23. Vale la pena hacerlo bien.
26 años | Anggele
Junio
Trato de controlar mi respiración, pero no lo consigo, busco algo a lo que pueda aferrarme y las sábanas parecen una buena opción, intento encontrar mi cordura, pero la misma se fue al traste desde que abrí los ojos y Demián comenzó a besarme. Una cosa llegó a la otra y ahora estamos así, juntos, unidos, él sobre mí y yo gimiendo sin parar mientras ambos buscamos nuestro segundo orgasmo de la mañana.
Sus labios tocan los míos en un instante para hacerme delirar, me derrito contra él y enredo mis dedos en su pelo. Suelta un gemido en mi boca cuando rodeado su cintura con mis piernas y lo quiero un poquito más por eso. No es que haya tenido muchas experiencias sexuales antes de Demián, pero que él no se contenga es algo que me gusta muchísimo.
¿Por qué los hombres no gimen? Demián Whittemore, te mereces el cielo.
—Demián —me muerdo el labio inferior, mirando sus ojos marrones en medio de la poca iluminación—. Por favor...
—¿Qué es lo que quieres? —me besa, baja su mano por mi cuello hasta apretar uno de mis pechos. Sonríe cuando suelto un jadeo—. ¿Quieres correrte? ¿Eso quieres?
—Sí, sí, sí —suspiro, pasando mis uñas por su espalda—. Por favor, por favor, Demián...
—Hazlo —baja más la mano y empieza a estimularme con sus dedos.
Decir que vi estrellas fue poco, con Demián, tener sexo cada vez es mejor. No le voy a subir el ego diciéndoselo, pero él ya lo sabe. En sus ojos lo veo, esa arrogancia que parece ser un gen Whittemore.
El muy desgraciado sonríe con socarronería, satisfecho por mi estado, creo. Frota su nariz con la mía, me besa y se acuesta a mi lado. Ahí, agitada, me cubro la sábana y cierro los ojos para recuperar la cordura.
—Me siento utilizado —murmura—. A veces, creo que solo me quieres por el sexo.
—Y no te equivocas —lo molesto—. Ya puedes irte, cierra cuando salgas.
—Estás loca —me rio y le doy la espalda, mientras él me abraza, yo abrazo la almohada—. ¿Por qué te metes conmigo?
—Porque soy tu novia, tengo derecho —admito con orgullo.
Ninguno de los dos había dicho algo al respecto, pero ambos dábamos por hecho de que lo nuestro no era una simple atracción sexual. Esto iba más allá de nuestro entendimiento y claramente, estábamos en una relación.
Nos quedamos ahí, respirando con pesadez. Me siento tan bien, y es extraño, porque es la primera vez me pasa algo como esto.
—¿Siempre es así? —pregunto.
—¿Qué cosa? —siento su respiración en mi oído.
—Estar en una relación —susurro—. Es que jamás he estado en una.
—Yo tampoco, así que no sé que decirte —admite, besando mi hombro.
—¿Jamás habías tenido novia? —fruncí el ceño, me doy la vuelta para mirar sus ojos, sus brazos no dejan de rodearme—. ¿Ni siquiera cuando eras adolescente?
—No, eran cosas pasajeras, pero nada formal —acaricia mi espalda con sus dedos, haciéndome cosquillas—. Nunca nadie me interesó de otra manera, no lo sé.
—Sí, yo tampoco —confieso, hago líneas imaginarias en su pecho—. Nadie me parecía lo suficientemente interesante.
—Te estaba esperando a ti —acaricia mi rostro con su dedo índice.
Me sonrojo, como pocas veces pasa, pero Demián logra sacar a flote a la Anggele sensible. Le sonrío, estirando mis labios había él, buscando un beso suyo.
—Te quiero —le digo con sinceridad, porque realmente lo siento.
Yo lo quiero, como no había querido a nadie antes.
—Y yo a ti —besa mi frente.
—¿Tienes hambre? —me alejé un poco—. Te haré un desayuno especial.
—¿Pan tostado y tocino? —arquea una ceja con diversión.
—¡Exacto! —suelto una carcajada, beso sus labios una y otra vez—. Te espero abajo.
[...]
