21
Terminar un proyecto importante de la escuela, es una de las sensaciones de paz que más me agrada disfrutar. Es como si te quitaras un peso de los hombros y por fin puedes respirar con normalidad. Vale, quizá esté exagerando, pero me siento libre luego de dar por concluido un trabajo escolar que me tenía muy preocupado. Por suerte, Molly y yo hacemos un excelente equipo cuando de proyectos se trata.
He pasado toda la tarde en su casa, y cuando me dispongo a volver a la mía, el cielo ya se ha pintado de un tono violeta con las nubes difuminadas de color naranja. Hoy opté por tomar el autobús de regreso, sin embargo, comienzo a arrepentirme cuando caigo en la cuenta de que se me dificulta reconocer las calles de noche.
Sigo caminando y dejo caer mi mirada sobre la pantalla de mi móvil, en donde tengo abierto el contacto de Christhoper. Después de haber reflexionado gracias a las palabras de mi hermano, estoy listo para llamarlo apenas suba al autobús. Por lo pronto, guardo el dispositivo para concentrarme y ubicar la avenida principal.
No voy a negar que me encuentro nervioso, pero en serio quiero arreglar las cosas —si aún se pudiera, claro—, de lo contrario, solo me queda resignarme y continuar mi vida sin él. Pero no quiero pensar de manera negativa, como dice Estefano: la negatividad es atraída por el pensamiento; y mi propósito ahora es reconciliarme con mi chico.
Decido tomar una ruta que se me hace familiar. Cruzo la calle y sigo de frente por una avenida que no conozco, pero estoy seguro de que, al girar, terminaré en un cruce de calles que finaliza en la avenida principal.
Y no.
Cuando volteo la calle, no hay salida. Miro a mi alrededor y empiezo a preocuparme cuando me doy cuenta de que estoy desorientado en una cuadra sólida. No hay nadie, ni un alma. Trago saliva y retrocedo unos pasos para retomar el camino por donde vine, pero me detengo en seco al ver que un tipo encapuchado se aproxima desde una distancia considerable.
Me pongo en alerta y prosigo mi camino con la intención de parecer lo más calmado posible porque en mi mente ya me estoy imaginando lo peor. No obstante, al pasar por su lado, acelera el paso hacia mí y me intercepta, a la vez que me apunta con una navaja.
Lo primero que se me viene a la mente es mi laptop que está dentro de mi mochila.
—¿Estás perdido? —pregunta y acerca más el arma, provocándome un escalofrío al sentir el roce de la punta en mi cuello.
Bajo la mirada hasta su mano, tiene tatuado en el dorso el ojo de un águila y las venas se le marcan sobre la piel. Vuelvo a tragar saliva y, de manera instintiva, recuerdo lo que siempre aconseja Sigrid en estos casos: si el ladrón tiene un arma, se le debe entregar todo y no forcejear.
Por un momento, se me pasa por la cabeza tirarle una patada entre las piernas y salir corriendo. Mas no quiero arriesgarme. Cuando estoy nervioso me vuelvo demasiado torpe y, si no sale como planeo, puedo morir desangrado en medio de la calle.
—¡Llévate todo, pero no me hagas nada! —digo con el corazón palpitándome de forma descontrolada.
Me responde con una sonrisa maliciosa y me toma del cabello para obligarme a caminar hacia el callejón sin salida. Me empuja contra una pared oscura, debajo de un enorme árbol que bloquea toda luz que intente penetrar el lugar.
—Relájate, blanquito, si quieres salir de aquí con vida —masculla como indicativo de que guarde silencio. Su aliento desprende un fuerte olor a marihuana, lo cual me genera una arcada—. ¿Qué te parece si primero la pasamos bien?
Se acerca a mi cuello, lo olfatea con curiosidad y, cuando siento que empieza a besarlo, intento zafarme, pero su fuerza es superior a la mía. Solo consigo que presione su navaja contra mi abdomen.
