Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 26: Un plan para cumplir.

UN PLAN PARA CUMPLIR

—¡¿Que tú hiciste qué?! —Rosalía y Anelía chillaron al instante.

A veces no sé cómo es que les tengo tanta paciencia.

—¡No griten!

—Ella nos está mintiendo, Rosalía. Nos está engañando. —Anelía apretó sus puños y los direccionó hacia abajo.

—¡Chicas, se los juro! Prácticamente casi nos besamos en la oscuridad. —Me lancé de espaldas a la cama y miré al techo—. Fue tan bueno tenerlo así...

Estábamos en casa de Anelía, en su habitación, encerradas con la excusa de ver una película en español y que nadie nos molestara.

—Sigo sin creérmelo. —Anelía se cruzó de brazos y me miró con el ceño fruncido.

—Yo también. ¿O sea, cómo? Si prácticamente he caminado contigo toda la escuela estos últimos días —espetó Rosalía con los ojos súper que abiertos.

—Ahhh, pero hay cosas que te has perdido. —Asentí mirando a la última, quien abrió los ojos como dos platos llanos.

—¡¿Y no me lo contaste?!

A mi mente vino la escena de la piyamada del "nunca, nunca" y no se me ocurrió un mejor momento para la venganza.

¡Chicas! —gritó Rosalía interrumpiendo nuestra tonta discusión—. ¡Basta ya! Son amigas, no deberían pelearse.

—Y tú eres nuestra amiga, se supone que tienes que contarnos los últimos chismes de tu vida —habló Anelía acompañándome en el juicio.

—Que sea vuestra amiga no significa que les tenga que contar toda mi vida —respondió Rosalía.

Sonreí. —Que sea tu amiga no significa que deba contarte toda mi vida.

Aguardé por su reacción y Anelía abrió los ojos al darse cuenta de que esto ya había sucedido una vez. Rosalía entrecerró los ojos.

¿Ah, porque no te gusta que te lo hagan pero sí hacerlo?

—Karma se llama —le guiñé un ojo, añadiéndole más leña al fuego—. Bueno, eso fue lo que pasó.

—Pero yo lo veo a él muy pegadito a ti últimamente. Hmmm, sospechoso eso. —Anelía subió y bajó sus cejas.

Suspiré pues no era últimamente, solo era un día. Eso es poco, yo quisiera tenerlo siempre a mi lado.

—Ojalá fuera siempre.

—Sí Lale, pero confórmate. Es más que antes... ¡Ah! —Rosalía saltó minúsculamente sobre la cama y nos miró con emoción—. ¿Las invitaron a la fiesta de Daniel?

Sonreí, revisando las notificaciones de mi teléfono.

—¡Sí...! —Exclamé.

—¿Qué Daniel? —preguntó Anelía.

—Un chico de nuestra aula.

—No lo conozco. Ni modo, me enfermé muy rápido —espetó, cruzándose de brazos. Bufé y me choqué la mano contra la frente, dejando el celular a un lado de la cama para prestarles más atención.

—Bueno, el caso es que nos invitaron a la fiesta, y sinceramente voy a ir porque al final no pierdo nada. Además, quiero divertirme. —Miré pícara a mis amigas y ellas me devolvieron una sonrisa malévola.

Al instante, me puse seria, a lo que ellas seguían mirándome raro.

—¡Hey! ¿Y esa mirada de ustedes? —no respondieron, las miré a los ojos—. ¿Qué me miran?

—Es que por mi mente ronda un malévolo plan —dijo Rosalía.

—¿De qué plan estás hablando? —pregunté.

—Primero que todo: ¿Mateo va a la fiesta? —preguntó.

Del impacto me quedé en silencio. Debería ir, él no es de perderse ninguna fiesta.

—Bueno, lo obvio es que fuera, aunque no haya sido invitado. Ustedes saben cómo es él. ¿Pero por qué me preguntan? —inquirí, dudosa.

Las chicas se miraron y luego se alternaron para hablar, colocando pensativamente sus dedos índices bajo sus mentones.

—Daniel y Mateo en una fiesta —dijo Rosalía.

—Y los dos no han tenido una buena confrontación —continuó Anelía.

—Y contigo en la fiesta...

—Uno se va a poner celoso del otro...

—Y para ganarte el corazón del que quieres, debes provocarle celos con el otro.

—Y hacer que se forme una guerra mundial.

—Okay, okay, okay —dije rápidamente—. Todo muy lindo y todo hasta ahora, ¿pero cómo se supone que se va a formar una guerra mundial en una fiesta?

