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26

Los días previos a las fiestas de diciembre se forma todo un ajetreo en el centro de la ciudad. La gente busca de manera desesperada el regalo perfecto para sus seres queridos. En el mall, se arma un desorden por querer tener (a última hora) el outfit ideal. Y ni qué decir de los supermercados, los cuales nos tienen haciendo largas colas para pagar los productos que hemos comprado para la cena, entre ellos, el tan ansiado pavo.

Mi familia no es ajena a esta celebración de la Navidad. Sigrid empieza a preparar desde temprano la cena de Nochebuena. Estefano se encuentra en casa de Narel, ayudando con los preparativos para la cena de ellos; mi padre se encuentra en su habitación haciendo Dios sabe qué y yo también estoy en la mía, acostado sobre la cama para hacer acopio de la energía que necesito para afrontar este día.

Hasta el año pasado, esperaba con ansias este día y, en especial, la llegada de la medianoche. Sin embargo, este año no sucede lo mismo. No siento esa emoción de recibir visitas en casa, ni mucho menos de dar el abrazo acompañado de un «Feliz Navidad». En busca de una respuesta a mis bajos ánimos, tomo mi almohada y me aferro a ella, abrazándola lo más fuerte que puedo mientras empiezo a sollozar de la nada.

Vale, tal vez no sea de la nada. Quizá el motivo son todas las emociones que he venido acumulando desde estas últimas semanas. La escuela, el tratamiento de Christhoper, lo triste que se puso cuando se le cayó el cabello y la diferente Navidad que pasará este año en el hospital, gracias a la leucemia. Puede que mi bajo estado de ánimo sea el reflejo de todo eso.

Toda mi vida he pasado la Nochebuena en casa. No ha habido ninguna oportunidad en la que haya tenido que salir. Sin embargo, hoy hay otra alternativa: pasarla en el hospital. Mi corazón está dividido. No quiero fallarle a mi familia en esta noche especial del año, pero tampoco me agrada la idea de pasarla bien, mientras que Christhoper tiene otro ambiente festivo en la habitación de un hospital.

Mi padre tiene conocimiento sobre esto y lo ha dejado a mi libre decisión. Aún faltan seis horas para las doce y tengo que decidir rápido para marcharme antes de que el tráfico aumente en las avenidas. Bajo al salón principal, donde mi padre se encuentra sentado en el gran sofá, redactando algo en su laptop. A su lado, Nieve está sumergida en una profunda siesta y con una patita colgando hacia el suelo.

—¿Ya decidiste? —pregunta cuando me siento a su lado y la cachorrita levanta la cabeza para verme. Le acaricio su barriguita.

—Aún no.

—Nicolás, ya te dije que puedes ir. No hay problema, además, aún tienes el almuerzo de mañana. Podemos compartir eso juntos.

—Es que es la primera vez que la pasaré lejos de ustedes —explico.

Papá me da un vistazo rápido.

—Y quizá haya una segunda vez. Tal vez por trabajo, o cuando te cases y te inviten a la cena de Nochebuena en casa de la familia de tu esposa.

Eso último me genera una rara sensación incómoda, sin embargo, lo dejo pasar.

—Eh, sí... seguro —intento sonreír, pero creo que más he hecho una mueca.

—Lo ves, a veces no todo será igual siempre. Estamos en constante cambio. —Cierra su laptop, y antes de ponerse de pie, me acaricia el hombro en señal de apoyo—. Ve y acompaña a tu amigo que no va a pasar Navidad en casa. Al menos, que esté con buena compañía hoy.

Y ahí está de nuevo esa palabra: amigo.

Desde que Chris se resintió cuando Molly lo llamó así, esa palabra ha pasado a estar casi censurada para mí. Pero a la vez intento que sea agradable y se ajuste a nosotros, pues Christhoper, además de ser mi novio, es como mi mejor amigo. Entonces, no puedo tachar esa palabra como si fuera algo prohibido, quizá en algún momento pase a ser una más del montón.

No obstante, la conciencia sabe que amigos no es lo que realmente somos él y yo.

—Papá, espera... hay algo que he querido decirte desde hace mucho tiempo.

Se detiene y voltea a mirarme con las cejas levantadas.

—Claro, ¿de qué se trata?

Por un momento, creo estar seguro de confesarle todo.