—¡Intenta moverte de nuevo y te mato aquí mismo!
—Por favor, no me hagas nada. Te daré todo lo que tengo —ruego al borde de las lágrimas—. ¿Quieres dinero? Mi familia tiene mucho y puedo...
—¡Cállate! —Levanta la voz y se me congela la sangre al ver que baja el cierre de su pantalón con la mano que tiene libre. Sin darme tiempo de reaccionar, me empuja hacia el suelo y caigo de rodillas, con las manos sobre el cemento.
En cuanto siento que se posiciona detrás de mí y sus manos comienzan a tocarme por encima del jean, me armo de valor y volteo para estampar mi puño en su cara. El impacto lo sobresalta y aprovecho los pocos segundos que tengo para levantarme y empezar a correr en busca de ayuda. Sin embargo, para mi mala suerte, termino resbalando a causa de mi torpeza y su mano sale disparada hacia mi tobillo.
Me arrastra hacia él y me gira para tomarme del cuello de la polera. Mientras me acerca a su rostro, puedo ver el enfado que desprende por cada uno de sus poros; anticipando la paliza que me va a dar a continuación.
Su mano se eleva y en cuestión de segundos siento el golpe contra mi mejilla izquierda, haciéndome caer de nuevo al piso. Intento levantarme otra vez, pero siento que el impacto ha desestabilizado mi sentido de la vista y todo empieza a desenfocarse.
Sus manos vuelven a posarse sobre el borde de mi pantalón y esta vez ya no tengo fuerzas para defenderme. Pestañeo un par de veces y me doy al abandono cuando percibo que la prenda va descendiendo.
«Perdóname por no poder hacer nada», me disculpo conmigo mismo mientras una lágrima baja por mi mejilla.
De pronto, un grito femenino paraliza toda la escena y el ladrón quita sus manos de mi cuerpo:
—¡Alto ahí! ¡Policía! —Entreabro los ojos y veo que la navaja cae en la vereda, al lado de mi rostro—. ¡Manos arriba, de rodillas!
Intento sostenerme del suelo cuando siento que ya no tengo el control de mi propio cuerpo y lo último que vislumbro es el cemento antes de perder la noción del tiempo.
Lo primero que siento al despertar es un fuerte dolor en la mejilla. Demoro unos segundos en darme cuenta de que estoy acostado en el mismo lugar, bajo la copa del árbol que ya no se muestra tan lúgubre, pues ahora está iluminada de azul y rojo. Me incorporo un poco y visualizo que dichas luces provienen de la patrulla de policía que está estacionada a unos metros de mí.
—Acaba de despertar —menciona una mujer rubia, acercándose con expectativa. Se pone de cuclillas a mi lado—. Tranquilo, Nicolás, soy Jenna Martínez, oficial de policía. —Me enseña una placa para validar su identidad—. Por favor, no te esfuerces si sientes algún dolor.
Niego con la cabeza.
—Solo me golpeó la cara. —Me señalo la mejilla y ella asiente, haciéndome un gesto para que me vuelva a acostar. Sin embargo, consigo sentarme en el cemento. Lo único que quiero es retirarme de este lugar—. ¿Puedo irme ya?
La oficial me ofrece una sonrisa de boca cerrada antes de hacer un gesto de negación.
—Voy a necesitar tu declaración —explica—, hemos recibido muchas denuncias de abusos sexuales en esta zona, por lo que la estamos vigilando desde hace varios días. Por suerte, hoy pudimos arrestar al autor de estos casos, aunque de igual forma seguiremos monitoreando el lugar. —Se acerca más a mí para crear un círculo confidencial y preguntarme—: Sé que estás asustado, pero él ya no podrá hacerte nada, por lo que quiero que seas sincero conmigo y me digas si pasó algo más.
Suspiro y niego con la cabeza.
