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35. No debiste hacerlo.

29 años | Demián

Marzo

—¿Su hermano? —cuestiona Sebastián, tan confundido como yo.

—Es su medio hermano, en realidad —murmuré, dándole un trago a la cerveza.

—Vaya, eso no me lo esperaba.

—Ni yo...

Hace dos días que Anggele se encontró con su hermano menor y es la misma cantidad de tiempo que lleva en las nubes, siempre está distraída y apenas hemos entablado una conversación decente. Ella dice que todo está bien, pero en el fondo sé que no es así.

Me contó que ese chico era el hijo de su padre con otra mujer, que no lo consideraba su hermano y que no le interesaba lo que tenía que decirle. También dijo otro montón de cosas frías que me dejaron bastante sorprendido. Anggele era una mujer temperamental y frecuentemente me dejaba consternado. De no ser por como actúa a mi alrededor, diría que no tiene corazón.

Está muy lastimada, esa es la única explicación que encuentro para su actitud distante con su padre y su hermano. ¿La juzgaba? No del todo, se sentía traicionada, pero a veces creo que se hunde cada vez más en el odio que les tiene a esas personas.

—Y no quiere hablar con él —murmuro, frunciendo el ceño.

—¿Qué te ha dicho?

—Que no tiene sentido unir lazos que se rompieron hace mucho. Intenté buscar la solución de otra manera, pero es difícil de persuadir —sonrío—. Ya sabes cómo es ella.

—Sí, es bastante terca —se ríe—. ¿Crees que algún día ella hable con él?

—Lo dudo —admito—. No por su propia cuenta, al menos.

Esa rubia tenía las riendas de su propia vida, independientemente a nuestra relación, ella era la que daba las órdenes de que hacer y que no con su existencia.

[...]

El estrés sigue igual, otra semana pasó y Anggele sigue igual de aislada. Hablamos estrictamente de lo necesario y se queda conmigo tres veces por semana, solo para dormir. Lo único que logra animarla un poco es Aibyleen y su constante locura.

Ha estado durmiendo poco, tiene pesadillas y algunas veces se despierta sobresaltada. Siempre dice que está bien, pero me tiene preocupado. La veo ansiosa y algo confundida, usualmente no está tan aturdida y distraída.

—Estoy bien —susurró cuando la abracé, su corazón latía muy fuerte—. Solo fue un mal sueño.

—¿Quieres contarme? —le pregunté, parpadeando para adaptarme a la oscuridad de la habitación.

—No es nada importante —aseguró, apretándose a mí—. Duérmete.

—Hazlo tú primero —eso logró sacarle una sonrisa, la última sonrisa que vi esa semana.

Eso fue el martes y hoy es viernes.

—Jefe, necesito que firmes aquí —Mariana ingresa a la oficina como un rayo—. Es un permiso.

—Déjame verlo —lo leo rápidamente, o eso intento. Firmo y se lo entrego—. ¿Eso es todo?

—Sí —se aleja, pero se detiene antes de salir—. ¡Ah! Hay un chico en la recepción, dice que quiere hablar contigo urgente. No tiene cita y nunca había venido antes, por eso no lo autorice.

—¿Un chico? —frunzo el entrecejo.

—Sí, pero no sé quién es, nunca ha estado en el registro de visitas —informa y abrazó el iPad contra su pecho.

—¿Sabes su nombre?

—Javier Anderson —responde y un bombillito se encendió en mi cabeza.

Es el hermano de Anggele.

—¿Quieres que lo deje pasar? —inclina la cabeza para mirarme a los ojos.

—Sí, déjalo subir —asiento.

—De inmediato —sale de la oficina.

¿Qué querrá? Pero ¿cómo me encontró?

Espero pacientemente, cinco minutos bastan para que la puerta de mi oficina se abra de nuevo. El chico del otro día ingresa, con el cabello rubio despeinado, un jeans y una sudadera azul oscuro. Mientras más se acerca, más se parece a mi novia.

—Espero no estar molestando —musita, mete sus manos en los bolsillos de su pantalón—. No pretendo quitarte mucho tiempo tampoco.

—No molestas —aseguro, apoyando mis brazos en el escritorio, adoptando una actitud formal y desinteresada—. Siéntate.

Señalo la silla y él hace lo propio, suspirando.

—Gracias.

—¿En qué puedo ayudarte?

—Sé que eres el novio de Anggele —dice, frunciendo el entrecejo. La arruga que se forma en su nariz es la misma que en el rostro de Anggele—. No quiero parecer entrometido ni mucho menos interesado, pero eres la única persona a la que puedo acudir.

