45. ¿Eso en que nos convierte?
28 años | Anggele
Diciembre
Cierro la última caja y se la doy al señor del camión de la mudanza, ellos se han encargado de todo y no he tenido queja alguna. Son gente responsable y trabajadora, me agradan las personas así.
—Sé que el pago era mitad antes y la otra mitad cuando la mudanza estuviera completa, pero mi novio pagó por adelantado —le informó.
—No se preocupe, señorita —me sonríe amablemente y sale del departamento.
Oficialmente, no queda nada en este lugar. La nostalgia me golpea, no porque sea un paso difícil, sino porque este lugar fue lo primero que compré con mi propio dinero, con mi esfuerzo. Lo echaré de menos, pero sé que esta decisión será la mejor que tomaré en mi vida.
Ayer por la noche fue mi despedida, por así decirlo, ya que Aiby y yo hicimos nuestra noche de chicas. Pizza, cerveza y conversaciones personales. Ella me contó cómo estaba yendo todo con Sebas, y, al parecer, la cosa va en serio. Según sé, le dijo a Demián hace unos días que Sebas era su novio y todo pareció salir bien, lo que me deja más tranquila.
Mi teléfono suena y me sobresalto.
¿Ya terminaste? Te estoy esperando con una sorpresa. ;)
Sonrío y tecleo con rapidez.
Ya está todo listo. El camión va en camino a la casa.
¿Qué clase de sorpresa? :0
Tendrás que esperar.
Me mordí el labio y negué con diversión. Demián podía ser bastante divertido cuando hablamos por Whatsapp.
Mi ceño se frunció cuando tocaron la puerta, pensé que serían los de la mudanza, pero no, era Javier. Todo mi cuerpo se tensó con mucha rapidez, me sentía rígida, pero cuando vi sus ojos, algo dentro de mí se rompió.
Hace casi tres semanas que no lo veía, y claramente han pasado muchas cosas en su vida. La clara falta de sueño se nota en sus ojeras, sus ojos azules llorosos e hinchados, así como lo delgado que se encontraba me decía que no estaba comiendo bien.
¿Pero qué pasó?
Me quedé en silencio sin saber que hacer o que decir, tan solo nos miramos por lo que pareció una eternidad, hasta que él acortó la distancia y me abrazo con más fuerza de la necesaria. Permanecí inmóvil y me dije a mi misma que no debía moverme ni un solo centímetro, solo que Javier sollozó en mi cuello y todo se fue al carajo.
No entendía muy bien lo que estaba pasando, pero lo sentía en todo el cuerpo. Una oleada de sentimientos me invadió por completo, aferrándose de una manera desgarradora a mis huesos, haciéndome sentir muchas cosas a la vez.
La respiración de Javier se hacia cada vez más superficial en mi cuello, se estaba esforzando por no sollozar, pero fallaba continuamente. Fue entonces cuando lo pude soportar más, lentamente mis brazos se movieron, rodeando su torso hasta su espalda, sosteniéndolo contra mí como si fuera un niño pequeño.
Entonces, recordé la primera vez que lo vi, hace tanto tiempo...
Mamá me llevaba de la mano hacia una casa grande, de color blanco y amarillo. No me gustaba esa casa, me gusta más la nuestra. Azul y blanco, nuestra casa es más bonita. Cuando subimos al porche, la puerta se abre y papá aparece. Hace mucho tiempo que no vemos a papá.
—Miranda —saludó a mamá y luego se agachó ante mí—. Hola, nena, ¿cómo estás? —no respondí, estaba molesta con él por hacer llorar a mamá. Él suspiró, pero sonrió—. Te he echado un montón de menos, ¿sabes? Un día de estos puedes venir a quedarte conmigo...
—No hagas esto ahora, Javier, por favor —le dijo mamá, pero yo no la entendí.
Solo tengo ocho años, no creo que pueda entenderlo.
Papá se levanta y nos invita a pasar. Mamá se sienta en el sofá de la sala y me sienta junta a ella. Estamos muy juntas. Nuestras manos están unidas. Mamá me sonríe y besa mi frente.
—Ella no está aquí —dice papá—. Está en chequeos médicos.
¿Quién es ella?
—¿Por eso me llamaste? ¿Para que ella no sepa que estuvimos aquí? —la firmeza en la voz de mami me asustó un poco, pero no me moví.
—No había otra forma, Miranda —papá arruga la nariz y se va por las escaleras.