Todo.

—Eh...

«Si esto sale mal, arruinarás la Navidad», me dice la voz del miedo que empieza a abordarme.

«Y si no lo acepta, puede que te impida ver a Christhoper».

«Tendrás que cargar con la culpa de no haberlo acompañado hoy».

«Si te quedas aquí, papá te ignorará».

«La cena será incómoda...».

Basta.

—Es sobre las universidades, pero creo que ya habrá tiempo de hablar sobre eso —miento al final porque no tengo otra salida. Me he sentido acorralado por un momento—. Me daré prisa para ir al hospital. Pasaré la Nochebuena allí.

Mi padre asiente sin ningún afán de querer retenerme.

—Está bien, ve con cuidado y dale mis saludos a Christhoper.

—Lo haré. Gracias.



Al llegar al hospital, me convenzo de que venir a esperar la Navidad con Christhoper, ha sido la decisión correcta. Su sonrisa y el brillo en sus ojos al verme ingresar a la habitación, es el antídoto que necesitaba yo también para alegrar este día.

Faltan cuatro horas para la Navidad. Recuerdo que los años anteriores dormía toda la tarde para no tener sueño en la noche. Este año no he podido hacerlo, por lo que a las diez ya se me cierran los ojos a causa del cansancio.

Ada, la madre de Christhoper, llega con bolsas de comida. Nos dice que ha traído jamón al horno y ensalada de manzana para cenar a las doce. Eso de alguna u otra manera me sube el ánimo porque compartiremos una pequeña, pero significativa cena entre nosotros.

Decidimos ver una película navideña para acrecentar el ambiente festivo, Los fantasmas de Scrooge es la elegida. Debo confesar que esa película me causaba miedo cuando era niño, ya que los personajes son tétricos, pero ahora la tomo como una historia reflexiva para aprender a valorar lo que tenemos y ser mejor persona.

Cuando esta termina, solo queda media hora para las doce y Christhoper me sugiere subir a la azotea para visualizar desde allí los fuegos artificiales de la ciudad. Sin embargo, Ada nos informa que ha estado lloviendo, por lo que podría ser muy peligroso para nosotros la estancia allí.

Cuando el reloj de la habitación marca las doce, los fuegos artificiales de la ciudad se empiezan a ver desde la ventana, indicándonos la llegada de la Navidad. Ada, Christhoper y yo nos damos el tradicional abrazo, el cual está cargado de diferentes emociones que cada uno ha estado guardando en su corazón, pero más Chris, a quien se le humedecen los ojos y trata de disimularlo para no contagiarme esa sensibilidad. Estefano hace una videollamada desde casa y aprovecho para saludar a mi familia a través de la pantalla. Ellos también saludan a Christhoper y le envían sus mejores deseos en esta fecha. Nos quedamos conectados unos minutos más para presenciar el momento en el que Sigrid coloca al Niño Dios en el pesebre y cuando se reparten los regalos que están debajo del árbol, entre ellos, los míos.

—Hermanito, ¿me dejas abrir tus regalos por ti? —pide Estefano, reuniendo los obsequios que tienen una tarjeta con mi nombre.

—¡Estefano! —escucho que lo regaña papá desde alguna parte.

Christhoper y yo nos damos una mirada significativa y asiento para darle luz verde a los instintos de mi hermano.

—Vale, puedes hacerlo.

Lo veo romper con ilusión el papel de regalo, a semejanza de un niño vivenciando una de sus primeras Navidades. De hecho, no recuerdo cuándo dejaron de regalarme juguetes y pasaron a darme ropa y dinero como presentes. Supongo que las consolas y los videojuegos fueron un puente en este proceso que estuvo a la par con el inicio de la adolescencia.

Abre mi primer regalo —que es de parte de mi padre— y sonrío al ver las zapatillas blancas que estaba pensando comprarme el otro año. Estefano las acerca a la cámara para enseñármelas en todos los ángulos.

—Están hermosas, ¿eh?

—Gracias, papá. —digo, esbozando una sonrisa sincera a la vez que mi hermano las guarda en la caja que vinieron.

—No es nada. Espero que te hayan gustado —responde él a la vez que se coloca al lado de mi hermano y agita la mano para despedirse.

