla en el suelo, dejándome pasmada—. Te adoro y quiero pasar toda mi vida contigo, rubia fastidiosa. ¿Te casarías conmigo?

Ni siquiera esperé a que dejara de hablar, tan solo asentí como desquiciada. Susurré un sí que no se escuchó, pero que yo lo sentí y él también, en el corazón. Tomó mi mano izquierda y deslizó un enorme anillo de plata en mi dedo anular. Era grande, con un diamante resplandeciente que me dejó sin aliento.

Se incorporó otra y me rodeó con sus brazos, yo no podía con las lágrimas, el temblor en mi cuerpo y con todo lo que sentía.

Una extraña y demoledora ola de sentimientos felices y satisfactorios me golpeó y solo supe abrazarlo con más fuerza de la que alguna vez lo hice.

—Te amo —susurré, una y otra vez.

—Pero yo te amo más.

Quise discutirle y decirle que no, que yo lo amaba más. Lo amaba por ser tan único y especial. Lo amaba por amarme y por anhelarme tanto. Lo amaba porque era el hombre de mis sueños y ahora iba a pasar toda mi vida con él.






Cap larguito y fogoso para que me amen un poquito más.

Mood del capítulo:

Yo cuando lo escribí:

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