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Capítulo 20: Una visita inesperada.

UNA VISITA INESPERADA

"¡Feliz año nuevo! ¡Feliz fin de año! ¡Feliz noche buena! ¡Feliz navidad!"

Al finalizar un año, el frío del invierno gobernando los cielos y los abrigos siendo sacados del armario, ofrecen la sensación tan acogedora de que algo nuevo está por suceder. Al menos a mí me da esa impresión.

Salir a la calle y recibir el impacto brillante del sol pero sin quemarte es una de las sensaciones más espléndidas que hay. Los autos que pasaban a mi lado en su mayoría tenían música saliendo de sus bocinas, las casas también y el olor a cerdo asado inundaba todo el aire.

Una vibración comenzó en el bolsillo de mis pantalones, lo tomé y lo descolgué.

—¿Dime?

—¿Lale, ya vienes para acá?

—Sí. —Miré hacia la calle que tenía por cruzar—. Ya estoy en camino.

Ah dale. Que mi mamá ya hizo el almuerzo, estamos esperando por ti.

¡Voy...! Tengo que colgar que voy a cruzar la calle.

Dale. A ver si más tarde pasamos a ver a Melany.

—Vale. Nos vemos.

Colgué y me guardé el celular en el bolsillo trasero de mi pantalón. Ay, Melany. Cada vez que recuerdo la última vez que la vi, aquel día en que su madre prácticamente nos echó a patadas de la casa.

¿Ella no tiene voz propia? ¿No tiene opinión? ¿No tiene algo que defender? Entonces quisiera saber por qué se deja influir con tanta facilidad por una persona como su madre. Ella no se da cuenta, o tal vez sí pero prefiere quedarse callada, de que su madre está viviendo su vida.

¿Qué es eso de cambiarla de escuela solo porque quedó embarazada? ¿Por qué la alejó de nosotras? ¿Allá afuera hay menos motivos para desconfiar que estando en nuestro lado? Son preguntas que rebotan de una lado para otro en mi cabeza, y fue así justamente cuando dejé de vivir mi mundo interior, cuando Silvia, la madre de Anelía, abrió la puerta y me recibió con una sonrisa de boca cerrada.

—Hola, Lale —me saludó—. Pasa, entra. No te quedes en la puerta.

Sonreí.

—Buenas...

—Dale, que tú no eres nueva —dijo Silvia y comencé a reírme—. Anelía está allá atrás en el cuarto. ¡ANELÍA! —gritó—. Pasa para allá atrás, Lale. Que ella a lo mejor no me oyó. ¡ANELÍA!

Me volví a reír y comencé a caminar hacia su cuarto cuando su alto grito resonó por el pasillo.

—¿QUÉ?

—VINO LALE.

—DILE QUE PASE.

—ESTOY PASANDO. —Ahora llegó el turno mío de gritar hasta que llegué a la puerta de su cuarto.

Anelía estaba acostada boca abajo en su cama con la laptop frente a ella y el ventilador dándole aire fijamente, agitando sus gruesos mechones de cabello color marrón.

—¡Lale...! —abrió sus brazos y corrí hacia ella. La abracé—. Ya pensaba que no ibas a venir.

Dijo al soltarme.

—Ja, ni loca. La comida no se desperdicia.

Instantáneamente provoqué una carcajada estruendosa de su parte, hasta que me dio un manotazo juguetón por el hombro.

—Comilona, no sé cómo carajos no estás gorda.

—Anelía... —la voz de su madre se alargó y ella abrió sus ojos como platos. Ese tono ella siempre lo usaba para regañar, y esta vez no iba a ser la excepción.

—¿Ahora qué hice? —me susurró y luego me asustó cuando alzó la voz—. ¡DIME MAMÁ!

—No digas malas palabras.

Ella quedó impactada.

—¡Pero si yo no he dicho nada!

—¿Ah no? —De repente se paró en la puerta de la habitación—. ¿Carajo no es una mala palabra?

—¿Y yo dije carajo? —inquirió. Una nueva sonrisa se apoderaba de mi cara a tal punto que me acomodé con las manos bajo el mentón para ver el show.

—Sí, y lo vuelves... —tomó su chancla— a decir, y te doy.

—¿Qué cosa? ¿Carajo?

En ese instante ya no pude aguantar más cuando el rostro de Silvia se transformó en la cara de los ojos más entrecerrados del mundo y avanzó hacia nosotras, en especial a Anelía quien con tremenda risa se escondió detrás de mí.

—¿Y por qué detrás de mí, a ver? —inquirí.

—Lale va a coger chancletazos también.

—¡Nooo! —chillé—. Anelía no me hagas pagar por tus crímenes cuando yo soy una niña inocente que no dice ni una mala palabra.

—¡Tú sí las dices!

—¡ANELÍA! —chilló su madre y de una rápido movimiento ella la miró.

—¿Qué?

El rostro de Silvia variaba entre lo divertido al regaño.

—Le voy a castigar cuando sigas diciendo eso.

