36. Disneyland.
27 años | Anggele
Marzo
Cierro la puerta con fuerza detrás de mí, soltando un exabrupto improperio a la soledad de mi departamento. Siento que mi cuerpo tiembla, que todo mi ser se contorsiona de la ira, de la desesperación, de la decepción.
Ah, la rabia... Hace tanto tiempo que no me sentía así, tan impotente. Y, como la loca impulsiva que soy, estoy dándole una patada al sofá. Tomo un cojín y lo aviento por los aires, como si fuera el culpable de todos mis males.
—Maldita sea —le digo a la nada.
No sé que pensar, no sé que hacer, no sé que decir. Solo siento el latir furioso de mi corazón golpeando contra mis costillas y el recuerdo de esa desastrosa discusión.
—¿Por qué carajos estás aquí? —le espeto lo más bajo posible, siendo consciente de las personas a nuestro alrededor—. ¿Qué haces aquí?
—Solo quería hablar contigo —me dice, mirándome a los ojos. Es como estar viéndome al espejo—. Sabía que no vendrías por tu cuenta. Gracias a tu novio, que es muy buena persona, pude dar contigo.
Demián. ¿Él me trajo hasta aquí por esto? ¡No puede ser!
—¿Qué es lo quieres, Javier? —gruño—. ¿Por qué estás fastidiándome la vida?
—Necesito decirte muchas cosas —susurra—. Quiero que me escuches, quiero...
—No quiero que me digas nada, no quiero escucharte. ¿Es que no lo entiendes? ¡No quiero saber nada de ti ni de tu puta familia! —siseo entre dientes, importándome muy poco la aflicción en sus ojos azules—. No quiero nada que tenga que ver con ustedes.
—Soy tu hermano...
—El que seas hijo del hombre que puso su esperma para mí creación no te hace mi hermano —le recuerdo—. No hemos sido familia nunca, eso se lo debemos a tu maldito padre.
Me doy la vuelta y camino lo más rápido que puedo lejos de él.
Me tiró de los cabellos con fuerza, gruñendo entre dientes. Siento tantas cosas y al mismo tiempo no siento nada. Pienso en todo a la vez y me duele la cabeza, me duele el cuerpo, el corazón y todo lo que me compone.
¿Por qué hiciste esto, Demián? ¿Por qué? ¿Por qué?
Mi teléfono suena en el bolsillo de mi vestido y el nombre de mi novio se marca en la pantalla. ¿Debería responder? No, lo mandaré a la mierda si lo hago. Hemos pasado por muchas cosas como para tirar todo a la basura por esto. ¿Por qué lo hizo? Es lo único que me pregunto. No debió, eso es seguro...
—Carajo —me siento en el sofá y dejo caer mi cabeza entre las manos—. ¡Mierda!
Busco el contacto de Aiby y marco el número. Pongo el teléfono en mi oreja y espero.
—¡Hola, cariño! —saluda—. ¿Cómo estás?
—Bien, estoy... —me quedo callada, me doy una palmada en la frente y cierro los ojos con fuerza—. Estoy bien, estoy bastante bien.
Tanto como para querer ahorcar a tu hermano con mis propias manos. Tal vez lo quiero demasiado y por eso lo dejé solo en medio de la carretera. No quiero que todo se vaya a la mierda por esto, pero estoy tan molestas con él, conmigo, con todos que... ¡A la mierda todo el mundo!
—Me alegro, ¿te ayudo con algo?
—¿Sigue en pie lo de tu viaje?
[...]
Miro el techo y su estampado de La Sirenita, la luz tenue y todos los detalles mágicos que pueden hacer de tu estadía en este sitio algo fuera de serie.
Ah, Disneyland fue nuestro destino... Bueno, en realidad era el destino de Aiby, pero yo me colé en sus planes, a ella parecía no afectarle en lo absoluto el hecho de que yo estuviera aquí, pero de igual manera me sentía como un estorbo.
¿Será por eso que mi madre jamás consiguió novio cuando yo estaba pequeña? Carajo, le arruiné la vida sentimental a mamá. ¿Por qué no me di cuenta antes? ¡Ah! ¿Qué mal hice?
—Demián no lo hizo de mala manera —susurró Aibyleen, quien estaba acostada en el otro extremo de la cama, mirando el techo también.
Le había contado lo ocurrido con su hermano durante el vuelo, en dónde me deshidraté en lágrimas de rabia e impotencia.
Cuando llegamos a California, lo primero que hicimos antes de venir al hotel fue comprar alcohol. Sí, mucho, mucho alcohol. ¿Cómo nos divertíriamos sin alcohol? ¡No hemos parado de beber! Lo bueno es que no hemos salido de la habitación, así nadie nos ve.
—No tenía derecho tampoco —espeto, sin quitarle la mirada a Flounder y sus colores hipnóticos—. ¿Por qué lo hizo? Ni siquiera lo conoce...
—Yo conozco a mi hermano, ¿sabes? —su voz sale ronca, por lo que se aclara la garganta, sin moverse—. Por conocerlo tanto, creo que ya hasta pienso como él.
—¿Y como piensa él?
