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Capítulo 18: La fiesta de Navidad 1.

LA FIESTA DE NAVIDAD 1.

Sin darme cuenta, los días habían pasado como una ambulancia hacia el hospital. Sí, así de rápido. Y yo, Lale, no me había acordado por ningún motivo que necesitaba hacerme un día de belleza.

¿Por qué después de la piyamada no lo hiciste, Lale?

Pues porque mi amiga Anelía empeoró con lo de las manos hinchadas y en el momento menos apropiado. Es como la vida, no puedes creer que todo va perfecto porque esta se encargará de demostrarte que no es así. Cuando ya pensé que nada podía sorprenderme y que todo iba a ir de maravilla, Anelía me llama a última hora diciéndome que no puede ir a la fiesta de Navidad en casa de Mateo.

Así que Rosalía y yo fuimos a la peluquería, solas.

Me arreglé el cabello con la plancha, y la manicura y pedicura no podían faltar.

—Nos hacía falta este día —dice Rosalía mirándose el cabello en el espejo—. ¿Eh, Lale?

—Exacto. Me veo bien diferente. —Mi mirada saltó de mis uñas recién pintadas de rojo vino hacia el espejo para mirar mi cabello castaño recién planchado.

—¿Les gustó? —Sentí una mano en la espalda y me giré. La peluquera tenía una sonrisa en el rostro verdaderamente encantadora.

—Sí, me gustó mucho. —Le sonreí.

—Nos encantó —terminó Rosalía.

—Bueno, les deseo que pasen bien la navidad. Mucha salud y prosperidad para sus familias. —Asentí agradecida y conmovida por la dulzura de la peluquera.

—Gracias, mi corazón —le agradecí y Rosalía me siguió camino a la puerta.

—Gracias, cuídate.

—¡Cuídense mucho las dos! —exclamó y ambas salimos a la calle dando brinquitos por nuestro arreglo.

Rosalía me golpeaba con el hombro. —Deja que te vea Mateo.

—¡Rosalía!

—Nos vemos, Lale. Te paso a buscar —se despidió para cruzar la calle que separaba nuestros caminos mientras me dejaba con la boca abierta.

***

Me doy unos últimos toques de maquillaje frente al espejo. Siento que quiero impactar, pero a la vez no tanto para no dar la impresión de que quiero resaltar por encima de las demás. El labial rojo me cambia la cara y el rostro por el cabello. Me alejo del espejo dando unos cuantos giros para ver si mi vestido tenía alguna imperfección.

—¡Lale, te llaman en la puerta! —me grita mi madre.

—¡Mira a ver quién es! —le grito colocándome los pendientes.

—¡Parece que es una amiga tuya de la escuela!

—¡Déjala pasar y dile que me espere!

Luego de eso solo escucho pasos y una puerta cerrarse. Supongo que Rosalía está en la sala esperando por mí. Me termino de poner los zapatos y de rociarme de perfume, para tomar mi celular y salir del cuarto.

—¿Pero princesa, a dónde usted va tan hermosa? —inquirió mi mamá examinándome con cautela.

—A la fiesta de navidad, mamá —le respondí.

—Nunca te había visto tan arreglada.

Me esmero, mamá. Me esmero.

Lo pienso no lo digo, solo trato de ocultar la risa mirando a Rosalía y saludándola con la mano, a lo que ella me responde.

—Mira, mamá. Ella es mi amiga Rosalía —le dije y ella le sonrió.

—Un placer.

—Igualmente —contestó mi amiga y yo opté por despedirme de mi mamá.

—Cuídate por ahí, Lale.

—Está bien —arrastré las palabras—. Te quiero, adiós.

—Adiós, mi niña.

Me alejé de ella y abrí la puerta de la sala, Rosalía se levantó del sofá y me siguió, no sin antes hacerle un ademán de adiós a mi madre, a la que le sonrió antes de cerrar la puerta.

