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14

La brisa gélida peinaba sutilmente las hebras blanquecinas, al compás de un movimiento efímero, mientras que la figura delgada del chico era rodeado por la luz lunar.

En la azotea, la misma caja vieja ubicada en el centro del lugar se veía desgastada, y con polvo a su alrededor. Aún así Mikey se sentó en ella tranquilamente. Su mirada oscura y con grandes bolsas negras visibles se dedicó a observar en silencio el cielo nocturno.

Aquella noche, casualmente, estaba llena de estrellas resplandecientes.

Mikey soltó por enésima vez otro suspiro.

— Mikey-kun, hola... ¿Cómo te encuentras hoy?

Un latido e inmediatamente volteó hacia la única entrada del lugar, encontrando el mismo vacío, para después darse cuenta tiempo después qué, una vez más su mente jugó con él. Con manos temblorosas pero ansiosas tomó un cigarrillo del paquete que traía consigo, y después de un movimiento con el encendedor, la punta del objeto desprendió una luz rojiza luego de aspirar el contenido. Un pequeño alivio se adueñó de sus sentidos pero aún así no fue suficiente.

— Pero, siempre dices lo mismo, nunca tienes ganas de sonreír Manjiro

Una suave sonrisa brotó de sus labios resecos para así desaparecer.

Mikey se concentró en una estrella grande en luminosidad, y en ella se reflejó su familia, con sonrisas grandes.

— Shini-nii, Iza-nii y Emma... lamento no ser lo suficientemente fuerte...


Mikey todavía necesita la protección de su hermano mayor


¡Wow! ¡Esa fue una increíble patada, Mikey! Pero, yo puedo hacerlo mejor~


Te amo, Mikey


Desvió su mirada cansada a una nueva estrella, pequeña pero visible, y una nuevo grupo se reflejó, dos de sus más grandes amigos visualizó y con amargura cambió a otra, para así observar la figura del chico a quien amó a su hermano mayor en vida.

Una persona que no pudo evitar confundirlo con el recuerdo doloroso de alguien ya muerto.

Una punzada se situó a un costado en su cuello, pero ignorando el desgarrador dolor, la incomodidad pasó a cansancio.

— Mikey-kun, ¿En qué piensas?

Mikey se levantó rápidamente, y en un paso parsimonioso avanzó mientras contaba mentalmente sus pisadas, después de un tiempo prolongado y con un pie y después el otro se subió al borde del edificio. Tanteo con la punta de su sandalia en el pequeño espacio, luego extendió ambos brazos a sus costados mientras se desplazaba con descuido de sobra. Sin importarle mucho el simple hecho de caerse porque él tenía un equilibrio innato.

Un peso invisible se apoyó en su espalda, el recuerdo efímero de unos brazos rodearlo lo hizo estremecerse. Un bufido gracioso resonó en su mente.

— Para eso tendrás que esperar mucho tiempo ¿sabes?

— Al parecer, ese día finalmente llegó... — musitó con una sonrisa ladina, incluso en ese momento no quería mostrar el dolor que su corazón atravesaba. De nueva cuenta levantó sus orbes vacías al cielo.— Takemitchy es un mentiroso...

— Mmmp... Déjame pensarlo — se apartó, colocó ambas manos en los hombros de Mikey para así proporcionarle un pequeño masaje mientras tarareaba pensativo — ¡Ya sé! hasta que llegue el día en que los gatos desaparezcan

El peliblanco nunca pensó que el recuerdo de la dulce voz de Takemichi; acaparando cada pensamiento, acunándolo en las noches, recitando cada promesa sin cesar, podría herirlo en lo más profundo de su ser, y viendo cómo terminaron las cosas entre ellos, lo había esperado de todos modos. Aún así, si lo había previsto ¿Por qué seguía doliendo?

Por el rabillo del ojo vio la sombra de un gato desplazarse en los tejados, ignorante de la mirada angustiante de Mikey, con un salto de gracia desapareció de su vista.

Una lágrima se deslizó por su mejilla hasta caer por su quijada, luego cayó a sus pies. — Definitivamente, un perfecto mentiroso.

Por otro lado Takemichi había salido de su casa corriendo, arrepentido de haber dejado solo a su amigo. Lo único que tenía en mente era disculparse, declararle sus sentimientos, y arreglar las cosas entre los dos.

Quizás Mikey no sea la persona más fácil de tratar, pero por él, quería intentarlo una y mil veces. Estar ahí para él, y amarlo con todas sus fuerzas.

Su cuerpo avanzaba velozmente por las calles desiertas de Tokio, debido a que no podía detener el ritmo y gracias a su rápida reacción ante el cruce, saltó y cayó en la esquina sobre sus dos talones, con la intención de doblar hacia su derecha se enderezó, pero, sus pies se entumecieron por la repentina acción, aún así continuó y con toda la adrenalina llenando sus sentidos, sus piernas respondieron, para después proseguir su carrera sin descanso alguno.

Takemichi llegó a la casa de Mikey, y la encontró vacía. Resignado a que el de hebras blancas no se encontraba en su residencia retomó su búsqueda, salió de allí y visitó cada lugar que pasó por su mente, quizás con la esperanza de que Mikey no quiso permanecer en aquellas cuatro paredes sin su presencia habitual.

