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Capítulo final: La fiesta de 15 años.

¿Los sueños se hacen realidad?

—¡Lale, feliz cumpleaños!

¿O vivimos en realidad en los sueños?

—¡Felicidades, quinceañera!

El despertar feliz desde el primer segundo de la mañana, con el beso de tus padres y las bendiciones de todos tus conocidos en mensajes, llamadas, visitas, regalos...

Todo es un sueño.

—¡Estás preciosa!

Abrir los ojos y al dejar de ver la brocha de maquillaje, verme completamente diferente frente al espejo.

—¡Ah, parezco una princesa!

La sonrisa no me cabía en el rostro, los ojos se me aguaban con tanta atención y felicidad vibrante. Tantos buenos deseos, expectativas, cosas inesperadas... Todo. Adoré cada segundo del día que parecía un carrusel eterno de infinitas sorpresas, sobre todo cuando el reloj marcó las 8 de la noche, que el auto donde estaba abrió su puerta y la mano extendida de mi padre aguardaba por la mía.

—Lale, hoy eres la princesa de la familia. Estás muy bella, mi niña —depositó un beso sobre mi cabello.

—Gracias —sonreí con intensidad y miré a mi alrededor.

Mi madre por detrás acomodaba mi vestido y terminaba de sacarlo del auto. Mis abuelos, mis tíos, toda mi familia estaba mirándome con adoración. Me estaba conteniendo para no ponerme a llorar, una corriente de nervios subía y bajaba por mi espina dorsal, la cual no podía inclinar mucho hacia adelante por mi apretado vestido.

—Mi princesita ya se me está poniendo grande. —Mamá besó mi mejilla y se separó, dando saltitos sin dejar de mirarme.

—¡Ay, me van a hacer llorar y el maquillaje que tanto costó hacerme se me va a caer! —lloriqueé dando un pisotón que lamenté, porque por poco perdí el equilibrio debido a los altos tacones que estaba usando.

¡Estaban muy altos! No estaba adaptada para nada a lucir zapatos altos, mi vida entera había sido sandalias y zapatos bajos, escasas veces iba a una fiesta y cuando lo hacía, me conformaba con una ropa bonita y unos buenos zapatos. Ahora sentía mucho por lo que pasaban esas chicas de las películas cuando llegaba la hora de arreglarse.

Me siento como una.

—¡Lale, estás muy alta! —dijo Jarol mirándome desde abajo con el seño fruncido y de brazos cruzados, algo que me causó mucha gracia.

Di un brinco cuando mamá pasó a abrir la puerta del local y una música bastante alta salió de este e impactó mis oídos. Luces azules, violetas, parpadeantes, brillos, que formaban figuras de flores y corazones desde la acera hasta la calle y luego se separaban para integrar otras, me hicieron ahogar otro grito de emoción.

Si esto es solo el principio, ¿qué me puedo esperar de lo que viene después?

—¿Lista, quinceañera? —gritó mi tía sobre la música. La miré y me señaló con la cabeza hacia el interior por esa puerta—. Todos tus amigos están adentro.

¡Qué emoción! ¡No podía creer que todo estuviera tan preparado! Tomé aire profundo y asentí con fuerza, dándole con mi gesto la mejor respuesta.

—Estoy lista.

Mi padre me cedió esta vez el brazo. Lo tomé y todos se separaron, se quedaron en fila aguardando a que yo pasara. Comencé a caminar, tratando de mantenerme en equilibrio con los tacones, pero firme, tomando parte de mi largo, oscuro y brillante vestido con mis manos para entrar por la puerta.

En un abrir y cerrar de ojos, las luces de apagaron y la música se detuvo.

Latido.

Latido.

Ay Dios.

Me soltaron y quedé sola en la oscuridad.

Juro que voy a gritar si...

—¡FELIZ CUMPLEAÑOS! —gritaron un millón de voces que no sabría decir de cuántas bocas provenían y las luces se encendieron, impáctandome todavía más.

Estaba sola tras la puerta, todos mis amigos, toda mi familia, mis conocidos, todos, estaban frente a mí con sus bocas cargando de una sonrisa enorme.

Allí estaban mis amigas, Anelía y Rosalía, mirándome con emoción y con una sonrisa que no les cabía en el rostro. Anelía sobresalía por sus tacones dorados, un vestido pegado a su cuerpo con una abertura lateral y su cabello tan lacio y largo como nunca lo había visto en la vida. Rosalía con un vestido negro y corto, adornado con una falda llena de brillo y que le hacía lucir como una bailarina, y su cabello predominante estaba hecho largas ondas que caían como cascadas sobre sus hombros. Les sonreí ampliamente de vuelta y mis ojos cambiaron su enfoque.

Todos mis profesores estaban allí, mis compañeros de aula parecían mirarme asombrados, Cloe con una sonrisa enganchada del brazo de Vanessa, Jessy tenía aguantada a Melany del brazo, algo que me hizo sobresaltar.

¡Había venido! Su vestido era suelto a partir de su panza y color rosa claro, en sus labios también estaba una sonrisa que a su vez parecía algo cansada.

Me llevé las manos hacia la cara para sonreír con fuerzas. Un flash me alumbró la cara, un camarógrafo me había retratado y tomaba pose para hacerme otra foto.

—¡Chicas! —extendí mis brazos mirando a mis amigas y luego señalé mi vestido con mi cabeza.

Ellas vinieron casi corriendo como los tacones se los permitieron.

—¡Feliz cumpleaños y que este día sea el más feliz de tu vida! ¡Te quiero, mi hermanita! —exclamó Anelía y me abrazó. Coloqué mis manos en su espalda y las dejé descansar, hasta que Anelía me dio un fuerte apretón al que por suerte sobreviví cuando luego de cinco segundos me dejó respirar.

—¡Estás preciosa, muchas felicidades! Este día tenemos que hacer que sea el más emocionante que hayas tenido en toda tu vida —Rosalía se emocionó haciendo que yo tambié lo hiciera y sacó su teléfono, abriendo la cámara y alzándolo sobre nosotras para tomar una selfie—. ¡Una foto, chicas! Miren a la cámara.

La sonrisa que no se me salía de la cara me sirvió para posar perfectamente. Rosalía bajó el teléfono y me dejó apreciar la foto de las tres. Mi rostro en las fotos era aún más bello que en el espejo, seguro que ella le puso algún filtro a la cámara, sin embargo mis ojos delineados y pintados levemente de azul, mis labial claro y brillante sobre mi boca y mi cabello castaño largo y que caia en ondas sobre mi espalda, seguían iguales a pesar del filtro.

—Me gustó mucho lo que te hiciste en el cabello —Anelía miraba a mi cabeza. Tomó uno de mis mechones entre sus dedos—. La corona está hermosa. ¡Ah, creo que voy a morir! ¡Yo quiero una!

—Anelía —reí—, por favor, sé que te gusta pero no me la quites que la peluquera me mata si me ve con la corona.

—No, tranquila, yo busco un filtro con corona de reina y soy feliz. ¡Ah, ¿qué es eso?! —se sobresaltó la chica y se llevó la mano a la boca mirando detrás de mí.

—¿Qué pasó, niña...? —inquirí.

Ante mis ojos apareció mi abuela con una bandeja en la mano, quien me sonrío y caminó hacia nosotras.

—¿Quién es la niña que cumple 15 años hoy y que hace meses estaba loca porque llegara este día? —sonrió y yo lo hice igual, ella se rió—. ¡Felicidades Lale en tu día... Que lo pase con sana alegría...!

—Jajaja, ay, abuela.

—¿Y qué son esos? ¡¿Acaso son croquetas?! —Anelía señalaba la bandeja con los ojos como platos, ra como si se hubiese quedado petrificada.

—Si, mi niña, puedes comer. Toma las que quieras.

—Ten cuidado que esta es tragona si ls dejas... —Anelía me chitó.

—Solo voy a tomar una pocas, no te preocupes, tú sigue tranquilita ahí con Rosalía conversando con tu abuela mientras yo me escojo mis croquetas, tranquilita...

