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Capítulo 36: Rumores de Mí.

A veces pienso que el tiempo es eterno, que me voy a pasar toda la vida con las mismas amistades y en las mismas circunstancias. Ya veo que no es así, cuando cada arena cae del reloz simboliza un segundo menos del dia para después colocarlo de cabeza para contar un día nuevo en esta tierra.

Mi reloj estaba a punto de ponerse de cabeza. Lo dejé correr, lo dejé gastarse como si fuera eterno. Ahora comprendí que no. Esta escuela se va a acabar en algún momento y cuando eso pase, todos los sueños que tengo en mente caerán al precipicio.

O eso creo.

El día de hoy ocurrió algo extraño, desde que puse un pie en la puerta las personas me miraban sonrientes, a mí. Sí, a mí, incluso me volteé para comprobarlo al entrar por la puerta de la escuela.

Era mucha casualidad que justamente hoy decida todo el mundo ser diferente conmigo. Vuelvo y repito, esto está raro.

Al entrar en mi salón de clases, habían pocos de mis compañeros en su interior. La única con la que me podía relacionar bien fue con Jessy, puesto que ni Rosalía, ni Gabriel, ni Daniel habían llegado.

—¡Hola Lale! ¿Estás contenta? —me sonrió antes de saludarme a lo que yo quedé confundida.

—Eh... ¿Contenta por qué? ¿Hay algún motivo para estarlo?

—No lo sé, dime tú —se encogió de hombros y su risita me incomodó un poco puesto que no entendía nada.

—¿Qué quieres que te diga?

—Nada, es que estaba buscando a Mateo y quería saber si tú sabías dónde estaba —soltó e inmediatamente di dos pasos hacia atrás. Se me olvidaba que no estaba Rosalía para aguantarme.

—¿Y por qué yo tengo que saber dónde está? —pregunté seria, entre asustada y curiosa.

Ella simplemente se encogió de hombros.

—¿Él no es amigo tuyo?

—Pues si pero...

—¿Entonces dónde lo dejaste? —espetó y me quedé helada. ¿Qué tenía ella? ¿Acaso estaba loca o se sentía mal?

¿Cómo que dónde lo dejé? ¿En qué momento yo he llegado con Mateo a la escuela?

—Okay, olvídalo —dijo y se calló simplemente. Mi cabeza estaba aturdida, así que lo dejé pasar puesto que ya me prometí que no me iba a ilusionar más.

Ya no más.

Estaba muy tranquila parada en la puerta esperando que Rosalía llegara cuando Vanessa pasa por mi lado y me toca el hombro. Yo me volteo a saludarla, pero antes me interrumpe.

—Hola, Lale —me sonríe—. Emm, oye, le traje una cosa a Mateo que me pidió para un trabajo pero ahora yo tengo que salir. ¿Se la puedes dar por favor? No sé con quién más dejárselo y más que tú eres aquí la única responsable. ¿Puedes...?

No me lo podía creer. ¿Acaso estaban jugando conmigo?

La verdad no me costaba nada.

—Si, cla...

—¡Gracias! —sacó una carpeta de su mochila y me la dio rápidamente a lo que tuve que capturarla para que no se me cayera al suelo—. Es muy importante, si no se lo das suspende. La profesora dijo que se lo entregara a primera hora, por favor, nada más llegue dáselo.

—No hay problema, nada más llegue se lo doy —asentí colocandolo mejor en mis manos.

—Dale, gracias, yo sé que tú lo quieres.

¡¿QUÉ?!

—Ehh... Vanessa... —murmuré pero al parecer no me oyó pues ya se encontraba un poco lejos de mí.

La chica se volteó y luego salió del aula. Un poco impactada me dirigí a mi puesto a colocar con cuidado la carpeta en mi mesa en un lugar donde estuviera a salvo.

¿Yo sé que tú lo quieres?

¿Pero qué está...?

—Buenos días.

—¡Mierda! —brinqué y al darme la vuelta Rosalía me miraba estupefacta—. Perdón, perdón, buenos días.

—¿Y ese nivel de alteración tuyo a nivel de la mañana? —inquirió.