—¿Carajo? Carajo, mamá.

—¡Tú vas a ver! —Y diciendo eso se lanzó arriba de su hija y la aplastaría si prácticamente no pesaran lo mismo, para hacerle cosquillas a lo que yo me quedé impresionada.

¿Cosquilla o regaño?

¡Par de locas!

Luego de almorzar y prepararnos para ir a nuestro destino, estábamos paradas frente a aquella casa que alguna vez juramos no visitar de nuevo.

Miré a Anelía, sin hacer nada.

—Estoy nerviosa.

Ella sonrió tímida.

—Yo igual. ¡Pero toca el timbre, dale!

—Voy —respiré profundo y solté aire entre los dientes.

Cuando la mano iba a mitad del camino para tocar el timbre, me detuve.

—No, mejor toca tú. A mí me da pena.

—¡Pero si no te van a ver cuando toques el timbre, Lale!

—¿Y por qué no lo tocas tú, a ver?

—¿Y por qué no puedes ser tú?

—¿Y por qué tú no?

—Porque yo tengo eso en las manos, recuerda —me aclaró y solo respiré profundo. Me embarqué.

Está bien, Anelía. Tú ganas aquí. Para la otra será diferente, ya verás.

Me dispuse a tocar el timbre pero antes de que mis dedos hicieran contacto con el artefacto, la puerta fue abierta causando que yo diera un pequeño brinquito.

Tanto lío por nada.

La cabeza de la madre de Melany vestida con bata de casa y un delantal y tan delgada como su hija y como Anelía, se asomó por un pedacito de puerta que había abierto con el ceño fruncido.

Cuando Anelía y yo la miramos al dejar nuestra discusión de lado, pestañeó como percatándose de que nuestras caras eran las que estaban ahí.

—¡Ah, Lale, Anelía! Yo no las conocía —sonrió entre dientes y de entre los míos salió una sonrisa, pero falsa. Se quedó en silencio por un momento—. ¿Cómo están? ¿Disfrutando fin de año?

—Si. —Anelía y yo sonreímos y dijimos a coro.

—Ah qué bien. Nosotros también, lo disfrutamos bastante. Lo estamos disfrutando —aclaró, pero si mirabas adentro de la casa sentirías el más bajo de los silencios y las más completa oscuridad de luces apagadas que pudieran ver.

Sí, señora. Pero usted no me interesa. ¿Dónde está su hija?

—¿Y Melany? —pregunté.

—Ah, se está bañando. —Sonrió.

Rápidamente miré a Anelía e interpreté su mirada tanto como ella la mía.

No quería que la viéramos con la barriga, pequeña, pero visible. A lo que yo opté por hacerle las cosas más difíciles.

—Nosotras la esperamos —comenté y fijé la mirada en los ojos de la mujer, quien claramente no quería para nada que eso sucediese.

—¿Aquí? —preguntó, a lo que daba ganas de tirarle un zapato.

No, aquí no, acá, o mejor en Japón.

—Sí —dijo Anelía dudosa—. ¿Dónde más?

—Ah pero... Ella se sentía mal.

Y empezamos con las mentiras. Me mordí los labios para no reírme en su cara.

—Tengo poca paciencia —susurré—. ¡Solo es un momento rápido! No vinimos para quedarnos, no se preocupe.

Fijó su mirada en mí. Mal que me caía eso. ¿Y qué? ¡Responde!

—Está bien —se acercó a mí y bajó su voz—. Pero no te acerques mucho a ella que tiene un virus, que la hace engordar y todo eso. Por la ventana, Lale y Anelía. —Señaló a nuestro lado y cerró la puerta.

Resoplé, indicándole a Anelía con la cabeza que nos asomáramos por la ventana.

—¿En serio hacen todo eso para que no notemos que está embarazada? —me susurró.

—Eso es lo que me dan a entender.

Al instante la ventana fue abierta y Melany se nos apareció de pechos para arriba. Claro.

—Buenas... —dijo en tono bajo y sonreímos al verla luego de tanto tiempo.

—¡Melany! En serio te extrañamos mucho en la escuela. ¿Cómo estás, mi amiga? Nos dijeron que estabas enferma —aclaró Anelía, hablando alto para que la escuchara su madre.

Inmediatamente le guiñé un ojo a Melany y ella me entendió.

—Sí, estoy enferma. Ya mi mamá les explicó —habló alto y luego susurró—. Ya tengo 3 meses y medio de embarazo.

—Qué bueno —susurró Anelía—. ¡Sí, ella tan amable nos explicó todo!

—¡Opino igual! —me reí por el show que evidentemente estábamos formando y por el que Melany trataba de aguantar la risa.

—¿Mi mamá no las deja entrar? —inquirió en un susurro.

Negamos y volteó sus ojos, suspirando. Pasos escuchamos y al instante nos pusimos serias. Su madre se apareció por detrás.

—Dale, Melany que tienes que comer. Despídete de tus amigas —nos miró—. ¡Vuelvan otro día, mamitas, que ahora ella tiene que almorzar!