El día había llegado al final y el saber que me estaba dirigiendo a casa de Mateo me ponía de los nervios.

—Estás de impacto —me dijo Rosalía.

—Gracias, tú también estás espectacular.

Sonrió.

—Gracias, Lale, pero yo no soy la que va a impactar a Mateo.

—¡¿Qué?! —Volteé mi cuello y ella comenzó a reírse como una loca.

Mierda.

Cuando llegamos a casa de Mateo, el portal estaba acompañado de algunas personas de nuestra aula. Entré tras Rosalía y nos dijeron que paráramos para el patio trasero.

Al llegar al patio, me sorprendí ante lo que vi frente a mis ojos: Un enorme árbol de navidad decorado con piñas, luces y adornos se ceñía en el medio del patio como el centro de atención. Era hermoso, y muchas personas se retrataban a su lado.

Las paredes estaban también decoradas por las luces, habían mesas con bebidas y vasos, varias sillas dispuestas a los lados de las paredes que rodeaban el patio y las personas estaban vestidas de colores navideños: rojo, blanco y verde. Miré al mío: era morado. A mí nadie me dijo nada de que había que ir vestida de colores navideños.

Qué bien.

El centro de atención.

Y de Mateo también cuando noté que se acercaba hacia mí.

—Hey, ¿por qué estás vestida de morado? —me preguntó Mateo, examinándome.

—Yo también quisiera saber. ¿Por qué todo el mundo está vestido de blanco, rojo y verde, y yo vengo vestida de morado? ¡¿Alguien me puede explicar?! —dictaminé y miré a Rosalía, quien tenía un vestido amarillo—. ¿Y tú no sabías esto, Rosalía?

—¿Cómo voy a saberlo? Si lo supiera te lo hubiera dicho a ti y yo no hubiera venido vestida de amarillo.

—¡Ay mi madre! —Me llevé las manos a la cabeza.

—¿Cloe no les dijo que la fiesta era con temática blanca, roja y verde? —preguntó Mateo y lo encaré.

Entonces entendí el por qué.

Maldita perra del demonio, me las vas a pagar.

¿Tú mandaste a decir a Cloe eso, Mateo?

—Contrólate... Contrólate —susurraba Rosalía a mi lado.

—Amor, ven acá —llamó Mateo a su noviecita.

—Dime, amor —le dijo y le abrazó a media espalda, para luego mirarnos a nosotras con hipocresía.

—¿Tú no les dijiste a ellas que había que venir vestidos con temática navideña? —inquirió y las cejas de Cloe se elevaron hacia arriba, fingiendo sorpresa.

—Perdón, amor. Se me pasó —se defendió ella con cara de inocente.

Inocente no tiene ni un pelo.

—¿Y se te pasó justamente la de nosotras dos nada más, no? —inquirió Rosalía—. Porque yo veo que todo el mundo está con esos colores.

—¿Qué estás queriendo decir?

—Estoy queriendo decir que... —Y entonces la agarré de la muñeca y le susurré al oído antes de que fuera demasiado tarde.

—No le demos el gusto de vernos enfadadas. —Rosalía se calmó y observé a Cloe con la sonrisa más hipócrita que me salió—. No importa, de todas formas la fiesta está súper buena y sé que nos vamos a divertir.

Cloe gruñó de la furia y tomó a Mateo de la mano para sacarlo de ahí, quien antes de irse nos dijo unas últimas palabras.

—Pásenla bien, chicas. Y no importa la ropa, se ven hermosas.

¿WHAT?

Creo que ya estoy vestida con temática de navidad pues se me han subido los colores a la cara.

—Cálmate, Lale. Cálmate —me decía Rosalía—, que en cualquier momento te quito el color de la cara y te pinto de rojo el vestido.

—Muy graciosa, Rosalía. ¿Ah?

—Es que ciertamente sí que podríamos coger la piel roja de la cara y pintarte el vestido —ironizó.

