27 años | Demián

Mayo

Mi corazón late enfurecido dentro de mi pecho, mentiría si dijera que no tengo un nudo en la garganta, la piel de gallina y todos los recuerdos haciendo una película en mi cabeza. No entiendo en que momento entré a la habitación y el teléfono empezó a sonar, tampoco sé de donde saqué las fuerzas para contestar esta llamada.

—¿Angge? —pregunto en un susurro, no reconozco el sonido de mi propia voz, pero si logro escuchar la respiración agitada de la rubia al otro lado de la línea.

—Demián... —y su suspiro despierta partes de mi alma que creí muertas.

En mi garganta se atoran tantas cosas que quiero decirle, tanto que quiero recriminarle, tanto que quiero que sepa... Y no puedo. El silencio de la línea se rompe debido a un sollozo que me destroza el alma por completo.

—¿Anggele? —pregunto de nuevo, asustado hasta un punto poco creíble—. ¿Angge, estás bien?

—No lo sé —susurra sin dejar de llorar.

—¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué estás así?

—Estoy asustada —admite y la voz se le quiebra dos veces.

—¿Por qué? —espero.

—Porque me duele el corazón —y su respuesta solo hace que me sienta peor—. Soy una tonta...

—¿Dónde estás? —ignoro sus últimas palabras.

Siento que mis preguntas son estúpidas, hace tres años que no sé nada de su vida. No sé dónde vive, no sé si trabaja en el mismo sitio. No sé nada de ella.

—¿Estás en casa? —vuelvo a preguntar.

—Sí, estoy en la sala —respira profundo y su voz se oye más clara—. Tuve una cita hoy...

—¿En serio? —trato de ignorar el pinchazo de celos que me atraviesa—. Yo tuve una cita hoy también.

Vamos, Demián, no seas imbécil.

—Apuesto a qué te fue mejor que a mí —se lamenta en voz baja.

—Lo dudo, ella era lesbiana —espero su risa o un comentario filoso, pero no hay nada, solo una respiración forzada y silencio—. ¿Y a ti? ¿Qué tal te fue?

—Fue horrible —confiesa—. Él...

Me tenso de golpe, mil imágenes horribles vienen a mi cabeza y me niego a pensar lo peor.

—Anggele, dime qué él no...

—Intentó tocarme —solloza y yo pierdo el hilo coherente de mis pensamientos.

Me siento en la cama sin dar crédito a lo que estoy escuchando, sin poder creer que esto de verdad está pasando.

—¿Estás bien? —cuestiono como idiota—. ¿Te hizo daño? ¿Él...?

—No —responde de inmediato—. Creo que se llevó la parte fea, le rompí la nariz y ahora me duele la mano.

Suspiro aliviado, esa clase sensación de tranquilidad cuando sientes que todo está bajo control de nuevo me invade.

—¿Un derechazo? —intento quitarle hierro al asunto.

—Mi mano se está poniendo morada —se ríe y se calla de golpe.

—¿Estás ebria? —suavizo mi voz.

—Un poquito —vuelve a reírse.

—Vale, ya veo —sonrío de manera inconsciente—. ¿En dónde te encuentras ahora?

—En mi sofá.

—¿Me haces un favor? —la escucho decir que sí—. Ve a la cocina y busca una Aspirina, bebe mucha agua y me dices si ya lo hiciste.

—Okey —acepta y la dejo hacer todo lo que le pedí.

Mientras escucho el ajetreo que hace al fondo, me permito pensar en esto. ¿Es correcto lo que estamos haciendo? Hablar luego de tres años, contarnos nuestras citas fallidas y escuchar el llanto de la mujer que quiero por culpa de otro imbécil. No lo sé, pero se siente extraño.

—Ya está —informa y yo suspiro.

—Bueno, entonces, ve a tu habitación y ponte tu pijama —le digo.

—Está bien —me la imagino asintiendo hacia la nada y solo sonrío—. Uso la sudadera que me diste hace tiempo, ¿la recuerdas? La de Marvel.

—La recuerdo, sí —mentiría si dijera que no sentí un rayo de ilusión atravesar la oscuridad de todos estos años—. ¿Ya estás lista?

—Sí —se aclara la garganta—. ¿Qué estás haciendo?

—Acabo de llegar a mi casa —le digo, me dejo caer sobre las almohadas en la cama—. Ya es tarde.

—No sé que hora es —confiesa.

Miro el teléfono y vuelvo a ponerlo en mi oreja.

—Son casi las doce —musito—. ¿Te sientes mejor?

—¿Sabes que fue lo peor de esta noche? —murmura—. Darme cuenta que tú jamás me habrías hecho algo así.

Cierro los ojos un segundo y contengo la respiración.

—Yo jamás sería capaz de ponerte un dedo encima sin tener tu consentimiento antes, ¿me escuchas?

—Lo sé, y eso es lo que más me duele —la voz se le corta—. Lo tenía todo y ahora no tengo nada.

Decir que no me duele escucharla hablar de es manera sería una total mentira, pero no sé que más decirle.

—¿Demián?

—¿Sí?

—¿Podrías contarme un cuento? —su petición me hace sonreír.

—¿Un cuento?

—Sí, un cuento.

—Okey, creo que tengo uno —acepto—. Había una vez una linda chica rubia que estudiaba dentro de un Starbucks...

—¿Era muy linda?

—Era preciosa —sonrío—, pero era la mujer más arrogante y orgullosa del mundo, también era mandona. ¿Puedes reconocerla?

—Un poco, sí —susurra—. Creo que me parece conocida.

—Bueno, ese mismo día conoció al sujeto más sexy del mundo —se ríe y sé que voy por buen camino—. Ambos tuvieron una conexión instantánea, tan fuerte que se volvieron inseparables. Un día ya no podían dejar de pensar en el otro y todo fluyó como un río, sin detenerse. Cuando estaban juntos era como sentirse completos, como si pudieran respirar aire puro por primera vez.

>> Todo iba muy, pero nada en esta vida es perfecto. Se separaron. Pero, ¿sabes algo? Aunque ellos no lo sepan, el universo los enredó con un hilo rojo, y no importa cuanto tiempo pase o cuan lejos estén el uno del otro, ese hilo siempre los mantendrá unidos, en esta vida y en todas las que siguen.

Nos quedamos en silencio un largo rato, pude pensar que estaba dormida de no ser por su respiración entrecortada.

—Gracias por ser tan bueno conmigo, aunque no me lo merezca —titubeó.

—Siempre voy a ser bueno contigo, Anggele —expresé—. No importa el tiempo ni la distancia, yo siempre seré tuyo, así como tú siempre serás mía.

¡Demián, hazme un hijo!

Es broma, pero si quieres no es broma.

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