Ay Rosalía, siéntate que te caes.

—Es que desde que entré cada que saludo a alguien me saca el nombre de Mateo —susurré y sus ojos se abrieron más de lo que estaban.

—¿Y eso?

Me encogí de hombros y levanté las palmas de mis manos hacia arriba.

—Está raro o es que tienes muy mala suerte hoy, Lale —se rió Rosalía y mis ojos se achinaron. La mera idea de darle con la carpeta se me pasó por la cabeza, pero me detuve nada más la tuve entre mis manos—. ¿Y eso de quién es?

Su mirada estaba gacha, lentamente la seguí hasta toparme con la carpeta azul que tenía entre mis manos.

—Este... De una gente que se lo tengo que dar. —Mentí, solo en esa parte. No, no mentí, solo oculté información.

Claro que ella no me lo iba a dejar pasar.

—¿A quién? —Alzó su ceja a la espera de mi respuesta. Mi silencio fue culpable y mi sonrisa igual, no entendía por qué diablos lo hacía así mi cuerpo, pero ella lo supo enseguida—. ¿A Mateo?

Su susurro fue confirmado con mi sonrisa. ¿Acaso puedo ser más tonta?

—Sí, a él mismo.

—Ohhh...

Y así fue como su expresión facial se volvió de una curiosa a una totalmente maliciosa.

—¿A Mateo eh...?

—Basta.

—Uy.

—Rosalía...

—Okay, okay, pero recuerda que es mejor que te moleste yo con eso a que te moleste otra gente. Yo soy la única que legalmente está autorizada para molestarte con el amor de tu vida, ¿okay?

—Ja. Con el amor de mi vida —repetí y reviré mis ojos.

—¿Al amor de la vida de Lale? Aún no ha llegado. —Salté cuando una voz proveniente de mis espaldas me hizo voltearme.

Ahora sí me estaba asustando y mi corazón estaba preparando los tambores para comenzar esa rumba en mi pecho que me llenaba de sensaciones nerviosas.

Carlos, el mejor amigo de Mateo, estaba detrás de mí, sorprendiéndome por completo.

—¡Ja, ni que tú supieras quién es! —Rosalía le respondió por mí cuando yo me quedé un poco perpleja.

El chico alzó su ceja y me miró pícaramente.

—Eso creen ustedes, yo me las llevo todas —dijo y yo me reí.

Uno más no me va a hacer pasar por tonta, ni siquiera hemos mencionado nombres.

—¿Ah sí? ¿Y se puede saber cómo "lo sabes"? —hice comillas con mis dedos del medio e índice—. Que yo sepa, yo no he mencionado nombres aquí, y Rosalía mucho menos.

Sin embargo, él se rió.

—Sí, pero yo lo sé hace rato, lo que ahora es que está saliendo a la luz.

Ay mi madre.

Miré a Rosalía en busca de ayuda. Ahora me estaba haciendo dudar.

—A ver, di quién es y ella te dice si es ese o no. Tal vez tienes una idea equivocada de quién puede ser. —Rosalía propuso y me dieron ganas de matarla. Capaz que sí lo sepa y lo suelte aquí delante de todos.

—No, no lo voy a decir.

—¡Pero es para comprobar si sabes quién es! —Rosalía chilló y dio un pisotón contra el suelo.

Carlos me miró mi cara de asesina en próximos minutos y el miedo amenazó un poquito sus intenciones.

—Está bien, pero te lo voy a decir a ti. A Lale no —confesó.

¿Y por qué?

—Está bien —Rosalía asintió y él se acercó a su oreja para susurrarle. Cuando se separó, Rosalía gritó y se tapó la boca.

Ay mi Dios.

Entonces Carlos se alejó, dedicándome una sonrisa torcida.

—Lale... Él lo sabe —dijo ella.

—¡¿Me lo estás diciendo en serio?!

Okay, aquí es cuando me vuelvo a morir.

—Muy en serio, él lo sabe y dice que no es el único. Hay más gente con el chisme.

—¡¿Cómo que chisme?! —pregunté estrepitosamente, aunque sabía que lo que venía era una bomba atómica.

