21. Hablando se entiende la gente.
27 años | Demián
Mayo
Tenerla junto a mí es alucinante y decepcionante al mismo tiempo. Alucinante porque la había echado de menos un montón, decepcionante porque no ha dicho ni una palabra en todo el camino. Parece absorta en sus pensamientos, su ceño fruncido me deja saber que nada bueno pasa por su mente.
No quiero presionarla, sin embargo, tengo todas las palabras atoradas en la garganta. Quiero gritarle, decirle que fue una cobarde por marcharse de tal forma, pero sé que en el fondo ella tiene sus razones y estoy dispuesto a escuchar cada una de ellas sin reprochar absolutamente nada.
Treinta minutos de trayecto nos llevó a un edificio pequeño, pero supe casi de inmediato que no era un sitio cualquiera. Estaba bien ubicado, cerca de Manhattan y no pude evitar sentirme mejor al saber que ella estaba bien. No tenía nada en contra de su anterior departamento, pero aquel lugar no era tan bueno como solía decirse.
Subimos hasta el piso cuatro, la rubia buscó en su pequeño bolso y saco las llaves, abrió la puerta y después de que estuvimos adentro, cerró la misma con llave.
—No sabía que te habías mudado —mentí en parte.
Sí sabía que se había cambiado de apartamento, pero no sabía el lugar.
—Ya era hora de un cambio —suspira cuando se quita los tacones.
Me permito detallarla unos minutos, se ve tan preciosa que se me corta la respiración. Anggele es una mujer hermosa, pero en estos tres años sin vernos creo que su belleza incrementó el triple. Acepto que cuando la vi llegar esta noche con ese vestido negro se me han pasado mil imágenes por la cabeza, pero sé que estamos demasiado distantes el uno del otro como para hacer algo así.
—Ven que te está sangrando la mano —su voz me saca de mis pensamientos.
—No es nada —miro la piel enrojecida de mis nudillos y es hasta este instante que siento un poco de dolor.
—No te estaba preguntando —replicó con severidad—. Camina.
Me lleva hacia la cocina, en dónde rebusca entre los cajones hasta dar con un botiquín de primeros auxilios.
—¿Quién tiene un botiquín en la cocina? —cuestiono con diversión.
—Yo —me gano una mala mirada de su parte. Saca un trozo de algodón y lo moja con alcohol, pasándolo sobre mi mano con suavidad—. Creí que me conocías más.
—No estoy muy seguro de eso —no aparto mis ojos de su rostro hasta que su mirada se torna demasiado triste para mí gusto—. ¿Por qué dijiste en la cena que eras secretaria? No lo eres.
—No, no lo soy —traga con fuerza, me mira—. Ángelo, el idiota de hace un rato, es el asistente de mi jefe. Se supone que debía ir con él a esa dichosa cena, pero se largó y dejó todo a la intemperie. Me pidió el favor a mí, no pude decirle que no.
—¿Estás con él? —no pude evitar preguntar, me estaba muriendo por saberlo.
—Es gay, por si te interesa —medio sonríe—. No te preocupes por eso, Demián —me mira a los ojos—. No hay nadie más.
El alivio recorre mi cuerpo con rapidez y suelto el aire que sin querer estaba reteniendo. Anggele parece darse cuenta de lo que dijo, así que empieza a recoger las cosas con rapidez. Alcanzo a ver el enrojecimiento en su mano derecha, sin darme tiempo a pensar muy bien las cosas tomo su mano, acaricio sus nudillos suavemente.
—Excelente derecha —le sonrío.
—También le di un rodillazo en los testículos —agrega también.
—Eso vi —me llevo su mano a los labios, dándole un beso en los nudillos—. Creo que no necesitas a nadie que te defienda.
Contuvo la respiración y tiró de su mano para que la soltase. Sacudió la cabeza y dio un paso hacia atrás.
—Creo que debería tomar una ducha, bebí de más —musita—. No te muevas de aquí, vengo enseguida.
Pasa por mi lado a una velocidad poco común en ella, sube las escaleras y se pierde en el piso superior. Suelto un suspiro al encontrarme solo otra vez, cierro los ojos y me paso las manos por el pelo en un gesto claro de frustración.
Ya ni siquiera sé en qué pensar. Si sigo así, terminaré volviéndome loco. Esta situación está sobrepasando mis límites, jamás me había pasado con nadie y solo quiero ponerle punto y final a todo esto.
Sea bueno o no, es imposible seguir así.
