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25. New Zealand.

26 años | Anggele.

Julio

Queenstown, Nueva Zelanda.


Decir que estoy emocionada es poco, tengo esa opresión en el pecho de pura alegría que no me abandona desde ayer por la tarde. Era sábado, casi las dos de la tarde aquí en Queenstown, tenía tanto sueño que mis párpados se cerraban solos, pero luché por mantenerlos abiertos y no perderme nada desde la ventana del taxi.

—Hey —los dedos de Demián quitan los mechones de mi rostro, me sonríe cuando mis ojos adormecidos dan con él—, ¿cómo estás?

—Tengo sueño —me rio, acaricio su barba con mis dedos—, pero estoy muy feliz.

—¿De verdad? —veía la necesidad de una respuesta afirmativa de mí parte.

—Por supuesto que sí —me acerqué a él, aún y cuando no quería moverme—. Me encanta estar contigo y creo que tienes razón, nos hace falta esto.

—Y eso que aún no ves dónde nos quedaremos —besa mi frente con cariño—. Te va a encantar.

—Eres muy arrogante, ¿te lo han dicho? —cuestiono, mirándolo desde abajo.

—Mi novia me lo recuerda a menudo —sonríe y me entrar unas ganas inmensas de comérmelo a besos.

Permanecemos en silencio en el resto del camino, realmente estaba cansada, dieciocho horas de vuelo se decían fáciles, pero era súper ajetreado. Ambos bajamos del taxi cuando llegamos al hotel y vaya hotel.

Kamana Lakehouse —murmuro, sin saber si así se pronuncia el nombre del hotel—. Tú si que sabes hacer las cosas.

—Lo mejor para ti —besa mi mejilla desde atrás—. ¿Puedes ir a la recepción? La reservación está a mi nombre —informa y me entrega su teléfono—. Te alcanzo en un momento.

—Está bien —le sonrío y beso castamente sus labios antes de ingresar al hotel.

Vamos a decir la verdad, este hotel es asombroso. Hace un frío tremendo, pero está increíble. La recepción solo era una pequeña fracción del hotel, por lo que era aún más grande. Observo la información en el teléfono de Demián, el código QR y los demás datos que supongo son necesarios.

La chica detrás del pequeño mostrador está de espaldas a mí conversando con un sujeto que viste el mismo uniforme, así que creo que son compañeros de trabajo.

—Hola —murmuro después de aclararme la garganta, la pelinegra se gira y me sonríe amablemente.

—Buenas tardes, bienvenida. ¿En qué puedo servirle? —murmura de manera cordial.

—Mi novio y yo tenemos una reservación —informo.

—¿A nombre?

—Demián Whittemore —digo.

—Perfecto, déjeme... —se queda en silencio abruptamente.

Frunzo el entrecejo sin comprender que le pasa, pues no me está mirando a mí ni a su iPad, sus ojos están directamente detrás de mi persona, hacia la salida. Trago duro, un poco nerviosa por su rara actitud, así que me giro un poco, un tanto cohibida para descubrir el por qué de su extraño actuar.

Y, ¿cómo carajos no me di cuenta antes? ¡Obviamente es por mi novio!

Admito que yo también estoy babeando de tan solo verlo, y es que el muy condenado está como para darle y no consejos, precisamente.

Suelto un suspiro y me doy la vuelta cuando el castaño termina de hablar con el botones. La recepcionista sigue encantada con Demián y ya la situación dejó de ser divertida, esas sensaciones que siempre odié emergen de lo más profundo de mi ser y me obligan a sacar mis garras.

—¿Podrías, por favor, dejar de babear por mi novio y decirme dónde está mi habitación? —mi voz sale en un dulce y zalamero siseo, la chica de ojos claros da un respingo en su lugar y me mira con las mejillas rojas—. La verdad es que esta muy guapo, lo sé, pero en serio estoy muy cansada y quiero dormir hasta la cena.

—Yo... Lo siento mucho, señorita —tecleó con rapidez en su tablet.

—Llevarán nuestras maletas a la habitación —la voz de Demián llega a mis oídos al mismo tiempo que su toque en mi cintura—. ¿Está todo listo?

—Sí, amor, ya está todo listo —sonrío en grande, abrazando su cintura con mis brazos, captando la atención de la recepcionista. Sí, perra, es mío. Quise decirle eso, me abstuve, Demián no tenía la culpa de estar tan bueno—. Ya solo faltan las llaves.

—Son estas —habla la chica con rapidez, por el color de su rostro que está muy avergonzada. Demián es quien recibe las llaves, dándole una sonrisa de agradecimiento—. Es la habitación 35, vista al lago. Encontrarán una circular en donde podrán acceder a más información sobre las actividades y servicios que brindamos. La recepción está disponible las veinticuatro horas por si necesitan algo más.