Estaba confundida, ellas estaban formando un plan demasiado rápido y me sentía algo excluida y sin entender absolutamente nada.

—No nos entiendes. —Anelía me tomó de los hombros y me miró fijamente con sus grandes ojos color café—. No se va a formar una guerra mundial, porque tú vas a ser la guerra mundial entre esos dos.

***

Esta es la tercera fiesta a la que voy a lo largo del curso. Mi vida ha cambiado mucho desde que entré en esta nueva escuela, en la secundaria, tanto por madurez como por las cosas nuevas que estoy haciendo.

Antes no me sentía tan fresca, tan libre, con menos miedo y con un poco de maldad en mi cabeza. ¿Quién me iba a decir a mi que planearía provocarle celos a Mateo con otro chico? Con el mismísimo anfitrión de la fiesta. De solo pensarlo el estómago se me revuelve, no sé cómo carajos lo voy a hacer, pero estoy jugando con fuego de nuevo, solo que esta vez estoy advertida.

Si me quemo, estoy prevenida.

Rosalía camina a mi lado, lleva una cartera blanca con brillo donde guarda su celular y todo lo necesario, mientras yo no me esforcé mucho en vestir formal como cuando fui a la fiesta de Navidad en casa de Mateo. Esta vez opté por unos jeans azules oscuros y altos, una blusa blanca y con toques plateados al frente, y la cabellera suelta llegándome por la cintura.

Rosalía fue igual de sencilla que yo, nos pusimos de acuerdo para llevar jeans en una llamada de una hora antes de salir. Llevaba una trenza recogida desde el principio de su cabellera y que descendía por al lado del hombro que confrontaba conmigo cuando caminábamos.

—Si hubiera sabido que tenías noción de dónde vivía Daniel, pasaría menos trabajo buscando su perfil en Facebook solo para preguntarle su dirección —espeté, agitada por la caminata y alzando mi cabeza un poco para mirar a Rosalía.

—Es que yo tampoco sé en dónde vive —dijo ella y me detuve abruptamente.

¿ME ESTABA TOMANDO EL PELO?

—¿Cómo dices que dijiste? —La sujeté del hombro—. ¿Cómo que no sabes en dónde vive? ¿Y entonces para dónde estamos caminando?

Rosalía se negó a detenerse y me obligó a caminar con ella.

—¿Podrías dejar de hacer tantas preguntas, Lale? No sé en dónde es que vive pero nos van a llevar.

Miramos a los dos lados para cruzar una calle, segundos en los que mantuve el silencio para cuando pisamos la acera volví a preguntar con intriga.

—¿Quién nos va a llevar? A que es Vanessa, esa no se pierde una fiesta —Abrí mi boca esperando aceptar, pero Rosalía negó.

—Ja, no, no es Vanessa.

—¿Jessy?

—Esa mucho menos —bufó.

—No me digas que Cloe. Rosalía, te mato si es Cloe y te tiro al río —interpreté una falsa furia, a lo que ella se alteró.

—¡Que no es Cloe, Lale! Estate quieta ya —exclamó, subiendo su voz—. ¿Crees que se lo pediría a ella sabiendo que te cae tan mal?

—Okay, perdona... ¿Entonces, quién nos va a llevar?

Rosalía se detuvo y lo hice igual dos pasos después. Ella se giró hacia mí y me pasó la mano por el cabello, me lo acomodó, me colocó dos mechones hacia adelante mientras yo la miraba confundida.

—¿Qué haces? —Alcé una ceja y ella se separó segundos después, mirándome con una sonrisa.

—¡Ahora sí! —Se giró hacia la derecha—. ¡MATEO...!

Al instante, abrí la boca y emití un estruendoso grito. Cuando giré hacia la izquierda y noté que estábamos al lado de la casa de Mateo.

Ay Dios mío.

Ay Dios mío.

¿Cómo no me di cuenta que estábamos al lado de su casa?

Miré a Rosalía con los ojos como platos y ella comenzó a reírse sin parar. La voy a matar.

Mientras aguantaba la risa, el calor subió a mis mejillas y volvió mi cara un auténtico desierto del Sahara.

—¡Jajaja, mírate la cara!

—¡Shhh! —Di una patada en el suelo intentando calmarme, mientras contaba hasta diez en mi interior y me esforzaba en concentrarme en los autos pasar por la calle.

Rosalía se movió en su lugar cuando la madre de Mateo abrió la puerta de la casa.

—¡Hey, mi niña! ¿Vienes a por Mateo? —habló dulcemente la mujer, y la verdad que me caía estupendamente bien.

—Si.