No sé cuánto tiempo permanezco sumergido en mi mente hasta que oigo unos pasos cerca de mí. Contengo la respiración, me quedo quieto cuando se detiene frente a mí con una toalla cubriendo su cuerpo, el cabello mojado y las gotas de agua cayendo por su piel.
Es una aparición, es mi sueño hecho realidad, es simplemente perfecta y no tengo palabras para describir lo que siento al tenerla tan cerca después de todo este tiempo.
Se acerca un paso y no soy capaz de moverme, solo la dejo ser. Sus ojos azules, tan grandes y brillantes, no dejan de ver los míos con fijeza. Sus finas manos tiran de mi corbata, se deshace de ella y la deja caer al suelo. Repitiendo el procedimiento, el saco deja de estar en mi cuerpo.
—¿Por qué no estás tocándome? —su voz es un bajo murmullo.
—No es necesario hacer algo de lo que podamos arrepentirnos después —trato de ser lo más objetivo posible, dejando de lado a mi corazón y dándole el mando a mi cerebro—. No sé si estoy listo para dejarte ir otra vez.
Anggele cierra los ojos unos segundos y cuando vuelve a mirarme las lágrimas bailan en los mismos.
—Me pasé tres años intentando no extrañarte —susurró—, pero me salió todo mal.
No me contengo más y llevo mi mano a su mejilla, seco la lágrima solitaria que desciende por su suave rostro.
—¿Qué tan lejos estamos de estar cerca? —cuestiono.
Ella me mira, con esos ojos preciosos y me regala una diminuta sonrisa antes de decirme—: Solo un suspiro.
Sus labios tocaron los míos de la manera más efímera posible, solo fue un roce al que no supe responder. Había pasado tanto tiempo que, cuando no debía sentir nada, lo sentí todo.
—Demián —susurró cuando me mantuve en mi lugar.
—¿No vas a esfumarte mañana? —pasé un mechoncito rubio detrás de su oreja.
—Es mi casa —murmura y me regala una sonrisa—. Puedo echarte cuando yo quiera.
Ese fue el empujón que me faltaba, así que enmarqué su rostro entre mis manos antes de besarla como había querido hacerlo desde que la vi esta noche. Recordé cada rincón de sus labios, la suavidad y su sabor. Jamás la olvidaría, ella se había grabado en mi corazón a fuego lento y nada ni nadie podía hacer algo para cambiarlo.
—Dijiste que jamás me tocarías sin mi consentimiento —habló entre beso y beso.
—Cielo, eres tú quien me está besando —le recordé, dándole una mordida a su labio inferior.
—Ah, si es cierto —se ríe, apretando la tela de mi camisa con sus dedos—. Demián...
Mis labios dejan los suyos para besar todo lo que tengo a mi alcance, su mejilla, su mandíbula, su cuello y finalmente, su hombro. Tiene un tatuaje nuevo y es perfecto, como ella.
—Es una galaxia —suspira y responde a mi pregunta no formulada—. Son esas estrellas que abundan en el firmamento, esas que son capaces de cumplir todos nuestros deseos.
—Yo ya pedí mi deseo —digo con mis labios pegados a su piel—. Solo espero que se cumpla.
Mi deseo es ella, solo espero que de cuenta a tiempo.
Sus labios pierden la delicadeza del momento y me entrega todo lo que es capaz de darme, no pongo objeciones y lo recibo todo con gusto. En algún momento mis dedos se pasean por la abertura de la toalla que cubre su cuerpo y la misma cae al suelo en menos de un suspiro. Al tenerla desnuda frente a mí otra vez, todas mis terminaciones nerviosas cobran vida, su respiración agitada y el brillo en sus ojos me dice que está igual de ansiosa que yo.
Mis ojos no se pierden detalle alguno de su cuerpo, y aunque me encanta cada parte suya, lo que más amo de ella son sus ojos. No deja de mirarme, ni siquiera la primera vez que estuvimos juntos la vi tan nerviosa.
—Ya sabes que siempre puedes decir que no —acaricié sus mejillas sonrosadas.
—No es eso —tragó con fuerza, parpadeó varias veces como si buscara aclararse las ideas—. Es que te he extrañado muchísimo y no que se hacer ahora.
—Lo que más me gusta de ti es tu espontaneidad —acaricio su rostro—, no debes tenerle miedo a nada.
—¿Y quién ha dicho algo sobre tener miedo? —arqueó una ceja, haciéndome sonreír.
—Ah, ahí estás, creí que te había perdido...
—Demián, cállate y bésame —exige y yo cumplo su orden sin rechistar.
