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Capítulo 41: Destino o casualidad.

Te necesito, te necesito aquí a mi lado. Ya no quiero saber por qué sigues aquí, no quiero saber de tu pasado, no quiero saber nada... Nada... Solo quiero estar contigo para siempre.

La muchacha se abalanzó sobre el chico, rodeándolo con sus brazos y atrayéndolo hacia su cama, envolviéndolo entre besos y caricias.

Sus miradas lo decían todo.

Te amo, te amo... No te vayas de nuevo, no aguantaría sin ti un segundo más. No aguantaría fingir que no siento nada por ti ni un minuto más...

Cerrar los ojos e instantáneamente mi corazón palpita más fuerte cuando aparece Mateo frente a mí, diciendo las palabras del chico.

Suspiro...

—¡Lale, te vas a perder la mejor parte!

—¿Qué? —Las imágenes de mi cabeza se volvieron oscuras y abrí los ojos, chocándome con la claridad.

Anelía y Rosalía estaban a mi lado, cada una con un vaso de helado sobre las piernas y sentadas en el suelo. Mis ojos enfocaron la novela de nuevo. ¿En qué mierda andaba yo pensando?

—¡Ay, los va a atrapar la madrastra! —chilló Rosalía y casi que encajó las uñas en la piel.

—Auchhh, suave, que yo también estoy tensa pero no te hago eso —la regañé y ella separó las uñas de mi piel.

—Lo siento —susurró.

—¡Ay, cállense ya! —demandó Anelía del otro lado—, esta es la parte más buena.

El momento de tensión se hizo fuerte y sin quererlo, ya había avanzado unos pasos hasta estar más cerca del televisor. La puerta fue abierta, y la pantalla de este se congeló cuando la madrastra, con una mano en la manilla, observó la escena con espanto.

—¡AHHHH! —gritamos las tres de la emoción.

Y entonces salieron los créditos.

—A ver, a ver, a ver. —Me levanté a discutir—. ¡¿Por que mierda tiene que acabarse en la parte más interesante de la novela?! ¡¿Ahora tengo que esperar dos malditos dias para ver la otra parte?! ¡Esto no es justo!

—Bájala por internet —dijo Rosalía.

—No le des ideas... —Anelía interrumpió—, capaz que gaste todo el internet hasta que no vea el final de la novela.

Es que es tan... romántica. Y linda. Y tierna. Y... Y... No sabría describirla con solo una palabra. Un romance tan apasionado, de miradas fugaces, un amor que no se apaga, como un fuego vivo en la oscuridad que lo ilumina todo. Me encanta cada segundo de esa novela.

—Menos mal que tú lo sabes —le respondí con ahínco.

—Ay no. Por favor, no te pongas a verla en toda la piyamada. Si la vas a ver, que sea cuando nos vayamos a casa —Rosalía imploró, juntando sus manos frente a ella.

Me causó mucha gracia y reí con fuerzas. Solo ver su cara de espanto hace que me de un ataque.

—Tranquila, que eso no pasará —le aseguré

—Gracias. —Soltó el aire que tenía contenido.

Una vez más hacíamos piyamada en casa de Anelía. No sabría decir qué número de piyamada era, pero sí que ha sido una en la que más activas nos hemos mantenido.

—¿Ya les conté lo que me dijo la profesora sobre Mateo? —indagué tímida, sacando basura imaginaria de mis uñas.

—No...

—Ay Anelía, déjame contarte sobre algo —Rosalía se destacó y toda mi atención recayó en ella—. Con el permiso de Lale, por supuesto.

—¿Qué cosa?

—De la pregunta que le hice a Mateo... —respondió.

—Ay mi madre. Bueno sí, díselo.

—¡Okey! —Rosalía se removió y miró a Anelia.

—¿Qué pregunta? —Anelía preguntó muy curiosa.

Tres Doritos después.

—Rosalía, te mato —dijo con cara de asesina.

—No, no, no, Anelía, tranquila. —Me levanté rápidamente y le aguanté por la espalda—. Tuvo mi permiso, yo le dije que lo hiciera.

—¿Qué?

