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Capítulo 13: Pelea de gatas.

PELEA DE GATAS

Un mes después.

Estudios, nervios y pruebas.

Así describiría el agotador y último mes antes de las vacaciones por fin de año.

Los exámenes parciales no me dejaban espacio para tonterías, ni juegos; estaba tan concentrada que apenas podía evitar chitar a aquellos compañeros que en clases se la pasaban sin atender y ahora imploraban a susurros que les dijera la respuesta de la prueba.

—Lale... —susurraba alguien.

—¡Shhh...!

Sin mirar ni siquiera fuera de la hoja frente a mí les respondía con lo que se merecían: con nada.

Los resoplidos me rodeaban.

Concéntrate, Lale.

Es tu último examen.

Debes hacerlo perfecto.

Cerraba los ojos por momentos y suspiraba haciendo memoria.

—Y aquí quedan resumidas las semejanzas entre triángulos. Punto. —Susurré colocando el punto final.

¡Wow! Esto se llama relajación y paz mental.

Ninguna prueba más.

Ningún nervio.

¡Y las vacaciones de navidad!

Decidida entregué el examen al profesor y salí del aula de clases. Adentro se quedaron algunos con el lápiz bailando y la mente aislada.

Hasta que sonó el timbre que le ponía fin a la jornada de evaluaciones, y todos los exámenes fueron recogidos sin excepciones. Por lo tanto, tuve que volver al aula.

—Muy bien, chicos. Esta es la última prueba. Espero que hayan aprobado con resultados satisfactorios.

Yo observaba desde la última mesa cuando el profesor disminuyó su tono de voz y observó a algunos alumnos que tenían el teléfono en sus manos.

—Aunque es muy poco posible ya que no me prestaron atención en todas las clases. Excepto Lale, que está allá atrás sentada y parece que sí lo hizo todo bien.

El orgullo de mí misma me hizo soltar una sonrisa inconscientemente cuando me señaló y todos se voltearon.

—Pueden salir —permitió el profesor de matemáticas y mis compañeros se levantaron de sus respectivas sillas, tomando sus mochilas y saliendo más contentos por haber terminado las pruebas, que por haber aprobado.

No me quedé atrás y salí, encontrándome con una gran diferencia con respecto a los anteriores días de evaluación. Alguien había presentado mejoras en la cura de su enfermedad. Pero solo había venido a hacer el examen.

—¡Anelía, que bueno que estás bien! Al menos pudiste hacer esta prueba. —La saludé con alegría.

—Aun no creo cómo fue que te aprendiste todo lo de la prueba y no viniste prácticamente en todo el periodo del curso —le dijo Rosalía que antes de que yo saliera, mantenía una conversación con Anelía.

—Yo tampoco sé cómo lo hice, pero lo hice. En algunos momentos mi mente me sorprende —confesó Anelía.

—Sí, sí... ¡Hasta a mí me sorprende de vez en cuando tu mente! —expresé.

Rosalía comenzó a emitir carcajadas escondidas en la palma de su mano, cuando de pronto se detuvo. Ambas captamos con rapidez inmediata la presencia de la madre de Melany en la escuela, obligando a su hija a que la acompañase y apresurara el paso.

Anelía, quien no se había quedado atrás en la escena, se volteó hacia nosotras.

—Creo que ya lo sabe —dijo Rosalía con mucha sinceridad que me llegó a causar escalofríos.

Sin dudar las seguí y pude ver como entraron en la oficina del director.

—¿Qué está pasando? —preguntó Anelía, aislada del tema.

—No es nada, solo Melany que está embarazada —susurró Rosalía sin la menor carga.

—¿Qué? —preguntó Anelía sin creerlo.

—Esa parte no se la habíamos contado, Rosalía.

—¿Cómo no me iban a decir que Melany estaba embarazada? ¿Qué les pasa?

—¿Quién sabrá lo que están hablando? —Rosalía se acercaba poco a poco sin notarlo. La palabra "curiosidad" estaba escrita en sus ojos. Hasta que se detuvo.

Y entonces, me miraron a mí.

—Yo no me voy a parar a escuchar detrás de una puerta. Es muy inmoral para mí.

Anelía dio dos pasos hacia al frente y se detuvo.

—¡Ay ya! Lo voy a hacer yo.

Tenemos a nuestra atrevida y valiente voluntaria.

