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30. ¿Suegros?

26 años | Anggele

Diciembre

¿Estoy nerviosa? ¿Hay una palabra para algo más que solo nerviosa? Dios, estoy que escupo el corazón por la boca. Las manos me sudan, me tiemblan y me duelen los dedos de tanto apretarlos. Mi pobre labio ha sufrido las consecuencias por morderlo cada cinco segundos con mucha fuerza, y mi pierna no para de moverse de arriba abajo sin que yo pueda controlarlo.

Mátenme ahora, por favor.

—Oye, cálmate, te va a dar un ataque al corazón —se burla Aibyleen desde el asiento de al lado—. Mamá y papá no son malos, te van a amar por el simple hecho de ser la primera novia oficial de Demián.

—¿Tú crees? —tomo lentas respiraciones para no morirme de asfixia—. ¿No me van a odiar?

—No —se ríe y aprieta mi hombro con cariño—. ¡Basta de miedo! Ellos te amarán. Mamá y papá son lo mejor de lo mejor, te lo aseguro.

—Okey —asiento, tragando forzado.

Un teléfono suena y Aibyleen se juega la vida en sentarse en el asiento del copiloto, Demián vuelve al auto después de un largo cambio de aceite.

—Ya extrañaba las largas filas de Australia —suspira mi novio desde su asiento, nuestros ojos se encuentran por el retrovisor.

Le regalo una sonrisa para tranquilizarlo y él me responde igual. Había decidido quedarme en el asiento trasero, por si al fin me decidía a lanzarme por la ventana, así tendría más espacio. Había tomado esa decisión desde que me subí al avión, era tirarme de la ventanilla o desde el auto. Creí en ese entonces que era mejor por el auto, porque era menos distancia y tal vez menos dolor.

Dios, ¿qué tengo en la cabeza? Estoy loca.

Me debatía internamente si esto estaba bien y en el fondo de mi cabeza había una vocecita que me gritaba que sí, que esto era lo más importante que haría en mi vida: involucrarme con la familia del hombre que quería y del cual estaba enamorada hasta la médula.

Debía hacerlo, perder el miedo a las personas, a el dolor, a el rechazo.

—Hey —la voz de Demián me saca de mis pensamientos, haciéndome saltar en el asiento. Lo veo abrir la puerta y acercarse a mí—, ¿dónde estás? Has pasado todo el transcurso mirando por la ventana. Espero que no planearas aventarte por ahí.

—Lo pensé por un momento —me reí, quitándome el cinturón—. ¿Ya llegamos?

—Ya llegamos —aseguró, miré por la ventana la inmensidad de la casa.

Es preciosa y es aún más grande cuando bajo del auto, me mareo en menos de un segundo y todo se tambalea.

—Estoy a punto de salir corriendo —advierto en voz baja a Demián que sonríe y me pasa un brazo por los hombros.

Sí, esto era lo que necesitaba, tenerlo bien cerquita.

—No voy a dejar que lo hagas —besa mis labios y mi mejilla con una ternura infinita que logra tranquilizarme—. Recuerda que voy a estar a tu lado siempre y que no te voy a soltar.

—Está bien —asiento hacia él y le doy una sonrisa tensa—. Vamos antes de que me desmaye.

—Vamos.

Tira de mí con suavidad hacia la casa, Aibyleen solo sabe gritar y exclamar lo feliz que está de estar en su otro hogar, lo que me hace sonreír. Demián también parece contento, tiene ese brillo hermoso en sus ojos que solo aparece cuando está muy, muy feliz. Me agrada verlo así, tranquilo y feliz, me hace sentir muy bien.

—Pero mira nada más, que sorpresa —dice una voz femenina desconocida a mis oídos, cuando llegamos al pie de las escaleras del porche, mis ojos buscan la portadora de aquel timbre melódico.

Es rubia, de unos cincuenta y tantos, de mediana estatura y con un rosto muy bonito. Es, sin lugar a dudas, una de las mujeres más hermosas que he visto. Es muy parecida a Aibyleen, y ya sé de dónde salió la sonrisa picarona de Demián.

—Hola, mamá —el castaño la abraza cuando subimos los pequeños escalones y ella le corresponde casi de inmediato—. Te eché de menos.

—Y yo a ti, bebé —le dice, lo mira a los ojos con un amor desmedido en cuanto se alejan y yo me siento una intrusa ante tan íntimo momento. Los ojos azules de la mujer llegan a mí y su sonrisa se intensifica—. ¿Vas a presentarme a esta belleza?

—Ella es Anggele, mamá —Demián toma mi mano y me sonríe—. Mi novia.

Ay, Dios. Jamás me había sentido tan orgullosa de ser su novia.

—Es un placer, señora Whittemore —estrecho su mano con timidez, sonriendo con las mejillas rojísimas.

—Ay, cariño, que alegría conocerte —sonríe, dándome un apretado abrazo que me toma desprevenida, pero que correspondo con amabilidad—. Nada de señora, no estoy tan vieja. Solo dime Anne, es más corto y se escucha mejor.