—Sí, chisme —articuló y me dejé caer en la silla más cercana a mi cuerpo—. Y el problema mayor es que, si lo sabe Carlos y casi media escuela, Mateo no tardará en enterarse —confesó y yo grité, tapándome la boca—, y seguro que lo hace hoy.

Volví a gritar y los nervios me impulsaron a caminar entre las mesas, como mismo lo hice en mi cuarto, en la mañana del sábado, al recibir el comentario de Facebook.

—No me pongas más nerviosa de lo que estoy —le rogué.

—Perdón.

Alguien me tocó el hombro, parece que el destino no quería que dejara de estar nerviosa, él declaró hoy "el Día Oficial del Nervio de Lale" cuando me encontré con su cara sonriente.

—¡Buenos días, Lale de mi corazón! —dijo Mateo y me dio un beso en la mejilla.

Rosalía chilló y yo me tensé.

—Buenos días, Mateo.

—Creo que estás con algo mío entre tus manos —soltó una risita nerviosa. Esperen, ¿acaso tomé su mano y no me di cuenta?

Bajé a mirar y la suya estaba lejos. No vaya a ser que inconscientemente haya dejado cautiva su mano entre las mías.

—¿Qué tengo? —inquirí confusa.

Él se llevó la mano a la cabeza para rascarse. Observé el movimiento hasta que la dejó caer y se aclaró la garganta con una sonrisa.

—Ehh... Lale, la... Carpeta. Vi a Vanessa afuera y me dijo que la tenías tú.

Ah claro. ¿Cómo pude olvidar la carpeta? Claro, es que mi mente hace corto circuito cuando me lo encuentro de repente.

La tomé y mis manos estaban temblorosas. ¡Cálmense ya, no sean tan malas que él me está mirando!

—Ah, aquí la tienes —la extendí hacia él.

—Graciasss —la tomó y me sonrió de labios cerrados.

Yo sé lo que viene ahora, ahora él se va a voltear después de decirme algo que me va a dejar loca y cuando me de cuenta, él desapareció, como siempre. Solo era cuestión de segundos para que sucediera.

—Voy a entregar el trabajo porque sino estoy suspenso en esto —dijo.

Y así pasó, se volteó rápido y se dirigió afuera.

Ya no tiene remedio. Alcé y bajé mis hombros y Rosalía estaba moviendo lateralmente su cabeza.

—Es un caso social —dijo, refiriéndose a Mateo.

—Seguro te dio la impresión de que se iba a quedar aquí.

—A decir verdad la desilucionada fui yo. Pero no te preocupes, seguro él viene después, como dijo está apurado que va a suspender —Rosalía intentó aliviarme un poco, sinceramente ya me estaba acostumbrando a Mateo.

No le podía poner una camisa de fuerza para que se quedara a mi lado. Yo no soy ese tipo de persona.

—¿Cómo estás tan segura?

—¿Qué hablamos de las inseguridades? —dijo y permanecí en silencio esperando a que continuara—. Ahora voy a comprobar una cosa para poder actuar.

—¿Qué vas a hacer?

Cada vez que siento una pizca de misterio en lo que se refiere a mí y mi enamoramiento, me pone los pelos de punta.

—No te voy a decir, pero si resulta, le voy a preguntar si quiere estar contigo directamente.

—¡¿QUÉ?! —chillé—. No, no, Rosalía tienes que decirme. No vayas a meter la pata, por favor.

—¡Ay Lale estate quieta! —dijo mirando hacia la puerta dando la casualidad de que al voltearme Mateo venía entrando al aula, y lo primero que enfocó fue mi mirada—. Paso uno, completo.

—¿Qué? —repetí para ella. No estaba entendiendo nada mientras se comenzaba a reír.

Sentí una silla moverse y entonces, para mi tremenda sorpresa, Mateo se sentó al lado mío.

—Paso dos, completo.

—¿Qué cosa? —Mateo inquirió ante lo que dijo Rosalía.

—No le hagas, caso —di una falsa sonrisa para tapar mis nervios—. Está loca.