—No. Solo alcanzó a golpearme cuando intenté escapar. Por suerte, llegó usted. De verdad, muchas gracias.
—No tienes nada que agradecer. Mi deber es velar por la seguridad de Portland. —Me sonríe—. Okey, tomaré tu declaración en unos momentos. Nos va a ayudar mucho con este caso que hemos abierto. Al terminar, podrás irte—. Se pone de pie y saca de su bolsillo mi móvil para luego extendérmelo. Le agradezco con una expresión de alivio—: Por cierto, he usado tu huella para desbloquear tu teléfono e identificarte. Tras comprobar que eres mayor de edad, solo procedí a llamar a uno de tus contactos para que, por seguridad, te acompañe a casa. Me comuniqué con el contacto más reciente en el historial de búsqueda y...
Entonces, mis ojos se detienen sobre él.
Reconozco su figura, aunque se encuentre de espaldas, platicando con un oficial de policía. De repente, los nervios vuelven a apoderarse de mí, pero esta vez con una inusual emoción y expectativa. Me cuestiono cuánto tiempo he estado inconsciente e intuyo que han sido varios minutos, los cuales fueron suficientes para que Christhoper llegue antes de que yo despertara.
—Tu amigo llegó muy rápido —comenta la oficial Martínez al darse cuenta de que no dejo de mirar al chico de los piercings. Me extiende su mano para ayudarme a ponerme de pie.
—Gracias.
Limpio mi pantalón y regreso la mirada hacia mi ex, quien voltea a verme cuando el policía le hace un gesto con los ojos.
Su semblante manifiesta preocupación y está claro que no sabe cómo reaccionar a la situación, pues hace un ademán de querer acercarse, pero se queda quieto en cuanto bajo la mirada como todo un cobarde. No pensé que nuestro reencuentro se daría de esta manera. De igual forma, no sé cómo reaccionar, aunque siendo sincero, muero por correr y abrazarlo.
—Por aquí, por favor —me indica la oficial, tomándome del brazo con suavidad para que caminemos hasta la patrulla, en donde están ellos.
Quedo de pie, al lado de Christhoper, quien se mantiene en silencio y observa cada movimiento que realizan los dos oficiales. No nos dirigimos la mirada y, peor aún, no decimos nada. Sin embargo, percibo entre ambos la necesidad de iniciar un diálogo y expresar todo lo que estamos sintiendo ahora, romper el hielo de a poco.
La oficial Martínez toma mi declaración en privado y me agradece antes de dejarme ir. Hago lo propio y me acerco hasta la camioneta de Christhoper que se encuentra estacionada detrás de la patrulla. Él se despide de los oficiales y camina hasta donde estoy para abrirme la puerta del asiento del copiloto. Mientras lo veo rodear el capó, pienso en cómo voy a iniciar la conversación que he estado esperando tener. Su expresión denota cansancio y no sé si en el fondo está enfadado por haberlo incluido en algo que no le corresponde. Se supone que ya no forma parte de mi vida, no debería estar haciéndose cargo de mí como si fuera un niño de diez años.
Recorremos unas cuantas calles hasta que llegamos a la avenida principal (a la que yo buscaba llegar). Mi mirada se mantiene fija en la ventana, el silencio entre nosotros es realmente incómodo y no sé si sea prudente decir algo. Sin embargo, papá siempre me ha enseñado que los valores se anteponen ante cualquier cosa, por lo que un agradecimiento no estaría demás.
Inhalo, exhalo y me tomo unos segundos para hacer acopio de valentía y, sin más que meditar al respecto, inicio diciendo:
—Eh... lamento que la oficial te haya molestado. Ella fue la que eligió el contacto, yo no...
Me sobresalto cuando veo que la mandíbula se le tensa y termina golpeando el volante con suma frustración.