—Pues sí. —Ella asintió—. Nuestra Lale y Mateo se están llevando demasiado bien que digamos. —El rostro de Rosalía estremadamente pícaro, no se pudo comparar con la cara de demonia de Anelía.

—Lale, suelta el pico. ¡Anda, escúpelo! —espetó.

—Ay mi madre...

Le conté todo y lo que me faltaba, Rosalía ayudaba con detalles. Al final, les conté a ambas lo que me había dicho la profesora, con la intención de que me dieran su opinión.

No sabía quién tenía la razón y quién no. Estaba dudando incluso de mí misma, y una tercera o una cuarta opinión nunca estaría de más.

—Bueno, yo no creo que te esté usando —dijo Anelía—. Concuerdo contigo. Puede ser que le resulte extraño que ahora anden juntos, pero es normal. Yo también me sorprendí de que estuviesen estudiando juntos, pero es un gran paso.

Y otro paso es sentarte sobre sus piernas.

LALEEEEE.

—Yo no opino eso —se destacó Rosalía y captó mi atención—, tampoco pienso tan radical como la profesora, pero sí digo que deberías tener cuidado. Puede que sea verdad que te esté usando, pues no puede ser que te preste toda la atención del mundo cuando necesita tu ayuda y que cuando ya solucionó sus problemas, no te mire a la cara. Ni un mínimo gracias.

—Pero chicas. ¿Acaso esto no es poco a poco? —expresé—. Al principio quería ir rapido y por eso nada me salió bien, pero ahora puede resultar. Estoy más cerca de él que nunca y le estoy conociendo partes que nunca imaginaba.

—Ay no, peligro —dijo Anelía.

—¿Peligro por qué?

—Solo lo digo, ten un poquito de cuidado.

No entiendo por qué me cuidan tanto, como si yo fuera un pedazo de cristal y él una bala en mi dirección. Simplemente, si yo soy la que se coloca como blanco de la bala, la que se arriesga soy yo, y la que va a asumir las consecuencias, soy yo. Nadie más.

¿Entonces por qué tanto miedo si ni siquiera están en mi lugar?

—Porque vemos cosas que tú no —dijo Rosalía—. Mateo tiene sus características y es un rompecorazones. Estamos cuidando el tuyo.

—¿Pero acaso no ven lo bien que me está yendo? ¿Y como me caigo y me vuelvo a recuperar? Voy a estar bien, tranquilas. Si ya me está dejando de gustar con lo que hizo hoy...

Las dos miradas se dirigieron hacia mí, casualmente cada una con una ceja enarcada.

—¿Qué?

Inquirí.

—¿O sea que acabas de decir todo esto emocionada, llevándonos la contraria con los consejos, y ahora dices que te está dejando de gustar? —Rosalía chistó—. Esa no te la crees ni tú.

—Confirmo.

—Es verdad.

Mentirosa. Siénteme, soy tu corazón y estoy latiendo más fuerte.

Anelía me miró con cara de caballo y estallé en risas, cubriéndome la cara con las manos.

—No te gusta, te encanta.

* * *

La tarde tan bonita al salir de la escuela me ha obsequiado una linda sorpresa. ¿Creen en la casualidad o en el destino? Yo creo en ambos, pero a veces se parecen tanto que me causan una confusión enorme.

Rosalía y yo nos despedimos cerca de la escuela, puesto que su casa quedaba bastante lejos de la mía y Gabriel me estaba haciendo compañía para subir a casa.

Hoy no fue un día de quedarnos después de clases, siento que es un día que no debo desaprovechar, y algo además de que pasos delante de nosotros estuviera el grupo de Mateo caminando, me decía que siguiera a mi corazón y saliera más temprano.

—¿Gabriel, nadie en el aula te ha molestado más? —dije, soltándome la trenza que tenía hecha, la cual estaba bien desgreñada.

—Sí, continúan —respondió causándome una gran sorpresa, provocamdo que la liga que tenía entre mis dientes casi se me cayera al suelo—, pero es algo que no se puede evitar.

La furia hizo que guardara la liga con fuerza en un bolsillo de mi camisa.

—Ay, ¿pero por qué son así la gente? ¿No pueden aceptarte tal y como eres? Oye, cómo les gusta opinar de la vida ajena.