—Se escucha mucho mejor con nuestro apellido, pero finges que no cuando estamos en público —un cuarto integrante se une a mi bienvenida y sé casi en un segundo que es el padre de Demián. Es técnicamente igual a mi novio, con los mismos potentes ojos marrones y las facciones esculpidas, solo que unos años mayor que su esposa. Anne me mira y me da una sonrisa que dice: «No le hagas caso». Es inevitable no sonreír—. No pensé vivir hasta este momento, hijo, por fin tienes una novia.

—Papá, por favor —mi novio se ríe y sacude la cabeza.

—Es un gusto conocerte, linda, me han hablado muchísimo de ti —dice Dominic, con esa expresión se suficiencia que a veces veo en su hijo.

—¿Qué? —el castaño a mi lado frunce el entrecejo—. Yo jamás...

—Soy tu padre, es obvio que es ella de quién hablabas —me guiña un ojo ante la divertida expresión en el rostro de su hijo.

—¿Pueden dejar de asfixiar a Anggele y darme algo de comer? —sale Aiby con su usual dramatismo—. ¡Me estoy muriendo de hambre, por favor! El interrogatorio puede esperar hasta la cena.

—Por supuesto que sí —coincide Anne con su hija—. Cariño, enséñale la casa a Anggele y nos vemos para cenar.

—Vámonos antes de que estos dos digan otra cosa que no deban —Demián tira de mi mano sin importarle nada más, haciéndome reír.

Cómo ya había pensado antes la casa es aún más grande por dentro, es espaciosa y está bien organizada, para nada acorde conmigo que soy un desastre. Me encantan los colores y la luz que entra por las ventanas, le da cierto toque veraniego y acogedor.

—¿Aquí creciste? —cuestiono hacia mi novio sin soltar su mano.

—Sí, aquí crecí —entrelaza nuestros dedos—. Hasta que cumplí los dieciocho y me fui a Nueva York.

—¿No terminaste la secundaria a los dieciséis? —fruncí el entrecejo, asiente—. ¿Y por qué esperaste hasta los dieciocho?

—Mis padres tenían una regla —sonríe, guiándome al patio trasero—. Podríamos salir de esta casa a buscar nuestro camino después de la mayoría de edad. Aiby y yo cumplimos esa regla y nos ha ido bien.

—Vaya, que organización —sonrío—. Mi madre porque solo quería echarme de la casa.

—No logro imaginar porque —se burla.

—¿Estás tratando de decirme algo? —subo las cejas y él se ríe.

—No, amor, ven a ver —besa mi frente y por fin salimos al patio.

La imponente playa nos recibe, con el Sol en el punto más alto, las olas rozando la fina arena en la orilla y la brisa fresca de la época. Hace más de dos años que no vengo, puesto que el año pasado mamá fue a Nueva York para pasar las fiestas conmigo.

—Esto es hermoso —susurro maravillada—. Como vivía en un conjunto residencial la casa de mis vecinos era la que tenía acceso a la playa, admito que me hice amiga de su hijo solo para que me dejaran jugar con él.

—Eres una interesada —se ríe de mí, dándome un fuerte abrazo desde atrás—. Vivir aquí fue una experiencia única, también tengo que confesar que Aiby fue el conejillo de indias para todos mis experimentos.

—Ay, Dios —suelto una risita y me giro para verlo—. Eres malvado, ¿sabes? Pobre Aibyleen, ya me imagino lo que le hacías.

—A ella le gustaba la maldad también, no se quejaba para nada —sus dedos le dan un pellizco delicado a mi mejilla y me sonríe—. Me encanta que estés aquí.

—A mí me gusta estar donde estés tú —confieso mirándolo a los ojos—. No sé qué ha pasado en los últimos meses, pero creo que estar lejos de ti tres años cambió mi perspectiva completamente —suspiro, subo mis manos a su rostro y le sonrío—. No quiero estar lejos de ti nunca más, tan solo pensar que algo pueda llegar a separarnos...

—Mírame —elevó mi barbilla y nuestros ojos se encontraron—, eso no va a pasar. Te quiero demasiado como para dejar que suceda —presiona un beso rápido contra mis labios—. Ahora, quiero que quites esa cara de tragedia y sonrías en grande. Vamos, preciosa, sonríe para mí.

—¿Así? —le muestro todos mis dientes y él niega, riéndose a carcajadas.

—No, así no. ¡Basta! Me estás asustando —me besa otra vez y cuando menos me lo espero, estoy sobre su hombro—. ¿Lista para seguir con el tour?

—¿Qué se supone que voy a ver si estoy de cabeza? —me rio, aferrándome a su chaqueta azul—. Me estoy mareando... ¡Demián!

—Deja de moverte que voy a subir las escaleras —sus manos les dan leves apretones a mis piernas y tengo que cerrar los ojos cuando veo los escalones y el miedo de caerme me invade.