Luego, Estefano pasa a abrir el regalo que me ha comprado Sigrid. De la misma manera, rasguña el papel hasta que comienza a notarse una caja con vectores azules y celestes y, al girarla, aparece ante la cámara la serie completa de Percy Jackson en su respectivo estuche.

—¡Muchas gracias, Sigrid! Ya me hacía falta una buena lectura. —Me es imposible ocultar el tono emotivo de mi voz.

Por último, pero no menos importante: el regalo del mismo Estefano. Después de tomarse el tiempo de crear la intriga necesaria, rompe la envoltura y abre la pequeña caja que hay debajo. Su obsequio es una polera color ámbar y un jean oscuro que se complementa muy bien con la prenda anterior.

—¡Vestiremos igual para Año Nuevo! —explica, moviendo la cámara en su dirección. Extiende su puño para hacer ademán de chocarlo con el mío a través de la pantalla. Le correspondo—. ¿Gemelos Arnez?

—Gemelos Arnez —respondo y reímos al mismo tiempo. Me parece cool la idea de vestir como gemelos en Año Nuevo.

A mi lado, Christhoper frunce el ceño, mostrando su confusión.

—Pero... si no son gemelos... —me recuerda.

—Es que, ellos siempre han querido ser gemelos —explica mi padre, asomándose a la cámara para hacer un gesto que deje entrever que Estefano y yo estamos locos—. Además, mi Amelia los vestía igual cuando eran pequeños.

Christhoper se acerca a mi oído y me susurra:

—Si para San Valentín no vestimos igual, no quiero nada.

Me es imposible evitar una risita.

—A partir de mañana buscaré nuestros outfits, pierde cuidado —prometo.

Al finalizar la videollamada, caigo en la cuenta de que aún no le he dado su regalo a Christhoper, por lo que me acerco a mi mochila y saco la caja envuelta que he traído para él. Es una polera de color lila con un diseño del conejo Bugs Bunny.

Una sonrisa triste cruza por su rostro cuando se lo extiendo sobre su regazo.

—No es justo, yo no he podido comprarte nada. No puedo ni salir de este hospital —explica a la vez que observa y juguetea con el lazo del obsequio que le he dado.

Rodeo sus hombros con mi brazo y me acerco para besarle una mejilla.

—Mi mejor regalo es esta Navidad juntos, la primera de muchas.

Intenta mostrarme una sonrisa.

—Hubiese querido una Navidad diferente para nosotros, pero no se pudo.

—Es diferente —aseguro—, sin embargo, no está nada mal. Al menos, escapé de la rutina anual de la cena familiar.

—Y te lo agradezco. Iba a ser más triste si solo estábamos los dos. —Mira a Ada y ella parece recordar algo. De un respingo, se pone de pie.

—¡Hora de la cena!

—Oh, déjeme ayudarla a servir —ofrezco.

A pesar de que ella no ha preparado la cena, está muy deliciosa y se lo hago saber varias veces. Ada me cuenta que la cocinera que trabaja en su casa, es una persona experta en bufé y que ya tiene muchos años al servicio de la familia de mi novio.

Durante la cena, el papá de Chris llama desde Washington para saludar y comentar que está en el aeropuerto esperando la salida de su vuelo, el cual se ha retardado. Según él, tenía pensado sorprender a su hijo hoy, pero por cuestiones del clima no se pudo.

Le doy un poco de privacidad para que continúe hablando con su padre mientras le ayudo a Ada a retirar y guardar los recipientes de comida. Para cuando volvemos a reunirnos, nos echamos una interesante plática sobre su visita —como gobernadora— a un orfanato de la ciudad que realizó hace un par de días atrás. A través de sus relatos, puedo conocer su lado más sensible y humilde que no se ve por los medios de comunicación. Entiendo entonces que, a veces, la prensa puede llegar a ser un enemigo cuando eres un político.

Al promediar las dos de la madrugada, los ojos de Ada se empiezan a cerrar y solo quedamos Christhoper y yo en la conversación. Sé que no es recomendable regresar a casa a estas alturas, por lo que ambos sugieren que me quede y mi novio me hace un espacio en su cama para que pueda acostarme. Por su parte, Ada se pone cómoda en el sofá y se cubre con una manta tejida que ha traído.

