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27

No me alcanzan las palabras para describir lo mucho que amo el invierno, mi estación favorita. Y es que este friecito que te golpea la cara, las manos y te provoca un escalofrío, no lo cambio por nada. Es lo mejor del mundo. Prefiero congelarme y retorcerme de frío a estar soportando las altas temperaturas en el verano que me provocan constantes dolores de cabeza.

En fin, soy team invierno.

Con este precioso clima lluvioso, me apetece sentarme junto a la ventana y leer un libro mientras las gotas golpean el cristal empañado; es un ruido muy placentero para mis oídos. A veces me provoca salir al patio y posarme bajo la lluvia para que esta me termine empapando por completo, así como en las películas. Es uno de mis raros placeres, pues estoy seguro de que, si hago eso, Estefano me vería desde el umbral de la puerta con las cejas fruncidas. Él, a diferencia de mí, prefiere el verano, broncearse y pasearse por toda la casa solo en bañador.

Abro media ventana y extiendo la mano para que la lluvia la golpee. Las gotas me producen cosquillas y a la vez una risa que hace denotar mi amor por esta estación. Debajo de mí, las gotas se deslizan por el tejado y caen al césped del jardín, dejándome un recuerdo de aquella vez en la que Christhoper y yo estuvimos sentados ahí. Fue —si no me equivoco— la tercera vez que nos vimos. Esa noche el corazón me latió a mil cuando resbalé y estuve a punto de caer desde esta altura. Si no fuera por la ayuda de él, no estaría para recordarlo.

Vuelvo a sonreír. Esa noche no fui capaz de imaginar todo lo que ha ocurrido hasta hoy. Me sentía atraído por Christhoper, pero no pensé que se convertiría en la persona más especial para mí. En mi mente, solo pasaba la idea de que sería un crush hasta que conociera a alguien más. No cabe duda que la vida es una caja de sorpresas y no dejo de sorprenderme con cada uno de los giros que da la mía.

Tres inesperados golpes en la puerta, me sacan de mis recuerdos en un dos por tres.

—Cariño, tu padre desea hablar contigo en su estudio —informa Sigrid sin abrir.

—Gracias. Bajo en seguida.

Durante mi paso por la sala, me encuentro a Estefano en el sofá y es casi imposible ocultar mi expresión incrédula al verlo con un libro en las manos. Por el apuro, no me fijo en el título de la obra y tampoco digo palabra alguna pues mi cara ya ha hablado por mí.

Él capta mi mensaje y procede a explicarme sin muchos ánimos:

—Perdí un reto con Narel y ahora tengo que terminarlo para el sábado. —Me muestra las páginas abiertas—. ¡Ni siquiera tiene dibujos!

Niego con la cabeza mientras río por su queja y me aproximo hasta el estudio donde está papá. Luego de tocar la puerta y recibir su aprobación, ingreso para sentarme en uno de los sofás a pedido suyo. Si estuve preguntándome de qué querrá hablar, mis dudas quedan resueltas cuando veo unos folletos de universidades sobre su escritorio.

Con una sonrisa afable, inicia diciendo:

—Sé que falta medio año para que acabes la escuela, pero ya me conoces y no me gusta hacer las cosas a última hora

—Lo sé, descuida.

—Bien, aquí tengo algunas universidades que me recomendaron unos amigos. Son las mejores para estudiar Negocios y Administración.

Involuntariamente, suelto una mueca de inconformidad. No siento nada de vocación por las carreras que ha mencionado, por lo que considero correcto el momento para hacérselo saber.

—Eh, padre..., de hecho, quería hablar contigo sobre eso.

Entrelaza sus dedos y se incorpora para descansar sus codos sobre el escritorio.

—¿De qué se trata?

Me tomo un segundo para meditar mis palabras, pues necesito mostrarme lo más serio y seguro posible para que comprenda que no le estoy jugando una broma.

—Perdón si sueno un poco tajante, no es mi intención hacerlo, pero, ¿alguna vez te has puesto a pensar cuál es la carrera que me interesa?

Mi pregunta lo deja un poco frío. Pestañea un par de veces y creo que vuelve a replantearse mis palabras porque retoma su mirada de extrañeza.

—Pensé que querrías estudiar negocios —me dice.

—No, eso es lo que tú quieres que estudie. Mi visión va por otro lado, algo muy distinto. —Le ofrezco una sonrisa apenada. Espero que no se sienta mal a partir de esta conversación—. Amo a los animales, compartir tiempo con ellos, ayudarlos... Es lo que realmente me nace hacer y mi propósito de vida va enfocado en ello. La carrera que tengo en mente es Medicina Veterinaria.

