44. ¿Y sí digo que no?
29 años | Demián
Diciembre
Días después...
Mariana sonríe con diversión cuando paso frente a su escritorio. Ha estado así desde hace unos días y me tiene estresado, pero no sé por qué está tan risueña últimamente.
—¿Por qué estás tan contenta? —cuestiono.
—Por nada —se encogió de hombros y tecleó en su computador—. Tal vez me hace feliz verte feliz. Desde que volviste de Rusia estás contento y eso me facilita mucho el trabajo, ¿sabes?
—¿Facilitarte el trabajo? —ladeo la cabeza.
—Sí, así no andas gruñéndome como perro todo el tiempo —sonríe con malicia.
—Estás loca —espeto, sin ocultar mi felicidad.
—¿Qué tal la reunión?
—Bastante bien. Quiero que estés atenta al teléfono, en cualquier momento cerramos el trato —le digo.
—Entendido, jefe.
Trato de no distraerla más, porque tampoco quiero distraerme. La castaña pone los ojos en blanco y eso es lo último que veo antes de entrar a la oficina. Mi teléfono suena cuando me siento detrás del escritorio, sonrío al ver el remitente.
¿Te quedas conmigo hoy?
Recuerda que me tienes que ayudar a empacar lo que me falta (y falta mucho). :'(
Sin problema. Estaré allí a las seis. ;)
¿Sabes que es lo bueno de que todo esté empacado?
¿Qué cosa?
Espero si respuesta, que debe ser algo ingenioso.
¡Que no tengo que cocinar! UwU
Pediré una pizza. :)
Sonrío, sabiendo que diría eso.
Desde hace una semana atrás Anggele ha estado empacando cosas de su departamento para traerlas a mi casa. Mentiría si dijera que ha empacado rápido, porque entre las noches de chicas que tiene con mi hermana, las borracheras y todo eso, no ha avanzado nada.
Es por eso que, desde hace dos días, he estado ayudándola a hacer las cajas.
Sebastián abre la puerta como siempre, sin tocar. Lo observo sin decir una palabra, puesto que me sorprende su visita a estas horas. Lo veo cerrar y caminar hacia mí hasta sentarse al otro lado del escritorio.
—¿Recordaste que tienes mejor amigo? —le digo en tono dramático, él bufa.
—No seas marica —me rio y suelto el teléfono junto con el bolígrafo en la mesa.
—¿Qué te trae por aquí un martes tan temprano? —me apoyo en la silla, mirándolo expectante.
—Quiero hablar de Aibyleen —traga forzado, frunzo el entrecejo.
—¿Sobre Aiby? —asiente, levanté una ceja—. ¿Qué hizo?
—Nada, no ha hecho nada —niego.
—¿Entonces? —pregunto.
Permanece en silencio, aprieta la mandíbula como cuando está nervioso. Cierra y abre las manos constantemente, traga forzado otra vez y ahora el que se pone nervioso soy yo.
—Sebastián, si no me dices lo que está pasando, asumiré que es...
—Estoy enamorado de ella —suelta con rapidez, interrumpiendo mis palabras, dejándome anonadado.
Un pitido agudo me ensordece los oídos y todo a mi alrededor parece detenerse. El silencio reina en la oficina, mi cabeza da vueltas, sus palabras se repiten en mi mente sin parar. No sé que pensar. No sé que hacer. No sé cómo actuar.
¿Lo golpeo? ¿Debo golpearlo? ¿Debo...? No, es mi mejor amigo, no puedo hacer eso, pero...
¿Qué carajos fue lo que dijo?
—No estoy jugando, Demián, si es lo que piensas —decide hablar apresuradamente, como si quieres aclarar las cosas—. Sabes que no jugaría con algo así...
—Espera, espera —lo interrumpí y sacudí la cabeza, frunzo el entrecejo—. ¿Cómo que estás enamorado de mi hermanita?
