32. Los pequeños detalles.
28 años | Demián
Diciembre 31
El cuerpo de Anggele se aleja del mío, da una vuelta completa y con una sonrisa preciosa vuelve a mí, entrelazando sus brazos en mi cuello, mientras nos balanceamos al ritmo de la música.
—¿Dónde está la muñequera? —pregunto, bajando mi rostro a su cuello e impregnándome de su dulce aroma.
—Me cansé de tenerla —murmura con la mejilla apoyada en mi hombro—. Tengo comezón, mira, mi mano está toda flaquita —me enseña su extremidad enrojecida—. Ya no quiero ponérmela.
—Solo ten cuidado y no la muevas, ¿bien? —beso el interior de su muñeca, rodeándola con mis brazos.
—De acuerdo.
Sus ojos azules brillan bajo las tenues luces del salón, y su cabello rubio resplandece como toda ella. Está preciosa con ese vestido blanco de mangas largas, con el cabello suelto y los labios rojos. Sin intentarlo, esta mujer me tiene a sus pies sin darse cuenta.
—Estás hermosa —le susurro a un palmo de los labios, inhalando su olor.
—Gracias —aprieta mis brazos y junta su frente con la mía—. Tú también estás muy guapo.
—Eso ya lo sé —sonrío y ella rueda los ojos.
—Eres tan arrogante —murmura, dándome un beso rápido en los labios—. No te soporto.
—Y yo a ti tampoco, si hablamos en términos generales —sujeto su cintura y le muestro una sonrisa malvada—. Eres exasperante.
—Y tú eres un idiota —me saca la lengua en un gesto demasiado infantil de su parte, pero que me causa ternura—. Sabes, Demián, me pregunto ¿por qué hablas tanto y no me besas?
—Será un placer callarme y besarte —tomo su rostro entre mis manos y junto nuestros labios en un beso casto—. ¿Contenta?
—Mucho, sí —me besa otra vez.
Le doy otra vuelta para hacerla sonreír, la abrazo contra mí y otra canción empieza, pero no nos separamos. Es imposible, es como un imán que nos atrae... No, no es un imán, es el hilo rojo que no se equivocó al conectarnos.
—¿Me vas a dejar bailar con mi nuera o debo pedirte permiso, novio celoso? —la voz de papá llega a mis oídos y una risita ahogada se me escapa, me alejo de mi novia un poco para observar a mi progenitor.
—Lo aprendí del mejor, ¿no crees? —pongo la mano de Anggele sobre la suya—. Cuidado con lo que haces, viejo.
—Largo de aquí —se reí, diciéndole algo a la rubia que la hace soltar una carcajada y guiñarme un ojo después.
Me acerco hasta el balcón, en dónde una seria Aibyleen contempla la oscuridad del cielo.
—¿Estás bien? —paso mi brazo por sus hombros, me muestra una sonrisa que no me convence del todo.
—Sí, estoy bien —asegura—. Solo estoy algo cansada y aburrida. A veces, cuando estamos aquí, solo recuerdo cuando éramos pequeños y jugábamos todo el tiempo.
—Lo sé, era divertido —sonrío, dándole un beso en la frente—. Las cosas cambian, pero ¿sabes que no lo hace? —niega—. Mi amor por ti.
—Te amo, hermano mayor —me abraza con fuerza y suspira—. Voy al baño, ahorita vuelvo.
Se aleja, encontrándose con mamá a medio camino que solo sigue de largo hasta llegar hasta mí.
—¿Qué es lo que tiene? —me pregunta.
—Dice que está cansada y aburrida —musito, mirando los ojos azules de mi madre—. Debe ser el viaje, eso es todo.
—Mmh, ya hablaré con ella después —asegura y sonríe al ver a Anggele bailando con papá—. Quién sabe que cosas le estará diciendo. Sabes que te está dejando en ridículo, ¿verdad?
—Sobreviviré —digo riendo.
—Ella es un amor, una mujer muy encantadora —musita ella.
—Lo es —concuerdo—. Es increíble, jamás había conocido a nadie como ella.
—Y yo jamás te había visto tan enamorado a ti —me sonríe, entrelazando su brazo con el mío—. Se nota lo mucho que la quieres, también percibo lo mucho que ella te quiere. Me alegra que hayas encontrado tu lugar feliz, amor.
No digo nada, solo me quedo ahí, analizando las palabras de la mujer más importante de mi vida. Cuánta razón tiene, no sé lo que depare el futuro, pero Anggele Stevenson siempre será mi lugar feliz.
La música termina, Anggele le sonríe a mi padre y ambos se acercan a nosotros.
—Ya me estaba preguntando cuando vendrías por mí —le molesta mamá.
—Sabes que no puedo vivir sin ti —y, como si no fueran suficiente sus palabras, le da un beso demasiado intenso para dos viejos que van en cuenta regresiva.
—Bájenle dos rayitas a su faena, ¿no? —me burlo, causando su risa.
Ambos se alejan para bailar, como siempre.
—Wow, ellos sí que se aman —una sonrisa sorprendida cruza los labios de Anggele—. ¿Siempre son así?