Nos quedamos solas unos minutos.
—¿Qué hacemos aquí, mami? —miro a mamá.
—Vinimos para que conozcas a alguien —me responde.
—¿A quién?
No me dice nada más, porque papá viene bajando las escaleras con un pequeño bultito en los brazos. Frunzo la nariz también. ¿Qué es eso?
—Mira, Angge —papá se sienta junto a mí y me muestra lo que trae en los brazos—, este es tu hermanito. Se llama Javier.
—¿Cómo tú? —le pregunto, pero no puedo dejar de mirar al bebé.
Es pequeñito, rosadito y huele bien.
—Tiene el pelo rubio, mamá —digo con emoción—. Y tiene los ojos azules como los míos.
—Sí, amor —mamá me acaricia la espalda—. Se parece mucho a ti.
Se parece a mí.
Es mi hermanito.
De tan solo recordarlo se me salen las lágrimas, una impotencia y una culpa me carcome de pronto, porque la realidad me golpea en la cara. Toda la vida me la pasé alejando a este niño de mí, sin entender que él no tiene la culpa de nada.
Tan solo era un pequeño indefenso e inocente envuelto en un drama familiar. Cómo yo. Ahora lo tengo aquí, en mis brazos, desgarrándose en lágrimas con una agonía que me parte el corazón.
—Lo siento —susurro con la voz rota. Aprieto su abrigo entre mis dedos, lo abrazo con todas mis fuerzas—. Lo lamento tanto.
—Anggele... —me abraza más fuerte, uniendo sus pedazos rotos con los míos y se siente reparador—. Lo lamento...
Nos separamos un momento, nos miramos a los ojos y me puedo ver a mi misma en sus ojos, como un espejo. Sus manos suben a mi rostro y trata de secar mis lágrimas.
—Soy un estúpido —dice, traga con fuerza y se ríe con amargura—. Tantos años solo creí que me odiabas porque nuestros padres tenían problemas, ahora resulta que no es nuestra culpa...
—Javier...
—Te he reprochado tanto, Anggele —me interrumpe—. Jamás fue nuestra culpa.
—No lo fue —negué y acaricié su mejilla.
Ambos estamos hechos un mar de lágrimas, pero me las arreglo para alejarme de él y cerrar la puerta. Los dos nos sentamos en el suelo, uno junto al otro, mirando a la nada.
—Siento que mi vida ha sido una total mentira —murmura, apoyando los codos en sus rodillas—. Tenía a mi madre en un trono de oro, pero veo que solo ella tuvo la culpa de todo esto.
—Tu padre también tiene cierto grado de culpabilidad, no lo excluyas —le recuerdo, recostando la cabeza en la pared—. No debí decirte esas cosas tan horribles en el hospital, Javier. Lo siento mucho.
—No, no lo sientas —me mira y me sonríe—. Debía saberlo. ¿Por qué carajos me ibas a odiar tanto? Ahora lo entiendo.
—No te odio, Javier —le digo—. Jamás te odié. Es solo que, verte y relacionarme contigo era como aceptar todo lo que tu padre hizo en el pasado —me rio de mi misma—. Que idiota soy.
—Estabas en todo tu derecho, en cambio yo, estuve ciego toda la vida —sacude la cabeza y aprieta los ojos—. Nuestras madres son hermanas... ¿Eso en que nos convierte?
—En extraterrestres —suelto en broma y él se ríe—. Primos hermanos, supongo.
—Vaya —suspira—, eso es raro.
—Sí...
El silencio se acentúa entre los dos, pero no es incómodo, es... raro. Solo eso. Extrañamente me siento bien. No puedo describir el momento, no es algo que pueda explicar con palabras exactas.
—No tenías por qué enterarte así —musito, girando el rostro para verlo.
—Créeme, Angge, no hay buena manera para saber esto —negó, cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la pared—. No esperé saber que la mujer que me trajo al mundo fue capaz de romper una familia de tal manera.
—Lo siento —digo.
—No, no es tu culpa —me sonríe—. Sé que no me corresponde, pero lo siento por tu madre.
—No, ella ya lo superó —me rio—. Creo que hasta tiene un novio, no lo sé... —me encogí de hombros—. Javier, no tienes que sentirte culpable por eso, ¿de acuerdo?
—¿Está en el pasado? —asiento—. Cuando me vaya de aquí, ¿me dejarás en el pasado también?
