Capítulo 32: Aceptar las diferencias.
La campana de la escuela dando el aviso de la salida para casa a los alumnos que no teníamos que regresar hasta el día siguiente acababa de sonar, ocasionando que el rebote de su sonido levtara a todos de sus sillas como si fuese un simulacro. El ruido del timbre se mezcló por el de las sillas y mesas siendo arrastradas por el suelo.
Miraba a Rosalía quien se quedó sentada en el asiento de mi lado, si, porque al final la profesora me comprendió y me quitó a Daniel de al lado. Ella y yo sabíamos que todo ese alboroto sería apagado en 3, 2, 1.
—Bien, vuelvan para sus puestos que aquí nadie sale —la profesora se apareció por la puerta y colocó las manos en cada extremo.
—¡¿Por qué?! —espetó Cloe con la mochila en la mano.
—Porque voy a tener una charla muy seria con todos ustedes —contestó la profesora.
—¿Pero ahora, a la salida? —volvió a preguntar ella esta vez más desesperada.
—Si, Cloe. ¿Por qué? ¿A quién tienes que ver?
—¡Profe, es que mi novio me está esperando! —exclamó con súplica extendiendo cada una de las vocales, a la vez que en su rostro se reflejaba un puchero que aunque para algunos era tierno para mí era un descaro.
—Tu novio puede esperarte, Cloe. Dile que si quiere hacer eso contigo tiene que esperar por ti —zanjó la profesora y me dejó con la boca abierta.
—¡Pero profe! —dijo Cloe sorprendida. Toda el aula empezó a gritar y a asombrarse con lo que había dicho la profesora. Yo no dejaba de reír, y para mi sorpresa Cloe se dio media vuelta y se sentó riéndose.
Nos extendimos conversando y riendo hasta que llegó el momento de que alguien nos pusiera un freno.
—Espero por ustedes —dijo e hicieron silencio algunos, otras vocecitas seguían saliendo—, espero —repitió.
Hasta que por lo menos el 99% de las voces no se sintiera, la profesora no se dignó a hablar. El aula había quedado en total silencio, entre miradas curiosas por la "conversación" repentina a hora de salida.
—Bien, los reuní aquí porque quiero hablar con ustedes bien serio. Yo sé que son buenas personas todos, son niños buenos, algunos con sus diferencias pero que siguen siendo especiales. Y yo quiero que esto se mantenga hasta ahora, yo quiero que esa unidad que hay en este grupo no se quebrante con nada ni por nadie.
La profesora hizo silencio y miró hacia atrás por un momento. Pude localizar a Gabriel que unia las palmas de sus manos y las frotaba constantemente: estaba nervioso, ansioso; y también a Daniel, que era el más cercano a la mirada de la profe. Este mantenía su cabeza gacha y estaba concentrado en sacarle punta a un lapiz.
—¿Qué pasó profe? —preguntó Vanessa.
—Ahora voy —dijo, tomó cinco segundos y luego habló—. ¿Alguien sabe lo que significa la palabra "discriminación"?
Toda el aula se quedó en silencio.
Rosalía y yo intercambiamos miradas, nos mantuvimos calladas. Yo levanté la mano pensando tener algo en mente.
—Dime, Lale.
—Es como que la actitud malvada de ciertas personas con respecto a la forma de ser de otras, debido a que no le guste una parte de su cuerpo o su forma de ser, pienso yo —callé y la profesora asintió. La mirada de Mateo se detuvo en mi unos segundos y luego la desvió, también lo hice.
—Quiero ver otras opiniones —dijo la profesora.
Silencio de nuevo. Entre muchas manos se levantó la de Jessy, la profesora la señaló con el mentón.
—A ver, profe. Yo pienso lo mismo que Lale pero yo no entiendo cómo es posible que existan personas en el mundo que en vez de enfocarse en ellos mismos, se quieran enfocar en los defectos de los demás y hacerlos sentir mal por eso, porque que yo sepa en el mundo no hay ni buenos buenos ni malos malos. Siempre va a haber algo que los asocie con el otro lado —Jessy dio una respuesta más poética que la mía, y me encantó la forma en que lo dijo.
Asentí y miré a Rosalía con aceptación, compartiendo criterios con la mirada.
—Muy correcto y muy bonito lo que dijo la muchacha —asintió Nora y volvió a mirar al público.
—Yo profe —dijo Vanessa con la mano en alto y con el celular en la otra.
—A ver dime.
La chica comenzó a leer.
