Capítulo 30: Homofobia.
HOMOFOBIA
Vi el techo girar hasta que mi espalda descansó sobre la cama, dejando a mis hombros relajarse y a mis ojos cerrarse en el instante. Tomé aire y lo contuve, para luego soltarlo y volver a abrir los ojos.
Mis pies me dolían tanto que creo que para ellos era la siesta de hoy, estaban más cansados que cualquier otra parte de mi cuerpo. Mi espalda estaba agradecida de tener un colchón para descansar, mi cuello por igual, y mis hombros ansiando una manta que les brinde calor.
Sin embargo, la cabeza y el corazón estaban en total sinfonía; uno tratando de recordarlo todo, el otro ansiando por latir por cada recuerdo. Me coloco las manos sobre mi pecho, está ahí, saltando, tamborileando contento de que la persona que le gusta ha sido tan bueno hoy con él.
Mi teléfono vibró y apoyé mi mejilla en la almohada. Extendí la mano para alcanzarlo y tratar de abrir los ojos para leer. ¡Era un mensaje de Daniel!
Buenas noches, espero no molestarte Lale. ¿Llegaste bien? Me quedé preocupado con la lluvia a último momento. Responde.
Ay Daniel, ahora que mis ojos se cierran quieres una respuesta. ¿No puede ser mañana?
Casi con los ojos cerrados le contesté:
Sí, llegamos bien.
Gracias por preguntar.
Buenas noches.
Apagué el teléfono con una sonrisa, Daniel siempre tan dulce y preocupado. Me reconforta saber que no es una amistad ausente en comparación con otras personas. El teléfono vibró pero ya yo tenía mucho sueño, mañana revisaría el otro mensaje.
Los párpados se me cerraron y pronto dejé de escuchar los sonidos, pronto todo estaba oscuro y mi mente se desconectó del mundo.
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—Ya son las 12 del día, Lale.
Los párpados me pesaban e intenté abrirlos pero nada, al instante se me volvieron a pegar.
—¡Lale, levántate que ya es la una y hay un amiguito tuyo en la puerta!
—¡¿Qué?! —chillé y me senté de golpe en la cama, provocando que el teléfono se me cayera al suelo. Refunfuñando lo recogí, lo revisé y ¡nada roto!—. Eh... ¿Quién es...?
Grité a la vez que buscaba mis zapatos. ¿Un amigo mío a esta hora?
—Daniel se llama.
¿Qué? Daniel en mi casa, ¿a esta hora? ¿Y desde cuándo sabe dónde vivo?
Al instante me levanté, buscando las sandalias y directo a asomar la cara por la sala.
—¿Cómo que Daniel? —pregunté antes de hacerlo a mi mamá.
—Sí, míralo ahí sentado. —Asomé la cabeza y lo vi, me saludó. ¡Qué pena si yo parezco una gallina con estos cabellos así!
Me devolví con rapidez al baño y me di tres cepillazos en el cabello, el cual opté por dejar a la soltura y por enjuagarme la cara. Me aparecí por la sala y sonreí, encontrándome con Rosalía en el otro butacón.
Ah, ahora todo tiene sentido...
—Buenos días, eh... —iba a saludarlos pero Rosalía me interrumpió.
—Buenas tardes —espetó y me miró con una sonrisa—, dormilona. ¿Ya viste qué hora es?
Sonreí inocente y me senté en el sofá junto a ellos, Daniel estaba en un butacón frente a Rosalía y a mí.
—¿Las doce?
—¡Qué doce! —exclamó Rosalía y encendió el teléfono mostrándome la pantalla—, la una de la tarde.
Ups, se me olvidó decirles que si me dejan me duermo hasta las 2. Tengo más potencial de sueño, no me dejaron demostrarlo.
—Ups —me reí—, bueno, ¿y ese milagro ustedes por aquí?
—Es que queríamos ver si nos podrías ayudar a repasar para la evaluación oral de Física del martes —comunicó Rosalía y yo fruncí el ceño.
—¿Qué evaluación es esa? —pregunté.
—Lale, la del martes —se destacó Daniel por primera vez—, la que nos iban a evaluar como si fuera la prueba del segundo corte. Te envié un segundo mensaje ayer, parece que no lo viste.
¿Ah sí?