Eso no lo había pensado.
Me pasé casi toda la vida intentando mantenerme lejos de él y de su familia, pero jamás me replanteé si era buena idea estrechar lazos como hermanos. Bueno, acabo de echarme la llorada de la vida con junto a él hace unos minutos atrás, ¿qué más da? Aunque, pensándolo mejor, he estado llorando mucho estás semanas.
—No, no lo haré —acepto, lo miro y le muestro una sonrisa—. Trataré de ser menos frívola, ¿vale?
—Vale, puedo aceptar eso —asiente.
—Por cierto, ¿quién te dio mi dirección? —entrecierro mis ojos en su dirección.
—Fui a tu trabajo —eleva la barbilla con suficiencia—. Dije que era tu hermano y que estaba de paso por Nueva York, que había perdido tu dirección y ellos me la dieron.
—Dios, eres un acosador de primera —se ríe y yo me pongo de pie—. Primero acosas a mi novio y ahora vas a mi trabajo, ¿estás loco?
—Un poco, sí —se levanta también y mira alrededor—. ¿Te mudas?
—Sí, con Demián —asiento.
—Felicidades —sonríe—. Bueno, fue bueno que habláramos.
—Sí, yo pienso igual —nos miramos por unos minutos en silencio, hasta que decido acortar la distancia. Lo abrazo con fuerza, como si no tuviera suficiente.
Se siente extraño, pero no en el mal sentido. Es diferente, como si esto era lo que necesitaba. Un abrazo su suyo. Un abrazo con mi hermanito pequeño.
—Ya no te pierdas, ¿sí? —le digo cuando me alejo.
—Ya no te pierdas tú —se burla—. Ya nos veremos, hermana.
Sonrío cuando un calor satisfactorio me envuelve el pecho.
—Ya nos veremos, hermano.
Lo veo salir de mi departamento con una sonrisa y una mirada menos triste, gracias a eso me siento mejor. Ahora entiendo todo lo que me dice Demián, ver feliz a Aiby lo hace feliz a él. Que Javier esté tranquilo me da tranquilidad a mi también.
—¿A qué se deberá tanta sensibilidad? —me pregunto a mi misma cuando estoy sola, me doy la vuelta para recoger mi bolso, pero... —. Mierda...
Mis pies se mueven con rapidez hacia el baño cuando el vómito se precipita por mi garganta. Me agacho frente al inodoro y expulso todo mi desayuno, creo que hasta mi estómago completo.
—Dios... —respiro hondo, intento ahuyentar las náuseas de mi sistema—. No puede ser. Que asco.
Me levanto cuando sé que ya no queda nada en mi estómago que sacar, me enjuago la boca y me lavo las manos. Hago mis ejercicios de respiración para no sentir que todo a mi alrededor da vueltas.
¿Pero qué mierda?
—Debió ser la pizza...
[...]
Demián me abraza con ternura, consolándome, aún y cuando le dije que no era necesario. Me sonríe y besa mi frente, apoyándose contra el cabecero de la cama, apretándome contra su pecho.
—¿Estás segura de que estás bien? —me pregunta por milésima vez.
—Sí, amor —acaricié su mejilla, sonriéndole para infundirle calma—. Ya te lo dije, hablé con él y todo está bien.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo —asiento—. No volveré a ocultarte nada, de verdad.
—De acuerdo —besa la cima de mi cabello—. ¿Ya tienes tu maleta lista para mañana?
—Sí, ya está todo listo y empacado.
Mañana no iríamos a Australia en familia, con Aiby y Sebas, lo que sería muy divertido, puesto que el pelinegro ahora va como novio oficial de la rubia.
Me tenía entusiasmada el viaje, ya que mi mamá me había estado insinuando que tiene un pretendiente, entonces quiero conocerlo en persona y darle el visto bueno.
—¿Cuál era la sorpresa que me tenías? —le pregunté.
—Oh, cierto —estira el brazo hacia la mesita de noche y saca una diminuta cajita azul con pequeño moño del mismo color—. Ábrelo.
—Vale —me rio ante su raro entusiasmo—. Me estás asustando...
—Calla y ábrelo —lo sujeto entre mis manos y le quito la tapa. Eran unos llaveros: una casa dividida en dos—. Que te mudes conmigo es un paso gigante, porque te he esperado por mucho tiempo y amo eso.
—Demián...
