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20. El hilo rojo nunca falla.

26 años | Anggele

Mayo

Releo el mensaje diez veces, creo que hasta puedo recitarlo, incluso se convirtió en mi mantra. Estoy dispuesta a leerlo siempre que tenga un bajón emocional, porque no esperé tanto de alguien a quien lastimé. Pero, por supuesto, es Demián Whittemore, nunca sé que hará para hacer latir mi corazón.

Siempre voy a estar aquí para ti, estemos juntos o no.

Sí, jamás superaré eso en lo que me queda de vida.

Suelto un suspiro pesado y me paso las manos por el rostro, no sé que hora es y tampoco me interesa. Mi habitación está sumergida en una oscuridad total desde que abrí los ojos, tenía un dolor de cabeza de los mil demonios y lo último que quería era ver la luz del Sol.

¿El trabajo? ¡Al carajo el trabajo! Me sentía mal, tenía ganas de vomitar, de gritar, de llorar, de lanzarme de un puto puente... En fin, el trabajo era lo de menos. Aunque tenía razones para querer ir hoy, y esas eran ver al hijo de puta de Ángelo. Intentó tocarme el muy maldito, y ahora que lo pienso bien, debí darle en las pelotas en vez de la nariz.

Desgraciado, ¿cómo de se le ocurre ponerme una mano encima? Infeliz, siempre me había dado mala espina. Esa paz, esa tranquilidad y confianza, su manera de caerle bien a todo el mundo... Algo malo debía tener. Y vaya defecto.

Mi paz se acaba cuando el teléfono suena bajo mi almohada, gruño, pero busco el aparato y lo pongo en mi oreja sin siquiera ver quién es.

—Aló —mi voz sale enferma.

—¿Stevenson? —cuestionan al otro lado y yo me tenso. Mierda, es mi jefe—. ¿Dónde estás?

—Buenos días, señor —carraspeo—. Amanecí muy enferma el día de hoy. Sé que tengo trabajos que entregar, pero le juro que antes de la noche estará todo en su Gmail.

—Mira, el trabajo no me importa ahora, ¿okey? —suena desesperado—. Ángelo desapareció de la fas de la tierra y necesito que alguien me ayude con un asunto mañana.

—¿Ángelo se fue? —me siento en la cama, confundida—. ¿Qué ocurrió?

—No lo sé, simplemente de marchó —dice—. Dijo que necesitaba un tiempo para él y no sé que más, se fue de la ciudad, no lo sé. En fin, solo necesito que mañana vengas conmigo a un asunto que debo resolver con mi padre y eres la única que puede ayudarme.

—¿Ayudarle como? —pregunto.

—Fingiendo ser mi secretaria —explica—. Conoces muchos aspectos de la editorial y todo eso, lo único que necesito es que digas que vamos súper bien y todo eso...

—¿No se lo puede decir usted mismo? —frunzo el entrecejo.

—No, necesito otra opinión —escucho el ajetreo al otro lado de la línea—. Mira, Anggele, solo serán unas horas, después de la dichosa cena podrás irte, ¿vale? Te depositaré doscientos dólares más cuando te toque tu pago del mes.

—No se diga más, jefe. Cuente conmigo —lo escucho reírse—. ¿A qué hora debo estar lista?

—Pasaré por ti mañana a las ocho de la noche, me envías tu dirección por mensaje.

—Entendido.

—Por cierto, es formal —dice y cuelga.

Me quedé ahí como estúpida, quieta y paralizada.

¡Mierda, no tengo vestido!

[...]

Debí decir que no, debí decir que no. Dios, ¿por qué no dije que no?

Me remuevo inquieta en el asiento del copiloto del auto de Robert Jackson, mi jefe, y sí, él parece igual de inquieto que yo. Me había pasado a recoger hace veinte minutos y aún seguíamos en carretera, al parecer el lugar al que íbamos estaba muy lejos.

—Mi padre es un poco difícil —comentó a mitad de camino.

—¿Por qué lo dice? —lo miré mientras le quitaba una pelusa invisible a mi pulcro vestido negro.