—Discriminación: Nombre femenino. Trato diferente Y perjudicial que se le da a una persona por motivo de raza, sexo, ideas políticas, condición social, etcétera.
—Muy bien, Vanessa. Pero para la próxima me lo dices con tus palabras, no me lo busques más en el teléfono —sentenció y la chica la miró con una ceja alzada. A los dos segundos, estaba de nuevo con la vista en el teléfono.
Qué cosas.
—¿Nadie más quiere hablar? —miró a todos los lados. Más nadie levtanba la mano, Mateo miraba a todos los lados para que no lo mencionaran, pero la profesora tenía su vista en los últimos puestos—. Me gustaría cerrar con la opinión de Daniel.
Rosalía me sujetó la muñeca con rapidez al igual que giré mi cuello, abrimos los ojos como platos y nos miramos por cinco segundos. Después miramos hacia atrás.
—¿No quieres hablar?
Daniel negó.
—Esa es tu evaluación —dijo la profe. Él volvió a negar como si nada le importara—. Bien, está afectada.
El solo alzó y bajó sus hombros.
—Ahora me toca a mí. —Tomó aire por unos segundos y luego nos miró dispuesta hablar—. La discriminación es una de las ofensas más dolorosas que puede recibir una persona, ya que causando algo que no puede controlar, termina siendo juzgada por una o por varias. Imagínense que por nacer en un determinado lugar, ustedes no puedan ir a la escuela hoy; imagínense que, por ejemplo, las chicas por tener el cabello demasiado corto o los hombres por tener el cabello demasiado largo no lo acepten sus amigos, ni su familia. ¿Es duro, verdad?
Todos asintieron y la profesora continuó hablando.
—Me gustó mucho la última parte que leyó Vanessa, donde menciona los diferentes tipos de discriminación —Tomó una pausa—, pero me parece que no mencionó una muy importante, en la que en la adolescencia, ustedes tienen que aprender a no caer en ella, porque en esta etapa es cuando se empiezan a conocer ustedes mismos... No hablo más que de la discriminación por orientación sexual.
El ambiente se tornó tenso y todas las personas que estaban en esa aula, se miraron inquietos.
Yo estaba tranquila, no entendía por qué se ponían así. ¿Acaso era que todos pensaban igual a Daniel?
—Esos son los maric... —la profesora interrumpió a Mateo.
—¡¿Qué ibas a decir?! —regañó en alta voz—. La palabra correcta es homosexual, ¡que no se te olvide! Las orientaciones sexuales son: heterosexual y homosexual. Heterosexuales son las personas que le gustan su sexo contrario y homosexual la persona que le gusta su mismo sexo.
No sé porqué motivo todos miraron hacia donde estaba Gabriel. ¿Tanta fama tenía él y yo no me había dado cuenta?
Es que tú vives en el limbo también.
—He visto a muchos que los discriminan cuando ellos también son seres humanos igual que todos. —Había gente en el aula que hacía muecas ante lo que se estaba hablando—. Que sean diferentes, no significa que sean monstruos; y ellos no son los de problemas, los del problema somos nosotros que tenemos que aprender a aceptarlos tal y como son.
Otros segundos en silencio, los que estaban haciendo muecas lo dejaron de hacer. Su cara se tornó totalmente seria. Ahora mis compañeros parecían estar pensativos, incluso Mateo, a quien su sonrisa se le eliminó por completo.
Y en medio de los murmullos, que volvieron a aparecerse después de que se terminara la charla, pude distinguir entre las cabezas que iban por todos los lados, una pequeña sonrisita, que aunque oculta, se le veía a Gabriel en los labios.
—Pueden irse —dictaminó la profesora y nadie esperó un segundo más, todos salieron como caballos de carrera por la puerta.
Cuando solo quedamos cuatro en el aula: Rosalía, Gabriel, Daniel y yo, nos acercamos a la mesa de quien había terminado de dar la charla
—¿Profe, acaso se refirió a mí que me miraba tanto? —le preguntó Daniel, estando más cerca que Rosalía y yo de la profesora.
—A decir verdad, sí, porque me dijeron que tú estás dejando de ser una buena persona para convertirte en un homofóbico, y eso no puede ser, Daniel. —El chico bajó la cabeza y asintió, Rosalía y yo nos miramos, sorprendidas, debido a la diferencia de reacción que tenía con nosotras que con nuestra profesora.
—Tiene razón, no lo voy a hacer más.