Empieza a asentir de manera lenta, asimilando mi confesión.

—Entiendo. ¿Y dónde piensas estudiar?

—Agradezco el interés de tu parte al pedir recomendaciones. Sin embargo, me gustaría aplicar a la Universidad de Seattle. Estuve investigando otras más, pero esa es la que más me convenció.

—Okey. —Vuelve a asentir y luego abre su libreta para anotar algo a la brevedad.

—Sé que no es lo que tú querías para mí, pero quiero ser sincero contigo ahora y no cuando haya iniciado algo solo para complacerte. No me gusta dejar las cosas a medias y una carrera es algo importante para mí. ¿Imaginas que yo estudie Administración, quitándole el lugar a alguien que de verdad ansiaba hacerlo? —Suspiro—. Si no piensas apoyarme en esto, lo entiendo. Puedo buscar un trabajo de medio tiempo para poder costear mis gastos.

Hay unos segundos de silencio en el que él cierra su libreta de manera suave y asiente a la vez que observa la portada de esta misma. Luego, pasa a mirarme con pesar, como si le hubiese dicho algo que le haya lastimado e intento no sentirme culpable por haber sido sincero.

—Desde que Dios me dio una nueva oportunidad de vivir —dice haciendo referencia al infarto que tuvo el año pasado—, he tratado de ser comprensivo y paciente; he empezado a enmendar los errores que tuve en el pasado, conmigo mismo y con los demás. Si hay algo que he priorizado mucho ahora, es la felicidad y la comodidad de ustedes, mis hijos. Y no quiero cometer contigo los mismos errores que tuve con Estefano. —Por la tranquila sensación que me aborda, creo que esto va por el buen camino. Toma los folletos de universidades y los guarda debajo de un montón de papeles que tiene agrupados sobre el escritorio—. Tienes notas sobresalientes, está bien, postula a la universidad que desees. Por el resto, no te preocupes que aquí está tu padre para apoyarte. No es necesario que trabajes si yo tengo las posibilidades de pagarte una carrera. Pero eso sí, solo quiero una cosa a cambio.

—¿Cuál? —cuestiono con los labios entreabiertos.

—Quiero que te conviertas en uno de los veterinarios más destacados del país.

Sonrío y bajo la cabeza cuando siento que se me humedecen los ojos. Estoy muy emocionado.

—No sé cómo será el camino, papá, pero sabes que siempre me esfuerzo por dar lo mejor de mí. Y mi carrera no será la excepción.

—Vale, a darle con todo. Sabes que puedes contar conmigo, pero avísame con tiempo por si tenemos que buscar un apartamento en Seattle y ver otros detalles.

Me acerco a él y le agradezco con un abrazo de esos en los que se siente libertad, gratitud y felicidad al mismo tiempo. Hace mucho que no se lo daba con estos sentimientos y creo que en la vida son pocos los abrazos que se sienten así. Podría decir que, son contadas las veces en las que el alma vibra de esta forma.

—Por otro lado, ¿cómo va lo de Christhoper?

Me separo de él al oír su pregunta.

—Va bien, gracias a Dios. Continúa haciendo las quimioterapias de mantenimiento hasta que encuentren un donante de médula.

—Lo encontrarán. —Se acerca a su laptop y, después de buscar en unas pestañas del navegador, me muestra una página web—. Quizá no es mucha mi ayuda, pero me he comunicado con unos amigos de España que tienen contactos en la Fundación Josep Carreras, una institución que se encarga de ayudar a personas con leucemia y localiza donantes. Habla con él para que le comente a su doctora sobre esto.

—¡Gracias, claro que sí! ¡Será de mucha ayuda! Ahora mismo voy a escribirle.

—De nada. Me informas lo que te responde tu amigo.

De manera inconsciente, me paro en seco. Cuando miro a papá, él también me mira con extrañeza.

—¿Pasa algo? —quiere saber.

«Pasa que ya no puedo seguir guardándolo».

No soporto la idea de que sea el único —además de Sigrid— que no se ha enterado de esta parte de mi vida. Una parte que he estado ocultando como si fuera el peor crimen de la historia y él mi verdugo, a la espera de mi castigo.

—Papá, hay algo que he querido contarte desde hace tiempo.

Sin hacerse esperar, los fantasmas de mis temores vienen a acogerme en medio de la situación. Se posan detrás de mis hombros y puedo oír sus voces en mi cabeza, diciéndome que no lo haga. Que cambie de tema. Que mienta...

—¿De qué se trata?

Los latidos de mi corazón retumban en mis oídos, como si fuera el único sonido existente en la habitación, aparte de mi respiración acelerada. La boca se me ha secado, las manos se me han congelado y no por el frío del invierno.

«Te echará de la casa. No te dirigirá la palabra por un buen tiempo. Ya no te apoyará en la decisión de tu carrera. Peor aún: cancelará la ayuda de la fundación y Christhoper se quedará sin donante. ¿Eso quieres?», son las palabras que se repiten una y otra vez en mi cabeza, como susurro. Sin embargo, inhalo todo el aire necesario y decido hacer caso omiso a mis miedos.

—No sé cómo lo tomes, pero no quiero que cambie tu trato hacia mí —manifiesto. Las piernas me tiemblan un poco.

—¿Hoy es día de confesiones? —Ríe a modo de relajar el ambiente. Toma asiento, adoptando la postura de nuestra conversación anterior: con los codos sobre el escritorio.

—Así parece.

Trato de sonreír, pero solo consigo formar un mohín.

—¿Es algo malo?

—Visto desde mi perspectiva, no. Y tampoco desde la de varias personas que ya me conocen.

Él frunce el ceño.

—Me estás confundiendo. Sé directo, por favor.

Me tomo unos segundos a modo de preparación. Quiero saborear las cosas y la relación con mi padre antes de que cambie de alguna manera.

«¡No lo hagas! ¡No seas tonto!».

«¡Piensa en Christhoper! ¡En la ayuda que va a recibir!».

«Serás el único culpable de que él se muera...».

—Me gustan los chicos.

Y así, sin ningún tipo de anestesia o preparación, lo suelto. ¿Quería que sea directo? Pues ahí está. Algo más conciso no puedo decirle.

Retomo mi atención en lo que ahora me importa: su reacción. En un primer momento, se me queda viendo, inexpresivo, su rostro se mantiene igual a los segundos antes de mi confesión, hasta que parece procesar mis palabras y torna la mirada hacia sus manos. Después empieza a asentir con una expresión diferente, de convencimiento, como si sus cabos se hubiesen atado de manera automática, como si mis palabras fuesen la pieza que le faltaba para completar su rompecabezas.

Y si creí que mi padre era más inteligente que Estefano, Christhoper y yo juntos, no me equivoqué.

—Y tienes algo con Christhoper, ¿verdad?

El Nicolás de hace unos meses, se habría desesperado por encontrar una mentira perfecta. Sin embargo, el Nicolás actual no se toma la molestia de negarlo.

—Somos novios.

—¿Desde cuándo?

—Finales de agosto.

Esboza una sonrisa agria, la misma que me transmite resentimiento por todo el tiempo que ha pasado desde entonces.

—¿Estefano lo sabe?

Asiento.

—Así es.

—¿Los demás?

—Todos, menos Sigrid.

Levanta las cejas con ironía.

—Debería alegrarme por no ser el último en enterarme.

—No estaba preparado para confesarlo.

Deja de mirarme y busca evadirme con la ayuda de su laptop. Pierdo la cuenta de los segundos que llevo de pie, entrelazando mis dedos, esperando una palabra suya, pero parece que soy como un mueble más en esta habitación. Así que, decido ser yo quien rompe el silencio y da por terminada la escena.

—Bien, eso era todo lo que tenía que decir. Solo te ruego que, si no estás de acuerdo con esto, no retires tu ayuda con lo de la fundación. La vida de Christhoper depende de un donante, no le quites la oportunidad de encontrarlo.

Me mira extraño, como si hubiese hablado en otro idioma.

—¿Tan malo crees que soy? Ahora veo por qué tardaste tanto decirme lo otro.

—Papá...

Levanta la mano para detenerme.

—Está bien, Nicolás. Necesito estar solo para procesarlo.

Camino hacia la salida, con la esperanza de que me detenga y me diga algo más, pero no sucede. El sonido de la puerta cerrándose a mis espaldas me confirma que ya no puedo hacer más. Lo di todo y solo me queda esperar un tiempo para saber si mi confesión ha afectado nuestra relación. No obstante, me reconforta saber que no quitará su apoyo con la búsqueda del donante para Christhoper.

Al levantar la mirada en el pasillo, encuentro a mi hermano observándome a unos metros de distancia. Su expresión apenada me intuye que no ha llegado recién.

—Lo has oído todo, ¿verdad?

—Sí. —Asiente con los labios apretados. 

Nuestra confianza ha crecido en estos últimos meses, por lo que ya no me importa mostrarme vulnerable frente a él. Me acerco y me abrazo a su cuerpo, ocultando mi cara en su pecho, mientras Estefano me rodea con sus brazos, haciéndome sentir no solo protegido, también respaldado y en paz conmigo mismo.