—Él siempre quiso que mi hermano y yo siguiéramos con el legado familiar y todo eso. La empresa, las acciones, las propiedades —giró en una interacción de la carretera, e ingresó a un camino oscuro—. Mi hermano lo aceptó sin protestar, pero ya ves que yo no.

—No veo que le vaya mal —comenté—. La editorial es una de las conocidas en Nueva York y ha publicado casi trescientos libros en ocho años, es usted una leyenda, créame.

—Me alegra saber que alguien me admire —sonríe, mi jefe es un hombre guapo, lastima que vaya para el otro bando—. Eres mejor que el ingrato de Ángelo.

Arrugué el rostro ante la mención del individuo.

—¿Por qué se fue? —indagué como quien no quiere la cosa.

—Que necesitaba tiempo, que no se sentía cómodo en el trabajo... —se encogió de hombros—. No me interesa, la verdad, estaba demasiado estresado con toda esta cuestión. Todos están ocupados trabajando, eras la única que podía ayudarme.

—No se preocupe, señor —le tranquilicé—. Para eso estamos.

—Gracias, ahora que Ángelo se fue, no sé quien quedará a cargo de ese puesto.

«Si supiera, jefe». Ruedo los ojos y le pido a todos los cielos que no vuelva nunca más.

—Que lindo es esto —digo viendo la cabaña a lo lejos, después del montón de autos.

—Sí, mi padre lo compró hace unos años exclusivamente para sus negocios —suspira—. Es un hombre extraño, lo sé.

—Ya lo ha dicho varias veces —me rio.

—Es que es muy, muy raro —sacude la cabeza y me sorprende el hecho de que mi jefe tan solo tenga treinta y dos años, que sea tan guapo y que aún no tenga novio—. Creo que el peor castigo para los padres estrictos es un hijo liberal, ¿no?

—Dígaselo a mi madre —concuerdo—, pero ella fue más relaja con el tema de mis aspiraciones y las metas que me impuse, siempre me apoyó.

—Me alegra oírlo, gracias a ella tengo a la mejor diseñadora de New York trabajando para mí.

Sonrío y agradezco por el halago, creo que por eso sigo en esa editorial. El ambiente es bueno y siempre se encargan de decirnos lo bien que hacemos las cosas. De ser de otra manera, ya habría mandado todo al carajo.

—Bueno, aquí es —estaciona y apaga el motor—. Él va a ignorarnos todo el tiempo, así que no hay nada de que preocuparse.

—Está bien, estoy lista.

Ambos bajamos del auto, me acomodé el vestido que había encontrado en el fondo de mi closet. ¿Dónde y cuando lo había comprado? Ni la más mínima idea, pero ahí estaba y me salvó la vida. Era corto, de mangas largas y escote de corazón. Lo acompañé con unos tacones negros, aproveché que tengo el pelo largo para hacerme ondas y verme diferente, pues siempre andaba despeinada.

Camino junto a mi jefe en medio del montón de gente estirada que se encuentra en el lugar. Bueno, yo soy medio estirada, pero tampoco tanto. Trato de no ser tan remilgada, pero fallo por mucho. Odiaba este tipo de reuniones cuando era una niña, las sigo odiando ahora.

Inhalo profundamente y le regalo una sonrisa forzada a mi jefe, quien está igual de incómodo que yo. Mientras camino observo la decoración que está sumamente bien hecha, y ahí, a lo lejos, mis ojos se topan con algo que no estaba en mis planes.

Demián.

Y es como si mi cerebro se hubiera apagado, como si mi cuerpo no encontrara las fuerzas suficientes para moverse. El corazón se me detiene, los ojos se me nublan y me quedo sin respiración.

Han sido los tres años más largos de mi estúpida existencia y el tiempo se redujo a este preciso momento. No hay tiempo, no hay horas ni años, no hay minutos... no hay nada. Solo quedan los recuerdos y este específico instante para que la Tierra deje de girar.

Es Demián, y mi corazón lo reconoce como la única persona por la que tengo sentimientos puros.

