2. Un despertar caótico.
22 años | Demián.
Diciembre
Hace frío, pero realmente tengo más sueño que frío. Me remuevo incómodo, pero continuo con mi sueño, aprovechando que es mi día de descanso.
—¡Santísima mierda! —ese grito me hace abrir los ojos de golpe, no obstante, no hago el amago de moverme—. Solo esto me sucede a mí, diablos.
Parpadeo y en medio de la penumbra diviso una silueta demasiado sexy. Frunzo el entrecejo sin comprender que hace aquí, así que me sumerjo en mi memoria.
El club de Fran, la fiesta, Sebastián dejándome solo por irse a dormir temprano por tener dolor de cabeza, la rubia de la barra, su sonrisa preciosa, su actitud arrogante. Mi departamento, mi cama y sexo desenfrenado.
¿Cómo se llamaba? ¡Anggele! Sí, la chica del Starbucks.
Me remuevo en la cama, me apoyo sobre mí brazo y observo a semejante majestuosidad de mujer. La veo luchar con su vestido de lentejuelas, sus piernas largas llaman mi atención, su trasero firme y respingoso, su piel pálida y algo sonrojada. Ah, y esa peca en forma de corazón a un costado de su pecho, esa que no dejé de besar en toda la noche anterior.
Mi cuerpo se despierta casi de golpe, sacudo la cabeza y continúo con mi inspección matutina. Barro su cuerpo con mi mirada, sin perderme detalle alguno.
—Cuando esto termine puedo darte mi número de teléfono —su voz me saca de mis pensamientos, subo la mirada y me topo con sus ojos azules—. Una foto dura más, ya sabes, puedo enviarte una.
—No me molestaría, créeme —sonrío y ella rueda los ojos, subiéndose las tiras del vestido—. ¿Ibas a huir y abandonarme?
—Para abandonarte tendríamos que ser algo, para tu mala suerte, no lo somos —me guiñó un ojo y se agacho para recoger su bolso.
—Pero podríamos serlo —le guiño un ojo de vuelta, otra vez hace rodar los ojos—. ¿Tienes prisa?
—La verdad es que sí —asiente y frunce el entrecejo, mirando su teléfono—. Debía acompañar a mi madre al aeropuerto, pero ya ves, sigo aquí contigo. Siéntete afortunado.
—Vaya, gracias —me quito la sabana de encima y me pongo de pie, sus ojos me repasan de arriba abajo, pero miran mi rostro con sus mejillas rojas.
—Bueno, entonces... —da un paso atrás cuando me acerco, carraspea y se pasa el cabello detrás de la oreja—. La pasé bien, pero ya me voy...
No la dejo terminar, pues ya tengo mis labios sobre los suyos. Jadea, por la sorpresa, supongo, y suspira un segundo más tarde. Rodeo su cintura con mis brazos y sus manos sueltan el bolso para después ir a mi cuello. Nuestras lenguas se entrelazan y nuestros cuerpos están a un segundo de fusionarse.
No sé que carajos me pasa, pero desde que la vi salir de ese Starbucks solo quise tenerla así, a mi merced, entre mis brazos. ¿Qué me pasa? Nunca había pasado esto con ninguna otra mujer. Quizá sí sé lo que me ocurre, pero no sé si estoy dispuesto a admitirlo aún.
—Debo irme —murmura contra mis labios, con la respiración agitada—. Ya llevo una hora de retraso.
—Yo puedo llevarte —le digo, robándole otro beso a esa boca fina, suave y dulce.
—No está de más —se ríe, alejándose por completo. Vuelve a recoger el bolso y me sonríe con una ceja arqueada—. No sé dónde demonios estoy, así que es tu deber llevarme de regreso a la civilización. Tú me trajiste aquí, tú mismo vas a sacarme de nuevo.
Me reí, fue imposible no hacerlo. Y es que era tan extraña y encantadora al mismo tiempo. Asentí sin decirle absolutamente nada, y fui directamente al baño, no sin antes verla sentarse en la orilla de la cama y sumergirse en su teléfono una vez más.
[...]
Manejo lentamente mientras me debato internamente que debo mirar más, si la carretera o Anggele. La vía no es muy atractiva, y la mujer junto a mí es bastante llamativa como para pasarla por alto.
—Mamá, te juro que voy de camino, no te vayas, espérame —le informa a su madre por medio de una nota de voz de WhatsApp. Suspira y teclea algo con rapidez—. No sé que demonios me pasó, debí colocar la alarma ayer.
—¿Todo en orden? —le pregunto, ingresando al estacionamiento de aeropuerto.
—No todo —se abraza a sí misma, apretándose dentro de la gabardina que tomó de mi perchero, sin permiso alguno, cabe aclarar, pero se ve realmente hermosa—. Mi madre se va y no me gusta eso de que no se despida de mí.
—¿Se irá lejos? —cuestiono, observando la aflicción en su rostro, mientras busco un lugar en donde estacionar.
—Australia es su destino —responde y suspira.
—¿Qué parte de Australia? —frunzo el ceño.