—Ay niña, no cojas lucha, es algo que siempre pasa con nosotras —contestó y me guiñó un ojo.

Reírme fue lo que pude hacer, sustituyendo la rabia solo minúsculamente.

—¿Nosotras? —repetí.

Gabriel solo hizo lo mejor que sabía. Y yo, después de reprocharle que no era posible que cada minúscula cosa que suceda le provocara un ataque de risa, Carlos y Cloe, quienes estaban en el grupito frente a nosotros, se voltearon y nos miraron entre lo curiosos y lo espantados.

—Ya, ya Gabriel, para, que hay que prestar atención en la calle —traté de calmarlo y así sucedió, bueno... Luego de un largo minuto de espera.

Mis ojos se enfocaron en aquel chico de cabello oscuro sobresaliente, que discutía con Carlos y se reía, dándole en el hombro.

Hasta cuando camina es atractivo, por Dios. Es que es tan lindo...

—Se va a caer.

¿EH?

Cerré los ojos y los mantuve así por dos segundos, tomando aire. Cuando los abrí, encontré a Gabriel con una ceja enarcada.

¿Cómo logro que todo el mundo se dé cuenta?

—¿Quién? —me hice la desentendida, con la esperanza de que me hablara de mi mochila o de la liga, pero lo que me gané fue que reforzara aún más su ceja elevada.

—Mi abuela en Europa —espetó.

—¿Ah, porque tu abuela está en Europa? —dije con maldad, irónica.

Al ver sus ojos entrecerrados, no pude contenerme; lo risueña que nunca he sido, lo estoy siendo en este año.

—Cómo te haces la que no, pero al final sí. Hace falta que Damián pase por aquí para que te haga entender...

—Pss, hey. Ni lo menciones que capaz que se aparezca por aquí.

Es mejor precaver, no vaya a ser que la frase "más nunca se va a morir" haga honor a su nombre.

—¿Tú te imaginas que se aparezca? ¡Ay Lale!

Madre santa de los chicos lindos. Santa cachucha de la paciencia, bendíceme. ¿Por qué son así conmigo? ¿Qué le he hecho al mundo?

Caminamos y avanzamos, y ni siquiera me di cuenta. El grupito delante de nosotros había desaparecido de un momento a otro.

—¿Buscas a tu baby? —me molestó.

—¿Qué baby ni baby? Hazme el favor.

—Bueno, si acaso buscabas a tu baby alias "Mateo", acaba de entrar a su casa con todos sus amigos.

Solté fuertememte el aire por la nariz, para no matarlo. Al menos me dijo algo que me salvó de volverme loca buscándolo con la vista por todos los lados.

—Viste que sí lo buscabas a él.

—Shhh, cállate —dije, puesto que nos acercábamos a su casa.

Si era cierto que todos estaban ahí, era mejor ensayar la calma desde antes, pero no, Gabriel no sabía lo que era detenerse, ahí aprovechó para molestar.

Tuve que detenerme antes de llegar para advertirle, de que si hacía algo que me perjudicara le iba a dejar de hablar para siempre. Claro que siguió molestando, hasta que mis amenazas le hicieron entender... Un poco.

Me acomodé el cabello, mirándome en el celular que luego guardé. Tomé aire y caminamos hacia allá.

—¡Lale! —me detuve nada más escuchar la voz femenina que ya me resultaba conocida, desde adentro de la casa.

La madre de Mateo me sonrió desde la puerta de su casa y agitó su mano, saludándome.

—¡Hola! —exclamé.

Vaya, la suegra —susurró Gabriel.

—¿QUIÉN? —Clara y yo espetamos y lo miramos.

Te voy a matar, Gabriel.

Yo si lo entendí, lo que no sabia si ella también. ¡Que no lo haya entendido, por favor!

Enseñándole los dientes y pellizcando a Gabriel por la cintura sin que la mujer lo notara, mi mente estaba ansiándome que dijera algo para salvar mi dignidad.

Qué vergüenza.

—¿Cómo estás?

—Muy bien, mi niña. ¿Y tú cómo estás?

—Bien, gracias por preguntar —dije amable.