Caminó acercándose más y yo me mordía las uñas. Se detuvo muy cerca y miró hacia atrás, pero Rosalía le hizo un ademán con la mano para que siguiera.

—¡Ay ya! —Movió sus labios.

Y así lo hizo.

Lentamente.

Hasta que puso su oído en la puerta. Y aunque Rosalía y yo estábamos a más de veinte pasos, no podía dejar de sentir la adrenalina en mi cuerpo. No podía estarme quieta.

—¿Qué será lo que está pasando? —susurré sin despegar mis ojos del objetivo.

—Sí, sí, sí. Tengo una duda —añadió Rosalía.

—¿Qué duda tienes? Consúltame en cualquier cosa. Sabes que puedes contar conmigo.

—¿Qué tu hiciste en la b)?

Inmediatamente trasladé mis ojos hacia a ella.

¿Era el momento de preguntarme eso?

—¿Es en serio, Rosalía?

—Es que no sé si hice la mitad de la prueba bien, o la mitad de la prueba mal.

—Es lo mismo.

—Oh, comprendo... —Abrió su boca, pero luego la cerró escogiéndose de hombros—. Pero igual estaba difícil la b).

Me golpeé con la palma en la frente.

Paciencia, Lale. Paciencia.

Pero hubo algo que me hizo cambiar de aires rápidamente:

Cloe caminaba con sus labios pintados de rojo intenso y el cabello suelto como si ella fuera la mismísima Afrodita en una pasarela de diosas griegas. El mentón arriba. Se detuvo dándome la espalda, tomó su pelo y lo tiró hacia atrás dándome con él en la cara. Unas hebras se me pegaron en la boca y las tuve que escupir.

—Es que, mira. El profesor no me halagó a mí porque no me gusta ser tan... ¿Cómo decirlo? Ah, no me gusta hacerme como otras que sí le gustan hacerse al parecer...

Y el fuego llegó a su punto máximo cuando le di la cara a Cloe, la sangre hirviendo dentro de mí.

—¡Ya estoy harta! ¿Cómo qué me tomas? ¿Como tonta?

—Ay, yo no sabía que te ibas a poner así. Eso no era contigo. —se hizo la inocente con una cara más falsa que la nieve en el desierto.

—Era con ella. Hace rato te le estás insinuando y nada más que la vez a ella hablas y hablas. Que si "mi novio", "él mío está mil veces mejor".
—Miré ceñuda a Rosalía.

¿En serio Cloe había hecho eso?

—¿Rosalía?

—De eso hablamos después.

—¡¿Y qué me vas a hacer?! ¿Me vas a pegar? Dudo que tengas coraje para hacerlo. —Arañó Cloe, pues eso es lo único que sabían hacer las arañas como ella.

Anelía le apareció por atrás, cuando ya mis puños estaban tan apretados que dolían, le tocó el hombro.

Entonces Cloe se volteó.

—Lale no, pero yo sí.

El impacto de la mano en la cara de Cloe me hizo retroceder dos pasos. Una emoción desconocida no me permitió disimular la risa nerviosa que me dio. Rosalía se quedó con los ojos fuera de sus cuencas cuando Cloe viró la cara y se llevó la mano en el lugar de la cachetada.

Hoy hay fiesta.

¡Hoy hay celebración!

—¡Estúpida, no me vas a poner una mano más encima! —le gritó Cloe a Anelía.

—¡Te voy a poner la mano encima cuantas veces me salga del...! Así que no vuelvas a ofender a mi amiga porque si te metes con una, te metes con todas. ¿Entendido?

Cloe permaneció mirándola sorprendida con la mano en la cara, cuando Anelía nos tomó la mano a mí y a Rosalía y nos sacó de ese lugar.

—Anelía. ¿De dónde carajos sacaste toda esa valentía? —preguntó Rosalía boquiabierta cuando mi amiga me miró para responder.

—De la que le faltaba a Lale.

—¡Oye! —me quejé.

—No le hubieses pegado una cachetada ni aunque te pagaran mil dólares. No eres de ser la violenta.

Todas comenzamos a reír por un buen rato, las tensiones se me relajaron y el corazón dejó de latir fuertemente.

—¿Oye, y qué escuchaste en la dirección? —le pregunté.

—Me temo que tengo malas noticias.

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