—Okay, mejor cállate, Rosalía.

—Sí, mejor me callo —asintió ella.

El ambiente de la fiesta se hacía más juvenil a medida que pasaban los minutos. Más gente venía a la fiesta y el patio de la casa se hacía cada vez más pequeño y oscuro, pues el sol comenzaba a ocultarse para dar paso a la luna llena. Y fue cuando quedé maravillada por la luz proveniente del gran árbol de navidad.

La música empezó a sonar de los bajos y trajeron más bebida. La madre de Mateo pasaba muy sonriente y conversaba con todos, ofreciendo en una bandeja plástica grandes cantidades de vasos de bebida.

—¿Quieren bebida, preciosas? —nos preguntó a mí y a Rosalía.

—Sí, claro —Rosalía asintió y tomó un vaso de la bandeja—, muchas gracias —y me dio un codazo disimulado.

—Y tú, mi niña. ¿No quieres? —me preguntó muy dulce.

—Sí, deme una para probarla —Asentí con curiosidad.

Nunca en mi vida había tomado y el hecho de que la madre de Mateo estuviera frente a mí me dio la valentía y madurez para darme el primer buche de bebida.

Argsh, qué amargo.

—¿Y tú cómo te llamas? —me preguntó—. A Rosalía sí la conozco de por aquí pero a ti nunca te había visto. ¿Tú estás en el aula de Mateo?

Asentí sonriente por su curiosidad y respondí orgullosa de estarlo. —Sí, así es.

—Ella es la que ha ganado los concursos, Clara —le comunicó Rosalía y ella abrió los ojos grandemente.

—¡¿Es ella?! ¿Ella es Lale?

Carajo, ¿mi suegra me conoce? ¡Que diga, corrección! ¿La mamá de Mateo me conoce?

¿Cómo?

Despiértenme que estoy soñando.

—Sí, soy yo. —Sonreí.

—Ay, mi niña. Mateo como me ha hablado de ti.

Espera. ¡¿QUÉ?!

Inmediatamente mis ojos se abrieron al máximo y vi que Rosalía lo hizo igual, mirándome con disimulo y pellizcándome la espalda.

—¡Auch! —chillé por lo bajo, pero Clara se percató.

—¿Qué pasó? —reaccionó seria.

—Nada, un mosquito. —Me reí nerviosa y miré a Rosalía—. Ahorita a Rosalía le va a picar también.

Ella me alzó y bajó las cejas llevando otra vez a que me sonrojara y tratara de aguantar la risa delante de Clara. No podía pensar que me estaba riendo de ella.

—¿Qué te habló Mateo de mí? —le pregunté curiosa. Yo tenía que saberlo.

—Que ganaste el concurso, que fuiste a todos los concursos y ya todos los maestros hablan de ti. Dice que eres súper inteligente.

¡Oh! ¡Ayuda que me desmayo de la emoción!

Lale, relájate. Ya esto me hizo la noche. Mateo hablando de mí con su madre, su madre ya me conoce por él y yo no lo sabía. Wow.

Solo... Wow.

—Nah, eso es mentira —me reí, humildemente—, yo no soy inteligente. Solo tuve suerte.

—¿Cómo que no? —interfirió Rosalía—. No le hagas caso, Clara. Siempre hace lo mismo.

—¿Cómo no vas a ser inteligente después de ganar todos esos concursos? ¿Tú estás loca? —me dijo Clara.

—Es verdad, no lo soy. Ya dije que fue solo suerte. Cualquiera podría haberlo hecho.

—¡Mentira!

Esa voz... Me paralizó y puso a mi corazón a bailar. Mateo se acercó a su mamá y la abrazó, para luego mirarme a mí. Su perfume me hacía entrar en un aura de peligro, de caer en las tentaciones y de arriesgarme sin miedo alguno a cualquier cosa que tenga que ver con él.