—¿Cómo me encontraste? —tenia esa duda.

—Bueno, te vi el otro día y luego por las noticias, no eres tan difícil de hallar —emboza una sonrisa ladeada y el parecido que tiene con mi novia me aturde.

—¿Por qué crees que puedo ayudarte?

—Porque parece que eres el único que puede congeniar con Anggele —bufa—. Siempre ha sido así, por más que intento acercarme a ella, solo me empuja lejos.

Sentí un poco de compasión por él, puesto que Anggele es un poco fría y desapegada en ese aspecto.

—¿Quieres que te ayude a hablar con ella? —cuestiono.

—Sí, supongo —se encoge de hombros.

—No sé si eso sea conveniente —me apoyo en el espaldar de la silla—. No es porque no quiera ayudarte, pero Anggele es difícil y realmente no sé si eso le guste.

—Escucha, mi familia está pasando por momentos difíciles, es por eso que estoy aquí —sus ojos azules se posan en los míos—. Sé que Anggele no quiere saber nada de mí, mucho menos de papá, es por eso que jamás me acerqué... Yo solo... Necesito hablar con ella —murmura, percibo un poco de desesperación en su voz. Traga forzado, sacude la cabeza y me observa de nuevo—. Debo decirle algo muy importante, ella tiene que saber lo que está ocurriendo y quiero que me ayudes.

Me quedo en silencio, analizo y pienso: «Algo muy importante». Puedo ver la necesidad en la mirada del chico frente a mí, la súplica en sus ojos.

—¿Tienes hermanos? —pregunta en voz baja.

—Una hermana.

—¿Te imaginas pasar toda la vida sabiendo que tu hermana te odia solo por ser hijo de otra persona? —sus palabras lograron que todo mi cuerpo se pusiera como una piedra—. No sé por qué Anggele no quiere verme, tal vez por el tema de su madre y nuestro padre, pero realmente necesito verla y no sé que hacer para que hable conmigo.

Aibyleen. La niña de mis ojos... ¿lejos de mí? No, es demasiado doloroso siquiera pensarlo.

Me aflojo el nudo de la corbata y trago con fuerza, pensando en todo lo que acaba de decirme. Anggele quizá no lo entienda, pero esto es demasiado fuerte para dejarlo pasar. Tal vez este chico la necesita más de lo que piensa y ella debe darse cuenta de ello.

—Por favor —susurra—, necesito hablar con ella. Por favor.

[...]

Los brazos de Anggele se cierran alrededor de mi cuello, sus labios se presionan contra los míos y una sonrisa se plasma en los de ella, volándome la cabeza.

—¿Me estás invitando a salir? —ladea la cabeza.

—Tal vez —le doy un beso en la nariz, sus ojos se cierran—. Jamás hemos tenido una cita formal, si lo pensamos bien.

—Sí, tienes razón —le acaricio las mejillas con los dedos—. ¿Cuándo?

—Hoy. Ahora mismo.

Sus ojos se agrandan.

—¿Ahora mismo? —frunce la nariz, asiento—. ¡Pero estoy hecha un desastre!

—Estas hermosa para mí.

Vamos, estaba en pijama. Un top de tirantes y un short de tela. Era la mujer más hermosa para mí.

—¡Estás loco! —se ríe—. No voy a ir así.

Se levanta de mi regazo y entra a su closet.

—¿A dónde iremos? —cuestiona desde ahí.

Odio mentirle, de verdad que sí. ¿Qué carajos iba a hacer? Javier quiere hablar con ella, Anggele jamás va a darle una oportunidad.

—A un sitio nuevo en Manhattan —digo, lo que no es del todo falso—. Quería llevarte desde hace tiempo, pero el trabajo no me dejaba.

—Bueno —asomándose por la puerta del closet, me regala una sonrisa enternecida—, siempre hay tiempo para todo.

Me guiñó un ojo y desapareció de nuevo.

Cerré los ojos un momento, intento convencerme de que esto era buena idea. Ella lo necesitaba, o tal vez su hermano. Quizá solo necesitan estar el uno con el otro, no lo sé...

Me apreté el puente de la nariz, estaba de los nervios, pero no era una buena idea desistir ahora.

—Ya estoy lista —anuncia, caminando hacia la mesita de noche—. ¿Estás bien?

—Estoy viendo lo preciosa que estás —le sonrío, observando el vestido morado y corto que la hace ver aún más hermosa de lo que ya es—. Me encanta ese vestido.

—¿Sí? Bueno —camina hacia mí cuando me levanto de la cama. Sus manos suben a mi rostro y su sonrisa se hace más grande—, si te portas bien, puede que te deje quitármelo más tarde.

—Yo siempre me porto bien —aunque no creo que quieras que te lo quite más tarde. Suspiro y le doy un beso—. Vamos, se nos hace tarde.

—Vamos.

Salimos de su departamento tomados de la mano, Anggele se veía tan contenta que tuve miedo de quitarle esa bonita sonrisa, pero creo que es un poco más complicado todo.

El trayecto en el auto se hizo ameno, mientras que la rubia me estuvo contando lo que hizo en el trabajo, lo entusiasmada que estaba con la nueva portada que estaba en sus manos. Me encantan estos momentos, cuando ella se abría conmigo al punto de contarme hasta el más mínimo detalle de sus días.

—Iré a reunirme con una escritora a Canadá el mes que viene, me tiene intrigada cómo es la mujer —entrecierra los ojos y ladea la cabeza—. Es muy extraña, habla de una manera en la que no había escuchado expresarse a otra persona. Como si viviera en otro mundo o algo así —se ríe y se frota la nariz—. Será interesante.

—Me alegra que te tomen en cuenta para trabajos grandes —admito, busco su mano y le doy un beso en el dorso—. Estoy orgulloso de ti.

—Yo también. Gracias —me sonríe y aprieta mis dedos—. Te quiero.

—Y yo a ti.

El aire se volvió pesado a mi alrededor, pero Anggele no pareció darse cuenta, pues estaba distraída con su teléfono. Apreté las manos alrededor del volante mientras me estacionaba frente al nuevo restaurante que, sin equivocarme, era la sensación del momento.

—Oh, sí, este lugar es nuevo —dijo ella, mirando por la ventana hacia la otra acerca—. Es italiano, creo.

—Eso me dijeron —carraspeé para ocultar mi incomodidad—. ¿Vas entrando? Voy a llamar a Sebastián un momento, se me olvidó decirle algo en el trabajo.

—¿Y no puede esperar? —hace un puchero, quitándose el cinturón de seguridad.

—No, es urgente —le sonreí y besé sus labios cuando se acercó—. Te alcanzo en un momento, ¿de acuerdo?

—Está bien.

Se bajó del auto y miró a ambos lados de la calle antes de cruzar. La veo entrar al restaurante con seguridad, abrazándose a sí misma. La pierdo de vista cuando los vidrios oscuros se interponen entre nosotros. Respiro hondo y decido esperar aquí, pacientemente, intentando no perder los nervios.

Las manecillas del reloj en mi muñeca se mueven con lentitud, los segundos pasan y luego se convierten en eternos minutos que me llenan de tensión y ansiedad. ¿Tomé la decisión correcta? No lo sé, pero si estuviera en las mismas condiciones con Aiby, creo que rogaría porque alguien hiciera esto por mí.

El tiempo se ralentiza cuando la puerta del restaurante se abre de nuevo y la seguridad de la rubia se ve reemplazada por la ira. Su ceño fruncido la delata, está apunto de explotar. Sus pasos son firmes y sé que nada bueno ha salido de todo esto.

—Mierda.

Me bajo de la camioneta justo cuando la veo cruzar la calle, pero cuando pienso que va a subirse al auto, solo pasa de largo, es por eso que me apresuro a agarrarla por el brazo.

—Oye...

—¡Suéltame! —se zafa de mi agarre con fuerza, mirándome con los ojos irritados por las lágrimas contenidas—. ¡¿Con que derecho me haces esto?!

—Anggele, escúchame...

—¡No quiero escucharte! —da otro paso hacia atrás cuando me acerco a ella—. No debiste hacer esto... —sacude la cabeza y la primera lágrima cae, mi corazón se detiene un segundo—. ¡Debiste decirme antes! Estás...

—Todo tiene una explicación...

—¡Pues entonces no la quiero! —exclama y niega—. Solo déjame sola...

—Debemos hablar —digo con firmeza, negándome a dejarla ir—. Yo solo...

—Si hablamos ahora diré cosas que no quiero —espeta, secándose las mejillas—. Necesito pensar, necesito...

Vuelve a sacudir la cabeza, se da la vuelta y detiene un taxi. No me mira, no me dice nada. Solo sube al vehículo y se va, dejándome ahí, sin saber que carajos acaba de pasar.






Quedé:

¿Ustedes creen que pase a mayores?

Esperemos... 

¡Voten y comenten mucho!

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