Me coloco el abrigo blanco porque el clima está algo fresco, según Demián iremos a cenar con Sebastián y Aibyleen en un lugar al aire libre. Bajo las escaleras rebuscando las llaves de mi camioneta, pero no doy con ellas.
—¿Ya estás lista? —indaga el castaño que llegó hace unas horas.
—Sí, ehm... No encuentro mis llaves —me toco los bolsillos del jeans, miro la mesita a un lado de la puerta, la mesa del comedor, los muebles, pero nada—. ¿Has visto las llaves de mi...? —cuando me doy la vuelta hacia él, lo veo jugando con mi llavero entre sus dedos, achino mis ojos cuando veo su sonrisa petulante—. ¿Qué haces con mis llaves?
—¿No es obvio? Debo conducir esa belleza —sonríe y se acerca—. Vamos, nena, no me has dejado respirar cerca de él.
Desde que Demián y yo volvimos, si es que se le puede decir así, ha estado obsesionado con mi Jeep y la verdad es que lo entiendo, era precioso. Era negro mate y seguía conversado su olor a auto nuevo.
¿Pero que tienen los hombres con los autos?
—No, es mi bebé, no lo vas a tocar —intento quitarle las llaves, pero el las aleja de mí—. Demián, por favor, dame las llaves.
—Mi amor, deja de discutir conmigo, ¿de acuerdo? —me besó cortamente, sin esperarlo y dejándome embobada—. Voy a conducirlo y vámonos que se hace tarde.
Sale del departamento dejándome allí, estupefacta. «Te dijo mi amor», me dice mi subconsciente. Santo Dios, soy su amor.
—¿Vas a venir o te vas a quedar ahí toda la noche? —en sus ojos puedo ver la diversión que le da verme así.
—Sí, sí, vamos —asiento con rapidez, me guindo el bolso en el hombro y salgo del departamento también.
No digo nada mientras vamos en el ascensor, estoy muy impactada. Él siempre me había dicho cielo o cualquier otro apodo cariñoso y estúpido, pero jamás, en el mes que llevamos juntos oficialmente, se había referido a mí como mi amor.
—¿Por qué insistes en conducir mi auto? —es lo que sale de mi boca cuando estamos en el estacionamiento.
—Porque está increíble y no me has dejado hacerlo, tengo curiosidad —me guiña un ojo, abre la puerta del copiloto para mí y sube después a su lugar—. Además, tienes que dejarme hacerlo.
—No debo hacer eso, es mi auto —me rio cuando enciende el motor.
—Déjemelos como una muestra de tu profundo cariño hacia mí —sonríe de esa manera arrogante y moja bragas que tanto me gusta.
—¿Y que voy a recibir yo? Debemos estar en igualdad de condiciones —arqueo una ceja y me cruzo de brazos.
—Puedo darte lo que sea, lo sabes —me guiña un ojo.
—¡No seas pervertido! —finjo indignación, dándole un golpe en hombro—. No quiero eso. Dios, Demián, no seas así.
—Te encanta, lo sabes —pone su mano en mi pierna, apretando con suavidad—. A ver, ¿qué es lo que quieres? Dime y haré lo que sea para dártelo.
—¿Yo que yo quiera? —subo y bajo mis cejas de manera subjetiva.
—Lo que esté en mis manos —aclara sonriendo.
—Okey... —me lo pienso bien.
¿Qué puedo querer de él? Piensa, piensa, piensa. Frunzo el entrecejo, buscando algo en el auto que me de una idea de que puedo pedirle, pero nada. Hasta que...
—Tu reloj —levanto la barbilla hacia él.
—¿Mi qué? —frunce el ceño, me mira unos segundos antes de volver la vista a la carretera.
—Tu reloj, Demián —digo—. Eso es lo que quiero.
—No sé de qué me hablas —se frota la barbilla, así como hace siempre que quiere evadirme.
—¡No te hagas el idiota conmigo, Whittemore! —lo señalo con mi dedo—. Sabes perfectamente de que estoy hablando. Del Rolex de oro que te pones en ocasiones especiales, el que tiene diamantes.
—No, ni de broma —se ríe y sacude la cabeza.
—¡¿Por qué no?! —abro la boca con sorpresa—. Es solo un reloj.
—Sí, un reloj de siete mil dólares —sus palabras lograron que me atragantara con mi propia saliva.