—Sí, como lo escuchas —afirma, tan seguro como puede.
Me río, incapaz de creerlo. Me paso las manos por la cabeza para ver si me despejó, niego. No, eso no puede ser. Dios, ¿pero qué mierda?
—No, Sebastián —no puedo creer esto. No, esto es... increíble—. ¿Cómo...? Ni siquiera te gusta, mierda... No puede ser, ustedes ni siquiera...
—Hemos estado saliendo desde hace un par de semanas, casi un mes, de hecho —responde, dejándome aún más sorprendido. Se inclinó hacia adelante y buscó mis ojos—. Demián, estoy completamente enamorado de tu hermana desde que la vi por primera vez, pero no me acerqué, no hasta ahora, no hasta que ella misma vino a mí, ¿entiendes?
—Tienes que dejar de decir que estás enamorado de ella, de lo contrario, te golpearé —lo señalo y suelto un bufido por lo bajo, niego otra vez con la cabeza—. Has estado saliendo con mi hermana, con mi hermanita... Dios, esto es... —aprieto la mandíbula, lo observo, sus ojos grises aún más oscuros y nerviosos que antes—. Aibyleen es más de lo ves, Sebastián. No es solo la modelo que gana más que tú y yo juntos en un mes, no es solo un alma caritativa que ama a los animales, no es solo una mujer que lucha con un trastorno que se reproduce en una de cada cien personas —siseo hacia él. Molesto, preocupado, ansioso, estresado—. Es mucho más, tiene secretos que nadie más sabe, tiene cosas guardadas que te helarían la sangre...
—Lo sé, me lo contó —responde, ahora sí dejándome perplejo.
—¿Te lo contó? —susurro.
—Todo —asiente con firmeza—. Las pesadillas, la anorexia, el hecho de que no sabe cómo estar con alguien más por miedo a que la rechacen. Me lo contó absolutamente todo, Demián.
Tomo una lenta respiración antes de pasarme las manos por el rostro, niego.
Esto no puede ser posible...
—¿Por qué carajos no lo sabía? —espeto, mirándolo molesto—. ¿Por qué carajos no me lo dijiste?
—Porque le prometí que esperaríamos, que te íbamos a decir cuando se sintiera lista...
—¿Por qué estás aquí, entonces? —frunzo el, incapaz de controlar la rabia en mi tono de voz—. Estás rompiendo su promesa. ¿Así me demuestras que estás enamorado?
—No, estoy aquí para que me apoyes, como siempre lo has hecho —me dice, estira la mano por sobre el escritorio y aprieta mi antebrazo—. Eres mi hermano, y necesito que me des tu aprobación.
Me mira suplicante, como cuando quiere algo. Esos ojos grises tan oscuros me miran con necesidad. ¿Qué quiere que haga? ¿Qué salte de felicidad? ¿Qué lo felicite? No, así no son las cosas. Unas simples palabras no me harán cambiar de parecer, tiene que demostrarme que vale la pena el beneficio de la duda. Pero, ¿estoy dispuesto a darle ese beneficio?
Juega tus cartas, Whittemore.
—¿Y si no quiero que estés con ella? —espeto, su expresión cambia con rapidez. Eso es, McCain, dime lo que piensas en realidad—. ¿Y si digo que no? Qué no lo acepto, que no quiero que ella esté contigo... ¿Qué harás?
Me mira sin poder creer que le este diciendo esto. Él sabe por qué lo hago, lo conozco mejor que a mí mismo.
Dímelo, McCain, demuéstrame que eres digno de mi hermanita.
—En ese caso, no me importaría —niega y sonríe confiado—. Vine para decirte que estoy a los pies de tu hermana, que la quiero conmigo y que haré lo que esté en mis manos para que estemos juntos —sus palabras me golpean, porque era lo que esperaba. No podría decirme otra cosa. Veo la sinceridad en sus ojos, los míos escuecen en cuestión de segundos.—. Espero que lo entiendas y me des tu apoyo, pero si no lo haces, no me importa. La quiero a ella, y sé que ella me quiere, aunque no lo diga en voz alta, y ni tú ni nadie, me separará de Aibyleen.
