Capítulo 16: Pijamada
PIJAMADA.
¿Te ha pasado alguna vez que estás tan, pero tan inquieto que no te puedes quedar parado en un solo sitio? ¿O quizás que tienes una emoción inmensa dentro de ti por algún hecho que te ha alegrado el día? Pues eso es lo que me ocurría a mí en estos momentos.
Me encuentro en mi habitación caminando de un lado a otro, haciéndome miles de películas en la cabeza, que siempre tenían los mismos actores.
Mateo y yo.
Yo y Mateo.
El que me haya invitado a la fiesta de navidad me ha subido la autoestima un poco; sobre todo el ver la cara de Cloe cuando Mateo me invitó.
¡Ja! Cada vez que me acuerdo termino riéndome sola. Por poco me atraganto devorando la cena por una de las repentinas carcajadas que iba soltando cada que recordaba el cómo Mateo le respondió.
—¿Lale, qué te pasa? —preguntó mi mamá dejando de comer—. Te veo muy risueña.
—Nada, mamá. —Sonreí—. Es que Anelía y yo tenemos planeadas varias locuras para la piyamada de esta noche.
—¿Locuras, eh? —inquirió mi papá llevándose una cucharada a la boca—. ¿Segura que no tienes un novio escondido por ahí?
—¡Papá! —grité y dejé de comer para llevarme una palmada a la cabeza—. Paciencia contigo.
—Yo voy a ver —comenzó a molestarme y yo a reírme—. Ya es de noche —Se asomó a la ventana y la negrura de la noche hacía que se detallaran las luces de las ventanas de las casas—, tú sabes que no vas a ir sola ¿verdad?
—Eso no necesito saberlo —me reí dejando mi plato vacío y levantándome de la mesa para ir a preparar el bolso con lo necesario para la piyamada.
—No te apures, no tengo apuro.
—Está bien —le dije y enfoqué la mirada de mi madre en mí.
—¿Tú sabes que aunque tú tengas 20 años, él te va a seguir viendo como su niña, verdad? —me dijo mi madre y mi papá la miró rápidamente.
—Amor, ella será mi niña aunque tenga 30. —Comencé a reírme de ternura.
—Dale, Lale. Vete a preparar el bolso antes de que te pongas sentimental.
—Voy mamá —dije y me desaparecí en el cuarto.
Mi papá me llevó a casa de Anelía, pero Rosalía me había tomado la delantera, así que cuando yo estaba en la puerta ella fue la que la abrió.
—¡Lale! —me saludó emocionada y me abrazó fuertemente—. Yo pensaba que no ibas a venir. ¡Te dijimos a las 8 y te apareces aquí casi a las 10 de la noche!
—Perdón —me reí y entré a la casa—. ¿Y Anelía y su mamá?
—Están allá atrás en el cuarto. Vamos, que estábamos viendo Harry Potter —me comunicó y mi ceño se frunció.
Caminé tras ella por el pasillo mientras me llevaba de la muñeca. ¿Harry Potter? Aun no entiendo por qué es tan popular esa película.
¿De qué trata?
¿Qué tiene de bueno?
Nunca en mi vida la he visto pero si que sé que es muy, pero muy popular.
—¡Miren quién llegó! —Rosalía abrió la puerta del cuarto y Anelía y Silvia me miraron.
Entré.
—¡Lale, mi vida! Pensé que no ibas a venir ya. Te iba a matar o iba a mandar a Jarol que te hiciera la vida imposible una semana como castigo —dictaminó Anelía.
—Bueno, si me matas no sé cómo mi hermano logrará hacerme la vida imposible —contraataqué y Rosalía levantó su mano para que chocara los cinco.
—Ustedes dos están muy cómplices últimamente. —Anelía nos miraba con los ojos entrecerrados.
Alcé mis hombros en respuesta.
—¿Por qué?
—Está celosa —le susurré a Rosalía y Anelía pareció escucharme.
—¡LALE, TE ESCUCHÉ! ¡Y no estoy celosa!
—Si, sí. Cómo no.
—Chicas. Chicas, ya basta —Rosalía trataba de alivianar la situación ya que nosotras dos estábamos como gallos de pelea.
—No digas nada mejor. Que si no me va arriba a mí, lo hará hacia a ti.
—No, por favor. Que al único que yo quiero arriba de mi es a... —cerró su boca y abrió los ojos como platos cuando se dio cuenta de su error.
Anelía y yo nos quedamos mirando sorprendidas, y luego una sonrisa pícara hizo que fulmináramos a Rosalía con la mirada y le alzáramos las cejas.
—¿A quién tú quieres arriba de ti, Rosalía? —inquirí demasiado curiosa para mi gusto.
—Esta se está guardando muchas cosas para ella, Lale —me confirmó Anelía y comenzó otra vez la batalla de miradas.
—Cuenta.
—Abre el pico.
—¿A quién quieres arriba de ti?
—¿A tu novio? ¿Tienes novio?
—¿O a tu amante?
—¡¿Tiene un amante?! —saltó Anelía boquiabierta.
—¿Qué voy a saber yo? Sólo le estoy preguntando.
—¡Pero se supone que estás con ella en la escuela y debes saber si tiene o no!
—¡No es mi culpa no saberlo!
—Sí lo es, por despistada.
—¡Chicas! —gritó Rosalía interrumpiendo nuestra tonta discusión—. ¡Basta ya! Son amigas, no deberían pelearse.
—Y tú eres nuestra amiga, se supone que tienes que contarnos los últimos chismes de tu vida —habló Anelía acompañándome en el juicio.
—Que sea vuestra amiga no significa que les tenga que contar toda mi vida —respondió Rosalía.
Mi boca casi llega al suelo.
¿Esa es Rosalía? Veo que Anelía está igual que yo.
—Mala amiga —dijo Anelía.
—Lale es la que tiene mucho que contarnos.
—¡¿Qué?! ¿Cómo? —Pregunté en voz alta cuando de pronto noté el plan de Rosalía: desviar la conversación hasta comenzar a hablar de mí.
Muy linda la niña.
Pero si ella no habla, yo mucho menos.
En casos así, solo hay una salida para resolver el problema. Miro a Anelía y por su cara veo que está pensando lo mismo que yo.
Sin decir absolutamente nada, se levanta y sale de la habitación, para volver en un minuto con tres vasos llenos de refrescos.
—Todas al suelo —ordena ya que estábamos en la cama.
La madre de Anelía, Silvia, estaba en la cama mirando la película de Harry Potter desde que llegué. La saludé con una sonrisa y ella dijo: —Por mí no se molesten que yo estoy metida dentro de la película.
Me reí.
—Vale, mamá —le dijo Anelía con una sonrisa.
Rosalía no entendía nada, sin embargo se sentó en el suelo aunque con el seño muy fruncido.
—¿Qué hacen? —pregunta.
—Para casos así, solo hay una solución —dice Anelía retomando la conversación y colocando los tres vasos de refrescos en el suelo.
Con una sonrisa en mi rostro tomé el mío, las preguntas las tenía en la cabeza y las dudas ya me estaban atacando.
—Jugar al "nunca, nunca" —completé. Tomé mi vaso de refresco y lo alcé en el aire. De que aquí se iban a saber unos cuantos secretitos, se iban a saber. Además, tengo a Rosalía en la mira desde aquel día en el baño. Ahora tendrá que confesar y no habrá vuelta atrás—. Y empiezo yo.
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