Capítulo 28: Bailando bajo la luna.
BAILANDO BAJO LA LUNA
Mi mirada en sus ojos, sus pupilas oscuras y dilatadas se camuflaban con los colores de la noche. En el fondo, cientos de colores girando se reflejaban en sus ojos, los que tuve que dejar de mirar por la fuerte atracción que estaba sintiendo, pero no pude completamente alejarme.
Era como si existiera un hilo entre nosotros, un hilo que me ataba y me impedía alejarme, y no lo iba a hacer si él no se alejaba primero con ese perfume tan seductor que estaba inhalando por mis fosas nasales y acelerando mi corazón. Un relámpago me hizo sobresaltar.
—¿Miedo a los truenos? —rió minúsculamente.
Sonreí.
—Me asustan, pero solo el impacto, después se me quita.
—Umju...
—Hey, es en serio —dije y el retumbar de un trueno me hizo dar otro brinco aún más grande.
La música fue bajada y Daniel miró hacia el cielo, y después a todos los chicos que estábamos en la azotea.
—Vamos a tener que recogerlo todo e ir para adentro —comunicó, las personas comenzaron a tomar sus pertenencias, algunas chicas a ponerse sus zapatos entre ellas Cloe y Vanessa. Gabriel intentaba ayudar a desconectar los equipos, pero...
—No hace falta, yo lo hago —dijo Daniel avanzando hacia él.
—¡No, no, no, niño, déjame ayudar en algo aunque sea! —exclamó Gabriel con un tono poco varonil, algo que hizo que Daniel se pusiera más firme. Agrandó su pecho y frunció el rostro.
—Dije que no, permíteme. —Gabriel al final se apartó ejecutando un "perdón" que cuando a mí y a Rosalía nos causó gracia, a Daniel nada. Solo pasó por su lado para tomar el equipo, para luego decir—: ¡Necesito varones fuertes que me ayuden a poner las cosas para adentro!
Escuché susurros y risitas. Cloe y Vanessa le gritaban a Mateo, quien aún seguía a mi lado, para que fuera a sustituir a Gabriel, y este no dudó en demostrar ser un macho alfa. No sin antes tomar un mechón de mi cabello y jalarlo juguetonamente para alejarse, dejándome confundida.
—Oh, oh, oh. ¿Qué está pasando aquí?
—No es nada —dije colorada sin mirar a Rosalía.
—¿No? —Colocó su mentón en mi hombro—. No me parece que con esa carita hinchada no sea nada.
Estallé en un ataque de nervios y me tapé la cara, al momento que mi teléfono comenzó a sonar en mi bolsillo. Rosalía se apartó y lo tomé, mirando en la pantalla el nombre de mi papá.
—¿Dime?
—¿Cuándo vienes para la casa?
Me volteé y busqué a Rosalía con la mirada. Ella me miró fijamente.
—Después, ¿por qué?
—¿Ya viste que va a llover?
Hice una mueca señalando al cielo con mi otra mano, provocando que Rosalía me diera una mirada de reproche.
—¿Ya? —susurró atónita. Le hice una seña para que guardara silencio.
—Sí, pero aquí hay techo...
—No importa, Lale, después empieza a llover y no tienes cómo venir.
—Yo me voy con Rosalía más tarde —La miré y ella asintió con mirada diabólica—, y así no me voy sola...
—Que no, ven ya que Rosalía vive ahí mismo y tu casa está lejos.
—Ella me presta un paraguas.
—¡Lale, ya! ¡Te quiero aquí en menos de media hora! ¡Sale ya! —me reprochó y puse mi más perra cara de trasero.
—Okay —respondí tajante.
—Dale.
Colgué.
Rosalía dio minúsculos pasos hacia mí, en sus ojos abiertos a la par se veía la expectativa.
—¿Qué te dijo?
—Quiere que me vaya ya. —Mi rostro lo decía todo.
—¡Ay no! ¿Y vas a irte sola? —inquirió estupefacta, y yo solo alcé y bajé mis hombros—. Mija, pídele a alguien que te acompañe que tú vives lejos.
De solo pensar en caminar todo ese largo camino hacia mi casa, camino que al inicio de curso Anelía y yo corrimos y terminamos agotadas por el calor y la sofocación, y que ahora estaba oscuro y frío, me daba miedo. El viento comenzaba a soplar con matices de temperaturas bajas que rozaban mi piel y erizaban los vellos de mis brazos.
—¿Pero a quién? —inquirí, más para mí que para Rosalía. Me volteé, abrazándome y buscando con la mirada a alguien, un chico que me acompañara mejor en la noche.
Miré a Gabriel apartado de la multitud, estaba serio, demasiado serio para mi gusto. Tenía la mirada baja y su aura se sentía como a punto de explotar si me acercaba, me daba un poco de miedo ser la causante de su explosión, así que mejor esperaría un tiempo para hablar con él para que se sienta mejor.
—Pídeselo a Daniel, dale —susurró Rosalía.
—Ja, ¿y por qué a él? —Alcé y bajé mis hombros. Ella me alzó y bajó sus cejas.