Y ya está, ese discursito me compra de una manera poco racional. ¿Por qué siempre tiene que usar las palabras correctas? No, él no puede ser así. No puede hablar de mi hermana como si fuera su mundo. Toda la vida creí que ningún hombre estaría a la altura de Aiby, pero eso resultó ser falso. Ese hombre había pisado nuestra familia mucho antes de que me diera cuenta.
—Estos últimos días, ella ha estado diferente —murmuro, miro sus ojos—. Está contenta, sonríe por todo, se ríe a carcajadas... ¿Sabes cuándo fue la última vez que la vi así? —lo veo sacudir la cabeza—. Jamás. Aibyleen ha soportado mucho desde muy pequeña, su trastorno, el bullying, el rechazo, la anorexia... Y lo ha superado. Cada batalla que ha ganado es un triunfo para mí y mi familia. ¿Sabes lo que significa? Ella es nuestro mundo, Sebastián, y, esta felicidad solo se debe a ti. ¿Cómo puedo tomarlo? Eres mi hermano, mi mejor amigo, mi mano derecha.
—No voy a lastimarla —garantiza, porque sabe que eso es lo que me está carcomiendo.
—Eso lo sé, porque te cortaría las pelotas si lo haces —me rio—. ¿Estás dispuesto a superar cada obstáculo con ella?
Lo veo poner los ojos en blanco, harto, supongo, de mis preguntas. Ya me había contestado, pero quería escucharlo otra vez.
—Estoy dispuesto a sujetar su mano cuando todo se esté derrumbando —asiente y es suficiente para mí.
Por ahora.
Lo miro, largo y tendido. Suspiro y me pongo de pie, camino hacia él bajo su atenta mirada. Debe pensar que lo voy a golpear, pero no es así. Se levanta de la silla cuando estoy frente a él, estrecha mi mano y lo aprieto en un abrazo que dice más que mis propias palabras.
—No sé cómo hacer esto y tú lo sabes, pero lo acepto, porque te conozco y porque jamás había visto esa expresión en tu rostro. La amas, aunque aún no lo sepas. Y ella te ama, aunque no se haya dado cuenta —me alejo y le sonrío—. Bienvenido a la familia, cuñado.
[...]
—Vaya —muerde su rebanada de pizza, sus ojos azules no dejan de ver los míos—, eso no me lo esperaba.
—Sí, ni yo —suspiro, recordando mi encuentro con Sebastián esta tarde. Aprieto el puente de mi nariz—. No sé que pensar de todo esto...
—Creí que lo habías aceptado —dice.
—Sí, pero eso no quita el hecho de que será extraño —le explico, ella hace un puchero—. No me mires así —le reprocho.
—¿Cómo?
—Como si supieras exactamente lo que estoy pensando.
—Será por qué lo sé —se encoge de hombros—. Vamos, Demián, no te preocupes por eso...
—¿Por qué Aiby no me lo ha contado? —mi pregunta la interrumpe—. Soy su hermano, debo saber que pasa con su vida...
—Pero no todo —alega ella. Deja la pizza en la caja que está en medio de los dos en el suelo, se limpia las manos con una servilleta y centra toda su atención en mí—. Mira, Aiby vive contigo y todo eso, eres su hermano mayor y tienes muchos derechos sobre ella, pero Aiby es una mujer adulta, no tiene por qué contarte su vida amorosa...
—Pero...
—Pero —pone su dedo índice sobre mis labios y sonríe—, ella te contará cuando esté lista. Eres su hermano, la conoces, sabes por lo que pasó y todo lo que vivió... Tal vez, solo quiere ver qué tal le va con Sebastián, no debes presionarla.
—Y no quiero hacerlo —admito—. Es solo que pienso en lo que pasó con Stuart y eso...