—Jajaja, ay mi madre, las dos están locas.

—¡¿Yo?! —me señalé— ¿Por qué yo?

—Porque si, porque estás loquita y quiero decirlo —cerró sus ojos algo arrogante y luego los abrió para reirse—. Mentira mi vida, no me hagas caso.

¿Mi vida?

Mi vida, ohh.

Tú quieta que hasta ahora no te habías reportado.

—¡Te salvaste! —hice la misma mueca que él y luego añadí—. Aunque sí, debo admitir que estoy un poquito loca.

—Por ti —murmuró Rosalía desde atrás.

—¿Ehhhh? —Mateo y yo dijimos a coro, a tal punto que nos miramos y sonreimos. Rosalía rió.

—Nada, nada, cosas mías.

Te voy a matar, hija de tu madre.

Suspiré profundo y miré al frente. Mateo estaba enfocado en mí, tanto que cuando me encontré con él, comenzamos una batalla de miradas de la que no me pude separar. Una fuerza que venía más de él que de mí me tenía atrapada. Sus ojos color café se volvieron más oscuros.

Hasta que fuimos sorprendidos por el flash de una foto.

Mierda.

Damián y la profesora Beatriz estaban mirando un celular que traía el primero en sus manos, sonriendo la última con ternura y el otro con deseos de hacerme la vida imposible.

De hacernos la vida imposible.

—¡Qué parejita más linda hacen! Esta es la foto de la boda.

—¡DAMIÁN! —grité y por instinto me levanté, con la casualidad de hacerlo a la misma vez de Mateo, para ambos dirigirnos hasta él a deshacernos de esa foto.

Una vez llegamos, los dos tratábamos de quitarle el dispositivo.

—Damián, oye, no te pierdes ninguna —dijo Mateo, intentando tomar el teléfono de una de las manos del profesor, quien lo esquivaba a toda costa.

—No hay nada que yo no me entere, Mateo. Algo me decía que viniera a esta aula, pero yo no sabía qué era. Y cuando veo... ¡Ay mi madre! —Comenzó a reírse y yo me ponía del lado contrario de Mateo, por si él no lograba tomar el teléfono, lo hiciera yo por el otro lado, pero por más salto que daba, era imposible. La mano de Damián estaba sobre su cabeza, lo cual era muy alto para mí—. ¡Esta foto es para que la vean sus hijos y vean cómo sus padres estaban enamorados en la secundaria!

—Enamorados ni enamorados. ¡Dame acá ese teléfono! —dije y salté, pero él esquivó mi mano—. Mateo, hay que trabajar juntos. Sujétale la mano y yo atrapo el teléfono.

—¡Buena idea! —asintió y saltó para cumplir conmigo. Sonreí.

—¡Trabajando juntos y todo, así se empieza, pero van a tener que trabajar juntos en otra cosa porque esta foto se queda en mi teléfono!

—¡Nooooo! —dijimos los dos, sin embargo Damián caminó lejos de nosotros para entregarle el celular a la profesora, quien lo tomó con una sonrisa.

—¡Que no te lo quiten que tengo que ir a dar clases! ¡Cuídala, que esa es la foto de la boda! —le dijo a la profesora.

—Tranquilo, que conmigo está a salvo —dijo ella y lo guardó en su bolso.

—¡Profe, no sea cómplice! —le dije.

—¡No le haga caso a Damian! —continuó Mateo.

—Vayan a sentarse los dos que es lo que tienen que hacer —dijo con una sonrisa altanera, y achiné los ojos.

—¡Pero...!

—Si se sientan no le enseño la foto a nadie.

Y como si los dos estuviésemos conectados, corrimos hasta los asientos en los que estábamos antes. Rosalía estaba muerta de la risa, Gabriel también, Mateo estaba colorado y yo estaba segura que parecía un tomate.

Espera... ¿Mateo colorado?

—Lale —me llamó—, tenemos que trabajar juntos en esto. —Me extendió la mano como si habláramos de un nergocio.

—Trato hecho. —La tomé y apreté, estableciendo un lazo común para lograr un mismo objetivo a futuro—. ¡A la carga!

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