Mierda.

—¿Anggele? —doy un respingo en mi lugar y miro a Robert cuando logro parpadear—. ¿Estás bien?

—Sí, sí —mis ojos se desvían otra vez hacia el castaño a unos metros, se encuentra hablando con otro hombre y unos pasos después, se encuentra Sebastián. No sé si mi mirada es muy fuerte, pero sus ojos grises se encuentran con los míos a la distancia, luce sorprendido un segundo, pero después emboza una minúscula sonrisa que me dice que todo se va a ir al carajo—. Sí, estoy bien, solo que no estoy acostumbrada a estos lugares.

—Yo tampoco, créeme —se sincera—. ¿Quieres una copa?

—Una botella estaría bien —me rio, pero en realidad es la verdad.

Robert me guía hacia la barra y le pide a él barman dos copas de champagne, la cual desaparece con rapidez y le da paso a una segunda. Mi jefe me observa divertido, pero no dice nada y solo soy capaz de disculparme con una sonrisa tensa.

—¿Para que es esta fiesta? —cuestiono en voz baja, no siendo capaz de apartar la mirada de la copa.

—Mi padre va a cerrar un trato con unas personas —informa.

—¿Personas importantes?

—Eso creo —dice algo inseguro—. Uno de los tipos era corredor de la F1 y el otro se apellida Whittemore, si no estoy equivocado.

Ya valió madres —susurré.

—¿Cómo?

—Que debe ser muy importante, supongo —corregí.

—Ven, vamos a la mesa.

No puede ser. No. Puede. Ser. ¡No puede ser!

Entre más nos acercábamos, sabía que íbamos en la dirección equivocada. Equivocada porque no me sentía lista para enfrentar semejante situación. Apreté mi pequeña cartera con más fuerza de la necesaria, tal vez sea mentira, pero creo que logré sentir la textura de mi teléfono.

—Papá —saludó Robert al señor que era igual a él, solo que mucho mayor, obviamente.

—Hijo, que bueno que viniste —estrechó su mano y después me observó, mientras yo intentaba no hacer contacto visual con el castaño a unos cuantos pasos de nosotros—. ¿Quién es esta señorita tan guapa?

—Anggele Stevenson, mi secretaria —me presentó—. Anggele, mi padre, Rubén Jackson.

—Es un placer conocerlo —apreté su mano.

—Igualmente —me sonríe—. Pero tomen asiento, por favor.

Todos van hacia la mesa, y en un mísero segundo, nuestros ojos se encontraron. El mundo se abrió bajo mis pies, pero logré estabilizarme y llamar la atención de Robert.

—Voy al baño un momento —le informé en un susurro y este solo asintió.

No lo pensé dos veces y prácticamente hui de allí. No sé cómo pude dar con el baño, solo entré al pequeño cuarto y cerré la puerta con seguro. Apoyé mis manos sobre el mármol y cerré mis ojos, respiré hondo por la nariz y boté por la boca. Me negué a creer que estaba teniendo un ataque de pánico en ese momento.

«Respira. Olvídate de todo. Respira. No pienses en eso. Solo respira».

Cuando logré mantener la calma y la paz llegó a mi cuerpo me observé en el espejo. Me veía asustada pero más repuesta. No debía tener miedo, debo ser valiente y enfrentar la situación de la mejor manera posible.

—Tú puedes —me susurré—. Solo sal ahí y eso es todo.

Me llené de valor y me di vuelta a paso firme, dispuesta a volver a la mesa y ser la señorita perfecta y educada que mi madre crio, pero todos mis planes se fueron a la mierda cuando abrí la puerta.

Y ahí estaba él otra vez, a un respiro de distancia, tan imponente e importante. Mi corazón lo reconoció al instante, no pude luchar contra ello.

—¿Huyendo? —cuestiona y su voz me genera un escalofrío.

Contrólate.

Otra cosa en la que soy mala —reconozco y levanto la barbilla, sin dejarme amedrentar—, pero no es una sorpresa para nadie.