—Todo es mi culpa, Nicolás. Si tan solo yo... hubiese estado para ti... —Cierra los ojos y su agarre en el volante se profundiza. Preocupado, miro al frente con el temor de que su ataque nos pueda causar un accidente—. Maldito imbécil, cómo pudo atreverse a poner sus asquerosas manos sobre ti...
—Tranquilízate —le pido sin saber qué hacer para ayudarlo. Me desabrocho el cinturón de seguridad para incorporarme y, dudoso, coloco una mano sobre su brazo—. Por favor, estaciona el vehículo.
Le acaricio el brazo por encima de la tela de la polera y eso parece calmarlo. Estaciona junto a la vereda y me percato de que estamos en el parque que se encuentra cerca de la casa de Narel, en donde venimos a pasear a su perro cada que voy a visitarla.
Christhoper apaga la camioneta y se acuesta con sus brazos sobre el volante, ocultando su rostro en el medio.
—La culpa es del todo mía; le pude haber dicho a Estefano o a Peter que me recogieran, pero quise tomar el autobús —explico en un tono suave para aliviar el momento—. Y, por favor, ya no quiero seguir hablando de eso. Ya pasó. Estoy bien, solo me golpeó en la cara. Además, los policías llegaron a tiempo y evitaron que él me...
El simple hecho de recordarlo, me produce un escalofrío que me recorre todo el cuerpo.
—Gracias a Dios no me hizo nada —añado.
Christhoper vuelve a erguirse y baja la mirada. Ahora puedo observarlo más de cerca, las ojeras que nacen debajo de sus ojos —las cuales no tenía—, se le hacen más notables, pero no me causan ningún tipo de sorpresa, pues sé que no la está pasando bien desde que se enteró de que tiene leucemia.
Su voz me hace retornar de mis pensamientos:
—Los policías me llamaron porque era el último contacto al que habías buscado.
Asiento, dedicándole una mirada sincera para que se complemente con mis palabras y me dé la credibilidad necesaria.
—Es cierto. Iba a llamarte de nuevo para disculparme.
—¿De nuevo? ¿Acaso me llamaste antes? —Frunce el ceño.
—Sí, hace unas semanas, pero me arrepentí y colgué antes de que empezara a timbrar. ¿No te llegó el mensaje de llamada perdida?
—No me llegó nada.
Me pregunto si estará mintiendo o si de verdad no le ha llegado dicho mensaje. No obstante, creo ya no tiene relevancia si ahora lo tengo a mi lado y puedo manifestar todo lo que he querido decirle en esa llamada.
Así que, sin más preámbulo, lo suelto:
—Christhoper... yo... siento mucho la manera como se dieron las cosas la última vez que nos vimos. Perdóname si te hice sentir ignorado o inferior al tema de Nieve, lo cual me importa mucho. No es una justificación a mis acciones, sin embargo, me sentía muy sensible y cometí un error al echarte de mi habitación y decirte que no me busques más. No sabes lo mucho que te extraño y no sé si tú también lo hagas. Eres una de las personas que siempre ha estado para mí cuando necesitaba de alguien y me duele demasiado no poder estar contigo y acompañarte ahora que estás pasando por... momentos difíciles.
Entreabre los labios y me mira con ojos brillosos.
—¿Ya lo sabes? —susurra y asiento con una sonrisa triste de boca cerrada.
—Estefano me lo contó.
—No debes preocuparte por no estar para mí. Lo último que quiero es darte lástima.
Niego con la cabeza y coloco una mano sobre su hombro.
—No digas eso, la única lástima que siento es por mí; por no haberte valorado cuando te tenía. Lamento también haberte dicho que no somos nada, fue en un momento de enfado. Si no fueras nada para mí, no te estaría abriendo mi corazón para demostrarte el valor que tienes en mi vida y el vacío enorme que deja tu ausencia. —Bajo la cabeza. A pesar de que me estoy sincerando, me siento avergonzado por haber sido tan imbécil con él. No se mereció todo eso de mi parte—. ¿Por qué terminaste con lo nuestro? Pensé que estábamos bien.