—¿Y la que está al lado tuyo quién es? —preguntó.

¡Okay, cálmate!

Es alarma pero no te alarmes.

—Es Lale, Clara —aclaró Rosalía.

—¡Wow, mentira! ¿Esa es Lale? —exageró la mujer y podría jurar que tenía la boca abierta—. No la reconocía con esa ropa tan linda.

Me pasé las manos por el rostro y respiré profundo para darle la cara. Espero que no la note roja.

—¡Hola! ¿Cómo está? —la saludé sonriente.

—¡Bien, mi niña! ¿Cómo estás tú? Hace rato que no te veía.

Uy, hace rato que no te veía. Viste, viste, ganándote puntos con la suegra.

¡Cállate, conciencia!

Yo solo decía...

—Ni yo tampoco a usted.

—Jajaja, sí. ¿Me dijo Mateo que dentro de poco cumples años?

AHHHHH.

Mi cara se giró hacia Rosalía con sorpresa y volvió a su lugar en menos de dos segundos.

—Sí, exactamente. Me estoy poniendo vieja. —Solté una carcajada, la cual mi amiga siguió.

—¡Ay, no digas eso, mi niña! Si ahora es que estás empezando a vivir la juventud. Aún te falta mucho para llegar a vieja como yo.

—Usted tampoco diga eso —reaccioné rápido—, que usted no está vieja.

—¿Cómo que no? Si mira estas canas... —Me enseñó su cabello, que desde mi distancia se veía completamente negro.

Mi amiga y yo nos reíamos ante las ocurrencias de la mujer y cada que se paraba en el marco de la puerta para llamar a su hijo.

—¡Ya voy mamá, oye! —diciendo estas palabras, mi príncipe de los sueños salió por la puerta de su casa llevándose un suspiro de mi parte.

Estaba extremadamente lindo, precioso ante mis ojos como nunca lo había visto, y cuando su mirada eléctrica se concentró con la mía me fue imposible de separarlas.

Nuestro contacto se rompió cuando salió de su casa y miré a su madre, quien tenía una clara mirada de picardía.

—Mateo, cuídame a las niñas —dijo la mujer a lo que ambas reímos.

—Sí, mamá... —espetó Mateo.

Agité mi mano a despedida hacia Clara y ella me respondió igual, me tuve que apresurar para ir al paso de Rosalía con Mateo. Iban hablando acerca de cuán lejos era la casa.

—No está muy lejos. Ahora después de la escuela solo hay que caminar tres cuadras —dijo el chico.

—Sí, ¿no está tan lejos, eh? —ironizó la chica—. Para ti que vives cerca.

—¿Y eso que Lale se motivó para ir a la fiesta? —comentó el chico. Una punzada me dio al corazón y me lo removió, alcé una ceja, no entendía el motivo de su pregunta.

—¿Por qué dices eso?

—Porque a ti no te gustan las fiestas —zanjó. Mi boca casi llegó al suelo. ¿Qué sabía él?

—¿Quién dice? ¿Acaso se te olvida la de Navidad? ¿Dónde quedó la de Navidad? —espeté, ahora sí me dice que no se acuerda luego de todo lo que sucedió lo voy a descuartizar. Mi corazón anhelaba que no lo dijera, pues si ocurría, iba a comprobar que de ninguna manera iba a significar nada para él.

—¡Ah sí! ¡Ah verdad, Lale! Sí chica, ¿cómo se me va a olvidar eso? —Se llevó la mano a la frente y tocó el hombro de Rosalía, chistando—. ¿Viste qué mal estoy, Rosalía? Verdad, que fue la noche que mi mamá conversó contigo.

Yo la describiría como la noche que te besé, y que luego me besaste a mí, pero sí. Vamos a aceptártelo.

—Sip —asentí, a lo mejor no quería hablar de ese tema con terceras personas—. Entonces ya sabes que he ido a fiestas, así que no digas más que no me has visto.

—¡En esa nada más! —Tomé aire y lo solté para mirarlo con cara de pocos amigos. ¿Es en serio?—. No te he visto en más ninguna.

—¿Y en la de Vanessa, Mateo? —inquirió Rosalía.

Mateo chistó y alzó los hombros. Dijo que en la de Vanessa él prácticamente se la pasó afuera y que casi no se divirtió. Descarado.

Rosalía reviró sus ojos y yo apreté mis labios.

—Aquí es. —Mateo señaló con su mentón a una casa en la esquina de la cuadra por la que nos aventurábamos—. Donde están las luces de discoteca.

Respiré profundo, los nervios me entraron y me quedé mirando la casa. Espero que Daniel pase un buen cumpleaños el día de hoy.

