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26. La chica de rojo.

27 años | Demián

Julio


El desayuno llegó hace unos diez minutos, en los cuales me debato en si despertar o no a la rubia que duerme profundamente en medio de la cama, rodeada de todas las almohadas. Con cuidado me subo a la cama, dejo un beso en su hombro.

—Despierta —susurro en su cabello—. Anggele...

—Mmh, déjame en paz —se aprieta más a las sábanas—. Estoy cansada.

—Has estado cansada desde que llegamos —sonrío, presionando un beso en su oreja—. Vamos, no te traje aquí para esto.

—Sí, ya sé —suspira, ocultando una sonrisa en la almohada—. Me trajiste para otra cosa, ya me lo has dejado saber muy bien.

—Bueno —acaricio su mandíbula con mi nariz—, si te despiertas puedo seguir mostrándote.

—Ay, Dios, Demián —se ríe y abre los ojos, mirándome fijamente—. Buenos días.

—Buenos días, dormilona —paso un mechoncito rubio detrás de su oreja, delineando el contorno de su rostro con mis dedos—. ¿Cómo dormiste?

—Muy bien —sonríe y parpadea dos veces.

—¿Tienes hambre?

—Sí —asiente—, pero ¿sabes que quiero primero?

—¿Qué? —frunzo el ceño.

—Un beso de buenos días —se apoya en uno de sus brazos y sonríe con picardía.

—¿Un beso? —acerco mi rostro al suyo.

—Un beso —dice antes de juntar nuestros labios.

El beso inocente no pierde intensidad ni aumenta, solo es una muestra de los sentimientos que fluyen entre nosotros. Anggele Stevenson llegó para cambiar mi vida, no tengo nada más que decir.

[...]

Una sorpresa.

Mi novia me tiene una sorpresa.

No tengo ni idea de que estará tramando, pero yo solo le sigo la corriente. Después de una larga caminata por los alrededores, decidimos volver a la habitación luego de almorzar. Desde entonces, la rubia sigue planeando su sorpresa.

Espero pacientemente a que Anggele haga lo que sea que esté haciendo, llevo una media hora en el jacuzzi, solo, aguardando por ella.

—¡No te muevas! Ya casi termino —la escucho decir desde la habitación.

—¿Sabes cuantas veces has dicho eso? —murmuro desde donde estoy—. Casi cuatro veces.

—¡Dame un segundo! —exige, oigo el ajetreo de las cosas y su risa de fondo—. ¡Ya terminé! ¿Estás listo?

—Estoy listo desde hace una hora —le digo—. ¿Por qué tardas tanto? Solo vas a... —me quedo perplejo al verla, trago forzado. Lleva puesto un pequeño vestido rojo de satín que no deja nada a la imaginación, el cabello en hondas y los labios rojos. Puedo morir aquí mismo y decir que vi a un ángel vestido de demonio—. Estás...

—¿Te gusta? —da una vuelta, dejándome ver su espalda descubierta y lo corto que le queda el vestido.

—Estás preciosa —digo con sinceridad.

Es la mujer más hermosa que he visto en mi vida.

—¡Lo sé! Traté de conseguir esta cosa como una loca —señala su vestido, sonríe con alegría—. La verdad es que lo estaba guardando para una ocasión especial, pero te me adelantaste —se ríe y sube las cejas con picardía—. Quería darte una sorpresa.

—Estoy muy sorprendido —admito mirándola como idiota.

—Que bueno —se acerca, pero no tarta en tropezarse con el marco de la puerta—. Mierda, esto de ser sexy no es lo mío.

Su torpeza la hace aún más sexy.

Me aseguraré de que lo sepa.

Camina decidida hacia el jacuzzi, da un respingo al encontrar el agua caliente y se acerca a mí sin dudarlo.

—Ya estoy aquí —sonríe.

—Así me gusta mucho más —la atraigo hacia mí por la cintura, sintiendo la textura de la tela húmeda bajo el agua—. Estás preciosa, me encantas.

—Gracias —deja un pequeño beso en mis labios—. A mí también me gusta, me queda bien el rojo.

Y pensar que a ella todo le queda bien, sobretodo me gusta que sepa admirar la belleza que tiene. Estar segura de sí misma la hace más preciosa.

—He pensando en algo —su voz me saca de mis pensamientos, sus ojos azules brillan bajo la tenue iluminación del baño y de la poca luz que entraba por el balcón—. Me gustan los tatuajes, siempre trato de grabar cosas importantes en mi piel. Las palabras en mi espalda me las hice cuando cumplí los dieciocho, luego de todo lo ocurrido con mi madre —baja la mirada, subiendo sus uñas por mis brazos—. Luego, cuando cumplí los veinticinco me hice las estrellas, porque tenía la esperanza de que cumplieran mis deseos.

—¿Y lo hicieron? —cuestioné, acariciando su cintura con suavidad.

—Lo hicieron —sonríe y sus mejillas se pintan de rojo como su vestido—. Estás aquí conmigo.

Cuánta razón tenía, ella era mi deseo hecho realidad y no estaba dispuesto a dejarla ir.

—Te estás poniendo cursi —acaricio su espalda desnuda, admirando esa sonrisa hermosa—. ¿Dónde está mi Anggele amargada?

—No está muy lejos —comenta riéndose—. Bueno, solo estaba pensando en eso y...

—¿Y...? —busco sus ojos.

—Me gustaría que nos hiciéramos uno juntos —sonríe en grande—. Con algo que nos identifique y todo eso, ¿qué opinas?

La ilusión en sus ojos me deja embelesado.

—¿Un tatuaje? —fruncí el entrecejo.

—Sí... ¿No te gustan? —arruga la nariz—. No me digas que le tienes miedo a las agujas.

—¿Qué? No, no es eso —me rio, besando su mejilla en el proceso—. Es que nunca he considerado hacerme un tatuaje.

—No tienes que decir que sí ahora, puedes pensarlo y luego veremos —me sonríe y sé que tiene una pequeña esperanza de que le diga que sí—. ¿Me prometes que lo pensarás?

—Lo prometo —asiento.

Debía pensar esto muy bien, jamás se me pasó por la cabeza la idea de hacerme un tatuaje, pero supongo que para todo hay una primera vez.

—¿Y entonces? —frunce las cejas.

—¿Entonces qué?

—Me puse este vestido para que me hicieras cosas malas no para que me mires como bobo —finge estar molesta.

Suelto una carcajada ante su espontaneidad, su falta de filtro es algo que no puede controlar y me encanta.

—¿Sabes lo que me estás pidiendo? —sujeto su hermoso rostro entre mis manos, acercándolo al mío—. Te estás ofreciendo en bandeja de plata para mí.

—Nunca hago algo sin conocer las consecuencias —sonríe, con sus ojos llenos de un espeso deseo azul marino—. Haz lo que quieras conmigo.

Bueno, esa oferta es tentadora.

—¿Sin arrepentimientos? —le doy un casto beso.

Sin arrepentimientos.

Cumplo su petición sin hacerla esperar más, porque yo estoy igual de ansioso que ella.

La beso como si no hubiera mañana, la aprieto contra mí pecho, trazo la curvatura de su esbelta figura, recorro cada parte de su cuerpo con mis manos hasta que no queda espacio alguno entre los dos. En algún momento, no logro distinguir si lo que está muy caliente es el agua o nosotros, Anggele suelta un gemido sobre mí boca cuando la presiono contra mi entrepierna.

—Demián... —aprieta sus dedos en mis hombros.

—Aquí no —muerdo su labio inferior antes de alejarla de mi cuerpo.

—¿Qué? Demián, por favor... —ambos salimos del jacuzzi y antes de se siga quejando, la levanto sobre mí hombro—. ¡Ay! Estamos mojando todo el piso.

