28. Imprudencias del destino.
26 años | Anggele
Diciembre
El invierno volvió a Nueva York y con él la nieve blanca y abundante, pero el frío estaba algo loco este año. Apenas y dejaba salir a las personas de sus casas, las temperaturas estaban bajo cero, las citas en las noches eran algo imposible y las compras navideñas una odisea. La única manera de salir de casa era tener algo súper importante que hacer que ameritara correr el riesgo de morir congelado. Las clases en las escuelas y universidades fueron pospuestas hasta nuevo aviso debido a las fuertes nevadas.
Pero, por supuesto, a mi apuesto jefe eso no le importaba, a él solo le interesa el dinero y el montón de libros que saldrán en físico antes de terminar el año y que ya están en lista de espera en muchas librerías del país y del mundo.
—¿Ya está listo el boceto de la nueva historia de Hanna? —cuestiona mi jefe, pero yo finjo no oírlo—. ¡Stevenson!
—¿Sí, jefe? —lo miro con fingida amabilidad.
—Sé que me quieres mandar al carajo, pero colabora conmigo, ¿está bien? —se ríe—. ¿Y el boceto?
—Ya está listo, voy a imprimir la muestra en este instante —envió el archivo a imprimir y me levanto—. ¿Algo más?
—Nada, solo haz eso y puedes irte a casa —murmura y mira el reloj en su muñeca—. Son casi las cuatro y está nevando mucho.
—Gracias —le sonrío y salgo de la oficina con él pisándome los talones.
Saludo a ¿Jules? No recuerdo muy bien su nombre, pero es la nueva secretaria del jefe desde que el imbécil de Ángelo se largó, cosa que agradezco de verdad.
Entro al cuarto de impresiones, en dónde hay un montón de máquinas de las cuales solo se usar dos y una de ellas las voy a utilizar ahora. Enciendo la impresora, arreglo los colores y los márgenes antes de imprimir. Subo la tapa y entonces el teléfono suena.
—¿Hola? —apoyo el aparato entre mi oreja y mi hombro, esperando a quien quiera que sea que me haya llamado, hable—. ¿Hola? ¿Aló? Estoy esperando... —digo, pero nada, solo escucho una respiración agitada al otro lado—. ¿Hay alguien? ¿Nadie? —nada—. Voy a colgar si no...
—¿Angge? —escucho y todo mi cuerpo se pone rígido, el piso se abre bajo mis pies y siento como la Tierra me succiona—. Hola, nena...
—¿Cómo carajos conseguiste mi número? —siseo con los dientes apretados.
—Angge, hija... —susurra y la rabia emerge de un lugar escondido en mi interior.
—Jamás en tu puta vida me vuelvas a llamar así —gruñó, apretando los dientes y con los ojos llenos de lágrimas—. Borra mi número, olvídate de mí como lo has hecho en los últimos veinte años, piérdete de la fas de la Tierra y no me vuelvas a llamar, maldito infeliz.
Cuelgo y cierro la tapa de la impresora con más fuerza de la necesaria y sí, mi pobre mano izquierda sufre las consecuencias. Suelto un chillido de dolor cuando mi muñeca protesta, siento como el brazo entero empieza a dolerme en menos de un segundo.
—¡Mierda! —gruño, guardando mi teléfono en el pantalón y acunando mi mano contra mi pecho—. Dios...
—¿Anggele? ¿Qué pasó? —entra Jules con rapidez, inspeccionando mi estado físico—. ¿Qué te pasó?
—Creo que me rompí la mano, la muñeca, no sé... —cierro los ojos y trato de controlar las lágrimas de dolor e impotencia.
Me llamó. ¡¿Por qué mierda me llamó?!
—Oh, Dios, debemos ir a un hospital —dice, sujetándome con cuidado—. Vamos.
No pienso en nada, no escucho la voz de Jules hablando con el jefe, el mismo diciéndome que me vaya a al hospital y luego a casa, solo tengo el eco de su voz en mis oídos y el palpitar de mi corazón enfurecido.
«Angge, hija...»
Hija... Infeliz.
Jules es quien busca mi bolso, me guía hacia el ascensor y después por todo el living. En algún momento le entrego las llaves de la camioneta a la recepcionista, diciéndole que mi novio vendrá por ella después.
Jules me lleva al hospital más cercano en menos de veinte minutos, en los cuales el dolor incrementa su intensidad a un punto de que la vista se me llena de lágrimas y la respiración se me entrecorta. La castaña se porta súper bien conmigo y me da pena saber que no he sido la más amable con ella.
—Gracias por traerme —le digo mientras caminamos al interior del gran lugar.
—No es nada, somos colegas, ¿no? —me sonríe y nos acercamos a una enfermera—. Buenas tardes, mi amiga acaba de sufrir un accidente con una impresora y creemos que se fracturó algo.
—Okey, ¿en la muñeca? —la morena me mira, asiento—. Entiendo, vamos por aquí y me encargaré de ti, ¿está bien?