La besé como había querido besarla desde que la vi, como quise hacerlo desde la última vez que la había tenido entre mis brazos. ¿Cuántas veces añoré esto? ¿Cuántas noches me lo imaginé? Creo que nada se comprara con este momento.
En algún momento la hice retroceder, su trasero chocó contra la mesa del comedor, la levanté y me situé entre sus piernas. Una de mis manos se perdió en su cabello y con la otra apreté su cintura, acercándola a mí todo lo que pude. Sus manos desesperadas intentaban quitarme la ropa, pero la detuve.
—¿Por qué no quieres que te toque? —se queja, haciendo un puchero que me descontrola por completo.
—Porque quiero tocarte yo primero —frunce el entrecejo.
—Eres un cavernícola, Demián Whittemore —sonríe, tirando de sus manos para que la suelte y busca el cierre de mi pantalón.
—Y bien que te gusta —la molesto, sus ojos buscan los míos mientras baja el cierre con una lentitud tortuosa.
—Eso no puedo discutirlo —confiesa y busca mi boca, me besa con ímpetu.
Mi mano baja por su cuello, lentamente por su pecho y su abdomen, haciendo mi camino al epicentro de su cuerpo. La rubia suelta un gemido en mis labios, sus uñas se cierran en mi antebrazo y sus ojos se aprietan con algo de fuerza. La desesperación emerge del fondo de su ser, lo noto en sus pupilas dilatadas, en su rostro rojo, en su respiración agitada y la manera en la que se juega la vida tirando de mi boxer hacia abajo.
—Te necesito —balbucea, con su boca rosada a centímetros de la mía—. Te necesito ahora.
—Yo te he necesitado siempre —susurró antes de atraerla hacia la orilla de la mesa.
Su mano me busca a tientas, y mirándome a los ojos, es ella quien me guía en su interior. Decir que no me siento completo sería una mentira, porque justo ahora, estar unido a ella, es lo mejor que me ha pasado en los últimos tres años.
—Te extrañé —tartamudeó, rodeando mi cuello con sus brazos.
—Y yo a ti —admito, retirándome un segundo para poder acostumbrarme a su calor abrazador—. ¿Estás...?
—No te atrevas a preguntarme por las inyecciones, Demián —me advierte, dándome un pequeño beso—. Ay, santo...
—Estoy siendo precavido, ¿de acuerdo? —no me apresuro, solo trato de memorizar cada parte de ella con mis manos y con mis labios, sin saber que pasará mañana después de esto—. No puedes culparme.
—Sí, pero ya sabes que jamás voy a dejar de cuidarme, porque...
—... la salud es lo primero, sí, ya entendí —la interrumpí y besé su sonrisa, mientras me impulsaba más profundo en su interior—. Lo he oído antes.
—Que buena retentiva —su frente se apoya contra la mía y cierra los ojos—. ¿Qué vamos a hacer ahora?
—No lo sé —confieso y suelto un suspiro—. Lo único que intento es grabar este momento en mi memoria para siempre.
[...]
La piel de Anggele sigue igual de suave que siempre, su olor sigue siendo el mismo, su calor me sigue pareciendo lo más reconfortante del mundo. Esta mujer en la octava maravilla del mundo para mí, eso nada ni nadie podrá cambiarlo jamás.
No sé a qué hora amaneció, solo sé qué los rayos del Sol apenas y entran por la ventana. Hace un buen rato que Anggele se despertó, pero no se ha movido, en su lugar, solo sigue jugando con mis dedos entre los suyos. Me es imposible no estrecharla cada vez más entre mis brazos, había extrañado tenerla así y no pienso desaprovechar esta oportunidad.
Su respiración se ha vuelto errática y vuelve a la normalidad, tiembla ligeramente, su cuerpo se tensa y después solo suspira y trata de relajarse junto a mí.
¿Se arrepiente? Tal vez sí y por eso sus repentinos cambios. Si algo he aprendido en mis veintisiete años, es que las cosas pasan por alguna razón y esto no sucedió solo porque sí.
—Mi padre engañó a mi madre con otra mujer —suelta de repente, entrelazando nuestras manos. Me sorprendo un segundo, pero escucho atento sus palabras—. Yo tenía siete cuando eso sucedió, pero eso no importa. ¿Qué importa en realidad? El hecho de que le mintió. Todos los días le decía que la amaba, que era la mujer de su vida, lo mejor que le había pasado en el mundo. ¿Y como le pagó? Yéndose un día con su amante. Nos abandonó y no le importó nada más. De nada sirvió derrochar amor por todas partes si al final lo único que dejó fue un corazón roto y un mar de lágrimas.
