15
Desde que me levanto de la cama, no dejo de revisar la hora en el móvil, ansioso de que llegue el mediodía. Estoy muy entusiasmado por el viaje a Seattle que haré hoy con Christhoper y mi buen humor se encuentra por las nubes, tanto así que Sigrid me llega a mirar raro en algún punto del día y Estefano también, aunque él se hace el desentendido porque ya sabe el motivo.
El día se encuentra gris, el otoño ya se ha apoderado de la ciudad y ha pintado los árboles del característico naranja, razón por la que decido usar una casaca del mismo color que tiene una capucha gris para la lluvia.
Después del almuerzo, Christhoper llega puntual como lo prometió. Estaciona su camioneta unos metros más allá de la reja de entrada y espera paciente a que salga. Solo que, primero, debo avisarle a Sigrid que volveré en la noche y para darle más credibilidad, cuento con la presencia de mi hermano, quien se encuentra acompañado de mi mejor amiga.
—Pero, ¡qué guapo está este chico! —dice Narel después de haber silbado en forma de halago—. ¿Ya te vas?
Asiento y me acerco para despedirme de ella con un beso en la mejilla.
—Sí, ya me están esperando en la casa de un compañero.
—Oh, cierto, tienes tareas pendientes.
Estefano, ella y yo nos damos una mirada cómplice, aprovechando que Sigrid está guardando la vajilla en los estantes y nos da la espalda.
—¿Necesitas que te lleve? —ofrece mi hermano, continuando con la improvisada actuación y niego con la cabeza.
—No, gracias. Tomaré el autobús porque me deja cerca.
—Igual nos avisas cuando llegues, por favor —pide Narel en un tono afable.
—Gracias, lo haré. —Meto mis manos en los bolsillos del pantalón y me aclaro la garganta para luego agregar—: Eh, Sigrid, lo más probable es que no venga a cenar. Ya sabes, a veces los chicos quieren compartir y pedimos algo...
Ella asiente y me muestra una sonrisa de boca cerrada.
—Está bien. Vienes con cuidado, por favor. Si se te hace tarde, le dices a Estefano para que vaya por ti —sugiere y ajusto las correas de mi mochila, la misma que guardaré apenas suba a la camioneta porque solo es una pantalla para tapar mi mentira.
—Vale, que tengan una bonita tarde —les digo.
—Tú también —responde Narel con una fingida sonrisa de oreja a oreja y sé que lo ha dicho en doble sentido.
Me muerdo los labios para no reír mientras abandono la cocina.
Las tres horas de viaje se me hacen eternas, pero a la vez amenas porque, a diferencia de la primera vez que Christhoper me acompañó a Seattle, tenemos una plática de todo, desde la música que él pone en la radio, hasta los memes de Facebook que yo le muestro en mi móvil.
Cuando me aburro de revisar el móvil y las redes sociales, me dedico a apreciar los diversos paisajes que pasamos: bosques, granjas, campos de hierba seca y otra vez bosques cuando llegamos a Tacoma, una ciudad cercana a Seattle.
Pronto, la carretera se despeja y se vuelve más ancha al pasar por el Aeropuerto del Condado de King y es un claro indicativo de que ya estamos en la hermosa ciudad de Seattle.
Media hora después, nuestra primera parada es el Pioneer Square. Salimos de la camioneta y caminamos con dirección al Parque Occidental.
No puedo estar más enamorado de este lugar. Es precioso. Los árboles que custodian ambos lados del camino, están teñidos del naranja característico de la estación y algunas de sus hojas se han caído, lo que le da una estupenda vista, digna de fotografía.
Dejo salir un largo suspiro de admiración. Sin duda Seattle es una de mis ciudades favoritas y estoy seguro de que quiero volver a visitarla pronto. En especial este lugar que ahora se quedará grabado en mi mente.
De repente, la mano de Christhoper busca la mía y la alejo de inmediato. Eso parece confundirlo, pues no se esperaba que reaccionara de esa forma. Y yo tampoco esperaba que hiciera ese gesto en público.
—Nico, estamos en otra ciudad. Nadie nos conoce y a nadie le importa una pareja de extraños —explica y se encoge de hombros.
Un poco avergonzado, miro a mi alrededor. Tiene razón, todos se encuentran caminando distraídos, algunos con los ojos puestos en la pantalla de sus dispositivos, otros pasean a sus mascotas y no parecen percatarse de lo que sucede frente a sus narices.
Soy yo quien busca su mano de vuelta y entrelazamos nuestros dedos para continuar el resto del camino así. Al fin y al cabo, como dice él: estamos en otra ciudad y nadie nos conoce, no tenemos por qué ocultarnos.