El silencio nos vuelve a invadir por unos segundos y tengo miedo de que sus palabras me golpeen.
—También estaba muy sensible... Cuando me enteré lo de la enfermedad, lo primero que se me vino a la mente es que me voy a morir. Muchas cosas pasaron por mi cabeza. Fue como si me lanzaran un balde agua fría de la nada. Y decidí alejarme por un momento de todo para que no sea más doloroso si... —Aprieta los labios y se calla. Entiendo lo difícil que fue enterarse de todo eso de un momento para otro, yo tampoco sabría cómo reaccionar—. Bien, al igual que tú, quiero disculparme por todas esas cosas feas que te dije en tu habitación.
»Aquella tarde, iba a contarte sobre eso. Los moretones que descubriste en mis brazos eran más notables con el paso de los días y los sangrados nasales se volvieron muy frecuentes en casa y en la universidad. Por eso, decidí hacerme unos exámenes clínicos, los cuales me entregaron días después. —Hace una pausa y puedo notar que aprieta las manos en el volante—: Me han detectado leucemia linfoblástica aguda.
Entonces, evoco la conversación con mi hermano. Christhoper no tiene el apoyo de ningún familiar suyo porque no están al tanto de todo. Mi objetivo ahora es convencerlo de tomar el tratamiento lo más pronto posible.
—¿Ya se lo contaste a tus padres? —Conozco la respuesta, pero quiero oírla de su propia boca.
—¿Para qué deberían saberlo? Mi madre no tiene tiempo para lidiar con un hijo enfermo. Está todo el día cumpliendo su puto cargo de gobernadora y, a veces, ni nos miramos la cara en toda la semana. Y mi padre... bueno, seguro vendrá para las fiestas de diciembre. —Sonríe con ironía, antes de mirar por la ventana—. ¿Ahora entiendes por qué pasaba casi todo el tiempo en tu casa? Porque en la mía solo me acompaña el silencio y la oscuridad de las habitaciones. Si no me mata la leucemia, las paredes de ese departamento terminarán tragándome.
Recuerdo las veces en las yo solía pensar que Christhoper no tenía casa porque lo veía de manera constante en la mía y ahora también me siento culpable por eso. De haberlo sabido, habría intentado crear un clima más hogareño para él.
—Si decido iniciar el tratamiento, tendré que dejar la universidad. No podré asistir a clases después de realizarme las quimioterapias —comenta y deja salir un largo suspiro. Sus manos ascienden hasta su mejilla y se limpia una lágrima con los nudillos—. ¿Por qué yo? No fumo, no me drogo, mi único vicio es el ejercicio... Es injusto que me suceda esto a mí. Tengo demasiado miedo, Nicolás. Por las noches no puedo dormir porque la preocupación me invade.
Otra lágrima brota de sus ojos y me incorporo para limpiarla con mis dedos. Él cierra los ojos ante el contacto de nuestras pieles.
—No elegimos lo que nos sucede, pero sí qué hacer con aquello que nos sucede —expreso mientras coloco mi otra mano en su mejilla libre—. Pienso que las enfermedades son pruebas que tenemos que pasar para volvernos más fuertes. Algunos ganan la batalla...
—Otras la pierden —completa por mí—. Tengo un compañero de la universidad que tuvo un primo con leucemia, el cual hizo el tratamiento, incluso le hicieron el trasplante de médula... pero un año después, tuvo una fuerte recaída y falleció. —Acaricio su mejilla cuando noto que los ojos se le humedecen de nuevo—. ¿Y si todo es en vano, Nicolás? ¿Y si yo también me muero? Al final, ya la muerte está esperándome, tengo un cáncer en mi cuerpo.
