Capítulo I
Soy de esas personas a las que no les agradan los espacios públicos. Las aglomeraciones afectan mis nervios de forma considerable, sobre todo cuando el colectivo humano está constituido por adolescentes. Y si existe un lugar en la tierra con amplia concentración de gente hormonada, ese es el Instituto secundario Georgia O'Keeffe, en New Paradise.
En los últimos años la sociedad ha cambiado de manera sustancial, pero la realidad es que para ser alguien en la vida, sobre todo alguien respetable, todavía hay que estudiar, así que cada día me tocaba armarme de coraje y asistir a clases.
En el Instituto hay diversos grupos de mujeres, cada uno de estos es un reflejo minimizado de las distintas facciones que ocupan el mundo actual. Los grupos se clasifican según los ideales de sus miembros.
Las Feministas Femeninas celebran la idea de que el planeta está ponderado solo por chicas e intentan extirpar de la sociedad cualquier vestigio que hubiera quedado de la población masculina, mientras buscan resaltar la femineidad. Sus formas de manifestación, a mi parecer, son ridículas porque se basan en conceptos instituidos por el sistema patriarcal. Por ejemplo: no utilizan prendas de vestir asociadas a los hombres o a la masculinidad. Solo usan vestidos y faldas. Tampoco hacen trabajos considerados aptos para los varones, que requieran fuerza bruta, en una suerte de ley del mínimo esfuerzo. Son un grupo de princesas cabezas huecas, en fin.
Por otro lado, están las feministas radicales. Esta facción desdibuja las diferencias existentes entre los géneros y los roles asociados a cada uno, impuestos también por el patriarcado. Entre sus métodos de manifestación más extremos está la ingesta de hormonas masculinas —andrógenos— para fomentar el crecimiento del vello facial. Su eslogan durante un tiempo fue: "tener bigote no es algo exclusivo de hombres".
Y luego están las feministas moderadas. Un grupo intermedio que comparte con las radicales algunos de sus ideales, sobre todo los relacionados con la supresión de las diferencias asociadas al sexo biológico, pero sus expresiones no son tan extremas, físicamente hablando.
No obstante, lo que unifica a todos los grupos es el hecho de que todos están compuestos por mujeres, o Evas —categorización que se había implementado en el último tiempo para definir a la especie predominante del planeta— y es por ese detallito que no termino de encajar en ninguno, pese a que comparto alguna de sus visiones.
Sucede que mi condición biológica es ligeramente diferente a la del resto de las chicas... porque yo no soy una Eva, sino un Adán.
Si logré impactarlos con eso, esperen a saber el resto de la historia. Porque se vuelve más prometedora y también complicada. Pero empecemos por lo primero, mi nombre...
Soy Adamira. Adamira, Adam, Adán. Sí, el sentido del humor de mis madres es sensacional. Cuando Bianca, la progenitora que me llevó durante los nueve meses en su vientre, se enteró de que estaba embarazada de mí, o sea de un varoncito, entró en un colapso nervioso y empezó a reír como hiena con epilepsia. Mi otra madre, April, la secundó. Historia contada por ellas mismas, cuando tuve edad suficiente para comprenderla. No crean que era un feto omnisciente y omnipresente.
Sin embargo, las risas cesaron cuando la obstetra sugirió mi inmediata eliminación, o sea, aborto. Las luces de danger se encendieron en ambas progenitoras y la respuesta fue una negativa rotunda. Eso, debo decirlo, es algo que me llena de satisfacción cada vez que escucho la historia y eleva mi cariño por ambas.
Claro que ese no estuvo acompañado de un jugoso soborno a la doctora, para que se mantuviera callada. Los errores ocurren, de hecho, la médica responsable de la inseminación había fallado en la elección de sexo del embrión. Pero mi concepción no había sido errática. Mis madres me deseaban y me amaron desde el momento en el que habían considerado la maternidad. Así que no estaban dispuestas a deshacerse de mí solo porque tuviera un maní entre las piernas, digo, en ese momento tenía el pene de ese tamaño. Ahora es tiene una longitud normal y eso suscita otro problema.
Como sea, mamá Bianca y mamá April se prometieron llevar a cabo la gestación tal como la habían planeado y después lidiar con las consecuencias.
—Cruzaremos ese puente cuando lleguemos a el —había dicho Bianca. Ella es la más despreocupada de las dos.
April, que es más metódica, ya había considerado una cirugía de cambio de sexo, pero eso implicaría más médicas y, por ende, más sobornos que sus presupuestos no podían cubrir. Además, ni que una amputación modificara las cosas.