—Sydney —responde. Sus ojos van a mi perfil cuando embozo una sonrisa—. ¿Qué?
—Que pequeño es el mundo, ¿no? —arquea una ceja y yo me apresuro a explicarle—. Mis padres viven en Australia. Un punto más a nuestro favor, ya sabes, tenemos algo en común.
—¿Disculpa? —se ríe—. Yo no quiero tener nada en común contigo.
—Claro que sí, solo te haces la dura, eso es todo —pone los ojos en blanco, pero muerde una sonrisa. Dios, estoy actuando como un estúpido con esta mujer, será porque me hace sentir así—. Hemos llegado.
—Gracias, fue un placer conocerte, Demián —me sonríe e intenta abrir la puerta, pero está bloqueada—. ¿Qué haces?
—Llevarte —le digo, ella levanta las cejas—. ¿Crees que te dejaré ir así como así?
—Ehm, ¿sí? —se ríe—. Ya, Demián, abre la puerta.
—¿Y dejar ir a la única mujer que me ha vuelto loco? Ni de chiste —suelto las palabras sin pensar, pero últimamente no pienso mucho en lo que hago. Saco las llaves del contacto y salgo de la camioneta, la rodeo y abro la puerta de la rubia que me observa consternada—. Entonces, ¿bajas o no? Creí que tenías prisa.
Parpadea un par de veces, se aclara la garganta y musita—: Sí, tengo prisa.
Baja de la camioneta un poco aturdida, quizás por mis palabras o simplemente por mi actitud. Siempre he sido así, me gustan las cosas claras y sin tapujos. Tal vez por eso es que siempre obtengo lo que quiero.
Anggele camina a paso apresurado, abrazándose a sí misma y poco más adelantada que yo, sin embargo, alcanzo a escuchar su voz cuando dice—: Porque te deje acompañarme no te da el derecho de nada, ¿vale? No quiero que digas ni una sola palabra cuando estemos con mi madre.
—No diré nada —levanté las manos en paz cuando giró su rostro para fulminarme con la mirada, sonreí—. Lo prometo, de verdad.
—Más te vale —gruñe y sigue caminado entre el montón de personas. Se pone de puntas de pie y veo de reojo como sonríe en grande—. Ya la vi.
Debo apresurarme para seguirle el paso, pues ella se abre camino entre las personas con bastante rapidez. Y al fondo del caos, junto con dos grandes maletas, una mujer de casi la misma edad de mi madre, se encontraba a la espera de la rubia que, técnicamente, corría hacia ella.
—Ay, aquí estás, ¿dónde te habías metido? —dice la mujer rubia, alta y de ojos azules, sumamente parecida a su hija.
—Lo siento, lo siento —ella la abraza, como si fuera la última vez que se verían—. Se me fue la noción del tiempo, te lo juro.
Esas palabras logran que su madre me miré y disimule una sonrisa antes de decir—: Ya me he dado cuenta.
Anggele se aleja de ella y me observa, sus labios se separan y después suelta una risita nerviosa—: ¡Oh! Claro, por supuesto. Mamá, él es Demián.
—Miranda Stevenson —estrecha mi mano—. Es un placer conocerte.
—Demián Whittemore —le sonrío—. Y el placer es todo mío, Sra. Stevenson.
—Oh, cariño, nada de señora, solo Miranda —le resta importancia—. Además, estoy feliz de irme con esta sorpresa.
—¡Mamá! —la rubia la mira con los ojos bien abiertos—. Él solo me vio apurada y se ofreció a traerme, eso es todo.
—Ay, pero que amable —sonríe y veo como pellizca disimuladamente el brazo de su hija—. Ya quedan pocos caballeros en este mundo.
—Mamá —gruñe la rubia entre dientes y sonríe—. Bueno, ehm, que bueno que llegué a tiempo... —su voz se ve interrumpida por el anuncio que se trasmite por los altavoces, y en cuanto el mismo termina, Anggele abraza a su madre—. Te voy a extrañar.
—Nos veremos muy pronto, mi amor.
Tengo que reunir todas mis fuerzas para sonreír cuando su madre le reprocha algo al oído, no debo ser muy inteligente para saber que se trata de mí. Anggele y su madre terminan su emotivo momento y se despiden una última vez. Miranda, esperemos que mi futura suegra, me da una sonrisa antes de decir—: Fue un gusto conocerte, Demián, espero vernos en el futuro.
—Igualmente —le regalo mi más encantadora sonrisa.
—Adiós, nenita —se despide.
—Adiós, mamá —la vemos marcharse y es cuando la rubia decide mirarme—. No la vas a volver a ver.
Sacudo la cabeza y sonrío.
—Por supuesto, como tú digas.
—Exacto, como yo diga —me sonríe falsamente y suspira—. Bueno, entonces, adiós.
—No, no, no —la detengo y a acerco a mí otra vez, sujetando su brazo con fuerza, pero sin llegar a lastimarla.
—¿Y ahora que pasa? —rueda los ojos.
—¿Crees que te voy a dejar ir, así como así? —cuestiono.