Señalé mis ojos con mis dedos y luego a ella. Segundos después, alguien me tomó con fuerza de la cintura y me cargó desde atrás, elevándome en el aire.

—¡Ahhh! —grité.

—¡Lale, muchas, muchas felicidades! Estás súper chula —volví a tocar el suelo y Gabriel me sorprendió desde atrás vestido de traje.

—¡Gracias, mi vida! ¡Me asustaste, pero fue un susto de emoción! Jajaja —comencé a reírme y ustedes saben que si se trata de risa, Gabriel iba a ir detrás a seguirme la rima.

A esto le llamo mi felicidad.

—¡Gabriel casi la dejas sin aire! —exclamó mi abuela y le golpeó juguetonamente en el hombro, Gabriel pareció balancearse a lo que mi abuela tuvo que agarrarlo—. ¡Pero niño, que te me caes! Cuidado no tomes ninguna bebida porque te caes de verdad.

—Jajajaja, no te preocupes —dijo Gabriel—, a mi no me gusta beber. Yo sé que yo soy un peligro, si yo soy peligroso, imaginate si me mezclo con bebida. ¡De aquí nace una bomba atómica!

Gabriel dijo lo último a un tono mas alto y alzando sus puños, algo que dijo serio pero que en nosotras cuatro causó un estruendo de risas.

Silvia, la madre de Anelía llegó un segundo después con una sonrisa más grande que su rostro. 

—¿Por qué Anelía está de espaldas a ustedes? —dijo después de entregarme un lindo presente.

Mi atención recayó en la chica, me acerqué y le puse la mano en el hombro. Cuando la volteé, la bandeja de sus manos estaba vacía

sus mejillas estaban infladas pero no de aire, no de agua, ni mucho menos por una risa. Estaban llenas de bocadillos, más que justo ahora, acababa de introducirse otra croqueta a la boca.

—¡Pero Anelía! —exclamé.

—PERO MIJA. VAS A DEJAR SIN COMIDA A LOS INVITADOS —gritó Rosalía.

—Déjenla, déjenla que coma, que para eso yo le hice las croquetas. —Mi abuela se metió como abogada defensora y me empecé a reír.

Luego llegó mi profesora Beatriz, felicitándome por todo lo alto y dejando sus buenos deseos y vibras, y tras ella llegó Damián, que por primera vez en mucho tiempo hacia algo diferente a molestarme con Mateo.

Y...

Un beso en la mejilla me congeló, ¿para qué pensarlo? Allí estaba él, a mi lado, abrazándome a media cintura. Volteé mi cabeza lentamente con la confianza de saber que era él con una sonrisa.

Y ahí estaba.

—Feliz cumpleaños, Lale —me felicitó con emoción y lo abracé de frente, él colocó su cabeza en mi hombro y yo hice lo mismo por cinco segundos—. Que esta noche sea tan hermosa como lo estás tú ahora mismo.

Mi corazón dio un vuelco, al separarme para mirarlo bien no habí forma de que disimulara mi ilusión al mirarlo. Vestía de traje y corbata azul, tan apuesto y perfumado que me encantaba cada pedacito de él mucho más que antes.

—¡Mateo, llegaste! —escuché desde atrás y mi viaje en trance se desconectó.

Miré a mis espaldas. Mi mamá se aproximaba hacia nosotros sonriente.

—Ya yo estaba preguntando por ti, me preocupaba que no llegaras. Recuerda tu baile con Lale esta noche —mi madre comunicó.

Al instante, a Rosalía le dio un ataque de tos en media conversación.

—¿Ro-Rosalía, estás bien? —dije todavía desde los brazos de Mateo, mirando el cómo mi amiga acababa de tener un microinfarto repentino.

—Sí, sí, bastante bien, recuperándome de un infarto mental pero bien, no se preocupen por mí.

—Ya, ya, Rosalía, calmadita —dijo Anelía pasándole la mano por el antebrazo que se acababa de enganchar en el suyo—. Relájate para que puedas ver el show bien vivita.

—¿Estás bien, Rosalía? —preguntó mi madre preocupada. Mi amiga asintió y Gabriel comenzó a reírse.