—Me están dando ganas de vomitar, Demián —le advierto cuando cruzamos un pasillo, de reojo puedo ver un montón de fotografías en las paredes azules y de pronto nos detenemos—. Oye... ¡Basta, bájame ya!

—Ya casi, deja de ser tan desesperada —me reprende, dándome una palmada en el trasero, gruño y escucho su risa.

Una puerta se abre y entramos a una habitación, Demián me deja sobre mis pies y el mundo se mueve ligeramente para mí.

—¿Estás bien? —cuestiona, sujetándome por la cintura.

—¡No! Estuve de cabeza, genio... —le doy un golpe en el hombro que solo lo hace sonreír—. Imbécil.

Besa mi frente y cierra la puerta, me permito detallar la habitación y encontrar un poquito de Demián en cada parte de ella. Su color favorito es el azul oscuro y eso sobresale en las paredes, le gustan los autos grandes y predominan en los pósteres y ahí, en su escritorio, un pequeño conejo blanco.

Me acerco a él con lentitud, sonriendo al imaginarme a un pequeño Demián de ojos castaños y dulce como la miel, eso sí, con un toque de maldad que lo obligaba a hacer travesuras.

—La tía Daniela me lo regaló cuando se enteró que mamá estaba embarazada —escucho su voz cerca de mí y resulta que está a mi lado.

—¿Tu tía Daniela?

—La hermana menor de mi padre —sonríe—. Ella tiene un hermano mellizo, el tío Daniel. Son todo un caso, créeme.

—Ya me imagino —sonrío y dejo el peluche en su lugar—. Me gusta tu familia, es muy linda —me dejo caer de espaldas en la cama, suspiro y miro el techo.

—Te dije que no ibas a morir en el intento —sonríe y hace lo propio, suelta un suspiro y cierra los ojos—. Que cansancio...

—Ya estás viejo —me burlo, acomodándome de perfil.

—¿Viejo? —sube las cejas y me mira a los ojos, removiéndose para quedar cara a cara—. Eso no decías a noche cuando te estaba...

—¡Cállate! —le pongo una mano en la boca antes de que diga semejante cosa en voz alta—. Dios mío, Demián, ¿por qué eres así? —suelto un lloriqueo ante su boca floja y su manera de hacerme sonrojar. Busco refugio en su pecho y sus brazos no tardan en rodearme—. Te voy a matar.

—No podrías vivir sin mí —susurra y besa mi frente. Levanto la cabeza y lo miro, perdiéndome en sus ojos cafés—. Sonará trillado, pero eres lo mejor que me ha pasado en la vida, Anggele Stevenson y no pienso volver a separarme de ti.

Mi corazón se acelera y todo lo que creí certero pierde su importancia, solo queda él y sus palabras que tocan mi alma para convertirme en otra persona. No importa cuántas veces mi cabeza me haga una mala jugada, en el fondo siempre sabré que el amor que siento por Demián Whittemore es tan auténtico y puro que no podrá ser reemplazado jamás.

Sonreí y apresé su labio inferior entre mis dientes, luego lo besé de verdad, tratando de grabarme en la textura de sus labios para siempre. Llevé mis manos a su cabello y las suyas fueron a mi cintura para directamente apretar mi trasero.

—¡Oigan! —exclama la voz de Aiby y yo pegó un salto cuál gato asustado, por poco y me caigo de la cama, pero Demián es más rápido y me sujeta con fuerza. La rubia está de pie a un lado de la puerta, con los brazos cruzados y una ceja arqueada—. ¿Pueden dejar de comerse mutuamente y bajar a cenar?

—¿Cuánto llevas ahí? —le pregunta su hermano, con el ceño fruncido y una sonrisa en los labios.

—Lo suficiente para saber que le estabas haciendo algo a Anggele anoche, pero no sé qué es —se ríe con malicia al ver mi rostro rojo—. Ya, vengan a comer, después siguen con lo suyo.

Boto todo el aire por la boca cuando la rubia sale de la habitación, la risa estúpida de Demián invade mis oídos, y aunque amo escucharlo reír, me cae mal en este preciso instante.

—¿Por qué ella es así? —arrugo la nariz.

—Es Aibyleen —dice su hermano a modo de explicación.

Bueno, sí, Aibyleen no tiene control de sí misma y su extraña personalidad es difícil de digerir. Sin embargo, aquellos que la conocemos de verdad, la queremos por ser así.

—Volverá si no bajamos, ¿cierto? —susurro.

—Sí, será mejor que vayamos —ambos nos reímos como idiotas.

En ese momento pienso, de eso se trata el amor, ¿no? De los locos que se quieren de una manera que ninguno de los dos sabe admitir, pero que se siente con cada latido del corazón.








¡Estamos de visita donde #Annic y estoy feliz!

¿Amamos a este par? ¿Amamos a Anne y a Dom? ¿Amamos a Aiby?

Definitivamente: ¡AMAMOS!

Sorpresa, sorpresa: ¡Maratón!

1/2

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