—Gracias —asiento.

Ella, Deysi, sonríe tensa y no le doy importancia cuando tiro de Demián hacia el pasillo y después escaleras arriba. Gruñendo y refunfuñando sigo caminando, el castaño no pone resistencia hasta que estamos en el segundo piso.

—Te odio —lo miro con los ojos entrecerrado.

—¿Por qué, exactamente? —me observa, veo la diversión en el espeso marrón de sus ojos.

—¿Eres o te haces? ¡Te quería comer con los ojos! Y no es la única, ya me he dado cuenta de que sucede en todos los lugares a los que vamos —espeto entre dientes, cruzando los brazos bajo mi pecho—. Odio que seas tan lindo.

—Eso ya no es mi culpa, es de mis padres —aclara con una sonrisa—. ¿Acaso estás celosa?

—¡Sí! ¿De ella? No. ¿De cómo te mira? ¡Por supuesto! —gruño, intentando controlarme. Cierro los ojos y tomo una lenta respiración, cuando los vuelo a abrir, el castaño está sonriendo—. Esperemos que no se repita, porque entonces si la voy a golpear.

—Vamos, no queremos que mates a nadie —se ríe, rodeando mi cuerpo con sus brazos—. No deberías estar celosa, no de ella y tampoco de ninguna otra mujer, ¿sabes por qué? —me encogí de hombros, disimulando que su cercanía me volvía loca—. Porque eres la única mujer que quiero en mi vida para siempre.

Lo miré a los ojos, sabiendo que tenía razón. Demián jamás miraría a otra que no fuera yo, así como mi corazón nunca sentiría por nadie más lo que siento por el.

Puse mis manos en rostro y me coloqué de puntitas para alcanzar sus labios, por primera vez en toda mi vida di un beso tierno, cargado del inmenso amor que sentía por él.

—No deberíamos estar haciendo esto en el pasillo —siento su sonrisa sobre mis labios.

—Lo siento —lo solté, con mis mejillas ardiendo.

—Ven —tomó mi mano y caminamos por el pasillo hasta la habitación al final del mismo. Demián abrió la puerta y miró—. Las damas primero.

—Tonto —me rio cuando me da una palmada en el trasero.

La habitación es aún más hermosa de lo que creí, es espaciosa, los colores gris, beige y azul le dan un contraste único, está bien amoblada y la vista... Carajo, es la vista más hermosa de todas.

—¿Te gusta? —Demián cierra la puerta detrás de él, lo escucho caminar y detenerse junto a mí.

—Es precioso —susurro, dejo mi bolso sobre el pequeño mueble junto a puertas corredizas—. Tenemos un balcón.

—Sí —sus manos caen en mi cintura y sus labios en mi cuello—. Sabía que te gustaría.

—Tenias razón —sonrío y doy la vuelta, rodeo su cuello con mis brazos y le sonrío antes de darle un beso—. Gracias.

—Ya te lo dije, lo mejor para ti —me besa, iniciando una carrera contra mis labios, apretando mi cintura con sus manos.

Coloco mis manos en su pecho y lo hago retroceder, ambos caemos en la cama y yo me que, sobre él, con una pierna a cada lado de su cuerpo. Sus manos no pierden tiempo de tocar todo lo que tiene a su alcance: mi cintura, mi torso, mis pechos, mi trasero. Otra cosa que amo de Demián: no es un hombre de palabrería ni de juego previo, él se lanza a lo que quiere.

Suelto un gemido en sus labios cuando me presiono contra su entrepierna, Demián aprieta mi trasero para provocar que nos rocemos en el lugar correcto.

—No te traje aquí para esto, ¿sabes? —alejó mi cabello para pasarlo sobre mis hombros y sujetar mi rostro.

—Claro que sí, no te hagas —muerdo su labio inferior cuando sonríe. La burbuja de revienta cuando tocan la —. No puede ser.

—Son las maletas —se ríe cuando suelto un gruñido—. Arriba, voy a abrir la puerta.

—Que las dejen en el pasillo —susurro con maldad para proceder a besarlo.

—No, Anggele —advierte con voz ronca mientras me muevo sobre él—. Basta, estoy hablando en serio.

—Yo también —sonrío maliciosa, pasándome la lengua por los labios—. ¡Mi novio y yo estamos fo...!

La de Demián vuela mi boca antes de que el grito salga de mi garganta, suelto una sonora carcajada cuando nos gira y me deja en la cama, siendo prisionera de su cuerpo.

—Quédate quieta —me pide, pero sabe que es imposible. Aprieta mis mejillas y sonríe—. Solo será un segundo, lo prometo.

—Aguafiestas —le saco la lengua y finjo agonía.

