Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 40: Ceguera de corazón.

CEGUERA DE CORAZÓN

Sentada sobre él, por un momento sentí como mi cuerpo se hacía cada vez más pesado. No quería levantarme, lo miré, aun riendo y este aflojó su agarre. Así fue como pude tomar el celular.

En pocos segundos pude notar lo incómoda que se había puesto la situación, especialmente por la reacción de Mateo, así que lo que mejor pude hacer fue levantarme lo más rápido posible e ir para mi silla.

<<Por Dios. ¡¿Pero en qué demonios estás pensando, tonta?!>> Me reprocha mi consciencia.

Un silencio adormecedor nos cubrió; quería hablar, quería decirle algo, pero no era capaz de mirarlo. Mis cachetes estaban ardiendo, no me atrevería a que me viera así ni siquiera en mis sueños.

—Bueno, ya tomamos un receso. Sigamos —traté de decir, pero mis nervios se salieron por mi voz entrecortada.

Respiraba y sentía su perfume. Con todo lo que podía, evitaba permanecer más de dos segundos con los ojos cerrados, sino me iba a concentrar de nuevo en su respiración y en su cercanía, y eso no podía ser.

Él seguía a mi lado.

Demostrar mucho era peligroso.

Pasaron las horas y apenas me di cuenta, se había hecho de noche. Aún no habíamos terminado.

—¿Dime, Mateo, qué te falta?

—Este ejercicio. —Lo señaló—. Me sigo equivocando.

—Ya te dije que para despejar la X tienes que dividir. —Le señalé las notas y él me miró con los labios hacia abajo—. ¿En serio? ¿Tengo que explicártelo de nuevo?

—Sí.

—Ufff... —resoplé, tomé la libreta y me incliné sobre él para explicarle—. Se pasa este número para la derecha con la operación contraria. —Mientras, escribía en sus notas. Mi corazón latía fuerte al sentir su respiración en mi cuello.

—Sí.

Me separé lentamente.

—Ahora hazlo tú. —Tomé el lápiz y se lo coloqué en la mano—. Te veo.

—Pero no me mires, que me pones nervioso —espetó.

¿Ay? ¿Lo pongo nervioso?

Hmmm...

—Okey, no te miro. —Giré la cabeza hacia el otro lado y así esperé como 2 minutos.

—Ya lo hice —dijo con una voz de niño pequeño.

Me volteé riéndome y agitando mi cabeza hacia los lados. Tomé sus notas y observé el ejercicio. Mientras, notaba como me miraba con una sonrisa.

—Todo perfecto.

—¡SOY LA BESTIA!

—Menos... —Tomé el lápiz, notando un pequeño error y apagando su ego por un momento, cuando me miró con los ojos como platos—. Este de aquí.

—Ah, uno nada más —chistó y me sonrió—. No puedes negar que aprendí rápido.

—Aprendiste rápido, sí, pero cuidado con esos errorcitos.

—Mañana en la prueba no voy a tener errores, verás —exclamó y se levantó de la silla, buscando su teléfono y mirando la hora—. Me tengo que ir ya.

—¿Ya? —exclamé sin pensar, para luego arrepentirme.

—Sí, ya es tarde.

—Bueno, te acompaño.

Mateo se despidió de mi mamá quien salió de la habitación solo para eso. Insistió en que Mateo se quedara a cenar, pero él se negó diciendo que había molestado suficiente.

¿Por qué tiene que ser tan cortés ahora? Yo quería que se quedara...

Avancé con él hacia la puerta y antes de marcharse, se volteó para darme un beso en la mejilla.

—Millones de gracias, Lale. Te debo un mundo entero —dijo—. No te imaginas cuánto me ayudaste.

—No me cuesta nada hacerlo —le sonreí, y cuando se separó de darme el beso en la mejilla, me di cuenta que nuestras manos estaban entrelazadas, las cuales se fueron deslizando por a poco, como el agua por las piedras del río, hasta que no quedó contacto alguno.

—Nos vemos.

—Nos vemos, y que salgas bien mañana —exclamé y Mateo agitó su mano en el aire.

Di pasos hacia adentro, pero no fue hasta que no dejé de verlo que no entré a casa. El problema era mi mamá, quien estaba adentro de brazos cruzados.

—¿Tú y Mateo... —comenzó y me paralicé—, hay algo entre ustedes?

—¡¿Qué?! Pfff, no, mamá. Por favor, ¿de dónde sacas esas ideas? Voy a bañarme.

Avancé para huir de ella antes de que la coraza de hierro que estaba armando se desmoronara y ella acabara por notar mis sentimientos.

—Pero no te vayas, que estoy hablando contigo —me detuvo.

Ay mi madre. ¡No puedo con esto! AYUDAAAA.

—Pero a ti te gusta Mateo, se te ve en la cara. —Una punzada me llegó al corazón y me lo heló.