Diría que hasta me resulta familiar —sonríe y todo mi cuerpo reacciona en consecuencia.

Creo que me esperan —intento escapar, pero no lo consigo. Su mano sujeta mi brazo y solo me queda suspirar—. ¿Qué es lo que pasa? No tengo tiempo para esto.

A este paso no tendremos tiempo para hablar nunca, ¿no crees? —arquea una ceja—. Si siempre andas con tus evasivas jamás sabré lo que realmente pasa por tu cabeza.

Entonces, si tanto te molesta mi actitud, ¿por qué carajos insistes en hablar conmigo? —sisié con los dientes apretados, mirando sus ojos fijamente.

Creo que estás algo confundida, cielito —soltó y nunca ese apodo me había parecido más insultante. Sin soltarme y con esa intensidad suya da un paso en mi dirección, y deja su rostro a centímetros del mío—. Si no estoy equivocado, la que me llamó a mitad de la noche, ebria y destrozada fuiste tú.

Pudiste haberme colgado, entonces, si te estaba molestando —espete—. Suéltame, Demián.

Me soltó al instante, se alejó de mí y lo vi suspirar.

—Me sorprende el cinismo con el que vas por la vida —murmuró—. Eres bastante valiente cuando se trata de dejar notas y llamarme, pero resultas muy cobarde como para enfrentarme directamente. Lo esperé de todos, menos de ti, Anggele.

Se da la vuelta, dándome una última mirada solo se va y yo me quedo ahí, sin poder reprocharle nada, porque entiendo perfectamente su enojo. ¿Cómo se supone que iba a tratarme? ¿Con besos y abrazos? Aunque era lo que quería, no era lo que esperaba.

Cuando volví a la mesa Robert me recibió con una pequeña sonrisa, tomé asiento junto a él y me di cuenta de que, para mí mala suerte, Demián estaba al otro lado, frente a mí. Las conversaciones que siguieron fueron sobre negocios, economía, dinero y esas cosas. No era un tema de mi interés, la única economía que me importaba era la de mi bolsillo.

Me dediqué a beber mi copa y rellenarla cada vez que el mesero llegaba, hasta que mi teléfono sonó.

Te estás pasando con el alcohol, ¿no crees?

Mis ojos se alzaron a los suyos y no tardé en arquear una ceja, mientras que él mantenía su ceño fruncido.

Ese no es tu problema.

Es mi problema, no quiero que pase lo de la otra vez.

¿Tú sí?

Me preocupa, dado que tienes compañía.

Me mordí el labio inferior y tecleé con rapidez.

¿Celoso?

Tal vez.

Quise sonreír, pero no pude.

—Entonces, Anggele —habló el señor Jackson—. Robert me comentó que trabajas en el área de diseño.

—Sí, es mi punto fuerte, pero me las arreglo para ayudar a su hijo —sonreí.

—Que bueno —asiente con una expresión de escepticismo—. ¿Y como va la empresa?

—Estupendamente —admito—. El ambiente es sano y tranquilo, los empleados se sienten bien, se les reconoce su trabajo... Estoy segura de que, si va a visitarnos un día de estos, querrá cambiarse de negocio.

Los viejos estirados soltaron una risa en conjunto, pero yo lo estaba diciendo en serio. Este mundo, aparte de sostenibilidad, necesita libros. Ya la educación es algo privilegiado, cuando debería ser algo libre.

La reunión transcurrió amena, evité todo contacto visual con Demián y Sebastián parecía divertido con el raro juego que tenía con su mejor amigo. Este último si me sonreía con libertad y me contagió con su diversión de vez en cuando. A eso de las nueve de la noche el señor Jackson invitó a sus colegas a beber Brandy del más costoso, yo tiré la toalla entonces.

—Gracias por ayudarme y por venir, eres increíble —señaló mi jefe con alivio.

—No se preocupe, señor, siempre que lo necesite —le dije con confianza—. Pero en serio estoy cansada, yo me largo.

Él se ríe y solo se despide de mí. No puso objeción cuando le insistí en que se quedara y que yo podía tomar un taxi o simplemente pedir un Uber.