—Si, si, tranquila. Solo fue que me atraganté con la saliva, nada grave. Uff, si estoy perfecta.

Yo negué sonriente, no puedo con ella. ¿Si ella lo sabe por qué se pone así? Nada como hacerle la vida imposible a su amiga para entretenerse un poco, ¿verdad? Miré a Gabriel quien en lugar de reírse me estaba alzando las cejas. ¿Qué...?

Mierda, aún seguía en brazos de Mateo.

Me hizo una seña hacia mi otro lado. La darme la vuelta, Damián estaba inclinado sobre nosotros con las manos en la espalda y asintiendo.

—¡Ahhh! —chillé y me llevé la mano al pecho—. ¡Qué susto, Damián! ¿Qué haces ahí?

—Mirando la escena desde cerca —confesó con una sonrisa demoniaca.

Muy bien, ¿y tenían que hacer ese show delante de mi madre? La miré con el rabillo del ojo y ella observaba todo con una sonrisa. Por Dios...

Me llevé la mano contra la cara y me reí. Mateo solo negó. Este no tenía remedio, sin embargo, al girar la cabeza, me encontré a mi papá mirándome con una ceja alzada por el otro lado.

—Ehhh... Hola... ¡papá! —sonreí muy inocente, soltando a Mateo lentamente. Él alternaba la mirada entre Mateo y yo.

Ay, sálvenmeeee mierdaaa.

Enfoqué a Anelía y a Rosalía con la mirada.

Emergencia.

Emergencia.

—¿La estás pasando bien? —preguntó mi padre muy normal y sonriente, pero to sabí que esa pregunta era lo suficientemente oportuna para no tener una segunda intención.

—¡Si!

Emergenciaaaaaa.

Mis señas funcionaron porque de un momento a otro, mis amigas llegaron hacia mí y cada una me tomó de un brazo.

—Lale, hay varios amigos esperando a que los saludes. ¿Por qué no te sumas? —Anelía dijo entre dientes disimulando una sonrisa.

—Tienes que ver los bocadillos que hay, hay uno súper raro que nunca he visto en mi vida. Ven conmigo para enseñartelo. —Rosalía me jaló del brazo.

—Me tengo que ir, luego ven... Ayyy...

Las chicas me arrastraron lejos de ahí.

—Si quieres que te salvemos. no puedes interferir en tu contra, no demores más la huida. —Anelía mencionó, tipo espía secreta.

—No conspires en tu contra —Rosalía regañó por el otro lado.

—¿Okey, pero pueden caminar más lento? ¡Mi vestido pesa! ¡No estoy tan libre como ustedes y con tacones no puedo caminar tan rápido! —chillé después de que mis tacones pisaran la tela una segunda vez.

Me muero si se rompe el vestido.
Me matan.

Me soltaron luego de dejarme al menos 30 metros lejos de ellos y se colocaron de tal modo de que todos quedaran a mi espalda. Ellas saben mucho, no querían que mirara para ese lugar.

—Además de que tengo que contarte algo —dijo Rosalía dando un saltito que provocó que achinara mis ojos.

Hmmm.

—¿Que cosa es esa que con tanta emoción lo dices? —Ella me miró de medio lado y me alzó las cejas con una sonrisa.

Esto me huele a fuego.

A incendio.

A quemarse.

—Es de algo que escuché ayer cuando no estabas en la escuela —dio un emocionante aplauso y volvió a brincar.

Abrí mis ojos como platos.

—¡¿Qué?! ¿Qué escuchaste?

—Suelta el pico, Rosalía, que me tienes intrigada ya —Anelía la tomó del brazo y se lo agitó.

—Aish, pero con paciencia que ahora voy. Anelía, no me zafes el brazo.

—Ay perdón pero ACABA DE HABLAR...

—Okay, okay. Es que escuché una conversación de Mateo sobre ti...

—¡¿Sobre mí?! —espeté quedándome con la boca abierta cuando mi corazón dio un vuelco.

—¡Siii! Sobre ti y esta fiesta —asintió y sonrió como un demonio.

De repente, los latidos de mi corazón se hicieron mas sonoros a pesar de la alta música y los bajos que retumbaban el suelo.