Entonces esa debe ser la última notificación que recibí en la noche y que no quise ver por sobra de ganas de dormir. Y ahora, el teléfono se me cayó, así que no pude ver nada.
—¿Pero tan temprano? —espeté espantada. Ellos asintieron.
Realmente no recordaba nada de ninguna evaluación, no pueden estar jugando conmigo, tienen que venir en serio. ¿Pero cómo es posible que la haya pasado por alto?
—Bueno, vamos para la mesa para ver si busco los apuntes y veo qué evaluación es esa que no recuerdo. Vengan —los invité a pasar y ellos se levantaron.
En mi mente trataba de imaginarme al profesor orientando algo pero nada me pasaba por la mente, ni una advertencia, ni una tarea ni un comentario. Nada. Lo único para lo que tenía espacio era para recordar la fiesta de ayer.
Me sonrojé de solo pensar en eso. ¡¿Qué le pasó a Lale?! Como dijo Mateo.
Busqué los apuntes delante de los chicos, pero mi cabeza estaba en otro lugar. Una sonrisa traviesa se me salió de los labios al pensar en Mateo, cuando dijo que en la escuela me iba a volver a preguntar quién me gustaba. Que se crea que se lo voy a decir, ¡ja!
Me moriría de vergüenza cuando me rechace.
—¿De qué te ríes? —Alcé la mirada y Rosalía me estaba mirando, sus ojos indagaban y provocó que desviara los ojos. No puedo con ella.
—De nada.
—"El que solo se ríe de maldades se acuerda" —dijo el refrán y Daniel le dio la razón con un asentimiento de cabeza.
—Daniel no te pongas de su lado, por favor —le advertí, el chico me sonrió—. No te atrevas, Daniel. Ya Rosalía sola es un peligro.
Daniel se empezó a reír con palmadas.
—Ustedes dos son una comedia —nos dijo y yo coloqué la libreta sobre la mesa.
—¿Ah sí? —dijo Rosalía mientras yo negaba sonriente.
La risa de Daniel resonó por toda la casa y me senté en una silla a su lado. Rosalía entrecerró los ojos, pero desvié la mirada.
—Lale, sabes que tú y yo tenemos que hablar de muchas cosas, ¿verdad? —me dijo mi amiga.
—¿Ah sí?
Comenzó a asentir y sus ojos estaban sonrientes. Desvié la mirada y comencé a buscar en la libreta antes de que me pusiera nerviosa por si empezaba a molestarme con Daniel. Al abrir la libreta, vi la orientación. ¡Cielos!, no me había acordado. ¿Tan distraída estoy?
—Aquí está —comuniqué.
—¡Viste que sí había una evaluación! Me vas a volver loca a mí.
—Perdona...
—Sí que está distraída. ¿Por qué será eh? —esta vez habló Daniel.
Si les digo por qué me matan por masoquista.
—Vamos a repasar para el martes que es lo que más importa aquí. —Pude decir, la voz me salió rápida pues tenía que parar, porque sino alguien terminaría sabiendo algo que no debe, y que hasta ahora es un secreto de tres.
Rosalía, Anelía y yo.
Porque nadie más sabe que me gusta Mateo, ¿verdad?
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—¿Quién toca la puerta a esta hora? —Mi mamá se asomó desde la cocina luego de haber sentido ligeros toques sobre la madera de la puerta—. Lale, abre.
—Voy...
Me levanté de la mesa en donde seguíamos estudiando Rosalía, Daniel y yo. Los papeles estaban por doquier, abajo los libros abiertos, entre algunos las gomas y los lapiceros que terminaban prendiéndose y algunas hojas hechas bolas de papel por las esquinas.
Caminé hacia la puerta y al abrirla, me topé con alguien a quien no esperaba para nada.
—¿Gabriel? —inquirí—. ¡Ja! Buenas tardes, ¿qué tal? ¿Qué haces por aquí? —le dije con una sonrisa.
Me impresioné, el chico se tocaba las palmas de sus manos y se comenzaba a reír, contagiándome en el instante.
—¿Y ahora de qué tú te ríes? —le dije entre risas.
—Ay niña no me hagas caso, sabes que yo me río por todo. —Logró hablar y solo negué con emoción.
—Pasa, ven. Estamos haciendo un trabajo de la escuela. —Me hice a un lado para que el chico pasara y poder cerrar la puerta.