Demián se ríe, pero se levanta y va hacia la puerta. El ángulo de la misma le da privacidad a la habitación, por lo que, quien sea que haya traído las maletas, no puede verme en lo absoluto, así que comienzo mi plan macabro.

Me pongo de pie, me saco los zapatos, la camiseta morada y abro el botón de mis jeans. Los ojos marrones de mi bello novio caen sobre mí, traga forzado y se apresura a ingresar las maletas, le da un par de billetes a la otra persona y cierra con rapidez.

—¿Puedo saber que haces? —espeta, acercándose a la cama.

—Quitándome la ropa —sonrío y me deshago de los jeans.

—Vas a matarme —gruñe y me besa.

Me entrego a su beso fiero, desconecto mi mente y me dejo llevar. Con Demián es fácil perder los papeles, olvidarse de todo y dejar la confianza completa en sus manos. Él, sin lugar a dudas, luego de tanto tiempo, es el hombre en el que confío a ojos cerrados.

—¿Ves que si me trajiste para esto? —me burlo, abriendo lentamente los botones de su camisa roja.

—En parte, si —sonríe y no tardo en besarlo.

¿Por qué carajos es tan lindo sonriendo?

Le quito la camiseta, acariciando con suavidad su abdomen bien marcado, buscando mi objetivo final: sus pantalones. Sin dejar de verlo a los ojos me siento en la cama, bajo atenta mirada desabrocho su cinturón, me relamo los labios al ver cómo su erección se marca en el boxer. Trago forzado y tiro de la tela hacia abajo, su miembro entra en mi campo de visión y no tardo en tomar con una de mis manos.

—Angge...

—Shhh —chisté.

Demián deja salir un leve jadeo cuando mis dedos hacen presión sobre él, sé lo que le gusta y sé lo que no. Ya lo hice antes, un par de veces, y debo admitir que no hay nada más excitante en esta vida que ver a Demián a mi merced.

Sonrío, moviendo mi mano con suavidad sobre su hombría, sin apartar mis ojos de los suyos. Demián no es brusco en este aspecto, lo descubrí la primera ver qué me animé a hacer esto con él. Solo había practicado el sexo oral con un chico hace muchísimos años mientras estaba en la preparatoria y bueno, ese tipo no era el más considerado de todos.

Con el hombre frente a mí es distinto, porque no tiene tapujos al hablar de estos temas: «Lo que quieras hacerme me va a gustar, solo porque eres tú». No necesité nada más para comprobar que Demián era el premio mayor. No me forzaba para nada, y aunque la mayoría de las veces sea él quien toma la iniciativa, siempre trata de no imponerme nada.

Escucho el suave gemido que escapa de su boca cuando mis labios se cierran sobre su miembro, despacio empiezo a succionar la cabeza y siento una de sus manos en mi cabello. Sus dedos juegan con mi pelo, empujando despacio al interior de mi boca, sin ser brusco, solo buscando más. No sé lo niego, él es capaz de desarmarme con solo un beso, pues yo también.

Enrollo mi lengua a su alrededor, mientras que con mi mano hago presión y acompaño los movimientos de mi boca. Su respiración se vuelve cada vez más superficial, más tosca y los roncos gemidos que no puede contener son melodía a mis oídos.

—Mierda... —gruñe, apretando sus dedos en mi cabello. Lo miro mal, deteniendo mi trabajo—. Lo siento, no pares...

Él sabe que odio que diga palabrotas cuando estamos haciendo el amor, porque sí, esto no es solo sexo... Demián y yo somos eso: amor.

Su cuerpo se tensa, cierra los ojos y aprieta la mandíbula. Está cerca, lo sé. Intento llevarlo más profundo, y solo basta una succión más de mi parte para que termine corriéndose en mi boca. Suspira con pesadez, me ve relamer mis labios con lentitud mientras me pongo de pie.

Ahí, con su imponente metro noventa, saciado y con esos hermosos ojos marrones mirándome encantado, como jamás hubiera visto algo igual a mí. Bueno, es que soy única y hay nadie como yo. Le sonrió, llevando mis manos a mi espalda para desabrochar el sujetador.

Demián no despega sus ojos de mi rostro y temo haber hecho algo que lo haya dejado tan hipnotizado. Sonrío y doy un paso hacia él, acaricio sus mejillas y es cuando siento sus manos en cintura, subiendo suavemente por mi espalda, erizando mi piel. Me atrevo a besarlo con ternura, para nada acorde con lo que acabo de hacerle, mientras que él me aprieta contra su pecho.

—¿Crees que este sea un fin de semana largo? —le pregunto, enredando mis dedos en su cabello castaño.

—Eso vamos a averiguarlo.






Yo después del capítulo de hoy:

¿Quién más está así?

¡Les prometo fuego, porque se los debo!

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