—Y vamos a mojar muchas cosas más, eso te lo aseguro —entro a la habitación y la dejo sobre la cama. Su cabello rubio cae alrededor de las almohadas, sus mejillas están más rojas que nunca, su pecho sube y baja por su respiración agitada y ese vestido... Dios, jamás había visto algo más hermoso—. ¿Sabes lo preciosa que estás justo ahora?

—Demián... —susurra cuando me subo sobre ella, beso su cuello y bajo lentamente, beso todo lo que tengo a mi alcance. Siento sus pezones erizados a través del vestido, el perfume de su piel ensordeciendo mis sentidos, todo en ella me vuelve loco—. Por favor...

—Shhh —subo su vestido un poco, beso su vientre con lentitud.

La respiración de Anggele se agita cuando hago que flexione las piernas, con una sonrisa que le sonroja las mejillas dejo un reguero de besos húmedos por sus muslos. La siento temblar, contener la respiración y soltar un gemido cuando mis labios rozan su zona más sensible.

—Demián, por favor... —jadea, intentando mover sus caderas, pero lo se impido colocando mi mano sobre su vientre—. Ay, por favor...

Una de sus manos se enreda en mi cabello y yo solo intento no perder el control, mantengo mi atención en devorarla con dulzura y con la intensidad suficiente para mantenerla gimiendo mi nombre sin ningún tipo de vergüenza.

No dejo que se mueva ni un solo centímetro, la mano que intenta apartar la mía de su vientre es atrapada con mi mano libre y presionada contra la cama. Anggele se remueve inquieta y yo sigo con mi faena, apretando mis dedos alrededor de su muñeca.

—Por favor, por favor, Demián —gime desesperada, tirando de mi cabello con suavidad entre sus dedos—. Deja que... ¡Demián! —se queja ruidosamente cuando desvío mis labios de mi lugar favorito hacia su vientre de nuevo.

—Dijiste que te hiciera cosas malas, ¿no? —aprovecho que el vestido está movido un poco para presionar un beso contra esa peca en forma de corazón a un costado de su pecho—. No especificase nada más...

—No seas así —se remueve e intenta tocarme, pero no la dejo, sujetando sus manos por encima de su cabeza con una de las mías—. Eres malvado...

—Era lo que querías —le robo un beso profundo a su boca roja—. Sin arrepentimientos, ¿recuerdas?

—Eres un idiota —sonríe a final de cuentas, levantando la cabeza para besarme.

Subo el vestido hasta su cintura, me quito el boxer con algo de su ayuda y la ansiedad que la recorre.

—¿Por qué no quieres quitarme el vestido? —busca mis ojos cuando sus piernas rodean mi cadera, llevándome contra ella.

—Porque quiero hacerte el amor con él puesto —sujeto sus muñecas a cada lado de su cabeza, ejerciendo presión con mis dedos.

No dejo que diga una palabra más, solo me comí su boca en un beso hambriento antes de hundirme en ella, siendo desconcertado con el calor abrasador de su interior. Me mantengo quieto un instante, concentrándome en su dulce boca moviéndose sobre la mía.

—No sabes... lo increíble que se siente estar dentro de ti —suspiro contra tu boca.

—Muévete, por favor —me pide, jadeante y con los ojos fijos en los míos—. Demián...

Sus manos se hacen puños entre las mías, sus labios tocan los míos y ambos encontramos el balance perfecto para estar en sincronía. Encajamos perfectamente, somos el típico rompecabezas que encuentra la forma de ajustarse.

—Te quiero —jadea y abre los ojos para mirarme.

—Te quiero —rozo su nariz con la mía, sonriendo, incapaz de creer que tengo a la mujer de mis sueños así—. Te quiero para siempre.





Capítulo candente porque se los debía, lo sé, he estado seca últimamente. Pero, en fin, para que luego no digan que no los complazco.

¡Espero les haya gustado un montonsote!

Los amo.

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