—Bien —suspiro con pesadez—. Gracias por venir conmigo, Jules.
—No te preocupes, siempre que pueda. ¿Quieres que me quede por si necesitas algo?
—No, no te preocupes, de verdad —niego y le sonrío con amabilidad—. Llamaré a mi novio, él se encargará de lo demás. Tú deberías ir a casa también, está nevando mucho.
—Claro, no hay problema —besa mi mejilla y con una última sonrisa, se va.
—¿Lista? —cuestiona la enfermera y solo la sigo por un largo pasillo, ingresamos a una habitación donde hay varias camillas separadas por cortinas azules—. Del uno al diez, ¿qué tanto te duele?
—Ocho —musito en voz baja, ella tira de una cortina y señala una camilla para que me siente.
—Estás muy tranquila para tener ese grado de dolor —dice con una sonrisa y toma mi mano.
—He aprendido a controlar los dolores, pero esto realmente me está doliendo mucho —admito, quejándome cuando mueve mi mano de un lado al otro.
—Lo más probable es que sea un esguince en la muñeca —dice Norah, según se lee en su carnet—. Llamaré a un doctor para que venga a revisarte de todas maneras, él indicará que tienes, ¿de acuerdo?
—Sí —me sonríe y se va, cerrando la cortina otra vez.
Dejo mi bolso en la mesita junto a la camilla y saco el teléfono para poder llamar a Demián, quien no tarda en contestar.
—Hey —lo saludo, y mi tono sale demasiado fingido.
—Hola, ¿estás bien? —murmura de inmediato, sabiendo que algo pasa.
—Sí, ehm —me rasco la sien, pensando en como decirle—, ¿puedes venir al hospital?
—¿Al hospital? ¿Qué carajo haces en el hospital? ¿Te pasa algo? ¿Estás bien?
—Sí, cálmate, estoy bien —me rio ante su desesperación—. Es solo que me golpeé la mano con la impresora y al parecer tengo una torcedura, pero nada grave —lo escucho soltar un suspiro de alivio—. No te preocupes, estoy bien.
—¿Segura?
—Sí, muy segura —asiento, como si estuviera viéndome—. ¿Podrías hacer algo por mí?
—Lo que tú quieras.
—¿Podrías ir a la editorial y buscar el Jeep? Dejé las llaves en la recepción, di que eres mi novio y ellos te las darán —informo.
—De acuerdo, estaré ahí en una media hora, ¿bien?
—Está bien, tómate tu tiempo —insisto.
Cuelgo cuando ambos nos despedimos, justo cuando llega la enfermera Norah otra vez. Ella me lleva a un lado donde hacen rayos X, en dónde me hacen una radiografía rápida y así poder descartar cualquier anomalía.
—¿Te golpeaste? —indaga, acompañándome otra vez a la habitación.
—Cerré la tapa de la impresora y mi mano quedó abajo —explico, sentándome en la camilla.
—Bueno, te voy a colocar una intravenosa para suministrarte algo para el dolor mientras el doctor viene y te revisa, ¿de acuerdo?
—Okey.
Norah me canaliza sin mucho esfuerzo, yo cierro los ojos y espero pacientemente a que el calmante hiciera su efecto. Me dolía todo el brazo y solo quería ir a mi casa y dormir mil años seguidos.
Y es que mi día iba tan bien, ya tenía planes con Demián para ir a ver una película y luego a cenar, ahora todo se fue al carajo por esa llamada. Me imagino quien le dio mi número, no hace falta ser muy inteligente para ser que fue mamá.
—Buenas tardes —ingresa un doctor de unos cincuenta y tantos años con una carpeta y la usual bata blanca, Norah viene con él—, tú debes ser Anggele Stevenson.
—Sí —me acomodo un poco.
—Muy bien, déjame ver esa mano —se acercó y tomó mi mano, revisando atentamente todo—. En la radiografía no salió fractura, el ligamento ha sufrido una pequeña distensión. Es solo un esguince, nada del otro mundo.
—¿Y qué debo hacer? —hago una mueca cuando él hace presión en mi muñeca.
—Por ahora, te pondré una muñequera ortopédica para inmovilizar la mano. Te sugiero reposo absoluto, para limitar el movimiento y evitar la hinchazón junto con el dolor —la morena le pasa la muñequera y luego de aplicarme un gel frío, coloca la funda con cuidado—. Si te duele mucho tómate un analgésico y ponte hielo, puedes sostener la muñeca a la altura del pecho por encima del corazón, eso aliviana el peso.
—¿Cuánto tiempo debo tener esto? —lo miro.
—Por lo menos unos quince o veinte días, teniendo en cuenta que solo fue un leve esguince —explica.
—De acuerdo —recuesto la cabeza en la almohada y sonrío—. Gracias, doc.
—No es nada —me devuelve es gesto—. Bueno, eso es todo por ahora. Espera a que se termine la solución salina y puedes irte a casa.