Partamos de la base de que mis mamás son feministas moderadas, así que no creen en las diferencias entre los géneros asociadas al sexo. El hecho de que tuviera pene o vagina no iba a delimitar mi carácter, mis ideales, mis valores... Pero no todas lo entendían de esa forma. Sobre todo aquellas mujeres más maduras que temían un retroceso, el retorno a una situación de sometimiento.
De todas formas, me pongo en sus zapatos —literal y metafóricamente hablando—. Debió ser difícil vivir en una época en donde los hombres ocupaban la cúspide de la pirámide y ejercían su supremacía haciendo uso de su poder y su fuerza para someter a las mujeres. Años y años de luchas del feminismo solo para ganar algunos derechos, un plus de igualdad, que implicó altos costos y sacrificios. Al punto que tuvo que llegar un virus letal para inclinar la balanza a favor de las mujeres.
Claro que no querían perder la posición adquirida, sobre todo, la tranquilidad ganada. Pero, esas féminas, tampoco veían la posibilidad de un cambio que incluyera a nuEvas generaciones de hombres, educados desde otra óptica. Una más igualitaria.
Soy muestra viviente de que esto es posible. Aunque también soy un fantasma. Y los fantasmas moran en las sombras por temor a ser descubiertos. Sitio donde he permanecido bajo pedido expreso de mis madres que tienen miedo de que me descubran y terminen, al fin, con mi existencia. Por eso estoy obligado a salir solo si es necesario, usando el adecuado camuflaje, por supuesto. Y he aquí la razón por la cual me disgusta tanto estar en público.
Me molesta tener que tomar hormonas femeninas para controlar mis cambios físicos, también graduar el tono de mi voz, ocultar el miembro bajo prendas de vestir que a mí no me resultan cómodas y me hacen ver como parte del grupo de las feministas femeninas. ¡Puaj! Entre otras cosas...
¡Quiero visualizarme tal cual soy! Como la naturaleza me hizo. Pero para poder encajar y sobrevivir debo ser el más apto. Es decir, llevar una vida de camaleón.
—¡Hola, Ada! —saludó mi mejor amiga, Blue. Si acaso se lo preguntan, no es un pitufo, pero es bastante pequeña en comparación conmigo que mido metro ochenta y tiene el cabello de ese color. Es una chica muy simpática, feminista moderada, la mayoría del tiempo— ¿Ya viste a la nueva?
—¡¿Qué onda Blue?! Recién llegué —respondí, mientras terminaba de guardar mis pertenencias en el casillero y tomaba los libros de mi primera clase—. ¿Qué tiene de especial?
—Pues... es bonita. —Esbozó una sonrisa pícara—. Y soltera. Además va a tomar clases de arte con nosotras.
Siempre me sorprendieron sus cualidades investigativas.
—¿Y todo eso lo supiste en los cinco minutos que tiene de recién llegada? —Ella giró sus vivaces ojos verdes.
—¡No puedo creer cuánto me subestimas, mujer! Eso me tomó apenas tres minutos. Se ve a la legua que es guapa, y acaba de entrar a nuestro salón.
—¿Y cómo sabes que es soltera?
—Simple adivinación. Y... todavía no me ha conocido a mí —Me guiñó. Sí, Blue también tiene una elevada autoestima. ¡Y cómo no! Es linda, carismática, desinhibida, inteligente... Admito que la primera vez que la vi no pude evitar la erección —segunda razón y la principal por la que detesto estar en público— Pero, cuando la conocí en profundidad me afloró un amor más fraternal, así que la empecé a ver como hermana y amiga. ¡Gracias al cielo!
Eso de tener pareja es algo complicado para mí. Sobre todo porque debería confesar mi secreto mejor guardado y por eso esa persona debe ser especial y sobre todo tener la mente muy muy muy abierta.
—O a ti... —añadió Blue, quien me estaba tomando del brazo, para entrar a nuestra clase.
—¡¿Qué dices?! Ya sabes que no pienso en esas cosas. Prefiero terminar de estudiar y después tener novia. —¡Si por cada mentira me cayera un rayo, sería un trozo de carbón a estas alturas!
—Como digas guapa... Por cierto, la nueva se llama Evangelina. —Besó mi mejilla, antes de acomodarse en su asiento.
Hice lo mismo, reparando en la joven que ocupaba el sitio vacío junto a la ventana, ubicado en el extremo opuesto del salón.
Blue estaba equivocada. No era bonita... Era hermosa.
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