—Estoy muy orgulloso de ti, mi peque. Eres muy valiente —dice después de dejar un beso sobre mi cabello.

Y por fin entiendo cuando algunas personas dicen que los hermanos mayores son como nuestros segundos padres. Estefano me lo ha demostrado en todo momento. Ahora puedo afirmar que, si la vida me cierra las puertas en la cara, allí estará Estefano para ayudarme a abrirlas o derribarlas con unas buenas patadas.


Mis noches han adquirido una nueva rutina desde que Chris salió del hospital. Ahora, lo visito en su casa por las tardes y luego dedico mi tiempo a entretenerme. Sé que los momentos dedicados a mi novio han sido muy valiosos, sin embargo, deseo retomar algunas cosas que solía hacer antes de las quimioterapias. Una de ellas es el programa paranormal que sintonizaba por las noches. Y debo confesar que me sigue causando las mismas expectativas y reacciones como los primeros capítulos. Así que, después de haber bajado a la cocina por una bebida, retomo la ilación del episodio.

No obstante, mi atención se ve limitada cuando llaman a la puerta y papá se asoma por el umbral. Sin necesidad de invitarlo a pasar, él se adentra en mi espacio más personal y observa con curiosidad la pantalla del televisor.

—¿Qué estás viendo? —pregunta.

—Videos paranormales.

Le hago un espacio en la cama para que se acueste y lo hace, soltando unos quejidos de dolor.

—¡Ay! Recién puedo darme el lujo de descansar después de trabajar todo el día.

—No sé tú, pero esto me recuerda a cuando venías a leerme cuentos de pequeño. Al final, te quedabas dormido en la primera página.

—Lo recuerdo. Llegaba cansado del trabajo y mi cuerpo se relajaba apenas me acostaba. —Dirige la mirada a mi humilde librero que se levanta a un lado de la ventana—. Me alegra mucho que hayas seguido manteniendo ese hábito de lectura que tienes desde niño. Ojalá Estefano hubiese adoptado ese mismo hábito.

—Creo que ni leía las separatas de la universidad.

Ambos reímos.

—¿Hablaste con Christhoper sobre lo de la fundación?

—Sí —afirmo—, está esperando una respuesta de la doctora.

—Bien.

Pasan unos segundos de silencio. Papá presta atención a las escenas paranormales que reproduce el televisor hasta que decide continuar el diálogo:

—Uno de mis anhelos es que Estefano y tú lleguen a ser profesionales y con los años formen sus propias familias. Yo no seré eterno. —Escucho que sale un corto suspiro de sus labios—. Solo espero que Dios y la Esperanza Macarena me brinden salud y vida para conocer a mis nietos...

Me incorporo sin mirarlo.

—Papá, papá... si vas a darme un sermón de que solo el hombre y la mujer pueden cumplir la función de reproducción y formar una familia, por favor, ahórratelo. Sé que en esta casa somos católicos, pero si la sociedad me dice que no soy bienvenido en el reino de Dios por mis preferencias, me importa un comino. —Me encojo de hombros—. Al final, cada persona tiene su propia definición de lo que es Dios.

Parece causarle gracia mi reacción.

—¿En qué momento pasamos a hablar de religión?

—Ya ni sé.

Me tumbo de nuevo a su lado y bufo. Creo que me he puesto a la defensiva sin pensarlo.

—¿Es un buen chico? —su pregunta me pilla desprevenido.

—¿Quién?

—Christhoper.

—Ah... Pues, sí...

—Un amigo mío es docente suyo en la universidad. Siempre me habla maravillas del hijo de Ada Wood.

—¿En serio?

—Así es. Me dice que es un chico muy disciplinado —comenta.

—Lo es.

—Se ve también que es buen deportista.

—Antes practicaba atletismo, pero se retiró por una lesión. Ahora solo entrena en el gimnasio. Bueno, lo retomará cuando termine el tratamiento.

Hace un mohín de suficiencia y asiente con detenimiento.

—Lo poco que he tratado con él me ha parecido que es un chico educado, con valores y metas. No te voy a mentir, me agrada ese muchacho.

—Christhoper se hace querer —concuerdo.

—Lo que quiero decir es que me agrada para ti.

Volteo a verlo de inmediato.

—¿Te gusta para mí?

—Me parece un buen yerno —añade como quien no quiere la cosa.

—O sea, ¿no te opones a lo nuestro?

De la nada, una sonrisita burlona se le forma en la cara.

—Nicolás, ¿sabes que en el salón principal hay cámaras de seguridad?

Si no se me salen los ojos, es porque es físicamente imposible.

—¿Cá-Cámaras?

—Una vez, olvidé dónde dejé unos documentos que traje de la empresa y recurrí a las cámaras para cerciorarme de que llegué a casa con ellos, pues juraba haberlos traído en la mano... —inicia explicando mientras que, en mi mente, estoy haciendo un recuento rápido de las cosas que hemos hecho Christhoper y yo en el salón principal—. Ese mismo día, Christhoper y tú pasaron por allí y las cámaras registraron el preciso momento en el que se dieron un beso, aprovechando que no había nadie cerca.

No sé si en este caso aplica, pero, ¿se podría decir que el estafador fue estafado? ¡No me puedo creer lo que me está diciendo! ¿Acaso me está jugando una broma?

—O sea, ¿todo este tiempo lo sabías? —decido seguirle.

—Así es. Podría decir que fui el primero en enterarme de lo suyo.

—¿Y por qué no dijiste nada?

—Porque quería comprobar si tenías la confianza suficiente para decírmelo. —Su expresión cambia a una seria en cuestión de segundos—. ¿Por qué, Nicolás? ¿Por qué no lo compartiste conmigo?

—¿Estás molesto? —interrogo.

—Molesto no es la palabra. Se podría decir que un poco triste y decepcionado.

Aparto la mirada. Siempre imaginé que al momento de darse esta conversación me sentiría juzgado, pero no de esta manera. Lo que me aborda ahora es como una especie de culpabilidad por haberlo excluido de la verdad.

—Lo siento, no quería que te sintieras así. Tenía miedo de que lo tomaras de otra forma.

Se incorpora para tomar una posición más cómoda.

—Nico, muy aparte de que, si es Christhoper o no, me refiero a tus sentimientos. No tienes por qué tener miedo a contarme cómo te sientes; como te dije en mi estudio: para mí, lo importante es que mis hijos sean felices. Y si tú eres feliz con Christhoper u otro chico, no soy nadie para impedirlo. Solo te voy a pedir que elijas bien porque no deseo verte con el corazón roto. Bueno, no pensemos en eso, él se ve que es un buen chico, ya te lo he manifestado. Lo único que no me gusta son esos tatuajes y esos aretes que tiene en la cara.

Finge un poco de repulsión y río por la cara que hace. Al menos, eso alivia un poco el momento.

—Se llaman piercings, papá.

—Vale, eso.

—Pero igual es guapo, ¿a que sí? —le doy con el codo.

—No es lo que solíamos llamar «guapo» en mis épocas, pero si para ti es un Brad Pitt... —Se encoge de hombros antes de acercarse y dejar un beso sobre mi cabello—. Siempre puedes contar conmigo, ¿vale? Eres mi hijo y eso nada ni nadie lo va a cambiar. Te acepto y te quiero tal como eres, porque conozco el gran corazón que tienes y eso me hace sentir orgulloso de ser tu padre. Y sé que en el cielo mamá también está orgullosa de ti. No tengo duda de que, si ella estuviera aquí, no pensaría muy diferente a mí.

—Christhoper se va a emocionar mucho cuando le diga que lo has aceptado como yerno.

—Dile que venga a cenar mañana.

—Gracias, pero mañana tiene quimioterapia y los dos días siguientes los toma para recuperarse del todo. Durante esos días no tiene ganas de salir.

—¿Es muy fuerte la dosis?

—Sí. Hasta le produce dolores de huesos.

—Debe ser muy difícil para él. —Me acaricia el hombro con suavidad—. De igual manera, estaré a la espera de su respuesta con lo de la fundación. Mi apoyo está en todo lo que se requiera.

—Gracias por todo, papá.

Me dice que no tengo nada que agradecerle y se retira de la habitación, no sin antes darme las buenas noches.

Suspiro con profundidad mientras caigo en la cuenta de que ya ha pasado el momento que más temía hace unos meses. Y ha salido mejor de lo que esperaba.

Mi batalla más personal ha terminado. Mis miedos al rechazo y al prejuicio se han de sentir derrotados y disipados de mi alma ahora que mi familia sabe quién soy en realidad. Y, de alguna u otra manera, después de esta conversación con papá me siento como si fuera un prisionero que acaba de salir en libertad.

La bandera blanca comienza a flamear en mi corazón, pues la guerra ha terminado para mí. 


¡Hola!

Bien, creo que este es el capítulo que todos hemos estado esperando. Y espero haberlo desarrollado bien, ya que la reacción del papá era lo que nos causaba temor y expectativas. 

¿Se nota que ya va llegando el final? :( 

Nos vemos pronto para los últimos capítulos. 

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