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3. Reencuentros inesperados, pero planeados.

21 años | Anggele.

Febrero



Incrédula y asombrada de estar sentada en mi oficina, en mi trabajo, luego de tantos años de esfuerzo y mucha dedicación. ¡Tengo una puta oficina y soy nueva! Si eso no es increíble, entonces no sé que es. Llegar a este trabajo ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida, en realidad, creo que me lo merezco, después de tanto, mi momento ha llegado.

Un mes exacto desde que comencé a trabajar, y realmente me parece asombroso saber todo lo que he conseguido en tan poco tiempo. Se hicieron dos lanzamientos de libros nuevos a finales de enero, y como yo era la recién llegada me pusieron a prueba. Dos portadas, dos exitazos. Fueron los libros más vendidos y no solo por su contenido, pues las reseñas online halagaron muchísimo las portadas.

¿Qué puedo decir? Soy la mejor en esto.

—Toc, toc —esa voz y los dos toques la puerta me hacen levantar la mirada, Yery me sonríe—. ¿Puedo pasar?

—Sí, claro —asiento y ella se acerca a mí escritorio—. ¿Cómo estás?

—Bien, ya sabes, en reuniones todo el tiempo —se ríe y se sienta frente al escritorio—. Te traje unas ideas para la portada en la que estás trabajando.

—¿Ya hablaste con la autora? —abrí mucho los ojos antes de quitarle la carpeta—. Pero si no contestaba el teléfono...

—Lo sé, resulta que tenía un inconveniente, y no se pudo contactar con nosotros —se ríe con sarcasmo—. Vamos, vive en Brooklyn, pudo venir caminando.

—Ay, que cosa —me rio también—. Entonces... ¿Qué es esto? —observo los bocetos mal dibujados y un pinchazo me atraviesa el corazón—. ¡Que horror!

—Sí, bueno, su imaginación dio hasta ahí —señala las hojas—. La cuestión aquí es la siguiente, ella se niega a qué alteremos su portada digital, entonces quiere eso.

—¿Esto? —hago una mueca.

—Sí, eso —acepta—. Mira, no importa, te vine a fastidiar con esto porque en los últimos meses has sido toda una celebridad en la editorial, así que haz algo lindo.

—Algo lindo... ¿con esto? —sacudo la cabeza y cierro la carpeta—. Trataré de no morir en el intento.

—Te lo gradezco, me quitas un peso de encima —sonríe y se levanta—. Bueno, seguiré con mi trabajo de directora creativa.

—Claro, largo —me burlo—. Debo seguir trabajando.

—Nos vemos otro día —se aleja—. Por cierto, cierra la puerta, para eso están.

—Lo tendré en cuenta —sonrío como niña buena y Yery solo nueva divertida.

Sí, debo aprender un poco más a cerrar las puertas. Quizá sea porque en mi departamento siempre estoy la puerta de la habitación abierta. No sé, me siento mejor así.

Suspiro y vuelvo a repasar el arduo trabajo que debo hacer con esta nueva portada, porque sí, estos folletos están bien feos. En fin, con algo de esfuerzo y de mi magia, podré hacer algo lindo.

Y, como siempre, es otra historia de amor.

—Dios mío, ¿qué tiene esta gente con el amor? —bufo.

Según sé, la historia se trata de dos vecinos que se conocen cuando se quedan atrapados en el elevador de su edificio y de allí surge su historia romántica.

—Que original —me rio y me sobresalto cuando mi teléfono suena—. ¿Sip?

—¡Mi niñita! —exclama mi madre al otro lado del teléfono.

—Hola, ma, ¿cómo estás? —me dejo caer en el espaldar de la silla.

—Hola, mi amor, estoy muy bien. ¿Y tú? ¿Cómo te ha ido en el trabajo? ¿Estás bien? ¿Ya encontraste un lugar para almorzar? ¿Has ido al baño con regularidad?

—¡Mamá! —suelto una carcajada y me cubro el rostro con mi mano—. No puedes ser, mamá, cálmate. Estoy bien, el trabajo va bien, encontré un lugar para almorzar cerca de aquí y lo último dejo de importarte cuando cumplí la mayoría de edad.

—Niñita insolente —me reprende, pero sé que está sonriendo—. Me alegra mucho que estés bien, me haces mucha falta.

—Ay, mamá, no me te pongas lacrimógena, ¿vale? —digo, girando en la silla—. Estoy trabajando y no quiero consolarte.

