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Capítulo 22: La sorpresa de Anelía.

Un buen 1° de enero para disfrutar el solecito del nuevo año, después de sentir un botón de replay en mi interior. Es como volver de nuevo al principio con algunas enseñanzas de más, era un día especial para dejar cosas atrás, para dejar pesos en el suelo y no llevar ningún saco invisible a las espaldas. Así estoy hoy, creyéndome ser una nueva yo, dispuesta a empezar este año y a lograr todo lo que me proponga.

Bueno, dicen que el año nuevo depara nuevos sucesos, pero yo no pensé que el mío ocurriera tan rápido.

Desde que vi la llamada de Anelía llegar a mi telefono, justo cuando me estaba por dar la primera cucharada de mi almuerzo con carne de cerdo. Resoplé y devolví la cuchara al plato, tomé mi telefono.

—¿Vas a contestar ahora? —me interrumpió mi papá a mi lado. Lo miré.

—Si. ¿Por qué? —inquirí, ceñuda.

—Es que estas comiendo, cuando se come no deberías hablar ni nada. Es la mente para la comida —me dijo él, y yo como que asentí, apartando el teléfono a la mesa y mirando fijamente cuando dejó de sonar y salió una notificación de “llamada perdida”. 

Me relamí los labios y volví a tomar la cuchara, algo curiosa esta vez. A lo mejor era solo para hablar, a lo mejor era para desearme feliz año nuevo. ¿Pero ya eso no lo había hecho ayer? O mejor dicho… ¿hoy, a las 12:00 am? ¿Por qué me llamaba?

Y mientras más tiempo pasaba masticando y tragando, más ideaba las opciones y menos pensaba en la comida. 

Papá, ya la interrupción está hecha.

Miraba el teléfono y lo miraba a él, mi mamá del otro lado de la mesa observaba al televisor mientras le daba la comida a Jarol en la boca. Si, con la edad que tiene aún no come solo.

Y de nuevo, el teléfono volvió a sonar. El nombre de Anelía volvió a iluminar la pantalla. Con un suspiro miré a mi papá, ahora sí que tenía intriga.

—Debe ser importante —le comencé a decir—, contesto rápido y ya, sigo comiendo. 

Él me miró, como si lo pensara. La verdad que la intriga me estaba matando. Resopló.

—Contéstale, pero dile que estás comiendo y que la llamas después. 

—Okay. —Tomé el teléfono y lo descolgué antes de que se cayera la llamada. Me lo llevé al oído—. Dime mija. Estoy almorzando ahora, ¿me llamas más tarde?

Vi a mi papá asentir y mirar al televisor, como que tranquilo porque ya hice lo que tenía que hacer. Mi madre tomó otra cucharada y se la dio a mi hermano en la boca.

—Es que te tengo que decir algo importante.

—¿No puede ser más tarde? —inquirí.

—Es rápido, te juro que cuando te lo diga vas a hacer tú quien me llames para atrás.

Reviré los ojos por su falsa modestia y suspiré.

—A ver, dime.

—Tengo novio.

Y pum, colgó.

—¡¿QUEEEE?! —El grito resonó en toda la sala y mi familia dejó de hacer lo que estaba haciendo para mirarme a mí, que estoy segura que tenía los ojos más grandes que mi boca hecha una perfecta O. Como que entré en shock.

Error.

Error en el sistema.

Sistema bloqueado.

—¿Qué ha pasado? —Preguntó mi papá—. ¿Por qué has metido ese grito en plena comida?

Todos me miraban esperando una respuesta.

Error.

Error en el sistema.

No se conecta.

—¿Lale? —inquirió mi mamá, presionándome—. ¡Habla niña! ¿Qué te dijo Anelía?

Los miré a todos por última vez, me levanté de la silla y tomé mi teléfono, para salir huyendo de ahí.

—¡Me tengo que ir! 

—LALEEE… —Me paré en seco ante el reclamo de mi papá—. Vira para atrás y come.

Lentamente me viré y los miré, seria. ¿Qué mentira iba a decir ahora para que me dejaran en paz? Del tiro hasta se me quitó el apetito. Miré el telefono algo ansiosa, habían pasado dos minutos. Me devolví a la mesa resoplando.

—¿Por qué tanto apuro? —Mi mamá me miraba, desconfiada—. ¿Qué era?

—No nada… Nada malo —sonreí inocente. Y de repente me llegó la maravillosa idea…

De fingir mi muerte,

Ok, no. Por ese camino no, Lale. ¡Deja del drama! 

Y entonces se me ocurrió la maravillosa idea, de levantarme y decir:

—Voy al baño —y salir corriendo. Con el teléfono en el poco pecho que tenía, me encerré con rapidez y con las manos algo temblorosas por la ansiedad le marqué a Anelía. El pie retumbaba en el piso, caminaba para acá y para allá, hasta que…

—Dime. 

—¿Dime? ¿Me dices esa bomba y luego me contestas con un “dime”? —sentí su risa de ganso al otra lado y me mordí el labio.

Paciencia, Lale. Paciencia.

—PERDONAA.

—¡¿Cómo es eso de que tienes novio?! ¿Y eso desde cuándo? ¿Quién es? ¿Por qué no me habías dicho nada?

—Calma, pueblo —decía entre risas—, calma, una por una. 

—Desembucha.

Volvió a reírse. De verdad que Anelía tiene problemas.

—Se llama Kevin. 

—Ajá. ¿De dónde lo conoces?

—De las redes sociales.

STOP.

—¿DE LAS QUE? —demandé y ella volvió a reírse—. ¡Que no te rías!

—¡Es que me das motivos! De las redes sociales, o sea, pero también creo que lo había visto en la secundaria antes de que yo me fuera. 

—¿What? ¿Y por qué no me suena?