—Pienso que le debes una disculpa a Gabriel —comunicó y Daniel alzó la mirada, evitando por todos lados la del chico que se encontraba a su lateral—. No me mires así y pídele disculpas, que en vez de estar molesto contigo está aquí para escucharte.
El chico de ojos claros se giró hacia Gabriel y está vez sí lo miró como debía ser. Tomando un respiro, extendió su mano hacia él:
—Disculpa, hermano. No volverá a pasar.
La profesora asintió y esperé la reacción de Gabriel. El chico le miró la palma de la mano; pensé incluso que no le iba a aceptar las disculpas, pero cuando menos lo esperé. Sacó su mano de su bolsillo y le extendió hacia Daniel, terminando así en un apretón de manos.
—Acepto tus disculpas, pero con la condición de que me garantices que no lo vas a hacer más.
—Trato hecho —El apretón de manos se mantuvo hasta que Daniel se soltó de la manera correcta, no con desprecio.
Sonreí mirando a mi amiga.
—Me sigo llamando Lale —le susurré entre una sonrisa.
Ella asintió.
—De verdad que lo que te propones, lo logras, Lale.
La dediqué de una sonrisa sincera pues me reconfortaba que dijera eso. De verdad, esperaba que todo fuera así como ella lo decía.
—Bien, cuentas claras conservan relaciones —dijo la profesora y nosotros después de despedirnos, salimos por la puerta del aula.
El grupito se mantuvo hasta salir de la escuela, aunque Gabriel aún se mantenía un poquito alejado de Daniel, quien venía a mi lado suplicando por una disculpa.
—¿Ya me vas a perdonar, Lale?
Lo haría pero no sé si en verdad está realmente arrepentido.
—Con el tiempo te diré, confórmate con que al menos te hablo ya.
Las cosas no se le pueden dar tan fáciles a las personas porque no las valoran. Yo siento que Daniel se tiene que sentir esa disculpa mía. A lo mejor mañana mismo se la doy, pero ahora no es el momento correcto.
Sentí una vibración en mi mochila y comencé a buscar mi teléfono. Cuando miré la pantalla, estaba el nombre de Anelía, la perdida Anelía que desde hace rato no iba a ver a su casa. Seguro me va a reclamar ahora y me iba a tirar todas las libretas que tenía allá por la cabeza.
Ay mi madre.
Descolgué el teléfono.
—¿Usted me podría explicar cuándo es que usted piensa pasarse por aquí?
Me comencé a reír más por lo que yo predecía que por lo que dijo.
—Hoy mismo voy para tu casa que quiero que me ayudes con una idea que tengo en mente.
—Okay, te espero.
—Nos vemos, estúpida.
—Adiós, anormal.
Antes de que critiquen nuestras despedidas como ahora mismo lo han hecho mis compañeros de aula con la mirada, es el normal entre las amigas que llevan muchos años de amistad.
Ahora hay que ver cuál es la idea que yo tengo en mente.
***
Un, dos, tres. Tres toques aunque fuertes en la puerta de casa de Anelía sentí que resonaron por toda la casa. En menos de una hora me había cambiado los zapatos y el atuendo escolar de la emoción que tenía por contarle a Anelía la idea que tenía en mi cabeza.
—¡Voy! —sentí al otro lado de la puerta y luego pasos acercándose.
El sonido de el cerrojo moverse y de la puerta abrirse, me hizo apretar con fuerza la cartera con mi teléfono que llevaba cruzada por mi torso. Al verle el rostro a la mamá de Anelía, se nos iluminó a ambas.
—¡Silvia, hace cuánto que no te veo! —dije con emoción y avancé a abrazarla.
—¡Ay, mi niña! Hace mucho tiempo, estás súper perdida de esta casa —espetó en medio del abrazo, me separé y la miré—. ¿Por qué no venías?
Tomé un suspiro a la vez que subían mis hombros y bajaban cuando solté el aire contenido por mis fosas nasales.
—La escuela, las evaluaciones y esas cosas.
—Ah, ya. Te entiendo —asintió—. Tu amiga está en su cuarto, pasa que esta es tu casa.
Sonreí ante lo que dijo y ella lo hizo igual, antes de empezar a caminar hacia la cocina y yo hacia la última habitación de la casa. Di dos toques en la puerta y la abrí un poquito.
—Buenas... ¿Se puede? —bromeé un poco con mis muecas cuando avancé esperando recibir la cara de sorpresa de Anelía, pero no.