—No, no, no, a mí no me gusta Mateo, para nada —dije rápidamente—. Él es solo un compañero de aula.

—Ah pues mira, que me gusta él para que sea novio tuyo —confesó.

¡¿QUÉ?!

—Mamá... Pero a mí no me gusta él.

Que me crea.

Que me crea.

—Hmmm. Miénteme que me gusta.

—Me voy a bañar. —Me di la vuelta, hecha una bola de nervios. Ya no podía soportarlo más.

Por una vez más. ¡¿QUÉ ESTÁ PASANDO CON EL MUNDO?!

Aún tengo que estudiar para la prueba de mañana, así que no puedo perder más tiempo.

Me siento feliz porque Mateo dejó que yo hiciera algo por él y con el hecho de que mañana se sienta agradecido, para mí es suficiente.

* * *

Al terminar la prueba de Matemáticas, salí dejando en el aula a una persona que había sido foco de mi vista por un largo período de tiempo antes de que sonara el primer timbre, mientras esperaba. Aún Mateo estando adentro, desde la ventana lo veía inquieto, desde lejos, los profesores que estaban de guardia cuidando de que los alumnos restantes no cometieran fraude, no me dejaban acercarme.

Rosalía también permanecía dentro; no, ya no lo estaba. Ahora mismo estaba saliendo por la puerta y avanzando hacia mí con la mochila entre sus manos.

—¿Cómo saliste? —pregunté avanzando hacia ella.

—Creo que bien. ¿Qué pusiste en la pregunta 3? En el tercer aspecto —inquirió, un poco preocupada.

—Emmm... Daba 3X como respuesta —dije pensativa.

—¡Carajo! —dio un pisotón en el suelo y luego una vuelta, para volver a quedar frente a mí.

—¿Qué pasó? ¿Te equivocaste?

—Si... —lloriqueó—. Pero lo que me da cosa no es eso, sino que lo tenía bien. —Colocó su mano sobre su labio inferior. Su pie parecía un terremoto en el suelo.

—¿Y por qué lo cambiaste? —demandé, cruzándome de brazos.

—Porque estaba insegura.

—¿Qué hablamos de tu inseguridad, Rosalía?

Esto es un clásico de todos los exámenes.

—¡Ay! ¡Lo sé, lo sé, no me reproches que ya tengo suficiente! Ufff, espero que sea lo único en que tenga un error. —Agitó su muñeca y miró el reloj de estaba en ella, para luego alzar sus ojos—. ¿Nos vamos?

—No, yo me quedo. ¿Por qué tan rápido?

—Ash, es que tengo que tengo que ir a una consulta médica y mi mamá me dijo que no saliera tarde.

—Bueno, dale, ve. Yo me quedo aquí con Gabriel y la profesora. —Le sonreí y le coloqué la mano en el hombro—. Ve.

—Pues tendré que irme. No quería dejarte sola, pero veo que tienes compañía

—Sí, no te preocupes.

Me despedí de Rosalía y ella se marchó un tanto apresurada. Solo me quedaba esperar a Gabriel aquí afuera, por lo que permanecí quieta, recostada sobre la pared del pasillo frente al aula.

Por la puerta salió Cloe hablando con Vanessa, cargando sus mochilas y guardando sus portaminas y gomas. Cloe agitó la mano, como saludándome, y yo le respondí con una sonrisa incómoda. Vanessa ni siquiera se molestó en mirar, pero no me interesó en lo absoluto.

Mi vista se concentró en un chico que andaba inquieto allá adentro. Mateo no dejaba de mirar a los lados. No puedo creer que después que ayudarlo tanto a estudiar, las dudas lo hayan vuelto a atacar.

Mateo es así, por un momento entiende las cosas, pero luego se le olvida con tan solo dos palabras que le cambian. Él y muchos otros por igual, lo que pude enfocarme a la vez que estudiaba junto a él.

Sinceramente, no sé para qué me engaño. No estoy esperando a Gabriel, lo que me tiene aquí parada es Mateo y su demora.

Necesito saber cómo fue que salió.

La profesora se detuvo en la puerta a la vez que salía un grupo de 5 alumnos.

—Lale —me dijo—. ¿A quién esperas?

—Me voy a quedar aquí con Gabriel.

—Pero Gabriel ya salió —comunicó.

—¿Eh? —pregunté confusa.

—Sí, creo que fue a comprarse algo para comer y luego venía.

Ni me había dado cuenta de que Gabriel había salido.

—Lo espero aquí entonces, y a usted también.

—Solo queda Mateo aquí adentro —comunicó y el solo escucharlo, me impactó.

Qué puntería...

¿Solamente él?

De repente me encontré con su mirada por la puerta. Ansiaba una ayuda y yo le abría los ojos cuando la profesora no me veía. Sin embargo, no logré entender nada de lo que quería comunicarme.

La profesora se alejó un poco del aula.

—Solo queda él dentro, así que no hay mucho peligro de fraude —dijo y se acercó a mí.