Me dispongo a enviarle un mensaje a papá, diciéndole que pasaré la noche aquí, pero al paso de varios minutos no responde, por lo que intuyo que ya debe estar durmiendo. Así que, sin esperar más, me levanto para apagar la luz de la habitación y darle las buenas noches a Chris antes de volver a acostarme.

A la mañana siguiente, bajamos los tres a tomar desayuno en la cafetería del hospital. Solo me pido un jugo de naranja porque no tengo mucho apetito, a diferencia de Chris y Ada, quienes comparten un plato de panqueques.

Para cuando regresamos a la habitación y, para sorpresa de los tres, nos encontramos con la doctora esperando en el interior. Nos pide que, por favor, ingresemos porque tiene que comunicarnos algo muy importante.

En mi interior empiezo a rezar para que no sean malas noticias.

—Espero que estén pasando una bonita Navidad —inicia diciendo y luego se planta a un lado de la cama, con los documentos en mano.

—¿Todo bien, doctora? —pregunta Ada e imagino que está nerviosa al igual que yo.

—Así es, tengo buenas noticias. —Le da un vistazo rápido a su paciente, quien la observa, atento, con la intención de hacerle frente al nuevo diagnóstico—. Tómalo como un regalo de Navidad, Christhoper.

Él sonríe.

—¿De qué se trata?

—Bien, aquí tengo el resultado del aspirado de médula que te realizaron anteayer para ver si la enfermedad se ha reducido o sigue siendo inmune a las quimioterapias. En esta oportunidad, me satisface decirte que el aspirado ha arrojado un dos por ciento.

Entreabro los labios y veo que mi chico hace lo mismo.

—¿Dos por... por ciento? Eso quiere decir que...

La doctora asiente con una sonrisa de boca cerrada.

—Que estás en remisión completa, sí. Felicidades.

Abandono mi trance y me abalanzo sobre Chris para atraparlo en un abrazo. Él me corresponde el afecto con sollozos de emoción que se ahogan sobre mi pecho. ¡Ha entrado en remisión completa! Esas eran las palabras que queríamos escuchar desde que recibimos el diagnóstico anterior, porque significa que Christhoper está cada vez más cerca de sanarse y ganarle la batalla a la leucemia.

—Felicidades, Christhoper —añade.

—¿Qué es lo que viene ahora, doctora? —pregunta Ada, colocándose a nuestro lado para acariciar la espalda de su hijo.

—Por ahora, el resultado asegura que Christhoper está en remisión completa, es decir, la leucemia ya no se llega a notar en el aspirado. Sin embargo, para evitar que la enfermedad regrese más agresiva, la manera de consolidar el tratamiento es con un trasplante de médula.

—Entiendo —Ada asiente—, ¿qué se necesitaría para ello?

—Se tiene que buscar un donante que sea compatible con él al cien por ciento.

—Pero Christhoper es hijo único.

—Si tuviera un hermano, tampoco sería de mucha ayuda, ya que la probabilidad de compatibilidad es baja. En este caso tendremos que buscar un gemelo genético en el mundo; eso será un poco complicado, pero no imposible. —La médico nos sonríe para disminuir la tensión que se ha generado a partir del anuncio del nuevo proceso—. Por otro lado, me alegra mucho comunicarte que te daré de alta hoy mismo, Christhoper.

—¿En serio?

—Así es. Pero mientras esperamos encontrar un donante, tendrás que iniciar quimioterapias de mantenimiento para conservar la remisión completa.

—Sí, está bien, doctora. Muchas gracias.

La médico le responde con una mirada condescendiente.

—Nos estaremos viendo pronto. Desde ya les deseo un feliz Año Nuevo.

—Igualmente —contestamos los tres al unísono.

El exchico de los piercings se limpia el rastro de lágrimas que le queda en el rostro y me hace un gesto para darnos prisa en empacar las cosas. Por lo pronto, le diremos hasta luego a esta cálida habitación, la cual ha sido testigo de muchas emociones durante estos meses. Y, aunque confieso que la extrañaré, estoy feliz de que Chris pueda tomarse un respiro de este ambiente clínico y regrese a casa para terminar el año de manera diferente. 

¡Hola!

Estos dos capítulos que les he dejado es su regalo atrasado de Navidad. 

Espero que la hayan pasado muy bien con sus familias y amigos. 

Nos vemos el otro año con un nuevo capítulo. Cada vez estamos más cerca del final :(


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