—No sé... Porque él te acompañaría sin chistar. Ustedes se llevan bien —declaró, yo estaba desinformada de que ella nos percibía tan buenos compañeros. ¿Lo éramos? Apenas empezamos a hablar el otro día en el comedor, y desde ese día Rosalía no ha dejado de molestarme con él.
¿Qué nos ve?
Yo no veo nada.
—Sí, pero no tan bien como tú y yo, o sea, no es como tal un amigo mío, es solo un conocido con el que me llevo bien. Una amistad más bien.
—Pero si me acabas de decir que es una amistad, Lale —reclamó dando una fuerte pisada en el suelo—. Es lo mismo que amigos...
—No, no es lo mismo. Amigo es una persona con la que sabes que puedes contar en las buenas y en las malas, que conoce todos tus secretos y que como tal es una amistad que ya lleva años, que es sólida, que sabes que va a durar, que es de verdad...
—Como Anelía y tú —me corta.
—Ajá, Anelía y yo llevamos años de amistad y nos mantenemos, nos contamos nuestras cosas, nos ayudamos, nos divertimos, esas cosas —expliqué—. Pero amistades son los compañeros de aula, son conocidos con los que te llevas bien, pero como tal, ellos no conocen nada de tu vida. O sea, te pueden ver feliz pero en el fondo no saben si estás triste o te pasa algo, porque detrás de una sonrisa se pueden ocultar tantas cosas... A veces hay que fingir una sonrisa para cortar la tristeza, para darle una buena cara al día, y sobre todo para intentar no dar explicaciones.
Tomé aire y continué.
—Los amigos no necesitan explicaciones porque ellos con tan sólo una mirada pueden leer lo que pasa en tu alma a través de tus ojos.
—¡Wow, qué lindo! —Sus ojos estaban más iluminados que antes—. ¡Oye, estás de poeta!
—Es que es la verdad, Rosalía. Los amigos son lo mejor que puede pasar.
—¿Y yo qué soy? —exclamó con un matiz demandante.
—¿Y yo qué soy? —interrogó con un matiz demandante.
La miré sonriente.
—¿Tú? —reí minúsculamente—. ¿Por qué, Rosalía? ¿Por qué me preguntas eso?
—¡Ah porque como tú dices que Anelía es tu mejor amiga...! Que llevas muchos años con ella y no sé qué cosa... A lo mejor yo quería saber qué es lo que yo soy.
¿A lo mejor? Mi interior está estallando en risas.
—¿A lo mejor? ¿Estás celosa, Rosalía? —dije entre risas.
Ella me miró rápidamente y abrió los ojos como platos.
—¿Yo celosa? ¡No hija no! ¡No hombre no! Si para yo sentir celos es más difícil. Mira... esa es una palabra que yo no conozco. —Miró para otro lado.
—¡Sí está bien...! —ironicé—. Sí, lo que diga la señorita.
Rosalía ha girado el cuello más rápido que el Rayo Mcqueen en su última vuelta y ha colocado mi cara como foco de sus pupilas.
—Oye, que lo que te estoy diciendo es verdad —demandó.
Créete que me lo creo.
—Sí, sí, sí.
Rosalía chistó y reviró sus ojos, se cruzó de brazos y empezó a tamborilear el pie en el suelo.
—¡Celosa! —espeté.
—¡Oye, que yo no estoy celosa, vieja, estate tranquila ya! —chilló.
—Celosa y bien —le añadí más leña al fuego.
—¿Quieres ver cómo voy a dónde está Mateo y le digo que tú quieres estar con él, que estás muerta con él, que estás frita con él...? —No la dejé terminar porque avancé a taparle la boca antes de que alguien la escuchase, roja hasta el límite.
—No, no, no, no, Rosalía yo te quiero mucho, mi amiga... Yo te quiero mucho. Yo confío en ti.
—¡Ahora sí! —espetó con acentuación—. Ahora tú confías en mí para lo que te conviene.
—¡No...! No, no, mentira, mi vida. Tú sabes que yo te quiero y que eres mi amiga. No de tantos años como Anelía, pero no por eso vas a dejar de ser amiga mía, porque yo te considero así.
Rosalía me abrazó.
—Nah, yo también, yo también, mi vida. —Se separó del abrazo, un poco más calmada, o mejor dicho, un poco más entusiasta para hacerme la vida imposible a mí—. ¡Pero bueno, mira a ver con quién vas a hablar para que te lleve a la casa!
—¡Ay, es que no sé con quién me puedo ir!
—A Daniel. Mira a ver a Daniel a ver si puede... —la interrumpí
—No, a Daniel no, porque Daniel debe estar ahora recogiendo y todo eso, además, esta es su casa, no quiero molestarlo ni nada.
—Bueno, entonces a quién más le vas a pedir que te acompañe.
—¡Tiene que ser un varón! Porque vaya, con esta oscuridad me hace falta alguien que me proteja. ¡Qué sé yo!
—¡Miedosa! —Me sacó la lengua.
Chisté.
—¡Te falta!
—Bueno, ¿entonces quién? —inquirió mirando a su alrededor.
—No lo sé.