—¿Cómo que mentira? —le dije.

—Tú si eres inteligente. Ya quisiera yo sacar las notas que tu sacas —dijo él y aproveché el momento para seguirle la conversación.

—No son nada relevantes.

—¡¿Cómo que no?! —me gritó y me empecé a reír—. ¡Ella está loca! ¿Lale, tú no te das cuenta de lo que tú haces? Ya quisiera yo ganar todos esos concursos y tener esa mente tuya. Mamá, ella es la mejor del aula.

—No digas eso que no es verdad —lo interrumpí—, Clara, no le hagas caso.

—Mamá, no le hagas caso.

—Sí, mi vida. —Le asintió ella.

—¡Clara!

—Ya, Lale. ¡Tú sí eres la bestia! —me afirmó seguro y se me acercó.

—¡No lo soy! —Aproveché y me le acerqué otro paso, sus ojos en los míos.

—Que sí. —Se acercó.

—Te dije que no Mateo y no me vas a convencer. —Me le acerqué más y cuando apenas me di cuenta, solo faltaban pocos centímetros para que llegara a sus labios, para tocarlos, para besarlo.

Una corriente de adrenalina me recorrió e inconscientemente miré su boca, diablos.

Tentación...

Se hizo silencia y todos nos miraban, y cuando ya no pude más, me tuve que alejar y desviar la mirada a otro lado parta que no notara mi sonrojo. Y Rosalía ya me estaba mirando de lado.

Diablos.

—Bueno, me voy a seguir repartiendo. Tómate la bebida, Lale. Está buena —me dijo Clara después de haber presenciado la escena.

¿No se había enojado?

Pues no, parecía contenta.

Se marchó, y al instante vino Cloe a llevarse a Mateo de mi lado, mirándome seria. Lo había visto todo.

Ay mierda, doble adrenalina.

Y al final, miré a Rosalía, quien me miraba endemoniadamente con una ceja más alta que la otra, de brazos cruzados y asintiendo.

—¿Qué pasó? —Me reí.

—Hmm... Yo estoy segura que tú sabes muy bien lo que pasó.

Le di la espalda. —Ay, no exageres, no pasó nada.

Pero por más que intenté, no lo pude evitar y sonreí con satisfacción, rindiéndome ante ella.

—¿Viste la reacción de Cloe? Está molesta.

—Sí lo vi, y me sorprendió, la verdad —confesé.

—Vamos a interactuar, Lale. —Me tomó de la muñeca.

Avanzamos entre la multitud y me mantuve callada. Supe que si Rosalía me tomaba así de la mano era porque había visto a alguien conocido. Al final llegamos a un grupito en donde al único que conocía era a Carlos, un chico de cabello rubio que estaba en mi aula aunque nunca lo he mencionado.

—¿Cómo estás, Valeria? —saludó a una chica de tamaño enano que sonreía ante lo que Carlos estaba especulando.

—¡Rosalía! Viniste. ¿Cómo estás, mi corazón? —Me mantuve distante observando la escena. La chica extendía la "s" cuando hablaba y le daba un toque cómico a su hablada.

—Muy bien, loca. ¿Cómo estás tú? ¿Está rica la fiesta? —le preguntó después de saludarla con un rápido abrazo.

—Sí, la verdad está buena. Todavía están llegando gente así que hay que esperar. La bebida estaba rica. ¿Ya la probaste? —preguntó ella mirando su vaso, que por cierto, ahora me percaté de que estaba vacío. ¿Cuándo se había tomado eso?—. Sí, ya te la tomaste.

Sonrió Valeria echándose hacia atrás su cabello con finura.

—¿Y ella quién es? —Me miró a mí y Rosalía se volteó.

—Ah, ella es Lale. Está en el aula mía y de Mateo —me presentó.

—Mucho gusto —me dijo Valeria.

—Igualmente.