—Porque no estaba en el aula de nosotras.

—¿Y si no estaba en el aula de nosotras como es que lo conoces? 

—Bueno, porque al menos mi nombre no es LalesiemprestoyenellimboysolotengoojosparaMateo.

—¡Hey! —espeté—. Deja la falta de…

—Y entonces —me interrumpió—, si me regañas no te cuento nada.

Y ahí tuve que meterme la lengua en… Bueno, ustedes saben dónde. Creo que está de más decir. 

—Vale, habla. 

El chico se llamaba Kevin, tenía la misma edad de nosotras, o sea, 14 años, era de nuestra escuela, como ya debemos saber, y han estado hablando por las redes desde…

—Noviembre.

—¿Desde noviembre y no me habías dicho nada?

—¡Es que estaba esperando para decírtelo seguro! —se excusó.

Si, si, y yo que cualquier cosita que pase con Mateo se la suelto a cualquiera con tal de no quedarme callada. Suspiré, algo confundida por otra cosa que la vida me estaba enseñando: 

A veces las amigas se ocultan secretos, y me apuesto que Rosalía también tiene los suyos.

—Bueno, ¿qué más? ¿Desde cuándo es ese noviazgo?

—Prácticamente desde hoy —sonrió. Bueno, al menos me imagino que fui la primera en saber.

—¿Y ya… fue a tu casa? ¿Tu mamá lo sabe?

—Sip.

Okay, no era la primera en saber.

—Ehhh… ¿Vale? 

—¿Estás procesando información, eh? —rió.

—¡Menos mal que tú lo sabes! —chilló—. Ahorita mismo se fue, vino a almorzar aquí. 

—¿Okey? —reí, algo nerviosa—. Bueno, me alegro mucho por eso. 

—Siii —escuché un sonido lejano al otro lado de la línea—, Lale, tengo que colgar, que ahora vino Kevin a buscar las llaves de su casa que se le quedaron. 

—Sí, está…

—Okay, bye.

Y colgó. ¿Qué carajos fue eso que pasó? Me quedé mirando la pantalla, saliendo de la sorpresa. ¿Anelía con novio?

Bueno, eso es… Bueno, ¿no? Al fin y al cabo yo también quiero lo mismo con Mateo, pero es que me sorprende. Me tomó totalmente de sorpresa. 

De todas formas hay que empezar con algo, ¿no? Ahora Anelía va a ser la que me va a aconsejar a mí, buajajaja. 

Después de terminarme la comida, acabé plantada en casa de la loca de mi amiga. Es que yo necesitaba verla de frente, necesitaba saber si no estaba jugando conmigo, y la verdad era que no. Terminamos acostadas boca arriba en el suelo, sin siquiera mirarnos a los ojos; Ella hablando y yo escuchando.

—A mi mamá le cae bien Kevin —habló por primera vez luego de tanto silencio—, dice que es un buen chico. 

—Hmm, se supone que eso es bueno, ¿no? ¿Caerle bien a la suegra? —inquirí, tratando de aportar algo al tema. Es algo totalmente nuevo para alguien sin experiencia como yo. Me sentía como pez fuera del agua.

Se sentía raro.

—Ja, si. Así es. Y yo que tengo que conocer a la mía. Dice Kevin que le gustan mis ojos, y Lale, cuando me lo dijo delante de mi mamá, se me subieron los colores a la cara.

Sonreí, concentrada en lo que decía.

—Qué pena, ¿eh?

—¡Qué vergüenza! Es vergonzoso la primera vez, Lale. Yo no podía mirarla a la cara, pero con el tiempo dicen que la pena se va así que…

Mucha diferencia entre ella y yo, a mí, mi tía me descubrió hablando con Mateo y estoy segura que no enciendo el celular más nunca delante de ella. 

Jamás.

Abrí mi boca, apunto de hacerle el comentario, pero luego recordé que a veces ella no me cuenta las cosas, de que no todos los secretos hay que decirlos, y como mismo vino la idea de echar de dientes para afuera las pequeñas palabritas que intercambié con Mateo, volvieron de nuevo a su lugar. 

—Pero es lindo, y el beso. Lale, cuando tú des tu primer beso lo vas a saber. No sabes lo que te pierdes.

Bueeeno, si tu supieraaaas.

¡Ahora fue que caí en cuenta! ¡Ni Rosalía ni Anelía sabían nada del beso con Mateo! Estaba tan enfrascada en la decepción de sus palabras que ni me esmeré en contarlo. Bueno, yo también tengo mis cartas bajo la manga.

El demonio transformó al ángel dentro de mí en otro demonio, y chocaron las palmas. 

En fin, la locura.

—Sí, si yo supiera. Sí, estoy loca porque llegue ese día —le seguí la rima.

—Bueno, ¿no tienes nada nuevo que contarme?

Negué.

—Ah… 

Eras mala, Lale. 

No, no soy mala, soy justa. Soy madura.

Inmadura querrás decir.

Vivir rodeada de personas que sientes que van creciendo, y tú te estancas ahí, y te quedas en el mismo lugar como si nada. Te sientes menos, y principalmente eso es lo que te hacen sentir las otras personas. Producto a sus opiniones, a sus palabras, y una sin experiencia ya no sabe ni cual consejo tomar. 

¿Te dan consejos o te dicen lo que debes hacer?

¿Te ayudan a quedar bien o quieren ver en ti el reflejo de su personalidad? Yo, una persona que cumple todas sus metas, han pasado 4 meses y todavía sigo en las mismas.

Nadie me dijo si era difícil, nadie me dijo si iba a salir bien. Siento que ya he perdido mi toque personal, todo ya ha cambiado y creo que yo, sin darme cuenta, también. 

Ya no sé ni quién soy yo. 

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