¿QUEEÉ?

—¡Habla ya, mujer! —Anelía chilló.

—Escuché como Mateo le decía a Carlos que hoy iba a confesarte lo que sentía por ti en el vals.

—¿QUEEÉ? —grité, me tapé la boca, boca que estaba extremadamente abierta.

Mi mente se quedó en blanco, por un momento vi todo doble y borroso, a lo que me agarré del brazo de Anelia. Una flecha helada me atravesó y me hizo suspirar. Me senté y sonreí, abultando mis colorados cachetes bajo mis ojos.

Me enfoqué en un punto invisible frente a mi, mi cabeza quedaba a la altura de las rodillas de las chicas.

—¿Entonces siente algo por mí? — pregunté con una sonrisa de oreja a oreja.

Los cachetes se me calentaron y de repente hizo calor en toda la sala.

—Al parecer sí, amiga. ¡Ayyy! ¡Viste, te lo dije! Te lo dijimos, nadie sabe lo que pueda pasar. —Me dio un codazo cómplice.

—Uy. —Anelía alzó y bajó sus cejas—. ¿Puedo considerar que ya tengo cuñado?

Rosalía y yo nos reímos de sus locuras, las dos se sentaron a mi lado mientras veía frente a mí cómo todos se estaban reuniendo en la pista de baile recibiendo algo para beber y se quedaban en la pista comenzando a moverse al ritmo de la música.

—Ay chicas pero no me lo puedo creer. Ahora voy a pensar en eso hasta el vals toda la noche. ¡Ahhh!

—Sí, pero hasta que llegue el vals, disfruta de tu fiesta —dijo Rosalia.

—Bueno, eso haré con más ganas aún.

Sonreí con fuerzas y me levanté dispuesta a meterme en el centro de la pista. No me lo creía, no podía ser una broma de Rosalía, la verdad, al final, lo dijo seria y sin un atisbo que me diera a sospechar que fuese una broma. Ella no me ilusionaría así el día de mi cumpleaños así que...

NO ME LO PUEDO CREER.

Y de pronto, la mirada me pesó. La levanté lentamente y miré hacia al frente, hasta que lo encontré. Allí estaba Mateo, mirándome con una sonrisa de lado. Le mantuve la mirada y me sonrojé mientras caminaba prácticamente en su dirección, enterrando mis manos en el vestido de los nervios.

Estaba tan, pero tan lindo, con su traje blanco y azul y su corbata, que parecía un príncipe sacado de un cuento de hadas, y yo una princesa que espera por su rescate, que espera un flechazo para morir de amor.

—Uyy, está fuerte esto —sobresalió Rosalía impactándome.

—¿Qué? —pregunté.

—Que están bien enganchados ustedes dos, son tal para cual. Se la pasan mirándose.

—Rosalía, por favor... Jaja, ¿qué dices? —dije sonrojada rascándome la cabeza y mirando al suelo con disimulo de cuidar de no caerme.

—No mires más al suelo que como quiera te vas a caer, pero no precisamente por culpa del vestido. Buajajaja.

—Cállate o sino vas a terminar la fiesta convirtiéndote en picadillo de Rodalía para perros —espeté entre dientes.

—Y tú vas a terminar derretida antes de que se acabe la noche así que no, dudo que te de tiempo.

La miré al instante con los ojos entrecerrados.

—Yo no sé ustedes dos —interrumpió Anelía empujándonos. Caminó por el espacio entre nosotras y nos dejó atrás— pero yo me voy a bailar. Este cuerpo estuvo bien guardado por varios meses, y ahora este es mi momento.

La chica avanzó hacia la pista y me quedé con la boca abierta.

—Emmmm... ¿Vas a bailar con ese vestido? —Rosalía me miró de arriba a abajo.

—Estoy tan feliz que nada me va a impedir nada este día... Así que sí, aunque me pisen el vestido, aunque me digan que no, voy a bailar.

Y diciendo esto salí de su lado y me dirigí al centro de la pista.

Antes de comenzar a bailar, un beso en mi mejilla me dejó estática. Daniel estaba frente a mí con una sonrisa.