—¿Tú todavía no te has tomado la bebida? —dramatizó mirando mi vaso y sonreí incómoda.

—No, no me gusta.

—¿Cómo no te va a gustar el ponche? Rosalía, tu amiga es una loca —le dijo y me reí incómoda.

Luego llegó Carlos con su habladera, luego otros chicos más, uno moreno, otros altos y de otras edades que eran ya hombres y otros que parecían borrachos ya de tanta bebida.

—¿Y a dónde van a ir en las vacaciones, caballero? —añadió Carlos al grupo—. Yo me voy para un hotel con mi familia.

—Ay, Carlos. Cómo te gusta la especulación —dijo Valeria y Carlos se le acercó susurrando cosas incoherentes a lo que ella sonrió coqueta, después empezaron a jugar de manos.

—Yo pienso algún día ir a una casa en la playa, pero como es Navidad lo tendré que dejar para otros cursos —hablé y todos me atendieron.

—Bueno, pero esperemos que para al año nuevo todo esto empiece mejor que nunca —dijo Rosalía.

Entre nosotros pasó una chica ofreciendo pequeñas copas de un líquido rojo. Todos tomamos copas de lo que ella decía "coctel sin alcohol".

—Brindemos por eso —dijo la chica y me llevé el copa a la boca, pero al probarlo hice una mueca de asco.

—Esto tiene alcohol —le dije.

—Solo un poquito pero no le digan a nadie —susurró la chica, confidencial.

—¿Solo un poquito? ¡Esto tiene una botella completa! ¡Quiero más!

—¡Rosalía!

Horas después...

Rosalía andaba por ahí tambaleándose, saludando a cualquiera y riéndose mucho mientras yo solo me quedaba observándola. Sabe Dios cuántas copas se bebió.

Terminé detrás de la puerta del baño, mirándome las uñas mientras ella procedía a vomitar todo lo que había ingerido esta noche...

Sentí de pronto que la vista me pesaba. ¿Y cómo no me iba a pesar? ¿Quién iba a ser si no?

Cloe estaba conversando con sus amigas y no me quitaban el ojo de encima. No hay que ser muy madura para saber que cuando un grupo de amigos conversa y eres el punto fijo de mirada de todas, están hablando de ti. Se voltearon cuando me percaté y se fueron a otro lado.

—Maldita sea, me la vas a pagar —susurré.

En ese momento me tocaron el hombro y cuando me volteé: tentación en persona.

Mateo.

Cercanía en persona. Santo cielo, lo estamos haciendo otra vez.

El corazón me empezó a latir como siempre pasaba y sentí más ganas de besarlo que nunca. ¿Para qué carajos se me acerca tanto? Mil dudas atacaron mi cabeza.

¿Le gusta mi perfume? ¿Estará borracho? ¿Quiere darle celos a Cloe? ¡Pero si tiene novia por que anda así tan cerca de mí! Uno se acerca así a alguien porque... le gusta. ¿Yo le gusto a Mateo? No lo creo.

—¿Quién la va a pagar? —me preguntó muy curioso.

—Ehh... La cucaracha —solté sin más—, la cucaracha que me asustó ayer en el baño.

—¿Okay? —Enarcó una ceja como quien no cree mucho lo que le dicen pero trata de hacerlo—. ¿Dónde está Rosalía?

—Es que parece que le cayó mal tanto coctel.

—Ah, ya. ¿Está borracha en el baño y vomitando, cierto?

—Sí. —Asentí.

—La pobre.

El silencio reinó entre nosotros y su mirada se centró en mí. No supe por qué, sin embargo los nervios se hicieron más presentes. Si tuviera la valentía lo besara ahora mismo. Para mi sorpresa no dejó de mirarme.

—¿Qué me miras? —inquirí.

—Es que estás muy linda, Lale.

CAPÍTULO EDITADO.
FASE DE EDICIÓN CONCLUIDA.

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