40. Ve por ella.
29 años | Demián
Noviembre
Observo las gotas de lluvia resbalar por el ventanal de mi oficina, soy incapaz de pensar en otra cosa que no sean los ojos azules de Anggele. Ya ha pasado... ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Cinco días? Ya no lo recuerdo bien. No obstante, sus palabras se repiten en mi cabeza sin parar, como un CD rayado.
«Esa soy yo: desalmada, insensible, cruel, rencorosa, mimada, dura, fría e indiferente. No hay nada más».
Oh, nena, claro que hay más. Hay muchísimo más. Eres bondadosa, caritativa, eres inteligente, audaz... ¿Cómo puedes creer algo como eso?
A veces, solo quisiera saber que pasa por su cabeza, quisiera darme cuenta de sus falencias y tan solo decirle que todos las tenemos y que por eso somos así.
«¡No hay nada más en mí! No soy cariñosa, amorosa, atenta, detallista... No soy eso, no puedo serlo. Esto es lo que hay, esto es lo que soy. Y me duele porque quiero estar contigo, pero no sería justo para ti estar con alguien como yo».
¿Qué no es justo para mí estar con alguien como ella? ¡Pero si es la mujer de mi vida! No la cambiaría por ninguna otra.
—¿Sabes algo, Demián Whittemore? —susurra en voz baja, mientras busca mis ojos.
—¿Qué? —la aprieto contra mi regazo sin movernos ni un solo centímetro del sofá.
Luego de un largo maratón de las películas de Thor, estamos viendo por millonésima vez Avengers: Endgame.
—Aunque seas Team IronMan, te quiero —admite.
—Lo mismo va para ti, señorita —beso su mejilla—. Te quiero.
Claro, no es para nada amorosa. ¿Cómo siquiera puede pensar algo así? Tal vez no sea la más empalagosa, pero es suficiente para mí, porque sé que su afecto es honesto.
«Yo no soy la mujer perfecta para ti. No cuando tú te mereces todo el amor del mundo, no cuando yo no puedo ofrecerte nada».
Me ofreces todo y mucho más... Tal vez solo deba darle tiempo, pero... ha pasado mucho tiempo ya.
Suelto un suspiro cargado de cansancio, ansiedad e impotencia.
—Jefe, ¿estás ocupado...? —la voz de Mariana se pierde cuando la miro a los ojos—. Oh, ¿estás bien?
—Sí, estoy bien —me aclaro la garganta—. ¿Necesitas algo?
—Necesitaba, pero creo que puedo hacerlo yo sola —hace una mueca.
—Mariana...
—¿Por qué estás aquí? —se cruza de brazos—. Es obvio que no estás feliz. No deberías venir a trabajar si estás así...
—Estoy bien, ¿de acuerdo? —frunzo el ceño y opto por una postura más defensiva.
—Está bien, lo siento —rueda los ojos—. Escucha, no sé que está pasando con tu vida, pero asustas a todos, ¿bien? Has estado de un humor muy ácido toda la semana, bájale dos rayitas a tu violencia, ¿okey?
—Okey, lo lamento —suspiro y me aflojo el nudo de la corbata—. Sebastián se fue a Los Ángeles y el trabajo es el doble, luego estuvo la reunión con los inversionistas, mi hermana está más inquieta de lo normal... —sacudo la cabeza—. Solo estoy estresado.
—Sí, pero eso no te hace tener cara de pocos amigos todo el tiempo —se acerca al escritorio y entrecierra los ojos hacia mí—. ¿Pasó algo con tu princesa?
—Mariana, por favor —suspiro.
—¡Tienes que contarme! —exige y frunce el ceño.
—¿Cómo supiste que pasaba algo con ella?
—Soy bisexual, no extraterrestre —bufa—. Soy mujer, mi sexto sentido sigue activado. Además, no me cambies el tema. ¿Te hizo algo?
—Ella no me hizo nada —me apresuro a decir, intentando detener su arrebato de mamá gallina—. No es nada personal entre nosotros, es algo suyo y de su familia... Mariana, en serio, no quiero hablar de ello.
—Mmh, bueno —hace un gesto con los labios—. Pero vamos a hablar quieras o no.
—Sí sabes que yo soy tu jefe, ¿verdad? —le sonrío.
—Y yo soy tu secretaria, así que me vas a invitar la cena esta noche y me hablarás de tus problemas amorosos —levanta la barbilla con suficiencia.
—¿Es una orden?
—Es una orden —asiente—. Ya sabes dónde vivo, pasa por mí a las ocho. Ya tendrás la cita que siempre has querido, Whittemore. Solo que ahora sí seremos amigos de verdad.
Me sonríe antes de salir de la oficina, dejándome un poco más animado con su visita. Creo que Mariana es esa clase de mujer que te saca de la miseria para que seas un poco mejor.
Afortunado sea el que pueda conquistarla. O afortunada.
[...]
Estoy cenando con mi secretaria en una banca del Central Park, con el viento gélido a nuestro alrededor. Habíamos pasado por un Subway antes de venir aquí. Al parecer, Mariana tenía gustos parecidos a los de mi novia.
—Suéltalo, jefe —murmura la castaña, llevándose una papa a la boca.
—¿En serio debemos hablar de eso? —repaso la boquilla de la botella de cerveza con mis dedos.
—Hablarlo te librera de la tensión —me mira, no digo nada—. Mira, juguemos algo: yo te voy a contar primero mis dramas sentimentales y luego vas tú, ¿va?
—No me gusta ese juego —doy un trago a mi cerveza.
—Pues, lo vamos a jugar, te guste o no —se encoge de hombros—. Bueno, empiezo yo: he estado viendo a alguien.
—¿A tu princesa? —ladeo la cabeza.
—Mmh, no precisamente —hace una mueca, mientras enreda un mechón de su pelo castaño en su dedo índice—. ¿Recuerdas que te conté que era bisexual, que me gustaban más las mujeres y todo eso? Bueno, creo que en lo de que me gustan más las mujeres... me equivoqué.
Se muerde el labio inferior y cierra los ojos.
—¿Ahora te gustan los hombres? —cuestiono.
—Bueno, me gusta un hombre —me tenso.
—No me digas que soy yo, por favor —frunzo el ceño.
—¿Qué? No, no eres tú —se ríe de mí—. Estás que ardes, jefe, créeme, pero me gusta otro tipo.
Sentí un alivio recorrer mi cuerpo, no sé que habría hecho si Mariana hubiera contestado otra cosa. Es hermosa, inteligente, una persona increíble... Pero mi corazón le pertenece a la rubia que me dejó la semana pasada.
—¿Lo conozco?
—No —sacude la cabeza.
—¿Cuál es el problema? —indago.
—Casi me arrolla con su Impala —apoya la mejilla en su puño—. Lo insulté de todas las maneras posibles, pero cuando bajó del auto... —cierra los ojos, como si estuviera recordando aquel momento—... Jamás me había sentido así, ¿sabes? Cuando lo vi yo solo... dejé de respirar. El tiempo se detuvo a mi alrededor y no sé, todo pareció ir en retrospectiva para mí... —la miré fascinado, porque rara vez la veía así, tan ilusionada. Mariana, para ser extrovertida, era muy reservada y recatada. Parpadeó hacia mí y soltó una risita antes de sonrojarse—. Lo siento, hablé de más. No lo entenderías.
—Créeme, te entiendo perfectamente —le sonrío para tranquilizarla—. Cuando conocí a Anggele me pasó lo mismo.
Cuando me tropecé por primera vez con ella en ese Starbucks. Carajo, parece tan lejano... Ocho años. ¿Quién lo diría? Luego de tanto tiempo, logré conquistar a la chica de mis sueños.
—¿Y qué harás con la princesa? —se estremece, como si tuviera frío.
—No lo sé, las cosas con ella son muy complicadas —una expresión confusa abarca su rostro—. La quiero, ¿sabes? Ha estado ahí para mí siempre, es muy buena conmigo... Pero la relación que tiene con sus padres es muy estricta...
—¿Ella es bisexual? —niega.
—Es lesbiana completamente —suspira—. Sus padres no lo aprueban.
—¿Son religiosos? —vuelve a negar.
—Es más por lo que vaya a pensar la gente de ellos, ya sabes —explica—. Su familia es muy importante, gente con dinero y así. Siempre que nos veíamos, debía ser mi departamento o en algún lugar no tan concurrido. A su familia la conocen hasta en la China.