A lo lejos Rosalía caminaba hacia la casa. La veía borrosa, mi vista estaba perdida en el aire y en la música.

—¿Lale? —me llamó Mateo. Agité mi cabeza y lo enfoqué.

—¿Hmm?

—Vamos, no te quedes ahí —espetó y mi corazón comenzó a palpitar por lo que vendría.

—Ah, cierto. —Comencé a caminar hasta que llegué a su lado—. Voy.

—No quiero que te quedes sola —y dijo para cerrar con broche de oro mi entrada en esta noche; un segundo después coloqué mi pie en la escalera que tendría que subir para llegar a mi destino. Escalera que luego de que Mateo cerrara la puerta, tendría que subir como 10 escalones a solas con él detrás de mí.

Cuando pisé arriba, luego de haberme tomado mi tiempo para subir las escaleras como modelo de pasarela, encontré una azotea iluminada con luces de disco de todos los colores. Como 50 adolescentes con vasos de refresco en sus manos, conversando, y la música sonando a todo volumen.

En la mesa de la esquina derecha, debajo de un techo de tejas, estaba el pastel de color azul adornado por otros vasos con refresco a su alrededor.

—¡Lale, ven! —Miré al grupito en el que estaba Rosalía desde donde me agitaba su mano.

—¡Eh, hola Vanessa! —Avancé hacia ellas y las saludé con entusiasmo—. Jessy ¿cómo andas? ¿Cómo están todas?

—Bien, Lale. Llegamos prácticamente ahora mismo —dijo Jessy mirando a su alrededor—. ¿Viste qué lindo está todo?

—Sí, todo precioso —admiré y sonreí—. Tremenda vista nocturna. ¿Y el cumpleañero?

—Allá adentro. —Me señaló la puerta que estaba al lado de la mesa del pastel—. Bajó a cambiarse de ropa, casi obligado por la madre porque quería celebrar el cumple a lo como quiera.

Me reí.

—Creo que es clásico de los varones.

—Jajaja, de eso no tengas dudas.

—¡Niñas! ¡Ay qué emoción verlas aquí! ¿Lale, qué tal? —me saludó Gabriel con entusiasmo con los puños cerrados.

—¡Ah, Gabriel niño! Qué susto —espeté y me llevé la mano al pecho, provocando que el señorito se empezara a reírse—. Este chiquito cuando empieza a reírse, no para.

—¡Gabriel, por favor no vayas a formar ningún show! —dijo Jessy—. ¡Por favor!

—Ay niña qué va, el show no lo formo, yo soy el show. Ábranse paso que llegué... YO. —Sacó la legua y volvió a reírse. Me choqué la mano contra la frente.

—Este niño es el alma del aula de nosotros —se sumó Rosalía, colocándose a mi lado.

Aproveché para mirar disimuladamente a la puerta por Daniel, no venía. Mateo estaba conversando con Carlos a cinco pasos de nosotras, recostado a la reja que impedía que alguien cayera de la azotea.

—¡Tú lo sabes, cariño! Para eso nací yo —dijo Gabriel y todo el mundo comenzó a reírse.

De repente, alguien abrió la puerta; todo el mundo chilló de alegría y comenzaron a aplaudir, a lo que me sumé con entusiasmo. Daniel salió por aquella puerta, recibiendo aplausos como un modelo. Sonreí inconscientemente, se veía tan sonriente y tan feliz.

—¡Cumpleaños feliz! —comenzamos a cantar—.
Te deseamos a ti.
Cumpleaños, cumpleaños.
Cumpleaños feliz.

Todos gritamos y aplaudimos con felicidad. La sonrisa no me cabía en la boca. Daniel recibió miles de abrazos de cada uno en la fiesta; lo despeinaban, o le decían que se estaba poniendo viejo o uno que otro cumplido. Y así pasó de uno en uno, hasta que se colocó frente a mí.

Lo miré con cariño, con una sonrisa que nunca me había sentido tan genuina y una felicidad tan sincera que pareciera que él fuera un amigo mío de largos años.

—¡Felicidades, Daniel!

Lentamente me apegué a él y coloqué mi cabeza en su pecho. Lo abracé, mis manos tocaron su espalda y las suyas pasaron por debajo de mis brazos, apoyó su cachete en mi cabeza y respiró profundamente.

Y entre sus brazos sonreí, cerré los ojos y cuando los abrí miré hacia arriba, a su rostro carismático, y a sus labios cuando habló tan natural.

—Muchas gracias, Lale de mi corazón.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro