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34. ¿Y tú quién eres?

27 años | Anggele

Marzo

Acompañar a Aiby de compras debería ser catalogado como deporte extremo, cuando ella te invita no tienes oportunidad de negarte, pero realmente es peligroso salir con ella de shopping y puedes correr el riesgo de morir.

¿Existen los carritos? Sí, pero a ella no le importa. Es por eso que me utiliza a mí como carro de mercado con el montón de cosas que le gustan. Prenda tras prenda, no importa el tamaño ni el tipo, no importa que tan pequeña o pesada sea, yo debo llevarlo todo.

—¿Te gusta esta blusa? —me enseña una blusa plateada de lentejuelas súper linda, asiento hacia ella—. ¿Con que crees que combine?

—Con unos jeans negros de talle alto y unos botines de color, cualquiera —doy mi opinión, porque ese sería mi estilo.

—Bien, te lo compraré —lo lanza al montón de ropa que tengo en los brazos.

—Aiby, no es necesario —le recuerdo.

—No me importa, quiero comprártelo y ya —me saca la lengua y sigue caminando.

Sí, no podía hacer nada en contra de eso, ella tenía esa manía de ordenar y nadie podía decirle que no. Pero ¿quién podía decirle que no a ella? Era Aibyleen Whittemore después de todo. Creo que es algo genético, eso de ser tan persistente y tenaz, los Whittemore lo llevaban en la sangre.

—¿Podemos buscar un carrito al menos? —me quejo—. El tatuaje no me ha sanado del todo y me duele un poco el brazo.

¡Ups! Cierto, lo lamento —hace una mueca y sonríe a modo de disculpa, ayudándome a cargar todo.

Me había hecho un tatuaje hace una semana y algunos días, estaba algo rojo todavía, pero sanaba perfectamente. Pero mantener el brazo flexionado lograba que me ardiera un poco. Dos mariposas en la parte inferior del antebrazo izquierdo: Aibyleen y yo. Sí, algo cursi de mi parte, pero esta pequeña y molesta rubia tendría una parte fundamental en mi vida para siempre.

Aiby había llorando cuando se lo mostré, me dijo que nadie jamás había hecho algo tan lindo por ella y que me amaba demasiado por aceptar ser su mejor amiga, también por soportarla. Ese día también lloré un poco, pero logré controlarme lo mejor que pude.

En mi adolescencia, durante mi tiempo en la preparatoria, jamás encontré una amiga, solo conocidos. Nunca me importó, no hasta que conocí a Erika y supe que había estado sola por mucho tiempo. No obstante, mi amistad con Aiby va más allá de cualquier otro tipo de relación. Es como si la conociera de toda la vida, como si pudiera confiarle todo.

—Quiero irme de viaje —susurra cuando encontramos un carrito y empieza a empujarlo.

—¿A dónde? —la miré mientras caminamos por la tienda.

—No lo sé, a dónde sea —se encogió de hombros, detuvo su andar y buscó entre unos vestidos floreados—. Solo quiero darme un respiro. Estoy feliz con esta etapa de mi vida, ¿sabes? Soy el nuevo rostro de Cartier, la imagen de Dolce & Gabbana... ¡Aparecí en Victoria's Secret Fashion Show! —se ríe, algo consternada—. Pero estoy abrumada, todo ha llegado muy rápido y quiero ponerle pausa así sea por una semana y luego volver con más energía.

—Puedes hacerlo, nadie te lo impide —le dije, apreté su hombro con cariño—. Te lo mereces, soy testigo de lo mucho que has trabajado estos últimos meses. Todos estamos muy orgullosos de ti; tus padres, tu hermano, Sebastián —la mención del último trajo un brillo extraño a los ojos azules de la rubia, algo que había empezado a notar desde hace mucho, pero que me daba cosa admitir, así como a ella—. Tómate un descanso y vuelve cuando estés lista.

—Gracias por apoyarme —me abrazó de costado—. Te amo.

—Y yo a ti —besé su frente, aprovechando que era más bajita que yo—. Ahora, ¿seguimos?

—Síp —asiente y se aleja, mi teléfono suena en ese momento.

—Adelántate, tu hermano está llamando —le digo, me sonríe y se va a la sección de zapatos—. ¿Qué quieres ahora?

—Hola para ti también, mi amor —bufa, me lo imagino irritado y zafando el nudo de su corbata, inmediatamente sonrío—. ¿Dónde estás?

—Estoy con Aiby, la ayudo a comprar —le informo—. ¿Todavía estás en la empresa?

—Sí, ya casi termino. Te echo de menos.

—Y yo a ti —sonreí, sintiéndome ruborizada—. ¿Nos vemos hoy?

—Para eso te llamaba, quiero un beso tuyo —me reí ante el tono lastimero que utilizó.

—¡No me manipules, Whittemore! —lo acusé—. Aún estoy algo ocupada aquí, pero creo que Aiby se va directo a casa con Malcom, tu puedes venir por mí.

—De acuerdo, envíame la dirección por mensaje y ahí estaré —dijo, luego se escucharon varias voces al fondo—. Cielo, tengo que colgar, te veré luego.

—Okey, te quiero.

—Y yo a ti.

Cuelga, pero antes logro escuchar como le gruñe a Sebastián, lo que me roba una sonrisa. Guardo el teléfono en mi bolsillo y me acerco a Aiby, que mira un par de tacones.

—¿Vas a abandonarme? —arquea una ceja en mi dirección.

—Todavía no —le aseguré—. Demián vendrá por mi más tarde, mientras podemos ir a beber algo.

—¿Un café frío? —sube las cejas.

—Pero si tú odias el café —frunzo las cejas.

—Sí, pero... es frío —dice, como si eso lo justificase y se encoge de hombros—. ¿Vamos?

—Vamos, Cenicienta.

[...]

Demián dijo que quería un beso mío y yo solo creí que era jugando, pero apenas entré a la camioneta tiró de mí y me besó con fervor. ¿Cuándo tiempo lleva besándome? ¿Treinta minutos? ¿Una hora? No lo sé, pero yo también lo extrañé mucho y no quiero parar.

En algún momento llegué a estar sentada en su regazo, con mis manos enredadas en su cabello y las suyas en mi cintura. Me abrazo con fuerza contra su pecho y todo el estrés del día salió expulsado de nuestros cuerpos con tan solo un roce de labios.

Gracias a todos los cielos que los vidrios eran polarizados, de lo contrario...

—Te extrañé —me muerde el labio inferior antes de mirarme a los ojos.

—Y yo a ti —sonreí, sintiendo mi corazón latir con fuerza—. ¿De que sirve que me quede contigo si me vas a echar de menos todo el día?

—Es la ley de la vida, supongo —sus manos firmes acarician mi espalda con suavidad, aún y por encima de la camiseta me causa escalofríos—. Estuve todo el día lleno de papeles, solo quería que este momento llegara.

—Pobrecito —hice un puchero y me reí cuando apoyó su rostro en mi pecho, besé la cima de su cabello castaño y acaricié suavemente su nuca—. ¿Te vas a dormir? Porque me dijiste que me llevarías a cenar y tengo hambre.

—A ti solo te importa la comida —se alejó para mirarme mal.

—No más que tú —besé sus labios castamente y me pasé al asiento del copiloto. Lo vi suspirar y frotarse los ojos con la mano—. ¿Estás muy cansado?

—Algo —admitió, encendiendo el motor.

—Espera, deja la camioneta aquí —le sugerí—. A dos cuadras hay un McDonald's, podemos ir a pie y así tomas aire, ¿te parece?

—De acuerdo —no discutió y eso me hizo sonreír.

Caminamos tomados de la mano y nunca nada se sintió tan bien, entre besos robados y risitas estúpidas, logramos llegar a McDonald's, nos sentamos en una mesa cerca de la ventana uno al lado del otro, solo para seguir con los besitos que las personas a nuestro alrededor no pasaban por alto.

Debió ser por la cantidad de niños que había en el lugar, pero logramos controlar nuestras ganas solo porque estábamos en un sitio familiar. No obstante, las miradas pícaras disimuladas no se detenían, aún y cuando llegó la comida seguimos con nuestro extraño juego.

La conversación pasó de divertida a una de sorpresa en menos de un segundo. Demián tenía esta rara manía de vigilar lo que comía, porque según él, no comía sano. ¿Qué tiene de malo comer papas fritas con un McFlurry? Desde que era pequeña lo hacía, no iba a dejar de hacerlo.

—Te va a doler el estómago —me había dicho en tono desaprobatorio, pero yo lo ignoré y le di un sorbo a mi Coca-Cola—. Lo estoy diciendo en serio, Anggele.

—Lo sé, y yo también hablo en serio cuando digo que tengo un estómago resistente —le saqué la lengua como una niña chiquita—. No te estreses, de todos modos, me lo comeré, digas lo que digas.

Ambos nos reímos por nuestra rara discusión, pero se queda ahí y seguimos comiendo. Luego de contarnos cómo nos fue en el día, en el trabajo y en los estresantes encuentros con nuestros mejores amigos, llegamos a la conclusión de que nuestras vidas no serían las mismas sin el caos que nos proporciona hacer lo que más amábamos.