—Ehm, ¿sí? —se ríe—. A ver, ya me trajiste aquí, ahora me voy.
—No, señorita —acerco mi rostro al suyo—. Tú no irás a ningún lado.
—Si sabes que estamos en un aeropuerto, ¿no? —ladea la cabeza y sonríe—. Puedo gritar y decir que me estás secuestrando para violarme.
—Okey —la suelto, dando un paso atrás—. Y yo que pensaba invitarte a desayunar, pero ya veo...
—Bueno, sí lo dices así, vamos —se gira y empieza a caminar hacia el estacionamiento.
Sonrío sin poder contenerme, sabiendo que, al menos, ya sé por dónde chantajearla.
[...]
—¿Quién desayuna Nuggets de pollo con un sándwich de jamón? —le pregunto.
Ella le da un sorbo a su Coca-Cola... O sea, ¿quién desayuna con eso?
—Este... ¿Yo? —hace una mueca y se ríe—. Así me alimento yo, no le veo el problema.
—Eso no es saludable —le digo, y la rubia no pierde el tiempo de rodar los ojos.
—En algún momento, todos vamos a morir —dice y sonríe—. No veo nada de malo en adelantar el proceso. No, mentira. Vamos, la vida es muy corta como para preocuparse por estas cosas. Si me dan a elegir entre una vida fitness o comer lo que quiera y ser feliz, elegiría mil veces ser gorda y feliz.
—Excelente percepción —admito—. Me dejaste sin palabras.
Y, por primera vez desde que nos topamos, me da una sonrisa genuina y juro que jamás he visto algo más hermoso en mi vida.
—Entonces, ¿te graduaste hace una semana? —cuestiona.
—Sí —asiento.
—¿Y en qué te especializaste?
—Administración y Desarrollo Empresarial —sus cejas se elevan.
—Vaya, tuve sexo con un empresario y no lo sabía —se ríe—. Qué sorpresa, ¿no?
—Aun no lo soy, pero lo seré pronto —mi teléfono suena, es un mensaje.
¿Dónde demonios estás? Se supone que vendrías conmigo a probar el auto.
Suspiro y respondo.
Estaré ahí pronto, no te desesperes.
¿Qué? ¿Otra novia?
Sonrío.
Esto es diferente, te lo juro.
—¿Y tú? —la miro—. ¿Qué estudiaste?
—Diseño gráfico con especialidad en Edición —se deja caer en el asiento de la silla—. Si tengo suerte, el mes que viene empiezo a trabajar.
—Que bien, felicidades.
—Gracias —suspira y observa por la ventana, la nieve, supongo—. ¿Y tú, tienes planes?
—Al igual que tú, el próximo mes comienza la construcción de mi empresa.
—No me jodas —se queda pasmada—. Eres millonario. ¡Claro que sí! Tu apellido, yo conozco tu apellido... —empieza a divagar, hasta que abre mucho sus ojos—. Por supuesto, tu padre es Dominic Whittemore, el que tiene ese montón de hoteles.
—Efectivamente —embozo una diminuta sonrisa—. Por cierto, yo no soy millonario, mis padres lo son.
—Claro —asiente—. Eso es justo lo que los millonarios dicen.
Me rio, es imposible no hacerlo con ella. Y aquí es donde me sorprendo, porque esta clase de emociones no las ocasiona cualquier persona.
—Vale, entonces, ¿la abrirás así nomás? —ladea la cabeza.
—Con mi mejor amigo —respondo—. Tenemos la meta de hacer algo grande.
—Ya veo —observa la hora en su teléfono—. Uff, que tarde. Gracias por el desayuno, por devolverme a la civilización y por todo lo demás. Au revoir!
Se levanta con rapidez y trata de alejarse, pero cuando pasa por mi lado, sujeto su muñeca. Ella suspira exasperada y se gira para verme—: ¿Es que no te cansas?
—De lo que me interesa, no —sonrío y la rubia rueda los ojos y sonríe también—. ¿Cuándo podré verte de nuevo?
Anggele desvía la mirada y se relame el labio inferior antes de sonreír.
—¿Qué te parece en tus sueños? —ladea la cabeza.
—No estaría de más —se ríe ante mis palabras—. Estoy hablando en serio, quiero verte otra vez.
—Que sea lo que el destino decida, Demián Whittemore —sonríe y me guiña un ojo antes de marcharse.
Quizá ella tenía razón, el destino debía decidir, pero eso no me impedía interferir un poco.
★
¡Segundo gran capítulo y nuestro Demián Whittemore hace su aparición por primera vez!
Les traje un poquito de la mente de nuestro pequeño caramelito y lo amo, amo escribir a este osito de peluche.
¿Qué les parece? ¿Tiene similitud con su padre o alguien?
¡Opiniones!
🚨CALENDARIO DE ACTUALIZACIONES🚨
MARTES Y JUEVES.
(CUANDO TERMINE DE ESCRIBIR LA HISTORIA SUBIRÉ 3 CAPÍTULO POR SEMANA)
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