—Muchas felicidades, Lale. Llegué un poco tarde pero aquí estoy, tarde pero seguro en tu cumpleaños.

Me sonrojé. Verlo después de saber que tenia sentimientos por mí causó que el calor abundara en mis mejillas.

—¡Muchas gracias! —mi sonrisa mostró todo mi agradecimiento.

Con su mano rascó la parte posterior de su cabeza y al bajarla, la sumergió en su bolsillo.

—Nunca me contestaste lo que te escribí en la carta del 14 de febrero.

—¿Emmm, qué carta? —los nervios me atacaron.

—La carta que te escribí. Sí la recibiste.

—¿Si...? —me hice la desentendida.

—No te digo que me des una respuesta, yo sé que estás enamorada de otra persona. Lo he podido ver en tus expresiones cuando estás al lado de él.

¿¿CÓMO QUE SABE??

—Tranquila, no te tienes que colorar —dijo y me imapacté. No sabía que me había puesto como tomate—, simplemente sabes que aquí me tienes si algún día puedo tener una oportunidad contigo.

Respira... Respira...

Por una parte me siento mal por Daniel, pero por otra sigo sorprendida. Al decirme él que sabía que estaba enamorada de otra persona, mis rodillas se debilitaron.

He llegado a querer a Daniel, siento un cariño muy profundo por él y si de verdad él necesita de mí algún día, no dudaré un solo segundo en ir a ayudarlo. Pero a pesar de todo eso, no llego a sentir eso que él siente por mí. Siento admiración, cariño, amistad, pero... No, no es igual.

Él no causa mariposas en mi estómago, él no aparece en mis sueños cuando cierro los ojos, él no es igual...

Daniel me dio un beso en la mejilla y se dio la vuelta.

—¿Qué carta? ¿Qué está pasando aquí? —Anelía se quedó mirándonos confundida, con sus cejas unidas llegando a lo más alto de su frente.

—Luego te contamos, luego te contamos... Tú sigue comiendo, sigue tragando ahí como cerda — Rosalía le dio palmaditas a Anelía y le ofreció una croqueta, que casualmente tomó de una bandeja que mi tía acababa de pasar frente a nosotras.

—¿Oye, qué te pasa? ¿Qué pasa? ¿Qué cerda? Yo cuando más trago como un perro gordo, pero como cerda, no. Perra. ¡Perra! No cerda.

—Jajajaja —me reí como loca.

Enfoqué mi mirada en todos los chicos bailando en la pista. Jessy me tomó de la mano y me adentró a la multitud, donde unos cuantos se apartaron sin rechistar al ver quién había sido la que les golpeó con su vestido.

Comencé a bailar moviendo mis manos y mis caderas como podía, cantando, gritando cuando apagaron las luces por un momento y comenzaron a parpadear luces rápidas. Melany se movía desde una silla apartada del bullicio de gente, Vanessa y Cloe sobresalían subidas en otros asientos, a pesar de los años seguían buscando sobresalir. Yo solo buscaba ser feliz.

Anelía pegó su espalda a la mía y comenzamos a movernos al ritmo de la música.

—¡Oye, falto yo! —Rosalía se juntó empujándonos al impactar su trasero contra el nuestro.

La música movida cambió a una más relajada, las luces se encendieron de nuevo y se mantuvieron en un color amarillo claro que me permitía mirarles las caras a todos.

—¡Qué bueno está esto! —Anelía se meneaba cómica dando un baile de la felicidad, que detuvo para señalarme a mis espaldas—. Lale, creo que tu mamá te está buscando.

Me volteé y la enfoqué mirando sobre todas las cabezas. Alcé la mano entre la multitud para que me viera, hasta que al dar como diez pasos en su dirección, lo hizo.

Y se acercó a mí.

—¿Me buscabas? —inquirí.

—Sí, ve buscando a Mateo. Ya falta poco para que empiece el vals. Tu padre está buscando la musica con el DJ.

—Okey, mamá. —Asentí, hecha una bola de nervios.

—¿Te estás divirtiendo? —se acercó a mi oido y luego se separó.

—¡Si! La estoy pasando genial.