—Tan solo se imaginó en una situación similar —comienza su explicación—. Nos ideó de esa manera, a mí y a él. Lejos el uno del otro. Peleados. Distanciados. Eso lo golpeó, lo sé, a mi también me pasaría lo mismo. Demián no puede vivir sin mí, así como yo no puedo vivir sin él. Pensó que también le pasaba lo mismo a tu hermano, creyó que tú estabas tan lejos de él que merecían reencontrarse de nuevo. Te lo dije, ¿no? Demián tiene la tendencia a querer que las cosas funcionen, tanto como para esforzarse demasiado en cosas que no tienen caso. No es su culpa, solo pensó que era lo mejor.
Ella tenía tanta razón, Demián era tan bueno, tenía un corazón tan puro... ¡¿Por qué carajos debía ser así?! Dios, no podía enojarme con él, pero si enfadarme con sus acciones. ¿Tan difícil era preguntarme primero? ¡No quiero saber nada de esas personas! Aún y con su buena voluntad, no debió hacer eso.
¿Se lo reprocho? Sí. ¿Estoy furiosa con él? No.
Lo quiero demasiado como para enojarme por mucho tiempo.
—Nuestros padres nos educaron así, siempre nos decían lo mismo —susurró—: «Cuando nosotros ya no estemos, se tendrán el uno al otro, para siempre». Eso se nos grabó tan adentro que será imposible olvidarlo, sin importar el tiempo, siempre estaremos juntos.
Ojalá mi infancia hubiera sido de ese modo, pero ya no tiene caso quejarse.
—¿Por qué todos hablan del duro pasado de sus padres? —indagué, en un tono bajo para no sonar entrometida—. Es como si hubiera pasado algo malo.
Aiby toma una lenta respiración y cierra los ojos.
—El matrimonio de mis padres comenzó de la peor manera posible —musita en voz baja, como recordando—. No se conocían, no sé amaban, solo fue un negocio redondo. Pasaron los años, quizás sea la convivencia, no lo sé, pero el amor surgió. Papá no fue el mejor hombre, hizo sufrir mucho a mamá, pero hay algo en él hoy en día que no se puede negar: el esfuerzo por ser mejor y tratar de minimizar el dolor que le causó al amor de su vida. ¿Sabes algo, Angge? No sé si mamá era estúpida o muy valiente, pero vio algo en papá en medio de todos los obstáculos que los hizo resurgir de esa oscuridad tortuosa en dónde se encontraban. Los admiro, los respeto y los amo. De no ser por esa oportunidad que se dieron, no estaríamos Demián y yo hoy aquí. Pero ¿sabes que es lo que más admiro de ellos? Que, a pesar de su pasado tan tormentoso, siempre se esforzaron para que fuéramos mejores que ellos, y creo que lo consiguieron.
Vaya, eso explica muchas cosas. Estaba sorprendida con ese relato, aún así, no pude sentirme más maravillada y concordaba con Aiby, sus padres eran dignos de admirar.
—Wow, eso es...
—Sorprendente, lo sé —la veo sonreír—. ¿Ahora entiendes por qué son así?
—¿Tan afectuosos el uno con el otro?
—Sí, eso y muchas cosas más —asiente, me mira—. Para papá, mamá es de cristal y no hace más que protegerla. Cada vez que hacen un plan para venir a Estados Unidos, buscan una fecha en dónde ambos estén libres para así venir juntos. No puedes estar lejos el uno del otro por mucho tiempo, créeme.
—Que lindo —admito.
—Demián y tú son iguales a ellos en ese aspecto —sonríe.
—¿Nosotros? —la miro un poco confundida—. ¿Por qué?
—Bueno, parece que les es imposible estar peleados o distanciados por mucho tiempo, así como mamá y papá —se ríe—. Es por eso que te pido que pienses un poco las cosas. Demián no te reunió con ese chico porque creía que lo necesitabas, lo hizo porque me imaginó a mí lejos de él y quiso que tuvieras un poco de lo que ambos tenemos. Habla con él, estoy segura de que tengo razón.
Ay, Demián, Demián. ¿Qué carajo voy a hacer contigo?
Realmente no puedo molestarme, él no tiene la culpa, lo hizo con las mejores intenciones, a pesar de que ese ser no se lo merecía.
—Quiero besar a alguien —la voz de Aiby me saca de mis pensamientos, me apoyo en mis codos y la miro.
—¿Qué dijiste? —fruncí el ceño.
—Que voy a besar a alguien —se sentó con rapidez y se tambaleó al ponerse de pie, se ríe y compruebo que está más ebria de lo que pensé—. ¡Voy a besar a alguien!
—¡Aiby! —me levanté también, algo mareada y desorientada, pero seguí sus pasos por la habitación—. ¿Qué haces? No puedes salir así, nos van a echar del hotel.
Era un lugar familiar y lleno de niños, no podíamos estar tan ebrias.
La rubia abre la puerta y mira a ambos lados del pasillo.
Mierda. Mierda. Mierda.
—¡Oh, un hombre! —me apresuro a salir de la habitación y la veo correr hacia el guardia de seguridad al final del largo pasillo—. ¡Que sexy eres! ¿Me das un beso? ¡Me muero por darte un beso!
—¡Aibyleen! —exclamo, pero ya es tarde, ya lo está besando—. ¡No!
Mierda.
¿Quién recuerda este cap de otra parte?
Ahora tenemos la anecdota completa.
¡Voten y comenten muchoooo!
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