Cuando abrí la puerta, la niña estaba mirando la laptop con los audifonos puestos que desde la puerta podía sentir yo la música. Caminé hacia ella tratando de que no me notara. Cuando estuve a sus espaldas, le coloqué repentinamente las manos sobre lod hombros y la sacudí.
—¡AHH mierda! —gritó y la solté, me dio una risa tan intensa que me tuve que sentar en la cama a patalear y a dar con mi mano en el colchón.
Anelía se quitó los audifonos y miró hacia atrás mientras yo me reía de su desgracia.
—¡Lale, eso no se hace! —espetó—. Ya se me quitó el gusto de verte. ¡Qué clase de susto me has dado!
—Perdón —pude hablar un poco más calmada— pero es que reaccionaste cómico.
Me sequé los ojos de las lágrimas de risa que me salieron, Anelía se cruzó de brazos, yo le llevaba por la cintura aquí sentada y ella delante de mi.
—Aún así, me provocas un infarto y me tienes que llevar al hospital.
Entrecerré los ojos.
—Ya déjate de dramas y ven aquí que hace rato que no te veo —abrí los brazos y ella me miró por unos segundos haciéndose la molesta.
Vamos, que no te puedes resistir a abrazar a tu amiga.
La miré endemoniada y a los segundos su rostro cambió y se abalanzó sobre mí rodeándome con sus brazos.
—¡Lale ya tú no me quieres, ya no me venías a ver! Hace un mes que no te veo —lloriqueó.
¿No ven que es dramática?
—¿Anelía, como que un mes —me reí—, si creo yo que fue hace una semana? ¿De qué mes tú hablas?
—Bueno pero se sintió como un mes, ¿okay? —me apretó más fuerte—, y cállate ya que te estoy dando un abrazo. Disfrútalo, perra.
Tosí un poco, tratando de respirar.
—Eh, lo di-disfrutaría mej-or si no me as-fixiaras.
Ella me miró, abrió los ojos como platos y pronto me soltó.
—Okay, perdón —rió como niña pequeña.
Me tomé mi tiempo para tomar aire, ella se colocó a mi derecha sentada en la cama.
—Tú te salvas de que esa cosa que tú tienes no se pega —hablé cuando ya pude recibiendo por parte de Anelía una cara de niña buena.
—Si se pegara no te abrazara, tonta. Ni que quisiera que te enfermaras.
—Ah, tú le salvas —bromeé y me reí—. A verte las manos. ¿Ya no se te hinchan con el calor?
Extendió sus manos hacia mí y las tomé. Estaban bien, extrañamente bien y eso era fenomenal.
—Ahora no, porque estoy en esta habitación que es fresca, pero al salir para la calle en días de mucho calor se me hinchan.
—¿Entonces hay mejorías?
—Pues sí, podemos decir que si. Pero no es total, o sea. Hay veces que se me siguen hinchando pero no tan frecuentes. Podría volver a la escuela pero ¿ya para qué? Si me he perdido la mitad del curso.
Presioné mis labios, soltando mucho aire por la nariz. La miré con ojos de perrito.
—Yo querías que siguieras conmigo en la escuela.
—Yo también... —lloriqueó y volvió a abrazarme—. Yo te extraño, estúpida.
—Yo también, loca, yo también.
—Bueno —nos separamos—. Vamos a parar antes de que nos pongamos sentimentales.
Me reí y asentí. Era fabuloso compartir una vez más, me enfoqué en ella mientras me acordaba de lo que quería planear para que me ayudara, su cara estaba más rellenita, y su cabello un poco más largo que cuando estábamos en la escuela.
—Anelía, me hace falta que me ayudes en algo.
—¿En qué? —inquirió curiosa.
—Sabes que ya casi es el día del amor y la amistad —asintió, estaba segura de que se iba a impresionar—. Quiero escribirle algo a Mateo por el 14 de febrero.
Chilló y se llevó las manos a la boca.
—¿Se lo vas a decir?
—Creo que ya va siendo hora de arriesgarme un poquito —inflé mis cachetes y ella terminó alzando y bajando sus cejas en una danza rápida que me causó gracia.
—Ya era hora. ¡Ay, qué emoción!
—Que conste que dije un poquito —aclaré—, que aún así es mucho para mí pero bueno. Quiero dar ese paso.
—¡Yo tengo papel y lápiz, empecemos ya que yo quiero un cuñado!
Me desmoroné en risas y negué por sus ocurrencias, no era para tanto, pero aún así...
Sabía que podía contar con ella.
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