De pronto las lágrimas me empañan la vista, sus dedos elevan mi barbilla hacia él para mirarme con sus potentes ojos marrones.
—Bienvenida a casa, mi amor —susurra en mis labios.
Un jadeo enternecido me rompe la garganta y no puedo controlar mis emociones, así que, luego de poner la cajita en la otra mesita de noche, me abalanzo sobre él para besarlo como quiero. Sus brazos me reciben gustosos y sus labios no le dan tregua a los míos.
La desesperación es tanta que en menos de un segundo me tiene tendida en la cama y bajo su cuerpo, se acomoda entre mis piernas sin dejar de besarme y me sube el vestido hasta la cintura.
—Demián, no me... —ya es tarde, mis bragas pasaron a mejor vida. Lo miro con el ceño fruncido mientras solo me sonríe como idiota—. ¿Era necesario?
—Sí, shhh —me besa otra vez, callando mis palabras y avivando mis gemidos.
Sus dedos entran en contacto con mi centro y todo pierde nitidez alrededor de mí, me aferro a sus brazos cuando esa tersa caricia pasa de tierna a una pasional.
—Oh, por Dios... —echo la cabeza para atrás, cerrando los ojos con fuerza, sintiendo sus caricias en punto de placer—. Por favor...
Demián deja besos por mi cuello, mientras yo me desespero por abrirle los jeans y bajarlos solo poco, liberando su erección. Nos miramos a los ojos un segundo y somos uno solo al siguiente.
Me tengo que morder el labio inferior para no gritar, el muy desgraciado sonríe ante mi estado, pero su expresión cambia cuando rodeo su cintura con mis piernas y elevo las mías.
—Mierda... —gruñe, aunque sabe que no me gusta.
—Sí, bueno, pues no te hagas el listillo conmigo —le reprocho, enredando una de mis manos en su cabello castaño—. Bésame.
Un gemido de su parte muere en mis labios, mientras se impulsa en mi interior con suavidad. Dios, se siente tan bien tenerlo así. Ni siquiera se está moviendo como lo amerita la situación y ya siento que estoy rozando el cielo con las manos.
De pronto, la puerta se abre de sopetón y un jadeo sorprendido hace que Demián se quede quieto sobre mí.
—¡No vi nada, no vi nada! —exclamó Aibyleen mientras se reía.
—No puede ser —las palabras salen de mi boca en un susurro muy avergonzado, sin embargo, mantengo la compostura.
—No estoy viendo nada, no se preocupen —dijo riéndose.
—¿Qué carajos haces aquí, Aibyleen? —gruño mi novio, a quien no estaba viendo porque tenía los ojos cerrados—. ¿Por qué no tocas antes de entrar?
—Ya sabes que yo nunca toco —replica ella.
—¿Qué quieres? —le pregunta, yo solo no me muevo.
—Un condón —respondió simplemente.
—¿Y para qué mierdas quieres un condón? —indagó su hermano.
Yo ya me estaba estresando y por eso traté de besarlo, pero él solo esquivó mis labios.
Mierda.
—Porque quiero tener sexo con mi novio, ¡duh! —dijo con un tono obvio.
—¡No vas a tener sexo con mi mejor amigo en mi casa! —bufé ante el tono de reproche que empleó Demián.
—¿Me vas a dar uno o no?
—Ya dáselo, Demián, quiero terminar —intervine, ya frustrada con toda la situación.
Demián sujetó mi mano cuando intenté tocar su rostro.
—En la mesita de noche —aceptó él, resignado.
Escuché el ajetreo de Aibyleen por la habitación, así que miré a Demián e hice un puchero que fue premiado por un besito casto y rápido.
—¿Qué cojones vas a hacer con tres condones, Aibyleen Whittemore? —le espetó entonces.
—Una sola ronda no basta, Demián —informó y supe que ya se iba—. Por cierto, la posición del misionero en muy incómoda.
—¡Aibyleen! —exclamé ya harta.
Escuchamos su risa a lo lejos y luego su puerta cerrándose después.
—La odio tanto —el castaño apoyó su frente en mi hombro y suspiró.
—¿Me vas a dejar terminar o no? —le pregunté con voz ahogada.
Demián levantó la cabeza y me miró, me sonrió con maldad antes de besarme y llevarme a la Luna.
Amé escribir este cap.
¿A ustedes les gustó?
Yo estaba que me moría de la risa al recodarlo otra vez.
¡Voten y comenten mucho!
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