—¿Estamos? —inquirió con una ceja enarcada, pero avancé hacia la mesa. Él mismo me seguiría y se percataría de todo sin tener que explicarle—. Ahhhh.
Rosalía alzó la mirada y sonrió alzando sus brazos también.
—¡Gabriel!
Gabriel corrió hacia Rosalía y se envolvieron en un feliz y alegre abrazo. Risas no faltaban, mi rostro tenía una sin siquiera yo notarlo. Mis manos se apoyaron en el espaldar de la silla donde estaba Daniel. Gabriel se separó de Rosalía muy sonriente y se volteó hacia Daniel con la mano preparada para saludarle.
—No, compadre, conmigo no —exclamó Daniel negándose al instante. Fruncí el ceño, algo sorprendida.
Gabriel continuó riendo aunque esta vez con menos deseos.
—Para saludarte —intentó de nuevo el chico que estaba de pie, acercando su mano a Daniel, pero este se volvió a negar con más intensidad.
—Dije que no, punto —espetó serio y Gabriel dio dos pasos atrás.
Mi seño se frunció bruscamente y busqué en Rosalía alguna respuesta por si algo yo no estaba notando, pero nada, ella lo miraba con la misma expresión que la mía.
—¿Daniel, que te está pasado? —espeté—. ¿Por qué no lo quieres saludar?
—Lale, porque no, no quiero, ¿ahora estoy obligado a saludar a quien la gente quiera? ¡No, qué va! —exclamó, la molestia se le veía bastante clara. Sus cejas estaban unidas, unió sus manos sobre la mesa y se dispuso a jugar toscamente con sus dedos.
Suspiré y miré a Gabriel, dispuesta a pedir una disculpa por parte de Daniel. Gabriel estaba mirando fijamente al chico apoyado en la mesa, su mirada no decía nada, o era una tristeza bien ocultada bajo un manto de indiferencia.
—Gabriel... —Intenté acercarme a él, y fue cuando sus ojos chocaron con los míos.
—Lo siento, Lale, no debí venir. Perdón, me tengo que ir.
—Gabriel, no... —dije rápidamente, pero el chico se desvió y comenzó a caminar hacia la puerta.
Miré a Rosalía en busca de ayuda, ella se levantó dedicándole una mala mirada a Daniel, quien solo se concentraba en mirar sus dedos. Se aproximó hacia mí.
—Gabriel, ven, no le hagas caso a este niño que tiene sus problemas. —Alzó su voz, apoyando su mano en mi hombro.
Gabriel estaba con un pie en la puerta de salida.
—No se preocupen, de todas formas ya yo me iba, solo pasaba para ver cómo había llegado Lale ayer, pero ya veo que está muy bien —dijo con despecho mirando hacia el comedor.
Suspiré y miré a Rosalía, ella volcó los ojos y negó, presionando sus labios.
Rendida y con ganas de tirarle un libro por la cara a Daniel nada más Gabriel se fuera, le abrí la puerta..
—Bueno, nos vemos en la escuela. Gracias por pasar.
—Nos vemos —dijo Rosalía tras de mí.
Gabriel asintió y sin más, salió por la puerta. Yo la cerré. Rosalía apretaba sus puños y se dio la vuelta, la seguí igual, con una furia desconocida dentro de mí.
—¡¿Qué mierda te sucede a ti?! ¿Te levantaste con el pie izquierdo hoy? —le grité, apoyándome con mis manos en la mesa.
—Si te caía mal al menos podrías disimularlo en vez de lograr que se sintiera mal ¿no? —Rosalía le reclamó—. ¿Qué tienes en esa cabeza? ¿Aire?
—¡Ya! ¿No se dan cuenta del tipo de persona que es él?
—¿Qué tipo de persona es? A ver —inquirí, poniéndome las manos a la cadera.
—Lale, él es homosexual. —Me miró bruscamente, pero Rosalía interfirió.
—¿Y si lo es a ti qué?
—Es que a mi no me gustan las personas así —confesó, yo todavía estaba procesando información.
Si Daniel no lo hubiera mencionado yo no habría caído, tenía mis sospechas, pero prefería que otra persona compartiera mi opinión. Al parecer es verdad, sin embargo esa no es razón para que él se pusiera así.
—Además lo quiero lejos de mí, no vaya a ser que quiera estar conmigo o algo y ahorrarme darle un puñetazo.