Se colocó a mi lado. Yo miraba hacia adentro y nuestras miradas, la mía y la de Mateo, se cruzaron.

—¿Qué le faltará? —pregunté.

—Creo que una pregunta —confesó.

Hice una mueca y la miré como cachorrito.

—¿Y no le puedo ayudar?

¿En qué nivel estoy yo pidiéndole esto a una profesora?

—No, Lale, la prueba es de Mateo. Él tiene que hacerlo solo.

—Es que yo lo ayudé a estudiar —me excusé rápido, con la esperanza de que me dijera que sí—. Me siento culpable de alguna forma de que esté así.

—Si lo ayudaste, es suficiente para él, pero el examen lo tiene que hacer solo —su voz fue interrumpida por el sonido de una silla moverse.

Mateo se levantó y llegó a la puerta con el examen. La profesora avanzó hacia él para recogerlo y yo caminé tras ella, más bien para hacerle preguntas a Mateo.

—¿Ya?

—Sí —le respondió, y esta vez fue mi turno de acercarme a preguntar.

—¿Qué te pasó que te demoraste?

—La pregunta 3 que estaba súper difícil —dijo tomando su mochila. Entré al salón de clases tras él—. Dejé una gran parte en blanco.

—Pero, Mateo, si yo te ayudé bastante con eso...

—Ese es mi punto débil, Lale, lo sabes. Sabía que me iba a equivocar. —Se colocó la mochila al hombro—. Me voy, nos vemos.

Y con eso desapareció por la puerta, dejándome a mí y a la profesora a solas.

¿Fue idea mía o Mateo estaba tan preocupado por no responder un ejercicio que ni siquiera me prestó atención? Quiero imaginar que fue por eso.

Porque no quiero pensar que después de todas las horas estudiando con él hasta la noche, no me diga ni un gracias y si acaso no quiera pasar un pequeño rato conmigo luego del examen.

—¿Viste a quién querías ayudar? —dijo la profesora—. No quiso ni hablar contigo. Se volteó y se fue sin más.

Me mordí el labio aun mirando la puerta, y tragué saliva. Me di la vuelta para mirarla a unos pasos lejos de mí.

—Estaba triste, es normal que su mente no piense en eso —lo defendí.

La profesora me lanzó una mirada que no comprendí muy bien. Era un poco asesina y enfadada, pero a la vez como si no creyera lo que había dicho.

—¡¿Cómo lo vas a defender aún después de que ni siquiera te agradeciera?! Lale, por favor, reacciona.

—¿Por qué?

—¡¿Cómo que por qué?! —se estresó y me causó gracia, gracia que estaba camuflando una decepción muy grande a la que me querían afrontar, pero que mi cerebro bloqueaba—. No, no te rías que eso no da gracia... Lale, Mateo te está utilizando para sus cosas, y cuando ya no te necesita, se va.

—Profe, no diga eso de él. Él no es así. Ya le dije que seguro estaba aturdido por la prueba y lo entiendo. Ya me agradecerá.

—No lo justifiques —sentenció, llegando a lo molesta, sin embargo no me daba miedo.

Era la primera vez que me mantenía tan firme con lo que decía.

—No lo justifico, solo digo la verdad.

—Estás ciega. Es verdad que ojos que no ven, corazón que no siente, pero la ceguera tuya es demasiado.

—Profe...

Me seguía riendo, pero a medida que ella iba diciendo esas cosas, en el fondo me las creí, y me dolió hacerlo. Pero... no todo puede ser así, Mateo no es tan mala persona ni tan interesado. No lo conocen bien, no entiendo por qué lo juzgan.

—Ya yo te dije cómo son las cosas —dijo lentamente y una punzada llegó a mi corazón—, es tu decisión hacerme caso o no. Te está utilizando y te estás dejando utilizar. Te lo dejo a tus entendederas.

—Tal vez es que no estamos acostumbradas a que Mateo y yo pasemos el tiempo juntos, lo digo porque yo tampoco lo estoy y tal vez eso a usted le parece raro, y por ello desconfía.

—Andan juntos solo cuando él te necesita. Cuando no, Lale no existe. Ya te darás cuenta y abrirás los ojos. Ya yo cumplí con mi labor de advertirte, el resto queda por ti. —Y así fue como dio su última palabra.

No, no podía ser. Seguía siendo falso. Ya se sabrá la verdad al final, veremos quién tiene razón y espero que lo que yo creo no me defraude.

—Llegó Gabriel.

Me volteé y lo vi entrando y riendo con un bocadillo en sus manos.

—¿Ya merendaste? —inquirí con una ligera sonrisa.

—Sí, este es el segundo pan que me como en el día, ¡ja! —dijo Gabriel comenzando a soltar una de sus tan normales carcajadas.

La profesora y yo solo pudimos mirarnos y sonreír.

Este no tenía remedio.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro