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Capitulo 2

Seis años después.

-¿Mamá estas segura que podrás?

Amelie estaba dispuesta a no ir a trabajar ese día, tal vez podría meter un permiso para faltar, su jefe comprendería alguna excusa que ella pudiese inventar. Dejar a su madre y a su hijo enfermo a solas no le parecía buena idea. No porque sintiera que su madre fuese incapaz de cuidar de un niño pequeño. Sino porque prefería cuidar ella misma a su hijo como lo había hecho el fin de semana.

-No es la primera vez que me quedo sola con Dani, lo sabes.

-No quería decir eso, sino que... sabes que ha estado enfermo estos días y se vuelve algo difícil.

-Vete tranquila, cuando regreses veras que todo sigue en calma.

Amelie se acercó a su pequeño Daniel y le movió la melena castaña con rizos.

-¡Mami! – Chilló el pequeño y movió la cabeza.

-¿Me prometes que hoy te portaras bien?

-¿Tengo que ir al colegio?

-Tienes el permiso de faltar por la gripe, más tarde le enviaré a la abuela tus tareas, aunque hoy no vayas no quiere decir que faltaras a tus deberes.

-Pero mami, estoy chiquito y enfermo, no puedo hacer mucho.

-Si haces los deberes hoy nos quedaremos hasta tarde a ver una película y comeremos palomitas y helado. ¿Podemos tener un trato?

El niño sonrío al escuchar helado.

-¡Helado! ¡Si! – Se puso de pie en el sillón y comenzó a brincar.

-¿Me prometes que te portaras bien?

Amelie le sostuvo la mano y le indicó que se sentara de nuevo.

-Mami – levanto la mano en el aire. – te prometo que me portare bien, haré mi tarea y me comeré la comida de la abuela.

Su mamá le chocó la mano y le beso la regordeta mejilla.

-Bien, entonces podré irme a trabajar tranquila. ¿Sabes que te amo de aquí a la luna y de regreso por cinco veces más? – Junto ambas frentes.

-Lo se mami, y yo te amo a ti mucho más.

El niño le beso la mejilla a su madre y se quedó en el sillón mirando su caricatura favorita.

-Cualquier cosa mamá por favor no dudes en llamarme.

-Ve tranquila Amelie, se cuidar de mi nieto.

Amelie le beso la frente a su madre y le dio indicaciones del medicamento, le prometió volver antes de lo normal para cuidar al pequeño Daniel y poder darle un descanso.

Tomó su bolsa, chaqueta, se alisó la falda, miró de nuevo a su hijo con el corazón estrujándole. Y tomó las llaves de su Peugeot 5008 azul.

Salió de su pequeño departamento, camino hacia el estacionamiento y se monto en su auto para incorporarse a la avenida principal. Su celular y los altavoces del auto estaban conectados, así que avanzo en el pequeño trafico escuchando a Kesha, una de sus cantantes favoritas cuando se trataba de iniciar el día con ánimo.

Los acordes de Woman se escucharon dentro del auto y le hicieron mas ameno su trayecto al trabajo. Sus dedos en el volante comenzaron a tomar sentido propio y golpeaban el tapiz de manera rítmica.

El día parecía marchar bien. Sin inconvenientes en casa y un trafico moderado. Las personas que no trabajan un lunes o que mantenían el turno de la tarde se encontraban corriendo por la acera, tipo ejercicio matutino o paseando a sus perros. La mayoría de sus vecinos a diferencia suya eran personas ya adultas, algunas retiradas y otras con un horario flexible de trabajo. Algo que ella admirada, porque su trabajo solía ser tan demandante que los tiempos con su hijo de convivencia a veces eran cortos. 

Entró al estacionamiento de Kent Holdings Inc. La empresa que desde hace tres años se había convertido en su nuevo hogar de trabajo.

-Buenos días, señorita Amelie. - Un sonriente guardia la recibió. 

-Buenos días, Carl.

-¿Cuáles son las novedades de hoy?

-Aun nada señorita.

-Su jefe ha llegado.

-Debo darme prisa entonces. Ah, por cierto, te he traído esto. Espero que lo disfrutes.

-Muchas gracias, señorita. 

Con una sonrisa y una charola de café con un bocadillo le alegró el día como siempre al guardia de seguridad. Amelie era el alma con mayor bondad en el mundo, si tenía la oportunidad siempre les invitaba el desayuno o almuerzo a las personas de nivel bajo de la empresa, aquellos que no los toman en cuenta y que se piensa que su trabajo es insignificante, cuando en realidad hacen mucho a ojos cerrados de los demás.

Amelie se instaló en su habitual escritorio a las afueras de la oficina del gerente general de la empresa, en el piso veinte.

Prefería estar en el piso uno atendiendo y verificando que todos los empleados cumplieran con sus gafetes y proporcionar los de visitantes a personas que solo iban de paso. Su mayor miedo eran los ascensores, temía que algún día se quedase ahí atrapada sola y que nunca pudiese salir.

Tomó su iPad, se alisó la falda y caminó hacia la puerta de su jefe. Hoy lunes era el día con más obligaciones por cumplir. Tocó la puerta tres veces y la voz del otro lado le concedió el permiso de entrar.

-Buenos días, señor Kent.

-Buenos días, Amelie, ¿Has organizado la junta de hoy?

-La sala de juntas está disponible a partir de las 9 am.

-¿Enviaste mis flores matutinas a mi madre?

-He adjuntado la nota sobre la cena para el viernes.

-¿Avisaste al chofer pasar por mi padre para ir a comer?

-Si y su mesa esta disponible a partir de las 2 pm en el restaurante "Moscú"

-¿Has enviado los reportes firmados al departamentos de finanzas?

-Lo hice el fin de semana, después de recibirlos, hoy solo llamaré para confirmar que los han recibido.

-Gracias Amelie, por el momento creo que solo tenemos pendientes los archivos que se expondrán en la junta. ¿Están enterados los gerentes de finanzas, mercadotecnia y producción?

-Su confirmación fue recibida el pasado viernes. Me pondré a darle una última revisión a los archivos si lo desea.

-No estaría de más.

-Si es todo, entonces, con permiso.

-Amelie, puedes tomarte la hora de descanso, mi junta con mi padre tal vez sea larga. Puedes ir a casa a tener una comida digna.

-No lo creo señor, además me gustan mucho los aperitivos que sirven en la tienda doblando la esquina, ¿Los ha probado alguna vez?

-Me temo que no, no son lugares a los que yo...

-Oh lo lamento, disculpe la intromisión. Ya sabe a veces solo hablo por hablar. – Sonrió a medias y salió de la oficina.

Amelie no sabía que le sucedía cuando se le soltaba la lengua enfrente de su jefe, Patrick Kent era el hijo de Philip Kent hombre respetado en el ámbito de los negocios y el más codiciado para hacer contratos.

Patrick Kent había heredado la empresa un año después de que ella entró a trabajar, su padre se había despedido de aquel mundo tan ajetreado y decidió darle el turno a su hijo, Patrick era soltero con treinta y tres años, recién graduado de su máster con honores, un hombre inteligente, serio, respetuoso y guapo. Sus más cercanos lo definían como amoroso, romántico empedernido y poco sociable.

Cuando ambos se conocieron, no sabían cual era el puesto de cada uno, Stone pensó que se trataba de un hombre rico buscando asociarse con la empresa como lo habían hecho ya unas cincuenta personas en el año, por su parte Kent pensó que ella era una chica que había llegado ahí por coincidencia pidiendo trabajo, tal vez aun era una estudiante sin experiencia.

Las presentaciones en el día del nuevo jefe al mando fueron sorpresas para ambos y aunque Patrick no lo aceptó al principio, había quedado cautivado por la belleza de aquella joven desde que la vio a través de las puertas corredizas de la empresa. Por su parte Amelie, lo había admirado más de lo necesario y una corriente eléctrica se instaló por su cuerpo, sí se sintió atraída, pero una vez supo que era su jefe borro toda idea peligrosa de su cabeza y se prometió a tratarlo con respeto.

Aunque claramente a veces esa idea le fallaba, porque lo llamaba por su nombre o le contaba cosas típicas de su vida, omitiendo que era madre soltera y tenía las ideas del amor rotas.

El trabajo de Amelie a veces era demandante, tenía que redactar informes, ser la responsable de que todo archivo estuviese firmado, programar reuniones, verificar transferencias, pagos, enviar regalos a los amigos del señor Kent en fechas importantes, ir por copias, tenerle el café de la mañana listo, pasar por su nuevo traje si él tenía una junta muy importante y el que llevaba puesto no era el adecuado, una y mil cosas más la pequeña Amelie debía enfrentarse cada día, agotador sí, pero nunca sería la causa para dejar de sonreír al llegar a casa y darle las buenas noches al pequeño Dani.

-Mel. – La secretaria del señor Dom, estaba enfrente de su escritorio.

-Soy Amelie. – Le respondió en un tono respetable.

Rachel, la secretaria del señor Dom, uno de los gerentes de otro departamento, no era precisamente la amiga que Amelie buscaba en el corporativo, antes de que ella entrara Rachel estaba postulándose para el sueño de toda secretaria, ser la mano derecha del jefe mayoritario, y al no conseguir el puesto, le hizo el primer año y parte del segundo un infierno a Stone. Desde sus días de conflicto Amelie trató de mantenerse a raya, Rachel no era buena por naturaleza, desde que conoció a Patrick solo pensaba en meterse bajo sus sabanas y aunque muchos rumoreaban que ese era el trabajo de ella, meterse con sus jefes, ella se paseaba por las instalaciones como si fuese la dueña de todo.

-Si, eso querida Mel, ¿Está el jefe en su oficina?

-¿Qué se te ofrece?

-Me ha enviado especialmente el señor Dom para agilizar algunos tramites sobre la junta de hoy.

-Que raro, el señor Dom no me ha enviado ningún aviso, es preferible que me des el tramite y yo se lo hago llegar al señor Kent.

-No se puede querida Mel – Amelie rodó los ojos. – Son confidenciales de mi departamento y el señor Dom me ha dado indicaciones estrictas.

Stone sabía que lidiar con Rachel era un dolor de cabeza, esa mujer no se daba por vencida cuando su objetivo no era claramente laboral. Así que llamó por el intercomunicador a su jefe y le informó que la señorita Rachel estaba afuera de su oficina porque debía entregarle algo personal de parte del señor Dom, con un suspiro de cansancio, Kent le dio ordenes de hacerla pasar.

Con una sonrisa más amplia de lo normal, un arreglo de su atuendo y un conteo exagerado de caderas Rachel entro a la oficina. Amelie se quedó intrigada por la situación, así que se acercó un poco a la puerta, pero lastimosamente falló en el intento, su intercomunicador sonó anunciando una nueva llamada, regresó a su lugar de trabajo y olvidó por un momento la situación de aquellos dos. 

Aunque Amelie no lo consideraba celos, algo se le revolvía en el estomago cuando veía a la arpía de Rachel acercarse, y es que quien se podría hacer de la vista ciega cuando tu jefe es el hombre de tus sueños eróticos. Claro nunca faltaría a su ética profesional sobre no acostarse con los jefes esa era su base en el trabajo, pero si estaba en sus manos evitar que aquella arpía se le montara, haría lo posible para mantenerla a raya. 

-Hemos logrado una nueva reunión sin contratiempos. – Sonrió Patrick.

Otra reunión con éxito. Amelie ya podía comenzar a tachar los asuntos de la mañana como completados. 

-Las juntas siempre son buenas señor Kent, siempre consigue lo que quiere.

-No siempre.

Amelie se quedó callada, ¿A que hacía referencia eso? Omitió sus ideas locas y siguió leyendo el itinerario del día.

-Recuerde que dentro de dos horas es la comida con su padre.

-Lo tengo memorizado, no te preocupes, tú eres la que debe recordar que tienes la hora de comida libre.

-Gracias señor, pero no lo necesito, en verdad que estoy bien.

-Amelie, ¿Cuándo dejaras de interponer tu bienestar por encima de los demás?

-Por el momento me enfocaré en serle útil.

-No es la respuesta que buscaba, pero te concederé el beneficio.

-¿Desea algo más señor?

-No Amelie, puedes ir a descansar.

Amelie le sonrió y camino hacia el comedor interno de la empresa, el estomago le rugía como de costumbre a media mañana, así que fue en busca de algo de fruta o galletas.

Este día era uno de los pocos raros que tenía, al parecer todo marchaba despacio y sin pendientes, Amelie aprendió a ser disciplinada, pues una noche sin dormir por cuidar al pequeño Dani y terminar unos informes de la empresa le costaron veinticuatro horas despierta. Con eso se dio cuenta que, aunque creas que un día es suficiente para hacer todo era mentira.

No sabía como había lidiado con la universidad y el embarazo al mismo tiempo, pero si sabía que en el trabajo no podías dejarlo todo a ultima hora, eso era un castigo propio.

Su hora de comer había llegado. Así como un correo con todas las actividades de Dani de la escuela, le envió un mensaje rápido a su madre, indicándole que los trabajos impresos los había enviado a la impresora del departamento, que vigilara a Dany mientras hacia los deberes y que de favor no le diera de comer todo un bote de helado. Le prometió llegar un poco más temprano de lo normal y que esta vez ella llevaría la cena.

Se subió al ascensor y rezo para que este no se trabara a mitad de camino. Las piernas le temblaban y cuando escuchó el pitido de la planta baja salió expulsando el aire por los pulmones.

Saludo de nuevo al guardia de seguridad y caminó por la calle hasta su lugar favorito, el restaurante de la esquina. Mas bien era un pequeño café, por las mañanas servían desayunos típicos de Londres y aunque en la tarde su servicio era muy limitado, gracias a Amelie expandieron su carta, una vez por semana o las veces que la señora Clarke estaba disponible servían una comida estupenda, en este día a Amelie solo le tocó llevarse un sándwich con papas fritas a la boca y por supuesto un vaso de soda. 

Su celular vibró sobre la mesa y respondió.

-Stone, ¿Puedo ayudarlo en algo?

-¿Siempre pondrás tu voz de secretaria ante el teléfono?

-Perdón no vi el remitente.

-Nunca lo haces Amelie.

La amiga tenía razón la mujer siempre se había acostumbrado por su trabajo a no mirar el remitente y contestar de manera automática, como si fuese la contestadora de la oficina. 

-¿A que debo el placer de tu llamada Cristina?

-Te llamo para invitarte a una fiesta, será este viernes en casa de los Málaga en Greenville, ya sabes para recordar los viejos tiempos.

-Cristina sabes que ya no soy aquella chica, además hace mucho tiempo que no he regresado a Greenville.

-¡Vamos Amelie! Es solo una fiesta para saber cómo están todos, ¿Desde hace cuando no vas a una fiesta? ¿Seis años?

-Exactamente tres meses, pero son el mismo tipo de fiesta, ya lo sabes.

-A veces me pregunto si ya estas tomando las costumbres londinenses.

-He cambiado mi estilo de vida eso es todo.

-Tengo una semana aun para convencerte, ¿Cómo esta mi sobrino? Dile que ya le he comprado su libro de historietas, esta vez he tenido que formarme desde la madrugada ¿Puedes creerlo? – Amelie río. – Pequeña pulga, me tiene comiendo de su mano.

-Te dije que no hacia falta que se lo compraras. Por el momento ha pescado una gripe, no ha sido de mucha importancia, pero se ha quedado en casa, no he querido que contagie a alguien más, mi madre lo cuida en mi ausencia.

-Envíale mis saludos a tu madre, espero que pulga se recupere pronto. Y en cuanto a ti, tienes que aceptar mi invitación, puede que esa noche te cojas a alguien, que mira falta te hace.

Amelie rodó los ojos.

-Te tengo que colgar regreso al trabajo, cuídate y pon atención en la tienda, no deben correrte de nuevo.

-Lo tengo todo bajo control.

Dijo Cristina mascando un chicle detrás de la caja de cobro e ignorando a la señora que le estaba pidiendo que le cobrase su prenda.

Se despidieron y Amelie solo agitó la cabeza. Cristina estaba empeñada a encontrarle citas, aunque fueran para una cogida. A ella no le hacían falta hombres que quisiesen estar a su lado, pues después del embarazado obtuvo un cuerpo envidiable, y aunque estuvo un año sin tener relaciones sexuales después de Daniel, cuando reactivo su vida sexual, solo mantenía dos reglas, nada de nombres y no quedarse toda la noche.

Su vida nocturna se había vuelto interesante por lo menos una vez al mes, escogía al hombre que quería en la cama y ponía en practica sus juegos, o lo que ella hubiese leído antes y que le gustara experimentar.

Después de aquella noche y tener como consecuencia a Daniel, había tomado más en serio lo de los métodos anticonceptivos, obviamente ya no era aquella chica que tenia ganas de comerse al mundo, sino que ahora era más sensata y conseguía lo que quería o bueno, la mayoría de las veces.

Regresó a su lugar de trabajo y antes de llegar a su escritorio le dio una bolsa de papel a su amigo el guardia, adentro iba una dotación completa de lo que ella había comido antes. El guardia le agradeció como siempre y le dio una sonrisa en respuesta de pago.

Amelie siguió su camino hasta el escritorio. Se detuvo a leer si tenia un nuevo mensaje del trabajo, o un nuevo informe que revisar, una nueva petición, o algo que quisiera su jefe. Pero nada, al contrario, el mensaje que recibió fue:

Ya no regresaré a la oficina, puedes irte temprano.

PK.

Que raro, se dijo a si misma. El señor Kent no era de esos jefes que se iban a la hora que se le diera la gana, siempre respetaba las horas laborales, a veces hasta era el ultimo en irse. Esta vez, puede ser que le surgió otro compromiso fuera de la empresa o la platica con su padre había superado lo previsto.

Aun le sobraba mucho tiempo antes de la hora de salida, así que hizo algo para desperdiciar el tiempo, quiso ayudar a los de limpieza, fue por una escoba, se quitó su saco, se arremango la camisa, se hizo una coleta en el pelo y comenzó a acomodar las cosas del escritorio de su jefe. sacudió un poco de polvo, paso el trapo por los estantes, libros, pequeñas esculturas y comenzó a barrer, ¿Cuánto polvo podría salir de esa oficina? Casi nada, el edificio se consideraba no solo por su estructura arquitectónica como el mejor, sino que la higiene dentro de este decía mucho, no había lugar donde no brillase y eso lo sabían muy bien todos.

Termino de barrer e hizo lo mismo en su pequeño espacio, a comparación con el lugar de su jefe, el de ella si tenia cosas por ordenar y mantener el ordenador con las pestañas cerradas y los archivos bien guardados, no podía dejar nada a vistas de otras personas. Cuando terminó su pequeña tarea dejo la escoba en su lugar y fue por un trapeador y una cubeta con agua y algo de jabón en líquido para pisos.

El aroma de lavanda inundó sus fosas nasales y le trajo tranquilidad, ese era su aroma favorito y a pesar de que siempre lo llevaba impregnado en la piel olerlo de más en alguna superficie le transmitía paz.

Sus labores del día estaban completas, así que era momento de marcharse, se iba a casa y aquello se sentía raro, como si la estuviesen despidiendo sin darse cuenta.

Se despidió del guardia y se fue al estacionamiento. Quitó las alarmas de su auto y se incorporó al trafico de la tarde de Londres. A su parecer aun era temprano para pedir la cena, así que solo pasó por un pequeño postre, un pastel de queso con relleno de zarzamora, el favorito de Daniel.

Estacionó el auto en el subterráneo del departamento porque ya no lo ocuparía esta vez y se encaminó a las escaleras de su edificio. Se alegraba solo de encontrase en el tercer piso, así no tenia que usar el elevador.

Abrió la puerta con sus llaves y su madre la recibió en casa.

-Has llegado demasiado temprano, no me digas que ¿Has pedido permiso?

-No mamá, te sorprenderás, pero mi jefe me dio la tarde, él ha salido a comer con su padre y me acaba de avisar que ya no regresará.

-Espero que lo que me digas sea cierto.

-Lo es mamá. Lo es. ¿Dónde esta Dani? Le he traído su postre favorito. 

-Ha terminado la mayoría de sus tareas, solo le falta una y me ha dicho que tenia sueño, así que lo he dejado descansar, al rato que se levanté lo terminará.

-Mamá, hemos hablado de esto, debe terminar todos los deberes y después dormirse.

-Ali, no seas tan dura, es un niño.

-Pero debe conocer desde pequeño lo que es organizarse, primero el deber y después lo demás. Iré a verlo.