Me volteé para mirar el entorno que me rodeaba y además de ver a los chicos y chicas en el piso sin zapatos y dejando cada vez más vacía la azotea, Rosalía me hizo brincar cuando empezó a mugir como una vaca.
—Hmmm. —Me miró pícara con una sonrisa.
—¿Qué pasó?
Ella empezó a reírse y continuó mugiendo.
—Hmmm.
—¿De qué te ríes? —Hasta a mí se me estaba pegando la risa—. ¿De qué te estás riendo, Rosalía?
—Es que... Hmmm.
—Rosalía... Que me digas.
—¡Tú vas conmigo ahora! —Me tomó del brazo con rapidez y exclamó.
—¿Pero a dónde tú me estás llevando, Rosalía? ¿Qué estás haciendo? Déjame tranquila. ¿A dónde me vas a llevar?
—Cállate... Ahora tú vas a ver.
—¿Pero qué es lo que tú vas a...? —Me callé al instante, al ver la dirección que estaba tomando Rosalía, pues frente a nosotros estaba en una de las esquinas de la terraza Mateo junto a una chica—. No, no, no, no, no, no, no, no.
Rosalía hizo más fuerte su agarre.
—¡Sí! —zanjó—. ¡Sí Lale! Vamos.
—No, no, no, no, Rosalía que no —pedí.
—Que sí. Que sí vas a ir.
—¡Que no!
Ella continuaba jalándome.
—¡Vamos! Deja la timidez que esta es tu oportunidad.
Ayyy...
De repente apareció en el plano de Mateo y comenzó a conversar con él. Esa fue la gota que derramó el vaso porque ya las risas desaparecieron y mis pies empezaron a luchar para detenerme, aun teniendo a Rosalía jalándome con fuerza mayor que la mía.
—No, no, no. Rosalía, de verdad que no —dije sin rastro de risa.
—Dale chica, que sí.
—¡Oye que no! —exclamé y no sé de dónde saqué las fuerzas para detenerme. No sé si fue el coraje, o si fue la timidez, o si fue el miedo de pasar una vergüenza.
—¡Mija! Dale que sí.
—QUE NO. —Al fin me paré recta, me cruce de brazos obligando a Rosalía a soltar mi agarre—. No voy a ir. No la voy a decir nada a Mateo, no quiero.
—¿Y por qué?
—¡Porque no! No se lo quiero decir. —Estaba incluso molesta.
Rosalía rechistó, rodó sus ojos y soltó el aire que le quedaba de paciencia.
—¿Entonces con quién te vas a ir, niña?
Miré a mi alrededor cuando de repente vi a Gabriel separado de la multitud; tristeza en su rostro, sin una pizca de alegría.
Sin más empecé a caminar hasta que mis pies me llevaron hasta frente a Gabriel, quien estaba mirando su teléfono y que cuando le llamé, alzó la mirada con plena indiferencia.
—¿Tú te vas ahora?
Mantuvo la mirada 3 segundos y luego inquirió.
—¿Por qué?
—Para ver si te podías ir conmigo.
Gabriel rechistó como si estuviera hablando un robot por él. —Dale vamos.
—¡GRACIAS! —exclamé con alegría y satisfacción—. La verdad que no me quería ir sola. Gracias, gracias. Espérame aquí.
—Dale.
Me di la vuelta y caminé hacia Rosalía después de haber logrado mi objetivo.
—Ya me voy —le enseñé los dientes—, me voy con Gabriel.
—¡Ah, ¿te vas con Gabriel?! —espetó ante lo que dije.
El chico de camiseta azul que se encontraba de espaldas a nosotras y al que yo podía ver por encima del hombro de Rosalía, se volteó dándome un nuevo plano de visión, y su mirada fue tan pesada que la mía se conectó con la de él por unos segundos.
—Sí, me voy con Gabriel —dije a un tono de voz más elevado. Por el rabillo del ojo percibí las protestas de Cloe cuando Mateo se alejaba de ella.
—Bueno, dale. Entonces nos vemos en la escuela —asintió Rosalía.
—Dale, dale, nos vemos —me despedí de ella con una sonrisa y me di la vuelta dispuesta a caminar hacia Gabriel, pero algo me detuvo, algo me amarro de la muñeca, una mano se envolvió en la mía deteniendo mis pasos, y cuando giré mi torso hacia atrás...
Mateo.
—¿Eh y ya te vas tan temprano? —Su tono de voz me daba la impresión de que estaba sorprendido, o quizás algo curioso.
Miré por un minúsculo momento su mano envuelta en mi muñeca y alcé la mirada hacia sus ojos, provocando que una inconsciente alegría a la hora de expresarme se desprendiera de mí.
—Sí, sí, es que ya me llamaron —sonreí.
—¡Ay Lale! —Dio una palmada y se colocó las manos en las caderas, posando su mirada en mis ojos, una de la que no pude separarme. Él por un momento miró a su alrededor y luego se volvió a concentrar en mí—. ¿Pero te vas a ir sola?
Alarma.
¡Alarma! ¡¿Qué está pasando?!
Me está confundiendo.
¿Acaso se está preocupando por mí?
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