—¡Me hace feliz escuchar eso! Solo falta ese vals como cereza del pastel y la fiesta puede durar hasta cuando tú quieras.

Le sonreí contenta, me sentía grande y madura cuando sentía su confianza. Le abracé por un corto momento y luego me separé. Me dedicó una sonrisa, y luego de que me acomodara un flequillo del cabello por detrás de la corona, se dio la vuelta y me dejó dueña de mis pasos.

Ya iba a llegar el momento...

De un segundo a otro olvidé cómo se respiraba, mi pecho subía y bajaba y mis piernas flaqueaban en lo que buscaba a las chicas, agarrando mi vestido. Necesitaba aliento, necesitaba impulso, y eso solo ellas me lo podían dar.

—Ya se acerca el vals, mi mamá me dijo que buscara a Mateo —les comuniqué fuera de mí.

Ambas contuvieron un grito. Estaba que me desmayaba.

—Necesito que me quiten estoy nervios, ¡anímenme! No se donde está él o cómo... O si voy a salir bien... Yo... ¿Estoy sudada? Uff, hace calor.

—Tranquila —Anelía detuvo mis manos que abanicaban mi cara—. Respira conmigo, ¿si? Todo va a salir bien, ahora relájate, buscas a Mateo y le dices que es hora de bailar. Listo.

—No se me hace tan fácil. Con lo nerviosa que estoy, creo que hasta tartamudeo...

No era mentira. Sentía el corazón en la boca y temblores que me sacudían completa. Esto ya era otro nivel.

—Mateo está allá. —Rosalía señaló sobre mí y me giré.

Con un vaso en su mano, lo ubiqué tranquilo hablando con Carlos. Pude sonreír tranquila, un poco más tranquila que lo que estaba antes, ya que estar relajada en un momento así era imposible.

—Bueno, voy por él. —Tomé fuerte mi vestido con mis manos—. Deséenme suerte. ¡Ayy!

—¡Dale que tú puedes! ¡No te desmayes cuando te lo diga! —gritó Rosalía.

Tú puedes. Tú puedes.

Comencé a caminar hacia él. Si pudiera corriera, volara, pero mi temor era tropezarme con este vestido tan largo y los tacones, mi temor no era lucir emocionada. Lo estaba y ya no podía ocultarlo más, ya se acabaron los disimulos y las actuaciones protectoras, ya no hay barreras, me sentía libre al fin después de tanto tiempo y para colmo, Damián se colocó delante de mí, interrumpiéndome el paso.

¡Ahora que no me ponga más nerviosa, cualquier momento menos ahora!

—Lale, necesito hablar contigo un momento —me detuve. Lo miré por unos segundos esperando una broma corta y rápida, sin embargo se mantuvo serio.

No parecía estar jugando, así que asentí.

—Okey.

Que sea rápido, Damián, por favor.

Cambié mi dirección hacia un lugar más alejado del bullicio de gente y de la música, un lugar que no tardé en encontrar con la vista, pero que Damián enfocó primero que yo y por lo tanto, por su facilidad al caminar al no tener un largo vestido y tacones con los que mantener el equilibrio, llegó primero y me esperó.

—Dime —dije intrigada cuando llegué, mirando a mis espaldas, esperando que ni mamá ni Mateo me estuviesen buscando.

—Lale, ya sin jodedera. ¿A ti te gusta Mateo? —preguntó.

A decir verdad, la pregunta me impactó, no tanto al provenir de Damián, de eso ya estaba acostumbrada, sino por la seriedad con que lo dijo. A pesar de todas las bromas, parecía mentira que aún no tuviera la seguridad de que fuera verdad.

¿Pero para qué seguir ocultándolo? Si existe la oportunidad de que yo le guste a él y que en el vals, como escuchó Rosalía, se me vaya a confesar, no veo razón para seguir negándolo.

Así que sí, si así va a terminar la jodedera con Mateo, no me quedan motivos para darle un NO como respuesta, con la seguridad nunca antes salida por mi boca.