Melany solo se quedaba callada y nos miraba. Nos alzó las cejas.

—Bueno... —dijo Anelía en un ligero susurro—. Vamos, Lale.

Comenzó a alejarse de mí. Pero yo no, yo me quedé mirando seriamente a la madre sobreprotectora y sobre todo, tonta, de Melany.

—¿Qué tienes? —Se rió la mujer y agitó sus manos frente a mí—. Hey, ¿Lale?

—¿Lale? —me llamó Anelía desde atrás. Me volteé y luego encaré a la mamá de Melany.

Me acerqué a la ventana y susurré.

—Estar embarazada no es una enfermedad, es una bendición. Ahora por favor, quiero darle un abrazo a mi amiga.

La mujer de inmediato abrió sus ojos como platos y se quedó estática en su lugar. De su cara le bajaron los colores y no supo ni qué decirme. Por el contrario, fue Melany quien abrió la puerta a recibirme, o a recibirnos, pues en cinco segundos Anelía estaba a mi lado, dispuesta a rodear a Melany con los brazos, como yo, una vez que salió.

El abrazo sabía a añoranza, a un "te extrañamos", a un sentimiento de comprensión al ver por lo que estaba pasando, y unas claras palabras que susurraban al viento "estoy contigo".

Nos separamos con una sonrisa.

—Estoy loca por ver al niño.

—O a la niña. ¡Vamos a tener sobrinos, Lale! —susurró Anelía y yo reí.

—Nos vemos, chicas. Vuelvan pronto, que en verdad tengo que ir a comer —dijo Melany.

—Claro que sí. Alimenta a la criatura —dijo Anelía para darse la vuelta, y la seguí, no sin antes ver la mirada de la madre sobre mí, como una muñeca a la que se le ha roto la máscara ante mí para siempre.

Por el camino a casa de la loca Anelía, íbamos comentando acerca de lo que creía la madre de Melany de nosotras. ¿Que por ser solo unas niñas éramos tontas que se les puede ocultar todo?

—Ella nos las mide a ustedes —nos dijo Silvia cuando llegamos y nos sentamos en la sala. Ahora mismo estábamos en el inicio de una conversación muy interesante—. No las mide. Las ve inocentes pero ustedes lo captan todo.

—Ajá, y mamá, tenías que ver como obligó a Melany a vernos por la ventana.

—Eso ya es pasarse, caballero —negó la mujer y me miró a mí—. Aunque eso era evidente que iba a pasar.

—¿Cómo que evidente? —pregunté.

—Lale, las personas como Melany que no las dejan hacer prácticamente nada en la vida, que no la dejan tener novio, que la apartan de sus amigas, en un momento la vida les enseña que no lo pueden controlar todo. Y estoy hablando de su madre —la conversación estaba tan buena que erizaba los vellos de mis brazos—. Entonces, a ella evidentemente le iba a pasar. Si se escapó una fiesta, ella iba a provechar para hacer todo lo que no la dejan en la casa.

—Al punto de llegar un momento de que como no le hablaron de sexo ni nada, ni de cómo poner un preservativo y ya. Embarazada. —Añadió Anelía.

—No, mira, y te voy a decir una cosa. Cuando nazca el niño no sé a quién van a poner de padre, porque su familia se guía mucho por las cosas de sociedad. Son como personas del tiempo de antes.

—Sí, son personas que aun ven que tener relaciones por ejemplo a los 18 o 16 años es algo malo.

—A ver, no es recomendable empezar tan temprano, Anelía. Y eso yo lo he hablado contigo —la señaló.

—Lo sé, mamá... Solo estoy diciendo...

—La edad recomendable es a los 18 pero a la juventud de ahora, hasta en la secundaria ya hay muchachitas que ya no son vírgenes. ¿Me entienden?

Asentimos ambas. Como me gustaban estos temas, me hacían sentir madura.

—Pero que lo hagan protegiéndose, porque también existen las ITS, y creo que...

—En la escuela nos mandaron un seminario sobre eso —añadí rápido.

—Ah, vieron. —Me señaló—. Parece que Melany no hizo la tarea.

—¡No, es que la sacaron de la escuela antes de que la mandaran! —añadí y vi la boca de Silvia hacerse una O.

—Mal momento. Bueno, pero eso es lo que quiero decir. No la informaron bien, no le dejaron su espacio y mira lo que pasó. No digo que criar a tus hijos y cuidarlos mucho, sea un error; de hecho los que lo hacen son muy buenos padres. Lo malo es abusar, y empezar a ver malo las cosas que son normales en la juventud como las fiestas. Si uno se informa y se cuida, no tiene por qué pasar nada de eso. Y ya está bueno ya de conversación que tengo que fregar —se levantó de su sillón y caminó hacia la cocina.

Anelía y yo nos reímos por su manera de terminar la conversación.

—Clásico de mi mamá —dijo.

Y clásico mío reírme por todo.

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