—Que mal.
—Sí —bufa.
—¿Y el nuevo príncipe? —se ríe.
—El príncipe es diferente —su rostro se ilumina de repente—. Nos conocimos hace tres meses, pero es bastante insistente. Dice que solo quiere asegurarse de que estoy bien, ya sabes, porque casi me atropella. Aunque, viéndolo bien, ni siquiera me rozó con el auto. Creo que es solo una estrategia para seguirme —su risa hace el ambiente más ligero—. Con él no tengo que esconderme y eso me hace replantear muchas cosas.
—¿Te trata bien?
—Puff, es increíble conmigo... —sonríe con timidez—. Es amable, pero tiene este aire de superioridad que me irrita, aunque me gusta su actitud. Como si no le tuviera miedo a nada.
—¿Sigues viendo a la princesa? —le pregunto.
—No, decidimos darnos un tiempo, pero igual sigue llamándome —vuelve a encogerse en el asiento—. No sé que hacer. Mi vida amorosa es una mierda.
—Lo siento —le sonrío.
—Pero así es esto, ¿no? El amor es como un barco que va a la deriva, que te sacude de vez en cuando, pero cuando la calma llega, es el mejor lugar del mundo.
Sí, muy profundo, pero tenía toda la razón.
Cuando el amor te enreda en sus hilos, debes darte por perdido.
—Ahora, cuéntame —me mira—. ¿Qué pasa con tu princesa?
—También es una mierda —le advierto.
—Quiero oírlo.
—Bueno, Anggele tiene problemas con su familia paterna... En realidad, tiene problemas con toda su familia. Su padre se acostó con la hermana de su madre, hace muchos años.
—¡No me jodas! —se sorprende, mirándome con asombro—. Que hijo de puta.
—Sí, Anggele piensa lo mismo.
—¡Y con justa razón! —exclama, haciéndome reír—. ¿Y que pasa ahora?
—Su padre tiene cáncer. Leucemia, creo. Entonces, la madre de Anggele cree que, si ella lo perdona, podrá vivir más tranquila. Siendo sincero, yo opino lo mismo.
—Bueno, el perdón puede interpretarse de muchas maneras. Si ella lo perdona, no es él quien estará tranquilo, es ella.
—Eso mismo le dije, pero Anggele es muy testaruda —suspiro—. Bueno, la cosa es que, ella tiene estrés postraumático, debido a todo el asunto con sus padres. Ella solo tenía siete años cuando eso ocurrió y lo canalizó hasta que explotó hace unos años, cuando nos separamos por primera vez.
—Que mal...
—Anggele tiene un miedo irracional a que pase lo mismo —le cuento—. No porque crea que puedo engañarla o algo así, sino más bien por su parte. Cree que, si su padre lo hizo, lastimó a su madre, ella hará lo mismo conmigo. Piensa que es insensible y todo eso.
Mariana pone su mano sobre la mía, dándome una leve sonrisa de apoyo.
—Las cosas están difíciles, ¿eh? —asiento—. Creo que la entiendo. A veces, solo no quieres lastimar a la persona que amas. Pero, ¿te digo algo? Si dos personas realmente quieren estar juntas; lo estarán, no importan las condiciones. No importan las pruebas, los obstáculos, los años, ni la distancia. Cuando hay amor y voluntad todo es posible —musita, mirándome a los ojos—. Con todo lo que me has contado desde hace tiempo, creo que ustedes están hechos el uno para el otro.
El corazón se me detiene un instante, recuerdo aquel cuento para dormir y todo lo que significó para mí decirlo en voz alta y todo lo que representó para ella escucharlo: «... el universo los enredó con un hilo rojo, y no importa cuanto tiempo pase o cuan lejos estén el uno del otro, ese hilo siempre los mantendrá unidos, en esta vida y en todas las que siguen».
—Si ella se alejó por miedo, tú la buscarás por valentía —sonríe en grande—. Ve por ella.
Mariana, eres la mejor secretaria del mundo: 🛐
¿La amamos? La amamos.
Mientras, nosotros seguimos así:
¡Voten y comenten mucho!
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