Se despide con una última sonrisa y se va, Norah le sigue los pasos luego de asegurar que vendrá después a ver cómo estoy. Me quedo ahí, con menos dolor en el brazo, pero con uno en la cabeza que me está matando.
—Oye —una voz conocida me hace abrir los ojos, el rostro de mi novio me da paz—. Hola, preciosa.
—Hola —sonrío cuando se acerca, se sienta a mi lado y yo lo miro de arriba abajo, viendo su bonito traje azul—. Estás muy guapo, ¿por qué vas a trabajar así?
—Porque debo dar ejemplos de belleza —sonríe y se inclina para darme un besito—. ¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes?
—Estoy bien, ya me siento un poco mejor —le muestro mi mano—. Ahora debo llevar esto por casi un mes.
—¿Qué te pasó? —sostiene mi mano con cariño, dándole suaves caricias a mis nudillos.
—Me peleé con la impresora —reí y él acarició mi mejilla.
—Tienes fiebre —frunce el entrecejo, toca el botón rojo a un costado de la cama y me observa preocupado.
—Estoy bien, de verdad —busco su mano y entrelazo nuestros dedos—. Pero si tengo una mala noticia, ya no podré hacer mis desayunos especiales.
—Que lastima —sonríe.
—¿Todo bien? —Norah llega de nuevo y me siento culpable por hacerla caminar tanto.
—Tiene fiebre —señala Demián.
—Por el esguince no es —me coloca el termómetro en la boca luego de desinfectarlo—. Lo más probable es que se por el susto. ¿Te asustaste cuando paso esto? —niego y ella frunce el entrecejo—. ¿Estás bajo mucho estrés o algo? —me encogí de hombros, me quita el termómetro—. Solo tienes treinta y ocho grados, pero no sé a qué se debe. No creo que tengas alguna infección o algo...
—Me hago chequeos médicos mensualmente, no tengo nada —respondí.
—¿Has recibido una noticia o algo que haya llegado a ponerte alerta antes del accidente?
Respiro profundo, sintiendo la mirada oscura de Demián en mi perfil.
—Recibí una llamada no deseada, ¿eso cuenta? —arqueo una ceja.
—Es probable que sea eso —sonríe y me quita la intravenosa con cuidado de no lastimarme—. Es fiebre emocional, la temperatura del cuerpo se eleva ante una situación estresante —me pone un algodón en el dorso de la mano con un pedacito de cinta quirúrgica—. Los analgésicos te ayudarán con eso, toma un baño con agua tibia y estarás bien.
—Gracias —le regalo una sonrisa—. ¿Puedo irme ya?
—Por supuesto, linda —asiente y se despide de mí.
Me acomodo sobre la camilla, tratando de ignorar la mirada de Demián, pero no puedo, así que lo veo a los ojos.
—¿Qué? —frunzo el entrecejo.
—Debemos hablar, lo sabes, ¿verdad? —suspiro y asiento.
—No es nada, en serio —sacudo la cabeza, tomando mi bolso de la mesita.
—¿Y por qué tienes fiebre, entonces? —se cruza de brazos—. ¿Quién te llamó?
—Nadie importante —negué.
—No saldremos de aquí hasta que me lo digas —sentencia, con esa expresión que me hace saber que habla en serio.
—Por favor... —hago un puchero y él niega.
—Habla —exige—. Dime quién fue.
Cierro los ojos y dejo escapar un suspiro.
—Mi padre —respondí, mirando mis dedos—. Él fue quien me llamó.
El silencio se acentúa entre nosotros, no soy capaz de mirarlo, pero si lo siento respirar hondo y luego sentarse junto a mí. Sus manos quitan el cabello de mi rostro y sus dedos se apoderan de mi barbilla para que lo mire a los ojos.
—Voy a estar aquí para cuando quieras contarme, ¿sabes? No tienes que hacerlo justo ahora —asegura, acariciando mi labio inferior—. No me gusta verte triste, así que olvídate de eso y vamos a casa para que descanses.
—No es que no quiera contarte —lo detuve antes de que se pusiera de pie, sus ojos encontraron los míos—, es solo que no vale la pena hablar de él. Créeme, es esa clase de persona que no merece ningún tipo de perdón.
Sin decir palabra alguna solo se dedica a mirarme un largo minuto, su mano acuna mi mejilla antes de depositar un beso en mis labios, me sonríe y me estrecha entre sus brazos.
Es por esto que Demián es el mejor hombre del mundo, no me obliga nada, a menos que sea estrictamente necesario darme un empujoncito. Siempre me da mi espacio y jamás me reprocha nada. ¿Cómo no quererlo? Si es lo mejor que me ha pasado en la vida.
Ay, ay, ay.
Sospechoso.
¿Qué opinan de este capítulo y esa llamada inesperada?
¡Los leo!
¡Voten, comenten y compartan mucho!
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