Se deshace de mi agarre a su alrededor, se levanta de la cama, recoge mi camisa del suelo y se la pone antes de salir de la habitación y bajar las escaleras.
Me quedo allí asimilando la situación, conectado hilos, entendiendo todo en menos de un segundo.
Me levanto y busco mi boxer, salgo de la habitación y sigo sus pasos, escucho su andar brusco en la cocina, como mueve cosas y tira otras. Siente mi presencia a su espalda, pero no se gira, en cambio observa la taza que tiene en la mano y al siguiente segundo la está lanzando contra la pared.
Me cruzo de brazos, a la espera de cualquier otra reacción de su parte.
—¿Ese es el famoso amor del que habla todo el mundo? —se gira para verme, tiene los ojos enrojecidos y las lágrimas cubriendo sus mejillas—. Ese que te promete la Luna y todas las estrellas para que solo te llene de dolor. Mi mamá... Ella le entregó su corazón a ese infeliz... ¿Y que hizo él? Se largó con la primera que se le cruzó. ¿Eso es amor? —apretó la mandíbula—. Si amor es darlo todo, abrirte, sentir, sonreír y ser capaz de darla vida por alguien que, al fin y al cabo, te va a lastimar, entonces no lo quiero.
Cierra los ojos y se cubre el rostro con las manos para luego romperse en un sollozo que destruye el silencio. Estoy demasiado sorprendido. Anggele Stevenson está frente a mí, revelándose tal cual y como es.
Está rota, sí, pero tiene el corazón más fuerte de todos.
Camino lentamente hacia ella, esquivo los cristales rotos en el suelo y la rodeo con mis brazos. No tarda en aferrarse a mí, tiembla y su respiración se corta, mientras trata de evitar el llanto.
—¿Sabes lo difícil que fue irme? —susurra, echa la cabeza para atrás y me mira a los ojos—. ¿Sabes lo estúpido que fue dañarte cuando eres la persona que la vida envió para sanarme?
—No me dañaste...
—Pero voy a hacerlo tarde o temprano, tal vez tú me lastimes a mí —se muerde el labio inferior—. Siempre pasa. Lo he visto, sé lo que sucede. Al final siempre nos rompemos el corazón.
Contradecirla en este instante sería un error, así que tomé su mano y la llevé hasta la sala, me senté en el sofá a su lado, le quite el cabello del rostro e intenté secar sus lágrimas, pero estás seguían cayendo.
—No me lastimaste —murmuro con suavidad.
—Pero yo me fui...
—Shhh, escúchame —acaricio sus labios con mi pulgar—. No me lastimaste, pero entendí que eso era lo que necesitabas hacer. ¿Sabes por qué no te seguí? —negó—. Porque sabía que algo estaba pasando, no creí que era de tal magnitud, pero lo suponía. Necesitabas espacio, tiempo y yo no era nadie para impedirlo. En esa carta decías que me querías, creo que eso mantuvo viva mi esperanza y cuando te vi anoche, supe que nada había cambiado. Sé que me quieres, tanto o incluso igual de lo que te quiero yo.
Toma una lenta respiración para contenerse, parpadea en mi dirección.
—Estoy tan asustada —admite—. No sé que hacer para que se vaya —baja la mirada—. Estuve yendo al psicólogo, tengo estrés postraumático —confesó y yo me tensé—. Cuando sucedió lo de mi madre, yo canalicé todo por ser tan pequeña y estar presente en ese tipo de situaciones. Es por eso que tengo este miedo incontenible a qué ocurra lo mismo.
—Pero eso no va a pasar —le aseguro, porque lo que acaba de decirme cambia muchas cosas.
—Eso no lo sé —se lamenta con voz ahogada.
—Mírame —sujeto su rostro entre mis manos—. ¿Tú me quieres? ¿Quieres estar conmigo? —no lo piensa, solo asiente con rapidez—. Dímelo, quiero escucharlo.
—Te quiero —cierro los ojos porque es todo lo que necesitaba oír.
—No te voy a prometer la Luna, porque ¿quién carajos promete la Luna? —sonríe y me siento mejor—. ¿Sabes que sí puedo prometerte? Que las siguientes lágrimas que vas a derramar serán de toda la felicidad que vas a sentir, porque mientras estés conmigo, mi prioridad será hacerte feliz.
Solo diré: AMOR ETERNO A ESTE CAPÍTULO.
Es que Demián es perfecto, Anggele tiene detalles que la hacen más perfecta.
Juntos son una explosión.
Los amo.
¡Espero les haya gustado el capítulo de hoy!
¡Voten, comenten y compartan mucho!
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