—Okey, okey —se ríe—. En fin, no te llamaba para eso.

—¿Entonces? —me levanto de la silla y observo mi reflejo en la ventana.

De verdad que amo mi uniforme, es un pantalón de vestir femenino entallado, el color de la camisa varía con el día y mis tacones negros. ¿Qué más le puedo pedir a la vida?

—Hablé con tu padre...

—Oh, no —la corté—. No vayas por ahí, Miranda.

—¡Él está muy feliz por ti! —exclama y yo ruedo los ojos—. Cariño, lo que ocurrió no es...

—Te voy a colgar, mamá, lo digo en serio —espeto, molesta, porque, aun sabiendo lo que me enferma hablar de eso, ella en insiste en sacar el tema a colocación—. No quiero hablar de eso, me vale un... No me importa lo que él sienta, no quiero mencionarlo. Mierda, ya se me dañó el día.

Cierro los ojos y me paso la mano por la frente, sintiéndome mareada de repente.

—Lo siento, cielo —dice con voz calmada—. Solo quería que lo supieras.

Me quedé en silencio unos largos minutos mientras me calmo, hasta que la escucho decir—: ¿Cómo te va en el trabajo? ¿Es lo que esperabas?

—Sí, mamá —me siento de nuevo—. Es aún mejor, está llenando todas mis expectativas.

—Que bueno, mi amor, me alegro mucho por ti —sonrío.

—Yo también estoy muy contenta —suspiro—. ¿Y tú? ¿Has tenido mucho trabajo?

—Ya sabes, detalles por aquí y por allá —se ríe—. Pero las chicas me ayudan, ya sabes que una fiesta no se organiza sola.

—Lo sé.

—Bueno, entonces, cambiemos de tema —dice con picardía—. ¿Qué hay de ese muchacho que te llevó al aeropuerto el otro día?

—Ay, no —lloriqueo.

—Oh, no, ahora no te me escapas —me regaña—. Cuéntamelo todo.

—Mamá, no hay nada que contar. Solo lo conocí la noche anterior y ya.

—Con lo guapo que es —me recuerda, y no puedo reprocharle eso—. ¿No lo has vuelto a ver?

—Ma, obviamente no voy a verlo otra vez —le aclaro, y justo, tocan la puerta—. Mamá, debo irme, tengo trabajo.

—Claro, nena, nos vemos. Te amo.

—Y yo a ti, mami —cuelgo—. ¡Adelante!

Ángelo, el secretario de presidencia, irrumpe en mi oficina con su usual sonrisa coqueta. Algo me dice que yo le gusto, pobrecito él cuando se entere que no vamos por el mismo camino.

—Hola, Angge —me sonríe.

—Hola —es lo único que digo, porque no me gusta aceptar la similitud de nuestros nombres—. ¿En qué puedo ayudarte?

—Pasaba a saludarte y a decirte que alguien te está buscando.

—¿Buscándome? —asiente—. ¿Quién?

—No lo sé, no lo dijo, pero estaba preguntando por ti y dijo que era urgente

Está abajo y quiere hablar contigo personalmente —explicó.

—Que raro, no espero a nadie —me encogí de hombros y me levanté—. Bueno, debe ser importante.

—Claro —me sonríe y ambos salimos de la oficina—. Por cierto, ¿podemos hablar cuando vuelvas?

—Sí, por supuesto —le sonrío amablemente una última vez y me doy la vuelta dispuesta a irme de ahí.

Suelto un suspiro y ruedo los ojos al no entender la falta de tacto que tiene la gente, ¿es que ya se olvidaron de disimular, o cómo? La verdad es que no lo entiendo y pienso en eso durante mi trayecto en el ascensor. De alguna u otra forma, debía buscar la manera fácil de decirle o hacerle saber que no me interesa sin lastimar sus sentimientos.

Salgo del elevador cuando llego al primer piso, miro a mi alrededor y me doy cuenta de que no hay nadie que yo conozca. Ángelo dijo que abajo... Tal vez se refería a afuera. Hago mi camino fuera de la editorial, pero cuando empujó la puerta, me quedo paralizada.

Y ahí está él: serio, sexy, misterioso. Sí, podría ser el perfecto galán de una telenovela. Con su chaqueta negra de cuero, con sus lentes oscuros y apoyado contra su enorme camioneta.

Mierda. Mierda. Mierda.

¿Qué hace aquí? ¿Por qué carajos mi corazón está latiendo tan rápido? ¿Se me erizó la piel y ahora no puedo respirar? ¡¿Pero que demonios me sucede?!