Una media hora más tarde estaba discutiendo por quien pagaba la cuenta, yo gané, por supuesto. Demián se molestó un poquito, pero sé que su ceño fruncido era solo para fastidiarme. No me dejé dañar la divertida tarde que estaba teniendo, así que solo lo ignoré.

—Vamos, no te vas a poner así porque invité la cena, ¿verdad? —lo fastidié cuando íbamos caminando en búsqueda de la camioneta—. No es como si no pudiera pagarlo.

—No es lo mismo —reitera, tirando de mi mano para que camine junto a él.

—Ay, sí —rodé los ojos, pero solté una risita—. Demián, no será la primera ni la última vez que pagaré cuando salgamos juntos, hazte la idea.

—Me tomará algún tiempo —bromea, sacándome una sonrisa.

Mis pasos se detienen cuando levanto la mirada: ahí, cerca de la camioneta, un rubio de ojos azules, de unos dieciocho años más o menos, me mira fijamente. Me veo reflejada en su mirada, sin importar que estemos a metros de distancia, pero ahí está y la rabia emerge de lo más profundo de mi ser.

¿Qué carajos hace él aquí? ¿Cómo me encontró? ¡Maldición!

Mi cuerpo se endurece y solo soy capaz de apretar la mano de Demián.

—¿Todo está bien? —me pregunta, dando un paso hacia mí.

—Sí —consigo decir, luego de conectar mis cuerdas vocales a mi cerebro—. Vámonos.

Esquivo su mirada a toda costa, pero percibí su movimiento antes de que pudiera darme cuenta. Estábamos tan cerca de la camioneta, pero él solo se acercó, manteniendo una distancia prudente.

—¿Anggele? —me preguntó y su voz era aún más profunda de lo que recordaba.

—Me estás confundiendo con alguien más —espeté, sin mirarlo.

Solté la mano de Demián, que me miraba confundido.

—Sube al auto —le susurré—. Todo está bien.

—¿Estás segura? —sus ojos van al chico detrás de mí.

—Sí, hablamos ahora —le pido—. Por favor, espérame en el auto.

El castaño me da una última y confundida mirada, rodea la camioneta y ocupa su lugar. Me relamo los labios y trato de controlar mis expresiones porque Demián me observa fijamente a través del parabrisas.

—Anggele, yo...

—¿Y tú quién eres? —me giro para verlo, nuestro parentesco físico se hace más notable con el pasar de los años—. ¿Nos conocemos de alguna parte?

—Sabes perfectamente quien soy, no te comportes así conmigo —frunce el ceño y da un paso hacia mí—. ¿Puedes dejar de actuar como si no me conocieras?

—Pues no te conozco y no me interesa conocerte —le espeto, tratando de no perder los papeles en la calle, pero eso no me importaría, la verdad—. Escúchame, Javier, lo que tengas que decirme no me importa, así que aléjate de mí y no me busques más.

—¡En algún momento debemos hablar! —exclama cuando me alejó hacia la camioneta.

—¡Pues no será en esta vida! —le muestro el dedo medio, me subo al vehículo y cierro de un portazo—. Arranca.

—¿Estás bien? —pregunta mientras enciende la camioneta.

—Sí, solo vamos a casa.

Demián no dice nada, solo pone el auto en marcha y permanecemos en silencio por lo que parece una eternidad. No quiero decir nada, tengo tanta rabia que, si abro la boca, voy a explotar.

Los recuerdos llegan a mi mente y no sé cómo reaccionar, ha pasado tanto tiempo y lo único que siento es rabia, aunque él no tenga la culpa de nada.

—¿Vas a decirme quién era ese chico? —cuestiona, parpadeo hacia él y sacudo la cabeza.

—Nadie importante, créeme —me apoyo contra la ventanilla cuando para en un semáforo.

—Angge, ¿puedes dejar de cerrarte conmigo? —arquea una ceja—. No tienes que guardar todo para ti, ¿sabes? Estoy aquí, puedes contarme lo que sea.

—No es que no quiera contarte —suspiro y frunzo el entrecejo—, es que no vale la pena.

—¿Eso importa? Realmente me gustaría que me dijeras que está ocurriendo.

Me paso las manos por el rostro, sintiéndome cansada, confundida y estresada. Con todas mis fuerzas evito que las lágrimas salgan de mis ojos, pero mi cuerpo tiembla y no sé que carajos hacer.

Demián no sé dará por vencido hasta que le diga la verdad y es por eso que respiro hondo y me lleno de valor.

—Es mi hermano.




¡Ay, ay, ay!

Está fuerte el asunto...

¡Anggele tiene un hermano menor!

*Espacio para insertar teorias de lo que pasará*

Espero les haya gustado el capítulo.

¡Voten y comenten mucho!

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