—Sí, me gusta. ¿Para qué mentir después de tanto? —confesé después de mucho tiempo. Me sentí demasiado nerviosa. Santo padre, ¡le estaba diciendo eso a Damián! Eso no es algo que se pueda tomar a la ligera—. Pensé que lo sabías, pero ya que lo sabes dicho por mi boca, no se lo digas a nadie seriamente, por favor.

Sabía que era un caso perdido pedirle eso a Damián, sin embargo tenía la esperanza de que su lado serio guardara mi secreto.

—¿Por qué preguntas a estas alturas?

La pregunta salió de mis labios sin apenas pasar por mi mente. Era algo loco. ¿Por qué me estaban pasando tantas cosas locas últimamente?

—Porque quiero que veas algo...

De su bolsillo sacó su celular y esperé expectante a que anduviera en este. La vaga idea de que Mateo haya hecho algo lindo me pasó por la cabeza, o de que me enseñara un chisme que tuviera que ver con lo que escuchó Rosalía.

—Pero por favor, no vayas a ponerte mal con esto... —pero con estas palabras, quedé totalmente confundida.

Mi corazón se detuvo y fruncí el seño a la espera. Damián puso la pantalla del teléfono frente a mí, mostraba un video en su contenido.

Se me hacían conocidos el lugar y las personas a primera vista, sin embargo, no entendía a qué venía esto. Segundos después me percaté de que era un video en casa de Mateo, y lo enfocaba a él, a Carlos y otros chicos reunidos en la sala.

Entonces, le puso reproducir.

Le voy a confesar a Lale algo en el vals.

La voz Mateo retumbó en la sala.

—¿Qué? ¿Ahora te gusta Lale? —inquirió Carlos y un calambre frío me atacó por las entrañas.

No, pero yo sé que yo le gusto a Lale. Ya me lo han dicho varias personas... He querido pensar que no, pero con lo último que pasó en mi casa veo que sí, y quiero aclararle... que solo la quiero como una amiga.

Mi corazón se estragó como si hubiese sido sorprendido por la explosión de una bomba nuclear, sus palabras atacaron como balas a mis ilusiones, mis piernas flaquearon y me sostuve de la pared en busca de apoyo. Olvidé cómo se respiraba, mi cabeza se bloqueó, se quedó en blanco.

Cuando pensé que lo peor de todo había terminado, vi el dedo Damián darle reproducir a otro video que se llevaba a cabo en el mismo lugar.

Otro video que era la continuación del anterior.

Un video que si el anterior me había roto el corazón, este me había matado en vida con tan solo escuchar las palabras de Mateo.

—Además... si yo quisiera tener a Lale, ya la hubiera tenido desde hace rato... porque no hay nadie que se me resista.

Y la pantalla se apagó.

Mis entrañas ardían, me sentía débil, las lágrimas que no acababan de salir me estaban consumiendo por dentro y me dejaban más débil, y más débil, como un castillo de cartas con el soplido del viento.

Un silencio inundó mi corazón, y sentí como las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas. En ese momento no me importó el maquillaje, tenía el corazón completamente roto, y para empeorarlo todavía más, si es que era posible, la puerta detrás de mí se abrió, mostrando al culpable de mis lágrimas.

Sentí ira y rabia por dentro. En ese momento sentí que todo el amor que había tenido por él, los suspiros que habían sido robados habían sido en vano, que todo simplemente había sido un juego, un maldito juego de él para ilusionarme en estos últimos meses.

¿Si lo sabía por qué me dio aquellos besos, por qué me dio aquellos abrazos y por qué me hizo tener una esperanza de que algún día estaría conmigo? Él solo jugó conmigo, con mi corazón, y eso no es lo peor de todo.

Lo peor de todo es que el culpable está intacto y yo soy la impactada que recibe toda la condena. Nadie conoce la historia, ni él, ni siquiera conoce el lugar que ocupaba en mi corazón; pero no lo sabrá, nunca lo sabrá, nadie lo sabrá ni lo sentirá tan fuerte como lo estoy sintiendo yo en estos momentos, porque a pesar de que me duela y que mi cuerpo pida a gritos a alguien que me entienda, no ocurrirá.

Solo mi corazón me entiende, porque solo mi corazón lo sabe.

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