—Desde siempre, sí —sonrío, de tan solo recordar las vergüenzas que nos hacían pasar a Aiby y a mí, me invade la nostalgia—. Se lo merecen, después de todo, lucharon mucho para estar así.
—Que lindo —sonríe en mi dirección—. Aquí hay muchos girasoles.
—Es por mamá —explico—. Papá tuvo la idea de los girasoles porque a mamá le gustaban demasiado, es por eso que el hotel está lleno de ellos.
—O sea, técnicamente es de tu madre —dice, apoyando sus brazos en el muro del balcón.
—Eso dice ella siempre —sonrío—. ¿Dónde dijiste que estaba tu madre?
—No lo sé, dijo que era una especie de retiro espiritual —frunce la nariz y entrecierra los ojos—. Algo me dice que es mentira y que se fue con un tipo.
—¿Qué? ¿En serio? —indago, totalmente interesado.
—Sí, es raro, ¿sabes? —hace una mueca con los labios—. Se sonroja por todo, no puede pasar ni dos segundos lejos de tu teléfono, se la pasa chateando... Creo que tiene un novio.
—¿Y por qué no te lo ha dicho?
—Porque quiere estar segura de que vale la pena —informa—. No me va a decir cada vez que le gusta un hombre si no es algo serio.
—Bueno, es una mujer adulta, ella sabe lo que hace —le paso el cabello detrás de la oreja—. Estará bien.
—Lo sé —me sonríe—. Tu plan para que viniera a ver a mi madre no funcionó.
—Claro que sí —tiro de su cuerpo hacia el mío—. Te tengo aquí, no necesito nada más.
—Dios, eres tan empalagoso —se ríe, su nariz roza la mía—. Eres al único que se lo permito.
—Más te vale —la beso.
—Ya casi son las doce —murmura sobre mis labios—. ¿Vas a pedir tus doce deseos?
—¿Desde ya? —ladeo la cabeza, asiente—. No he pensado en eso todavía.
—Mmh, te gané —alardea, arqueando una ceja.
—¿Y por qué, si se puede saber? —abracé más su cintura.
—Porque yo te pedí a ti doce veces.
—Y después dices que el empalagoso soy yo —la molesto, dándole un beso en la mejilla—. Mi único deseo siempre serás tú.
Sus mejillas enrojecen con rapidez y atesoro el momento, rara vez se sonroja, pero es gratificante saber que solo lo hace por mí. Soy un arrogante de mierda, sí, pero me encanta saber que ella es mía y solo mía.
—Oigan —Aiby se acerca a nosotros con una expresión de melancolía—, ¿me dan un poquito de amor? Es que me siento sola.
—¡Claro que sí! —Angge se aleja de mí para tirar de mi hermana y abrazarla—. Todo nuestro amor es tuyo, lo sabes.
—Sí, pero me siento mal tercio —se lamenta, haciendo un puchero.
—Eres un mal tercio, hermana —le digo, quitándole el cabello del rostro—, pero eso no hace que te queramos menos.
—Te odio, pero te amo —me saca la lengua y toma mi mano—. ¿Sonará muy ñoño de mi parte decir que son la única diversión que tengo?
—Sí, lo es —mi novia se ríe—, pero te queda bien.
—Oh, gracias —Aiby sonríe con suficiencia, como si fuera lo mejor—. ¡Faltan diez minutos para las doce! Ah, falta Sebastián, pero es bueno que también pase tiempo con su familia.
—Claro, pero no dudes en que llamará en cualquier momento —le aseguro a mi hermana que sonríe.
—Dejen a ese tonto por allá —se ríe Anggele—. No le digan que lo dije, por favor.
—¡No hay necesidad! No sé por qué se llevan así, son como perros y gatos.
—¿No has escuchado eso de que el mejor amigo debe odiar a la novia? Bueno, nosotros hacemos valer esa regla —explicó, con una gran sonrisa de autocomplacencia—. Pero bueno, estoy tratando de llevarme mejor con él.
—Deberías —murmura mi hermana—. Sebas es parte fundamental de la familia, ¿verdad, Demián?
—Así es —le guiñó un ojo a Anggele, que me mira con cara de pocos amigos—. Sigue su consejo, amor.
—Idiota —rueda los ojos, pero no dice nada más.
Aibyleen se apresura a ir hacia mamá y papá justo cuando comienza el conteo regresivo, y Anggele no tarda en acercarse a mí. Cierra los ojos cuando nuestras frentes se juntan, siento su dulce aroma envolverme por completo y daría cualquier cosa por quedarme así para siempre.
¿Soy un idiota enamorado? Sí, no me interesa que los demás lo noten. ¿De eso se trata, ¿no? Querer tanto a una persona que se te note hasta en los más mínimos gestos. Porque la importancia de la vida está en los pequeños detalles.
—Feliz año nuevo, mi amor —me susurra, mirándome con esos hermosos ojos azules.
—Feliz año nuevo, preciosa.
Ay, estoy tan enamorada de ellos.
¿Ustedes?
Digamos que estoy feliz y por eso escribo mucha felicidad, roguemos porque no me vuelva loca.
¡Voten, comenten y compartan mucho!
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