—¿Y tú eres homosexual? —inquirí, amenazante.
—¡Ave María no! ¡Que Dios me libre de ser eso! —soltó bruscamente—. Eso es un pecado, esas son personas que mandaron a la Tierra mal hechas...
Sus insultos me iban agotando la bondad y la poca paciencia que me estaba quedando. ¿Cómo puede tener un pensamiento así, tan cruel y tan vacío?
—No, al contrario, con ellos está todo bien —dijo Rosalía—, lo que no está bien son las personas como tú que piensan así. Tienes que aprender qur mientras tú tengas claro lo que tú eres, no te tiene que importar lo que los demás piensen de ti.
Las palabras de Rosalía nos sentenciaron a todos, Daniel no tuvo nada más que decir y yo me impresioné con la forma de analizar las cosas por parte de ella. Estaba muy bien de su parte.
—Te tienes que disculpar con Gabriel —hablé.
—¡No, yo no voy a hacer nada! —Agitó su mano negativamente y con brusquedad.
Tomé aire y miré a Rosalía, ella leyó mi rabia a través de mi rostro. Me acerqué a ella.
—Aguántame para no rasgarle la cara y dejarlo sin cabello.
—Cálmate que yo estoy igual que tú, pero tenemos que dejarlo vivo para que se disculpe.
¡Ash! La molestia se me notaba, ya no tenía ganas de repasar con él, solo quería inventar una excusa para que se fuera. Pero yo sabía que no servía para mentir, ni para idear algo, eso era cosa de Rosalía, así que le hice una seña hacia Daniel para que entendiera que no quería tenerlo cerca de mi vista.
—Me duele la cabeza —hablé y me senté en la silla. La de Rosalía se deslizó por el suelo llamando mi atención.
—Lale, nosotros nos vamos ya, gracias por ayudarnos. Daniel, vámonos.
Rosalía comenzó a recoger las libretas que había traído y a ponerlas en su mochila que estaba en el espaldar de la silla. Daniel se levantó callado a recoger sus cosas, yo los miraba desde la esquina.
—Lo otro yo lo recojo, no se preocupen —les dije, solo quería tomarme algo y que se me quitara el estrés.
En menos de un minuto salieron de la mesa y yo me levanté dispuesta a acompañarlos a la puerta, al lado de Rosalía, sin siquiera mirar a Daniel; para mí él era un fantasma.
—Relájate, que ahora lo peor me toca a mí que tengo que cargar con él para mi casa —me susurró Rosalía y la miré con consideración.
—De madre, niña. Bueno, ojalá tengas más paciencia que yo.
Llegué a la puerta y la abrí, despidiéndome de Rosalía. Daniel me pasó por al lado y yo miré fijamente hacia afuera, evitando cruzar mis ojos con él.
—Ahora por su culpa no me quieres hablar —demandó y enseguida moví el cuello.
—¡No, por su culpa no! ¡Tienes que aprender a reconocer tus errores, el del error fuiste tú que tienes que aprender a aceptar a las personas tal y como son!
Estaba a un punto que me parecía a un captus: si me tocaban, los iba a pinchar.
Rosalía corrió a buscar a Daniel y lo jaló.
—Vámonos antes de que hayan más discusiones. Lale, nos vemos en la escuela y gracias por ayudarme.
—Nos vemos —le dije seria sin dejar de mirar a Daniel.
Los chicos salieron rápido de la casa y yo cerré la puerta.
Jamás me había estresado tanto por algo que no tiene ni que ver conmigo, porque él la verdad que si se trata de mí no se comporta así, pero me sacó de mis casillas con su manera de pensar y de reaccionar a esas cosas.
Siento pena por Gabriel, por lo que tuvo que pasar. Me dirigí rápido hacia el grifo del baño y llené mis dos palmas de las manos de agua para luego pasarlas por mi cara. Me miré al espejo y noté que tenía las cejas gravemente unidas.
—Mamá... —la llamé.
—¿Qué?
—¿Tienes algo para el dolor de cabeza?
—Sí, ahora te doy una píldora. ¿Te duele mucho?
Salí del baño y le di la cara.
—Me parece que sí.
—Okay, espérame ahí, tranquilita. —Me colocó la mano en mi mejilla y la apretó cariñosamente.
Al menos logró sacarme una sonrisa.
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