—Pretendes irte sin decir absolutamente nada, ¿cierto? —escucho su voz detrás de mí, pero no detengo mis pasos—. Siempre haces lo mismo, haces lo que se te plazca sin importar lo que piensas los demás.

—¡Entonces déjame en paz! —me doy la vuelta y lo enfrento, conteniendo las ganas de llorar—. Sé que estás enojado, lo siento, pero ya dije lo que debía.

—¿Entonces debo conformarme con una puta carta? —se ríe, es una risa sarcástica y seca que se asemeja a un puñal que va directo a mi corazón—. ¿Tienes una idea de cómo me sentí? ¿Sabes cuantas veces me pregunté si había hecho algo mal? ¿Sabes la cantidad de ocasiones en dónde creí que todo esto había sido mi culpa? No tienes idea, ¿sabes por qué? Porque a ti nada te importa...

—No quise lastimarte —susurré, con la sinceridad latiendo en mis palabras—. Lo último que quiero hacer en mi vida es hacerte daño.

—No me lastimaste —musita, dando un paso en mi dirección—. El que te hayas ido no me lastimó, fue el hecho de que no me dijeras las cosas directamente y las escribieras en un maldito papel.

—Sabes que no podía hacerlo —me ahogué con mis propias palabras—No era tan fuerte. No soy tan valiente como crees.

—Anggele —esa voz hace que me gire de golpe, frunzo el entrecejo y me quedo realmente sorprendida al ver el rostro de Ángelo a unos metros de nosotros.

—¿Qué haces aquí? —cuestiono con los dientes apretados, observo el corte y enrojecimiento en su nariz.

Vaya, sí que le di fuerte.

—Quiero disculparme...

—Así que este es el hijo de puta que te puso las manos encima —Demián se pone a mi lado, en su perfil puedo ver cómo aprieta la mandíbula.

—Yo solo quiero...

El grito de sorpresa queda atrapado en mi garganta cuando el puño del castaño se estrella contra el rostro ya magullado de Ángelo.

—¡Demián! —exclamo, acercándome a él cuando intenta golpear a un Ángelo que se queja en el suelo.

—Tan solo vuelves a mirarla, a respirar su mismo aire y juro que te haré mierda, ¿me escuchaste? —le espeta, luchando con mi agarre en uno de sus brazos.

—¡Ya basta! —me interpongo entre los dos cuando Ángelo se pone de pie con intenciones de devolver el golpe—. ¿Estás loco o que carajos te pasa?

—Te tocó, ¿qué cojones quieres que haga? —me dice con sus ojos marrones llenos de rabia.

—¡Que me lleves a casa! —le grito de vuelta, dándole un leve empujón en el pecho—. Eso es lo que quiero, llévame a casa.

Su respiración superficial me dice que está muy enojado, no obstante, dándole una última mirada al hombre detrás de mí, se da media vuelta y se aleja sin mediar palabra alguna.

—Anggele, de verdad... —sus palabras quedan a medias cuando me giro y mi rodilla conecta con su entrepierna. Cae de rodillas frente a mí, retorciéndose de dolor—. Mierda.

—Escúchame bien, porque no lo volveré a repetir jamás —tiré de su cabello claro con mis dedos, se quejó, pero no objetó—. Que sea la primera y última vez que me pongas tus asquerosas manos encima, porque la próxima te arrancaré las pelotas con la mano, ¿entendiste?

—Sí, sí, sí —gruñó cuando lo solté—. Estás loca.

—Eso no es una ofensa para mí.

Me alejé de ahí sin remordimiento alguno, él me tocó; yo, le devolví el favor.

Caminé hacia la camioneta de Demián y cuando lo percibí mirándome a través del parabrisas, supe que iba a ser una noche muy larga.












¡Aaaaahhh!

¡Se reencontraron, SE REENCONTRARON!

Y, como ya se dieron cuenta, volvimos a los capítulos largos.

¿Qué les pareció?

¡Voten, comenten y compartan mucho!

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