—¡¿Siete mil dólares?! —lo miro con incredulidad, él sonríe y asiente totalmente divertido con la situación—. No puede ser... ¡Con justa razón tienes que dármelo!
—¿Vas venderlo y a huir con el dinero? —bromea.
—Exacto —asiento, tratando de lucir sincera—. Lo venderé y me iré a la Antártida con los osos polares.
—No te voy a dar mi reloj, Anggele —buscó mi mano y entrelazó nuestros dedos—. Más tarde te daré otra cosa.
—¡Demián! —ruedo los ojos, sin poder contener la risa que escapa de mis labios—. Eres de lo peor.
Besa mis nudillos y sigue conduciendo, llegamos unos diez minutos después a un restaurante al que solo había ido una vez y con mi madre. Demián tomó mano cuando bajamos del auto, ingresamos al lugar y vamos directo al ascensor.
—¿Por qué vinimos a este lugar? —fruncí la nariz.
—Porque a Aibyleen le gusta, ya sabes cómo es —sus brazos rodean mi cintura y sus labios tocan los míos—. Solo vamos a cenar y ya, no es para tanto.
—Bueno —recibo otro beso, y otro más, ahora en la mejilla—. A mí madre le gusta también este sitio.
—¿Habías venido antes? —rodeó mis hombros con su brazo cuando llegamos a la azotea.
—Una sola vez y era de día —murmuro y sonrío al ver a una Aibyleen totalmente aburrida y un Sebastián en igualdad de condiciones—. Creí que era una cena para divertirnos, pero ya como que me quiero ir.
—¿Sabes lo increíble que es ver la cuidad desde aquí? No sabes lo que dices, Anggele —se ríe la rubia, se levanta cuando nos acercamos y me da un abrazo apretado—. Te extrañé.
—Yo más, esos viajes se están haciendo más largos —le sonrío con cariño y la observo mejor—. ¡Te cortaste el cabello!
—Ya era hora de un cambio —admite y se sienta, el siguiente en saludarme es el idiota de Sebastián.
—Me has robado a mi mejor amigo, Stevenson, eso no te lo perdono —suelto una carcajada y le devuelvo el abrazo.
—Ya lo superarás —palmeo su hombro y me siento junto a Demián, que no tarda en tomar mi mano otra vez—. Entonces, ¿qué cuentan?
Todos nos enfrascamos en una amena conversación divertida, que consisten en burlas sobre nuestro noviazgo, lo estúpidos que somos al estar tanto tiempo separados. La verdad es que nunca imaginé tener amigos así, que se interesaran en mi vida, en mi trabajo. Jamás se pasó por mi cabeza tener un novio que se preocupase por mí.
Mi mamá está orgullosa de mi por esto, no porque creyera que no pueda estar bien sola, sino porque le gusta verme acompañada y feliz. Debo decir la verdad, desde que Demián llegó a mí solo he sido feliz.
—Vamos, la F1 es como el ciclismo, ¿no? —cuestiona Aiby en dirección del pelinegro—. Yo puedo manejar una bicicleta, perfectamente puedo conducir un auto de carreras.
—No es lo mismo, los riesgos son mucho más altos —le explica él—. ¿Qué puede pasarte en una bicicleta? ¿Un raspón? Mira lo que me ocurrió, eso no me habría pasado en una bicicleta.
—Bueno, pero eso...
Perdí el hilo de su conversación y apoyé mi cabeza en el hombro de Demián, siento sus labios presionar un beso en mi frente, así que busco sus ojos.
—¿En serio compraste un reloj de siete mil dólares? —susurro y él no tarda en reír.
—Es increíble, lo sé, pero lo compré hace años —me quita el cabello del rostro—. Era un niño inmaduro, ¿está bien? No tenía nada bueno en la cabeza.
—Apuesto a qué le sacabas canas verdes a tus padres —pellizco su mejilla, sin borrar la sonrisa—. Me habría gustado conocerte en ese entonces, me hubiera ahorrado muchos errores.
—Todo lo que ocurrió debía pasar, es por eso que estamos aquí hoy —acarició mi labio inferior con su pulgar—. No quiero pensar en el pasado y el futuro es incierto, solo sé que me encanta este presente contigo.
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