—Pasa, aquí están esta gente. ¡Mateo, Lale está aquí! —gritó y me paralicé.

Ahora se preguntará qué hago aquí. No, no, no, qué miedo.

—¿Lale? —su voz me erizó. Tenía ganas de moverme e irme corriendo, pero me ganaba la curiosidad de ver qué iba a pasar.

Mateo salió con el cabello revuelto, tan lindo que casi me da un ataque de nervios.

—Pasa, Lale —me dijo súper amable, causando mi sorpresa.

Uy —susurró Gabriel. Le pellizqué por la espalda y avancé hacia la puerta.

—Tu amiguito que pase también —me dijo Clara. Miré hacia atrás a Gabriel cuando ya tenía la puerta en la mano.

Los ojos de Gabriel se alternaron de mí a Mateo y entonces indagué a este último. Su mirada era de... ¿Negación? ¿Neutra?

—No, gracias, pero estoy apurado. Disfruta la tarde, Lale —agitó su mano y se dio la vuelta para caminar.

Me quedé viendo cómo se iba. ¿Tenía que detenerlo? ¿Tenía que irme con él?

—Entra, Lale —mi pensamiento cambió cuando noté a Mateo frente a mí, llevando su mano hacia la puerta que tenía sostenida.

Como una niña obediente, la solté y lo miré con una sonrisa luego de dar dos pasos. Decidí esperarlo para entrar juntos. Su caballerosidad me llevó a caminar delante de él y saludar a Clara con un beso y un medio abrazo que sentí fuerte por su parte.

—¡Qué bueno que te quedaste! Aquí eres bienvenida. —Me apretó la mano y sonreí. Las mejillas se me habían colorado.

—Ven, Lale, mi vida. Pasa —dijo Mateo.

Me giré hacia él y caminé. Entramos juntos a la sala. Ahí me encontré con un gran grupo de amistades, diría que había como 10 chicos sentados en todas las partes de la sala.

No entraba aquí desde la fiesta de Navidad, y estoy nerviosa por estar en su casa de nuevo.

Mateo se sentó y yo me dispuse a saludar a todo el mundo. A la vez que lo hacía, repasaba el lugar con la mirada, en búsqueda de un lugar para sentarme.

—Ven, Lale. —Mateo tanteó un lugar a su lado y sin pensarlo caminé hacia allá.

Me senté a su lado, los dos en un butacón. Se pueden imaginar cómo estabamos de apretados. Él me miró y yo a él, mientras me acomodaba nerviosa.

—Creo que no cabemos —dije.

Él se levantó.

No, no, no. ¡¿Para qué lo dije?!

—Acomódate, ahí Lale. —Estando él pie, me senté en el medio del mueble mientras la mirada me pesaba por todos los lados. Éramos el maldito centro de atención.

Y entonces, se sentó sobre mí

Como un niño pequeño que sacaba el celular para ponerlo en sus manos, encenderlo un momento y luego apagarlo.

La mirada radiante de Clara sobre mí y su hijo me hizo sonrojarme hasta los cabellos. ¿Qué estará pensando ella? Qué pena...

—¿Lale, estás cómoda? —preguntó Mateo.

Aunque estuviera lo más incómoda del mundo, le diría que sí; ahora que lo tengo aquí, lucharé por mantenerlo así de cerquita.

No te me vas a escapar.

—Sí, ni pesas —contesté.

Me recosté en el espaldar del butacón y él apoyó su cabeza en mi hombro.

Su nariz rozaba mi mejilla.

Miré a mis lados y la cara de Cloe merecía un premio, una foto y que la subieran a Facebook. El rostro de Carlos de picardía era para morirse y Clara, concentrada en nosotros, no sabía ni cómo se respiraba.

Perfecto, ahora nada puede empeorar. Mi sonrojo está al límite, Mateo respiraba prácticamente sobre mis labios y mi corazon estaba apresurado. Él lo estaba sintiendo de seguro.

Y justo cuando pensé que nada podría ponerse mejor, o más bien: peor, Damián se asomó por la puerta de la sala.

Y justamente sus ojos se fueron a enfocar en mí, y en Mateo.

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