Pero con cada agitación, con cada decepción y con el zumbido del latido de su corazón inundando sus pensamientos, su preocupación iba en aumento.

Un último lugar. Y para este punto sus lágrimas amenazaban por salir. Justo cuando estaba a una calle para cruzar al edificio, algo lo distrajo. Una multitud en medio de la calle murmurando sin dejar de mirar hacia arriba, por simple ligereza, de igual forma dirigió su mirada hacia el mismo lugar. En eso en que sus orbes azules se fijaron en la figura delgada situada al borde del edificio abandonado, la sensación de algo quebrarse poco a poco dentro de sí se situó en su acomplejado corazón.

No hubo reacción, no hubo vacilación. Takemichi se encontró a sí mismo corriendo con las últimas de sus fuerzas por la puerta trasera, y con cada salto que hacía a los escalones para subir, la desesperación y el nudo en la garganta lo acompañó. Y en ese preciso momento en que creyó haber llegado a tiempo, observó la espalda de Mikey con detenimiento, se veía tan tranquilo e impávido a su presencia que el leve movimiento involuntario de sus manos parecían irreales.

Una mirada de lado lo recibió, y cuando finalmente Mikey se dio la vuelta, Takemichi se paralizó por completo.

— Gracias por todo... — una sonrisa ladina brotó de los labios de Mikey, y varias lágrimas se asomaron, brillando ante la luz natural de la noche.— Takemitchy.

— ¡Mikey-kun, no!

Pero ya era demasiado tarde cuando sus piernas corrieron hacia adelante en un intento por alcanzarlo. El peliblanco ya había saltado, cerrando los ojos, aceptando su pronto destino.

El cuerpo de Takemichi vibraba de emociones fuertes mientras estaba apoyado contra el borde del edificio; su mano extendida hacía adelante, temblando de impotencia, su mirada azulada debilitándose al compás de unas gotas cristalinas que caían al vacío y su atención lo acapara el cuerpo de Mikey mientras que con una tortuosa lentitud se hacía cada vez más pequeño con el pasar del tiempo, luego el impacto de la caída llegó. El sonido del cráneo romperse junto a sus huesos de la espalda llenaron los oídos de todos los transeúntes que estaban observando el espectáculo. El líquido carmesí salpicó a sus costados, mientras que un gran charco de la misma sangre de la víctima se extendía por debajo de su cuerpo inerte. La conmoción, el terror, y la alarma en los gritos distantes no se hicieron esperar.

Ignorando el bullicio y el escandaloso hecho de que él se había suicidado ante sus ojos, el azabache se incorporó de su antigua posición incómoda con suma lentitud y en silencio se alejó. Por el rostro de Takemichi descendían miles de lágrimas, tan amargas como el dolor que atravesaba su pecho. Se abrazó a sí mismo, al mismo tiempo que se hacía pequeño con el sin fin de líos que su mente abarcó, sumergiéndose en su propia oscuridad.

Lo había perdido.

Perdió a Mikey, a su lindo y pequeño amigo, a quien había decidido ayudar y cuidar. Perdió a Mikey, a su inestable y doloroso amor unilateral, a quien intentó llevar por el buen camino, sabiendo que por más que lo deseara, él estuvo perdido desde el inicio.

Lo había perdido, y con él se fue su corazón.

Con cada pensamiento, su propia conmoción aumentó junto a sus sollozos ahogados.

Perdió su última oportunidad. Lo perdió sin haber logrado confesarse y preguntarle si era recíproco. Lo perdió sin haber logrado decirle cuánto lo amaba.

Lo perdió, y jamás lo vería otra vez.

Sus uñas se clavaron en su piel como si quisiera fundirse y hacerse uno con el suelo, le faltaba el aire, y sentía un dolor horrible instalado en el pecho, en su lastimado corazón.

— Mikey... ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué...? — la pregunta se desvaneció dando paso libre a un sollozo más fuerte que el anterior, el sentimiento de pérdida se asomó en su semblante al mismo tiempo que que los dientes chirriaban ante la fuerte pena que lo azotaba. Y la ira llegó.— ¡¿Por qué hiciste este acto cobarde?! ¡Dímelo, por favor! ¿¡Por qué!?

Su cabeza daba vueltas. La tristeza, el odio, la confusión, todo se juntaba, nublando su visión. Esto no le podría estar pasando, se decía a sí mismo en duelo, esto no podía estar pasando.

— ¡AHHHHHHHHH! ¡MALDITA SEA!

Takemichi comenzó a llorar con mayor fuerza, gritando el nombre del peliblanco una y otra vez. Sentía como sus cuerdas vocales se desgarraban, pero no era suficiente, nada sería suficiente.

Dolía, dolía, en serio... Le dolía.

Y eso era precisamente algo que Mikey nunca pudo llegar a comprender en su totalidad, él nunca estuvo solo. Takemichi siempre lo acompañó en todos sus aspectos, inclusive en el último aliento...

Era una lástima que nunca comprendiera que el dolor no es solo para fumadores.




Fin.

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