Su madre negó con la cabeza, pero era tarde, Amelie ya estaba en camino a la habitación del pequeño. Lentamente abrió la puerta y encontró a un Daniel, tan tranquilo durmiendo, lo tapo un poco más con la manta y le dio un beso en la frente. A seis años de su nacimiento aun se preguntaba como aquel niño tan guapo era su hijo, Daniel tenia el cabello ondulado color castaño, los ojos azules, la nariz perfilada, los cachetes redondos y su tono de piel blanco. Mucho más que el de ella.

Salió de la habitación de aeronaves, astronautas y universo, despacio para no levantarlo. Fue a la sala y encontró a su madre mirando el televisor.

-¿Has comido algo o quieres comer?

-Comí antes de llegar mamá.

-Comida rápida ¿cierto?

-No pensé que regresaría a casa temprano.

-Debes cuidarte, ¿Cuándo pondrás tu bienestar encima de los demás?

-Mi jefe ha mencionado casi lo mismo que tu hoy y te contestare lo mismo que le contesté.

-Si no me necesitas me iré. - su madre respondió tajante. 

-Mamá, estoy cansada. 

-Siempre evitando la realidad. - Su madre conocía cuando Amelie estaba por decir una mentira. 

-Solo esta vez.

Amelie caminó a su dormitorio y se dispuso a cambiarse de ropa, se puso algo más ligero y se dio la oportunidad de descansar un poco, se metió en la cama, encendió su televisor, y sin darse cuenta terminó durmiéndose.

-¡Mamá! – El pequeño Daniel saltó en la cama para abrazarla y ella despertó.

-¿Cómo ha dormido mi pequeño? – Lo besó.

-Bien mami, ¿Sabes que ya no tengo fiebre hoy? La abuela me dio una sopa de verduras muy deliciosa.

-Esas son buenas noticias cariño. ¿Terminamos los deberes?

-Mami. – Alargó la i, rogando.

-Daniel, hemos hablado de esto.

-Si, si, lo sé, los deberes primero. – respondió el niño simulando la voz de su madre.

-Vaya a terminar los deberes. Ahorita te busco.

-Esta bien mami.

Daniel no era un niño caprichoso, al contrario, se portaba demasiado amable con todos y eso Amelie lo agradecía, siempre fue un bebé tranquilo que en los primeros meses creyó que tenia una enfermedad, ya que los bebes solían llorar casi todas horas.

La mujer de cabellos castaños se estiró y se puso la bata de dormir, costumbres de Londres, fue a la cocina en busca de un vaso con agua y encontró a Daniel en la mesa haciendo su tarea restante y a su madre tejiendo.

-Te has despertado. – dijo su madre al verla tomar el vaso de agua.

-Le debemos las gracias a Daniel.

-Me lo intuía. – Rio - ¿Les apetece que prepare algo de cenar?

-Pediré pizza. - contestó a su madre. 

-¡Pizza! – El pequeño grito para todos y elevó las manos en forma de victoria.

Amelie rio.

-Si terminas los deberes te daré una sorpresa que he traído.

La cara del niño se ilumino.

-¿Qué es?

-Te lo diré si terminas los deberes de manera rápida y correcta. ¿Desean la pizza de un sabor especial?

-¡Pepperoni!

-Entonces pepperoni será.

Amelie pidió dos pizzas grandes con una ración extra de dedos de queso. Y ayudó a su pequeño con sumas y restas.

Para el momento en que la pizza llegó Carolina recibió la cena y le dio una buena propina al habitual repartidor. Dejó las cajas de cartón en la mesa y fue en busca de los utensilios de cocina. Mientras Daniel y su madre guardaban sus deberes terminados del colegio.

La mesa estaba servida y los miembros de la familia se reunieron para cenar y poder platicar de algún tema ocurrente del menor, esta vez todo se basaba en el interesante tema de los astronautas.

Se rieron, comieron y platicaron por unos minutos más. Amelie le dio la decisión del control remoto de la televisión a su pequeño, mientras levantaba la mesa y buscaba el postre dentro del refrigerador.

Regresó a la sala con tres rebanadas del delicioso pastel de queso con zarzamora y Daniel quedó encantado, no resistía a la tentación que en cuanto tuvo el plato entre sus manos comenzó a degustarlo sin tiempo alguno.