—Eso no volverá a pasar —me dice—. Ese sujeto, según lo que Aiby me contó, es un patán, Sebastián no es así.
Bueno, en eso tiene razón. Sebastián jamás le haría daño a Aiby solo porque quiera.
—Si recapitulamos todo lo que me has contado sobre tu amistad con Sebas, creo que ambos podemos afirmar que nadie más que él puede cuidarla como si fuera una copa de cristal —su mano aprieta la mía con cariño—. Te voy a preguntar algo, ¿de acuerdo? Me vas a contestar con la verdad.
—Okey —acepto.
—Sí otro hombre, cualquiera, viniera y te dijera lo mismo que Sebastián, ¿lo aceptarías? —ladea la cabeza—. Sé sincero.
—No —confieso en voz alta—. No aceptaría a cualquiera.
—Bien, entonces, aquí va la otra pregunta...
—Dijiste una...
—Calla —se ríe y se pasa un mechón rebelde detrás de la oreja—. Recuerda mi pregunta anterior y tienes que asociarla con esta, ¿vale? —se acomoda para verme mejor—. De todos los hombres que existen en el mundo, cualquiera, exceptuando a Sebastián, ¿crees que alguno merece a Aiby?
—No —eso lo dije con más rapidez y firmeza.
—Ahí quería llegar —se ríe otra vez—. Sebastián es increíble, ¿no crees que él sea el indicado para ella?
Me quedé en silencio, analizando lo todo.
—Demián...
—Sí, pienso que él es el indicado para ella —concuerdo, siendo premiado por una sonrisa—. Me tomará tiempo asimilarlo, pero creo que estoy más tranquilo sabiendo que Aibyleen no está con cualquier idiota.
—Así me gusta —me da palmaditas en el brazo y luego se aleja para levantarse del suelo—. ¿Quieres más?
—No, estoy bien —recoge la casa y se va hacia la cocina.
Pienso en todo lo que me dijo y sí, tiene razón, tal vez debería bajarle a mi pánico. Sebastián no la va a lastimar, no si quiere que lo mate, por supuesto. Sin embargo, estoy estresado porque mi hermana no me ha dicho nada, pero dejaré que ella misma venga y me lo haga saber.
—Tendré una noche de chicas con Aibyleen pasado mañana —dice desde la cocina.
—¿Otra? —mi ceño se frunció, me puse de pie y fui a buscarla—. ¿No tuvieron una hace unos días?
—Bueno, pues necesitamos otra —dice obvia, mirándome al otro lado de la barra—. Será mi última noche en este departamento, Aiby pensó que sería divertido.
—No me agrada la idea —me cruzo de brazos.
—¿Por qué? —su expresión endurece.
—Porque tienes una semana mudándote conmigo.
—Ya falta poco.
—Quiero que estés en casa lo antes posible —digo.
Anggele hace un puchero de lo más empalagoso, rodea la isla y se acerca a mí para rodear mi torso con sus brazos.
—Ya sabía que eras cursi, pero tampoco tanto —se pone de puntas para darme un beso—. Me voy a mudar contigo, Demián, no cambiaré de parecer. Lo juro. Solo estoy despidiéndome de mi casa, ¿está bien?
Bueno, quizás por eso es que estoy insistiendo tanto. No quiero que se retracte, desde que volvimos de Rusia siento que todo es diferente. Es más verdadero, más indeleble.
—Está bien —le quito el cabello del rostro, acuno sus mejillas antes de besarla—. Solo te quiero conmigo de ahora en adelante.
—Y así será —me sonríe—. Las cosas cambiarán, Demián, lo prometo.
Oh, claro que cambiarán. Mucho. Solo espero que sea para bien.
Que recuerdos...
Leerlo desde el punto de vista de Demián es otro nivel.
¿Confirman?
Espero les haya gustado el cap de hoy.
Voten y comenten mucho.
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