Capítulo 10: ¡¿Melany, qué hiciste?! 2
¡¿MELANY, QUÉ HICISTE?! 2
La mañana la he pasado algo atareada y nerviosa otra vez. ¿A quién se le ocurre aplicar una evaluación de Biología sin ni siquiera avisar antes? Además de que ella y yo, si nos mandaran a ser una pareja de baile yo le pisara los zapatos, tenía que ser sorpresa. ¡Qué bien!
Gracias, secundaria, por añadir un nuevo problema a mi vida.
Digo, si fueran de matemáticas con gusto lo resolvería, pero no. Tenía que ser con la clase más trabajosa, en mi opinión.
—Llegaste tarde, y aun no me has dicho qué te traes —le exigí a Rosalía la cual se sentó a mi lado a la hora de receso.
Ella me miró pícaramente.
—¿Sabes que me tienes que contar, verdad? —dije mientras ella disimulaba tomándose una gaseosa—. Rosalía, te estoy hablando.
Sentí una sombra pasar por delante de mí, y luego una silla que se arrastra. Seguro es Melany que viene a merendar con...
—¡Lale! —Levanté la cabeza rápidamente muy sorprendida. Muy subconsciente me traicionó al mirar a Mateo tan rápido—. ¿Qué tal? No te vi en la fiesta...
Vaya, son tal para cual.
Menos mal que no me dio por decir que se estaba comiendo la boca de Cloe, que la lengua le llegaba hasta la garganta y...
Calma, Lale.
Respira.
Calma.
Respiré hondo y me concentré en la conversación.
—Sí, yo te vi pero no quise interrumpir —le dije.
—Ah, no. Solamente estaba con una amiga conversando —comentó con simpleza, como si mentir se le diera muy bien.
Si...
Una amiga...
Conversando...
Ajá.
—¿Con una amiga? Cloe me acaba de decir que tú y ella son novios ya.
—Ah sí, esa parte también.
¿Ah sí, esa parte también? ¿Acaso crees que yo soy tonta o qué?
—Me alegro por ustedes —le sonreí, tratando de parecer sincera.
Un toque en la mano hizo que se desataran todas las mariposas en mi estómago y salieran a volar por mis ojos, delatándome y encontrándome con los de él que tanto estaba evitando.
—Lale, necesito tu ayuda —me comentó Mateo.
¿Mi ayuda?
¿Mi ayuda en qué?
—¿Para qué la necesitas? —le sonreí.
Él se frotó la mano por el cabello. —Es que tengo un problema que tengo que resolver en Mates y en serio es muy, pero que muy difícil. Y me hace falta tu ayuda.
¡Ahora es mi momento!
El karma está siendo bueno conmigo.
Por más que traté de disimular mi alegría satisfactoria me salía por los poros.
—No, lo siento. ¡Estoy muy ocupada! Tengo que ir a llevarle las libretas a Anelía para que se ponga al día y... No puedo ayudarte, perdón.
Su semblante decayó y se empezó a remover algo ansioso y disgustado.
—Ay Lale. De verdad me hacía falta tu ayuda...
—Lo siento. —Me encogí de hombros.
Traté de mirar a otro lado.
—¡Lale! —escuché un llamado y juro que no había amado a mi nombre tanto en toda mi vida—. ¡Lale!
Miré hacia la puerta del aula y el profesor Damián se dirigía hacia mí.
¿Para qué me llama con tanta urgencia?
Qué raro.
Me levanté aprovechando mi oportunidad para librarme de Mateo.
—¿Si?
—¿Crees que puedas participar en el concurso provincial de Matemáticas?
¿Dijeron concurso? Me han llamado a mí. Me encanta lanzarme a nuevos retos para medirme a mí misma mi capacidad, por lo que gane o pierda, siempre digo que lo importante es participar y ganar experiencia.
Además, la competencia es una buena forma de superar a los demás y sobre todo, de superarse a sí mismo.
Sin duda voy a ir.
—¿Y para qué fecha sería, profe?
—Para el 11 de noviembre.
—Ah, sí. Cuente conmigo —acepté gustosa.
—¿Pero no estabas muy ocupada? —interrumpió Mateo mi momento de felicidad.
Inventa algo, Lale.
—Sí, pero justamente para esa fecha tengo un espacio libre —le dije dándome importancia, mientras me miraba levantándome de la silla—. Ahora, con permiso, que tengo que ir a la biblioteca a estudiar.
Agarré mi bandeja y me marché. Vi la oportunidad ante mis ojos y no la derroché, sintiendo un gusto tremendo de darle una buena lección al arrogante de Mateo.
* * *
Otro examen.
Este sí que no fue sorpresa. ¡Pero diablos! ¿Qué quieren con tantos exámenes?
Historia fue un buen partido. Ojalá haya hecho todo bien y no haya cometido ningún error. No me lo perdonaría.
—Bueno, niños. Hemos terminado. Pueden recoger sus cosas y marcharse. Los resultados trataré de tenerlos listos mañana. —dijo la profesora terminando de recoger las hojas.
Todos comenzaron a recoger sus cosas para irse.
—¿Oigan, qué tal si vamos a ver a Anelía a su casa? —me sorprendió Melany haciéndome saltar.
—Niña, por Dios, qué susto. —Me toqué el pecho, sintiendo los fuertes y repentinos latidos de mi adolorido corazón.
—¡Ay sí! Seguro le va a gustar la sorpresa. —Me hizo saltar Rosalía también a mis espaldas.