Entretenidos miraron una película infantil y a la media hora de su comienzo el pequeño quedó rendido ante el regazo de su madre, había sido un día difícil para ambos, con voz silenciosa Amelie le dijo a su madre que llevaría el pequeño a su cama y después ella se iría a la suya.

Cargó a Dani con cuidado y se recordó a si misma días después del nacimiento. Aquel bebé tan pequeño que ahora era su vida entera, el pequeño por el cual luchaba para darle la mejor vida de todas. Al único hombre que amaba en estos momentos y por el cual se había forzado a ser una mujer independiente y empoderada.   

Dejo al niño de ojos azules sobre la cama, lo abrigó, le dio las buenas noches y encendió la lamparita de la mesita al lado de la cama. Le besó la frente y despacio salió del dormitorio cerrando la puerta en silencio.

Ya en su cama, dispuesta a conciliar el sueño de nuevo y programando su alarma del día siguiente, recordó la primera vez que estaba esperando al ser que amaba. 

Su hijo lo era todo para ella. Cuando Amelie se enteró que estaba embarazada creyó que el mundo se le caería a pedazos. Apenas con tres meses había iniciado la universidad a seis horas de su natal Greenville y trataba de llevar su día a día lo más normal posible, como toda estudiante sola en una nueva ciudad que apenas conocía, pasaba el mes en apuros y a oídos de su madre por las llamadas telefónicas ella le hacía creer que todo estaba bien.

Su proceso de aceptación con el embarazo no fue nada fácil, la prueba estaba en <<positivo>> mientras que su cerebro decía que aquello era una falla.

Cristina fue quien la animó a realizarse la prueba.

-¿Por qué tendría que hacerla si sabemos que saldrá negativa?

-¿Qué pierdes haciéndola? – Mencionó su amiga.

-Tiempo, ahora mismo no tengo tiempo.

-Te llevará cinco minutos, no una vida. Anda hazla y rápido podrás regresar a tomar el autobús.

Aquel día fue un balde de agua fría para ella, el cielo se había tornado oscuro y su prueba había sido positiva. Se planteo las posibles decisiones, tenerlo o abortarlo, sus principios inculcados en casa con su religión no le permitían abortarlo porque en primera aquello le causaba miedo y en segundo ella sabía quien era el padre y aunque en un pasado se imagino una vida familiar con él, en las situaciones actuales que se encontraba a sus sueños eran muy diferentes.

Tal vez por su parte, aquel bebé lo sentía como el fruto del amor que le tenía al padre y se planteó dejarlo nacer para tenerlo como un recuerdo de lo que nunca podría ser.

La visión universitaria fue diferente y su lista de deseos a realizar se vio modificada, tacho la popularidad en sus próximos años, por una situación económica estable, un hogar y un cambio repentino de vida. Lo que llevaba hasta ahora.

Estudió todo lo que se le permitió en la universidad hasta el momento de dar a luz y regresar después de un pequeño descanso, trabajó día y noche para llevar pañales, y alimento a casa, mientras amamantaba al pequeño en las madrugadas cuando lo reclamaba, lloraba como madre primeriza, pensando si podría con aquello o lo mejor era darlo con una familia que le daría la vida que el bebé merecía, padres unidos, nivel económico estable y más amor del que ella le confesa.

Gracias a Dios todas las noches podía contar con el apoyo incondicional de su madre, que en aquellas situaciones de lloriqueos le daba la motivación de salir adelante. La animada a no dejar de luchar por su bebé y por ella, su madre había sido el pilar de aquella vida, su nueva vida y le estaba eternamente agradecida, sin ese amor ella ahora mismo estaría arrepintiéndose de las malas decisiones.

Amelie pensaba que su destino estaba escrito, pues las cosas que ella premeditaba nunca le salían como pensaba, al contrario, parecían ser descritas por alguien que le gustaba que ella sufriera, la mayoría de los hechos en su vida eran más fracasos que éxitos, aunque le agradecía a quien fuese que le diera aquellos duros golpes el tener a su hijo y poder dar lo mejor de ella para que nunca les faltara nada.

Stone podría verse frágil, pero es una mujer con agallas, nunca se rendía fácilmente y había comprendido a mantener la cabeza siempre en alto, aunque las situaciones no eran favorables, si alguien alguna vez necesitaba ayuda, ahí estaba ella. 

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