Trago con fuerza y carraspeo, camino en su dirección mirando a mi alrededor, como si su presencia no estuviera causando raros cambios en mi sistema. Me alejo el cabello del rostro, observando de reojo como se quita los lentes.

—¿Qué haces aquí? —cuestiono sin rodeos.

—Hola para ti también —sonríe con arrogancia y yo ruedo los ojos, tratando de no sonrojarme—. Me alegra mucho verte, por cierto.

—Ya, Demián, en serio —me remojo los labios llamando su atención—: ¿Por qué estás aquí?

—¿Quieres la excusa o la verdad? —se aleja de su auto para intimidarme con su metro noventa.

—Muéstrame la mentira ensayada, a ver qué tan inteligente eres.

Me cruzo de brazos y lo reto con la mirada, robándole una sonrisa.

—Bueno, entonces, te diría que he estado buscando donde trabajas durante un mes completo y por casualidad pasé por aquí, vaya, y no me equivoqué —me muerdo el labio inferior para no sonreír.

—¿Y la verdad? —ladeo la cabeza.

—Que te investigué y por eso estoy aquí.

Por segunda vez en el día me quedo estática, trago con fuerza y lo miro directamente a los ojos. Sinceramente, no sé si creerle o no, pues en sus ojos veo cierto brillo divertido que aún no termino de procesar del todo.

—No sé si sentirme halagada o asustada —musito en voz baja.

—Te sugiero ambas —me sonríe otra vez, dando un paso más cerca. No me muevo, ahí, quieta, percibo su perfume masculino y mis piernas tiemblan—. ¿Recuerdas lo que te dije hace un par de meses? —me encogí de hombros, fingiendo no saber, recordando que he estado soñando con eso noche tras noche—. No voy a dejarte ir así tan fácil.

La respiración se me queda atascada en la garganta y todo mi cuero cabelludo empieza a picar. Me muerdo la lengua con fuerza y trato de ralentizar la velocidad con la que mi cerebro crea mil imágenes.

Basta. Basta. Basta.

Gruñó y ruedo los ojos, a Demián le parece graciosa mi reacción y sonríe.

—Vale, ¿qué es lo quieres? —arqueo una ceja y pongo mis manos en mi cintura.

—Una cita —responde automáticamente, sin borrar la sonrisa.

Me rio y niego—: No me gustan las citas, Whittemore.

—¿Te gusta hacerte la difícil? —sonríe y suspira.

—No me hago, soy difícil —aclaré con arrogancia—. El tiempo corre, Demián, debo trabajar.

—¿Una salida de amigos? —veo la añoranza en sus ojos marrones, escucho la esperanza en su voz, siento la tensión irradiar de su cuerpo.

No, no quiero una salida de amigos. Ni siquiera debería estar aquí hablando de esto con él cuando se supone que debo estar trabajando, pero... ¿Por qué lo estoy considerando siquiera? ¿Por qué? ¿Por qué?

«Porque quieres decirle que sí», me susurra mi subconsciente.

—Una pequeña reunión de conocidos me parece mejor —termino diciendo, y quiero golpearlo por verse tan tierno—. ¡No te hagas ilusiones! Solo será una vez.

—Solo será una vez, lo prometo —se llevó una mano al pecho, como jurándolo, antes de extender la misma mano hacia mí.

Lo miré a él y a su mano, repetí la acción como diez veces, hasta que me rendí y estreché su mano antes de decirle—: Trato hecho.

—Trato hecho, cielito —y tiró de mi mano hasta pegarme a su cuerpo y rodear mi cintura con su brazo libre.

—¿Puedo saber que demonios haces? —gruño en un jadeo, por la sorpresa y la cercanía.

—Besar a la mujer que me gusta —comunica antes de presionar sus labios contra los míos.

Me congelé al instante, mi corazón se aceleró y todo mi cuerpo entró en shock. Era una presión de labios totalmente inocente, pero cuando me apretó más contra su pecho me sentí desfallecer. Tiré de mi mano que estaba entrelazada con la suya, que con fuerza retenía, pero que logré soltar. En vez de alejarme de él, como tenía previsto en mi cerebro, mi eufórico núcleo logró que hiciera otra cosa.

Llevé mis manos a sus mejillas dejándolo rodearme como se debía, apresando mi cintura con sus brazos e importándonos un comino el hecho de estar en la calle, a la vista de todos. ¿Pero a quien carajos le importa? Si besa tan bien.