¿Todo el mundo me quiere sacar sustos a mí hoy o qué?
Terminé de recoger mis cosas, cerrando el zíper de mi mochila y colgándomela a los hombros.
—¡Cómo pesa! —chillé.
Parecía una casa de ladrillos lo que tenía adentro.
—¿Pero, Lale, qué tú traes ahí? ¿Ladrillos para la construcción? —Rosalía intentó cargar mi mochila por el aza, pero luego la soltó—. ¡Carajo! ¿A ti no te duele la espalda?
Me reí.
—A mí no.
—Carajo...
—¿Qué pasa, Melany?
—No sé cómo puedes.
—Normal. —Me encogí de hombros.
—No, Lale. Tú me disculpas, pero eso no es normal.
—Rosalía, es que después me quiero ahorrar el regaño de los profesores por los libros que se me quedaron así que mejor los traigo todos.
—¿Y el horario? —preguntó Melany.
—Sabes que lo cambian constantemente.
—Pues te dañarás la espalda...
Una buena charla me busqué solo por los libros en mi mochila. Prefiero que me duela la espalda a pasar una vergüenza por no llevar los libros correctos.
Entre conversación y conversación, llegamos a casa de Anelía. Toqué el timbre, guardando con paciencia la cual no he tenido últimamente.
Miren cuando se viene a aparecer.
Unos segundos...
Volví a tocar el timbre.
—¡VAA! —Silvia gritaba desde adentro— ¡VAA!
De pronto Silvia abrió la puerta.
—¡Lale...! —saludó Silvia muy tierna cual niña pequeña.
Caminé rápido hacia a ella y me abrazó.
—Pero si nos acabamos de ver ayer cuando le traje las libretas a Anelía —hablé o... bueno, traté de hablar, absorbida por el fuerte abrazo de Silvia.
—Yo también te extrañé, mi vida —le correspondí el abrazo.
—¿Okey? Yo creo que hay alguien que le está robando la mamá a Anelía —comentó Rosalía desde la puerta.
Me giré y le saqué la lengua, cuando de repente Anelía entró a la sala. Pero no la Anelía normal, esta andaba totalmente despeinada pareciéndose mucho a una bruja, caminando lentamente con un camisón de su hermano y descalza. En su rostro veía que no se sentía para nada bien con lo de estar encerrada. Parecía sacada de una película de terror.
—Mi vida. ¿Qué te pasó? ¿Qué te ocurrió? ¿Tan grave es la enfermedad? —Me acerqué a ella con un hilo de voz. Entonces pude ver sus manos hinchadas llenas de granos.
Ay.
—Me duele...
—¡Ay, mi niña! —Hice un puchero y me apresuré para abrazarla con mis ojitos de cachorra regañada.
—Ay, ay, mi espalda —Anelía se quejó.
—¿Okey? ¿Esta tiene 14 años o tiene 60? —preguntó Melany viendo como a Anelía le dolían hasta los huesos.
—Tiene 14 pero con espíritu con una viejita de 80 —le respondí a Melany que miraba desde la puerta.
—¡Las estoy escuchando! —protestó.
Minutos después.
Melany, Rosalía, Anelía y yo fuimos a su cuarto y nos sentamos en la cama para conversar mejor. Me sentía mal por ver cómo se había puesto mi amiga, me ardían las manos de solo mirarla.
Melany y Rosalía estaban al otro lado de la cama mientras que Anelía no me soltaba de tenerme abrazada.
—¿Entonces es una inmunodeficiencia? —preguntó Melany.
—Ajá sí. —Anelía hizo un puchero y la abracé más fuerte.
—Ay, mi niña.
Hizo un puchero.
—Yo no quiero estar enferma. ¡Me duele la nalga de tantos pinchazos!
—¿Pero entonces ya no vas a ir más al escuela? —insistió Rosalía.
Ay Dios mío. Ojalá que no, que no me haga eso la maldita enfermedad de Anelía.
La observé detenidamente evaluando sus gestos. Arqueó sus cejas hacia arriba y bajó las comisuras de sus labios.
—Eso creo... Pero eso no es justo. Me estoy perdiendo de todos los chismes...
—¡Hablando de eso, te tenemos un chisme buenísimo! —exclamé mirando a Melany.
—¡Ni lo menciones! —dijo ella tratando de evitarme pero para su mala suerte, Anelía tenía sed de chismes.
—¿Qué chisme?
Tres doritos después.
—¡Hija de su madre! —exclamó Anelía con la boca abierta y las manos sujetando sus cabellos—. Ojalá se caiga y pise una caca de perro.
Todas la miramos.
—Okey. Se me fue la lengua. ¿No? Ojalá se caiga sobre una caca de perro.
Corrigió y todas nos echamos a reír ante sus ocurrencias.
—¡No se rían! —Anelía lloró dramáticamente como lo había hecho desde que entramos por esa puerta.
Silvia entró al cuarto con unos cuantos vasos de refrescos. —¿Por qué llora mi chucha?
—¡MAMÁ! —Las tres comenzamos a reír aún más por el grito de Anelía.
—Pero el mejor chisme no es ese...
—¿Cuál es? —Anelía se giró hacia mí.
Rosalía y yo nos comunicamos con la mirada, y observamos a Melany.
—¡No, chicas! Por favor —protestó Melany, sin embargo, la curiosidad de Anelía sobrepasaba sus insistencias.
Con una ceja enarcada, se hizo silencio en el cuarto cuando por fin expulsó la pregunta.
—¿Melany, qué hiciste?
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