—¿Y si eso no sucede? ¿Y si eres de esos guerreros que sí ganan la batalla? —replico de inmediato—. ¿Cómo puedes saberlo si no lo intentas? No todos los cuerpos reaccionan igual al tratamiento. No todos los cuerpos son iguales y eso lo has podido comprobar tú en el gimnasio. ¿Acaso algunos demoran más en ganar masa muscular que otros?
—Pues, sí.
—Ahí lo tienes. He oído hablar de personas que no se han cansado después de una quimioterapia, como otras que sí han sentido mucho dolor. No puedes compararte con otros porque esta es tu historia. Es tu batalla ¡Y tienes que ganarla!
Me sorprende la seguridad con la que he dicho todo eso y, por un lado, pienso que está bien, pues no puedo convencer a alguien si no he logrado convencerme a mí mismo.
Bajo la mirada hasta sus labios y es inevitable volver recordar la primera vez que se quedó dormido en mi cama. Y ahora que lo pienso, a semejanza de aquella vez, no tenemos una relación, por lo que decido apartar mis manos de su rostro al caer en la cuenta de que me he dejado llevar por el momento. No puedo pasarme de la confianza establecida.
—Perdón, no debí acercarme así.
Hago un ademán de retroceder, pero él reacciona rápido y me rodea la cintura con sus brazos para detener todo movimiento que intento ejercer. Mis manos caen sobre sus hombros y su rostro queda debajo del mío. Por unos segundos, nos quedamos mirando como si fuéramos dos desconocidos en una posición comprometedora.
—Puedes acercarte tanto como quieras, no me incomoda para nada. Por mí, dejaría que te quedaras toda la noche cerca de mí, así recupero un poco del tiempo que no te he visto. No eres el único que estuvo extrañando esto —confiesa en un susurro. Decir que me brinca el corazón está de más. Sin embargo, me reprimo la sonrisita tonta que se me quiere formar en la cara y bajo la mirada hasta sus labios. Continúo fingiendo la expresión de desconcierto que me genera su actuar—. Puedo notar que todavía sigues sintiendo muchas cosas por mí. Que te mueres porque te dé un beso ahora mismo. No me vengas con disculpas tontas, no te comportes como quien no quiere la cosa...
Lo tomo de las mejillas otra vez, pillándolo desprevenido.
—Si he podido vivir sin tus besos todas estas semanas, podré abstenerme todo el tiempo que quiera. Tú serás el que termine rogando por un beso mío porque acabas de demostrar que también te sigues muriendo por volverme a tener.
Para aumentar esta deliciosa tensión, reduzco un poco la distancia que hay entre nuestros labios.
—Eres mío, Nicolás. —Aumenta la fuerza de su agarre en mi cintura para apegarme más a su cuerpo—. Si no lo recuerdas, solo mira los asientos traseros de esta camioneta. Bonita vista hay ahí atrás, ¿no?
No digo nada. Nuestros labios están a milímetros de distancia. Un mal movimiento y puedo perder mi autocontrol.
—No lo recuerdo. Creo que hace falta una refrescada de memoria.
Christhoper forma un mohín con los labios, rozándome la boca sin querer.
—Lástima que no somos nada.
Auch, eso fue un golpe bajo.
—No se necesita una etiqueta para darle valor a los sentimientos.
Sin darle oportunidad de contradecirme, uno nuestros labios y refuerzo mi agarre en su rostro para que no me esquive. Con cuidado, me coloco a horcajadas sobre él, quien tantea con la mano el botón para retroceder el asiento y ampliar el espacio. Subo mis dedos hasta su cabello y tiro de los mechones cuando sus movimientos en mi boca se vuelven más salvajes.
Es un beso desenfrenado, deseoso, como si estuviésemos recuperando todos los besos que no nos dimos en estas semanas, además del tiempo perdido. Como si este beso fuera la bandera de paz que finaliza nuestro distanciamiento.