¿Habrá tomado clases o algo? Porque sabe perfectamente como mover su boca, como entrelazar su lengua con la mía, como hacerme suspirar con un simple y caliente beso.

Dios, ayúdame, porque yo sola no puedo.

Me alejé de él un segundo, tomando por la boca todo el aire que había perdido. Su nariz roza la mía con suavidad y mi corazón se retuerce por alguna rara razón que no logro reconocer. Me muerdo el labio inferior cuando me atrevo a abrir los ojos, los suyos color chocolate ya me están observando de una manera poco común, pero no digo nada.

Sus manos aprietan mi cintura y nuestros labios se presionan en leves roces que son imposibles de evitar, apenas y puedo mantener los ojos abiertos, pero me las arreglo para no suspirar como una tonta.

—Yo... —me aclaro la garganta cuando mi voz sale rasposa, coloco mis manos en su pecho en un intento vago por apartarme—. Yo debo... entrar a...

—Sí, lo sé —deja mi cintura para enmarcar mi rostro con sus manos, me mira fijamente a los ojos, como si quisiera hipnotizarme, luego me besa una vez más. Es solo un pequeño toque suave y después se aleja—. Vendré por ti...

—... a las seis y media —terminé por él, toda atolondrada.

Demián asintió, sonriendo con diversión al ver el estado en el que me encontraba. Carraspeo y me recompongo, al menos eso intento.

—Bueno, entonces... —me quito el cabello que el viento pone en mi cara—. Nos vemos más tarde.

—Nos vemos.

No espero a que diga nada más y si me quedo, me lanzaré sobre él para besarnos de nuevo y no quiero correr el riesgo. Camino con rapidez dentro del edificio y me escabullo al interior del ascensor. Me apoyo contra la pared y trato de controlar mi respiración. Estoy acalorada y agitada, no me sería una sorpresa estar toda roja.

—Cálmate, Angge, cálmate —respiro profundo y salgo del elevador, con la intención de ir directo a mi oficina, solo que me veo interceptada por Ángelo y su sonrisa de comercial de pasta dental—. Hola otra vez.

—Sí, hola —se ríe y se pone rojo. Ay, no. Se aclara la garganta y sonríe nervioso—. ¿Todo bien con tu visita?

—Sí, ehm, todo bien. Sí —asiento—. Todo está en orden.

—Que bien —se frota la coronilla con el índice antes de mirarme a los ojos—. Me preguntaba si... Como hoy salimos temprano... Quiera saber si te apetecía ir a cenar o algo por el estilo.

Me quedo con la boca abierta, sopesando su propuesta. Oh, mierda. Sabía que le gustaba, pero no como para hacer esto y en pleno horario laboral.

—Bueno, este... Fíjate que esta noche no puedo —me rio con nerviosismo—. Es que acabo de hacer planes con... —mierda, ¿qué carajos digo? «¡Vale ya, Anggele! Sácatelo de encima», mi mente me grita que lo haga y las palabras salen de mi boca sin que pueda procesarlo—. Ya hice planes con mi novio.

Se queda mudo, pálido y con el ceño fruncido.

—¿Con tu novio? —cuestiona en voz baja.

—¡Sí! Por supuesto, es él quien vino a verme —digo y me golpeo mentalmente. ¿Qué estás haciendo, Anggele Stevenson? Te estás metiendo en un buen lío—. Quería darme una sorpresa, ya sabes... ¡Pero podemos salir otro día! Cuando hagan una salida grupal y así.

—Claro, obvio que sí. Eso estaría muy bien —arruga el entrecejo y me sonríe una vez más—. Bueno, entonces, que pases una linda noche.

—Igual —le sonrío con amabilidad y lo veo pasar por mi lado suspirando con fuerza.

Literalmente corro hacia la oficina y cierro la puerta por mi propia cuenta, me apoyo contra la misma y cierro los ojos, respirando profundo antes de que me dé un ataque cardíaco y me muera aquí mismo.

Santa madre, ¿qué mierdas estoy haciendo? Primero acepto salir con Demián otra vez... ¡Y después digo que es mi novio!

Todo esto es su culpa, solo suya.

Maldito seas, Demián Whittemore. Tú y tu sexy físico que me vuelve una blandengue.

—Eres una estúpida, Anggele, una grandísima tonta.










Estos son una cosa pero bárbara. No sé a quién amo más. Dejémoslo en que los quiero por igual.

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