Me separo para recuperar el aliento y junto nuestras frentes mientras ambas respiraciones agitadas irrumpen en el silencio que hay en el interior de esta camioneta. Él empieza a acariciarme la espalda y yo cierro los ojos para disfrutar las sensaciones que me produce su muestra de afecto.
—No sabes cuánto deseaba que me buscaras —expresa en un tono muy bajo—. Tenía la esperanza de importarte, aunque sea un poco.
Coloco mi dedo índice sobre sus labios como señal de que guarde silencio.
—Descuida, ya estoy aquí. —Acaricio su mejilla con mi pulgar a la vez que juego con nuestras narices.
—Manifestar sí que funciona.
—Manifestemos una segunda oportunidad, entonces.
—Pero que esta vez sea diferente. —Deposita un beso en mi mejilla.
—Esta vez será diferente —afirmo—, estoy trabajando en mí para que tengas mi mejor versión. Seré ese novio que mereces tener.
Puedo sentir los golpes que dan los latidos de su corazón cuando descanso mi cabeza en su pecho mientras él mantiene su abrazo alrededor de mi cuerpo.
—Nicolás.
—¿Sí?
—¿Tú crees que sí funcione el tratamiento? —El miedo en su voz aún persiste.
Le tomo la mano y entrelazo nuestros dedos para transmitirle apoyo antes de responder:
—Yo pienso que sí. —Me levanto para mirarlo a los ojos y así se contagie de mi seguridad, pues sé que de alguna u otra manera busca motivación en mis palabras.
—Y si decido intentarlo, ¿vas a acompañarme a las quimioterapias?
Sonrío y él intenta hacer lo mismo. Y digo que lo intenta porque aún hay miedo en su expresión.
—Por supuesto que estaré contigo, Christhoper. Ni siquiera tienes que pedírmelo. —Le doy un suave pellizco en la mejilla derecha y él me responde con una mueca de dolor muy graciosa—. Estaré allí, tomándote de la mano para que no tengas miedo y veas que no estás solo en esto.
A pesar de que le cuesta esbozar una sonrisa, puedo notar que el brillo en sus ojos es una mezcla de agradecimiento e ilusión.
Entonces, siento cómo mi vida vuelve a retomar el ritmo que tenía hace semanas. La vida me está dando una segunda oportunidad. Me siento en paz. Me siento tranquilo y libre porque la tormenta comienza a alejarse. Sé que a partir de este momento tengo que empezar a enmendar los errores del pasado para no volver a cometerlos.
Ahora es él quien necesita de mí y aquí estoy, a su lado, pues la vida nos ha puesto de nuevo en el mismo camino para seguir escribiendo esta historia juntos.
—Mañana llamaré a la doctora para decirle que iniciaré con las quimioterapias.
—Ya verás que todo va a salir bien.
—Eso espero.
Descansa su cabeza en mi hombro y me da un abrazo que correspondo en seguida. Por un momento, cruzan por mi cabeza un recuento de todas las cosas que están por venir en el proceso que va a empezar. No será fácil, pero confío en que todo irá de la mejor manera. Él es un chico fuerte y saldrá victorioso de esta enfermedad.
—¿Solo de los dos, Nicolás?
Regreso de mis pensamientos y le ofrezco una sonrisa de boca cerrada, aunque sé que no me puede ver. Deposito un beso sobre tu cabello y retomo el abrazo para brindarle el soporte que necesita.
—Solo de los dos, Christhoper.
¡Hola!
Estoy de vuelta después de varias semanas, pero creo que la espera ha valido la pena porque es un capítulo largo y ¡ya tenemos reconciliación!
Si supieran la cantidad de revisiones que le di al capítulo hasta considerar que quedó bien porque es uno de los más importantes de la historia. Ahora, se viene momentos complicados tanto como para ustedes, como para mí, pues ya saben por dónde va la trama.
Espero que se encuentren listos para acompañar a Chris en el tratamiento.
Nos estamos viendo pronto.
Gracias por siempre esperar la actualización. ❤
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