Chris me agradece con una sonrisa y yo le regreso una, pero de boca cerrada. Hago un gesto para que sigamos avanzando, hasta que, a mitad del camino, siento un impulso de querer abrazarlo, y lo hago. Le provoco un pequeño respingo, pues lo tomo de sorpresa. Acepta mi abrazo, coloca sus manos sobre las mías y las acaricia con mucho afecto.
Cierro los ojos, sintiendo su tacto y el riquísimo aroma de su perfume que ya me es familiar. Descanso mi cabeza sobre su hombro y una sonrisa se vuelve a formar sobre mis labios.
Podría quedarme así todo el día, sin embargo, soy consciente de que estamos a mitad de la calle y quizá obstaculizando el paso de los peatones, por lo que decido dar por finalizado el tierno momento. Si bien es cierto, ha durado solo segundos, pero yo sentí que se detuvo el tiempo y todo transcurrió en cámara lenta, como esas escenas de las películas románticas de Netflix: nosotros dos, abrazados y los árboles dándole un desenfocado fondo naranja a la escena.
Christhoper se detiene sin soltarme la mano y se me queda viendo con expectativa.
—Quiero llevarte a uno de mis lugares favoritos —dice.
—¿A dónde? —Frunzo el ceño.
—Ya verás. Vamos. —Tira de mí y cedo el paso para no caer.
Me pongo a la par suya y volvemos por el mismo camino por donde vinimos. Me despido del precioso lugar que ha sido testigo de nuestras primeras muestras de afecto en público y me prometo a mí mismo, regresar en una nueva oportunidad y disfrutar más tiempo.
Ingresamos a su camioneta y empezamos un nuevo trayecto hacia un destino desconocido para mí. Me dedico a mirar por la ventana las calles que recorremos mientras espero a que Christhoper me sorprenda como siempre.
Después de casi media hora de pasar calle por calle, llegamos hasta un parque de zona residencial, en donde me pide que cierre los ojos y no los abra hasta que él me avise. Lo hago y siento que seguimos recorriendo unas calles más hasta que finalmente estaciona y apaga el coche.
Me pide que abra los ojos y sé que no me equivoqué en decir que me sorprendería cuando veo que delante de mí se impone un inmenso mar de aguas turquesas.
—Bienvenido a Alki Beach —menciona, orgulloso, por haberme dejado admirado con el paisaje.
—Christhoper, ¡es hermoso! ¿Podemos acercarnos? —pregunto aún sorprendido.
Él asiente y me hace un gesto para que salgamos del vehículo. De inmediato, la brisa marina me acaricia el rostro como parte de una bienvenida de la misma naturaleza y mi emoción me hace sentir como un niño pequeño que acaba de llegar a un parque de diversiones por primera vez.
No quito la mirada del lugar mientras él rodea el capó y se coloca a la par mía. De manera automática, inicio el camino hacia donde comienza a formarse la arena. Son pocas las veces en las que tengo la oportunidad de visitar el mar, pues soy un chico amante de los lagos y ríos. Sin embargo, esta es una experiencia distinta y nueva para mí, por lo que no pienso perder la oportunidad de vivirla.
Christhoper toma mi mano y tira de ella para darnos prisa, pues el atardecer no tardará en acompañarnos. Por mi parte, también tengo la preocupación de llegar a Portland cuanto antes. Nos esperan tres horas de trayecto y el pronóstico del tiempo en mi móvil señala una posible llovizna de otoño, lo que podría retrasarnos.
Para cuando llegamos a la orilla de la playa, nos rodeamos de algunos bañistas, niños que juegan en la arena y personas que solo vienen a caminar y a pasar el rato. Al escapar de mi distracción, noto que el chico de los piercings trepa un viejo muelle de pesca que hay en este lado. Desde arriba, me extiende una mano para ayudarme a subir porque —como ya es de su conocimiento— no tengo la misma fuerza que él.
Logro subir con un poco de dificultad y me limpio las manos al retomar una postura erguida. Christhoper vuelve a buscar mi mano y me guía hasta el borde del muelle para sentarnos allí. Por un momento, siento vértigo cuando estoy balanceando mis pies sobre el agua y desvío mi atención hacia el horizonte para no provocarme el temor de que voy a caer al mar si hago un mal movimiento.
—¿Nos tomamos una foto? —propone, desbloqueando la pantalla de su móvil y asiento. Me parece que el momento amerita ser capturado.
Primero, toma una foto panorámica de la playa y luego revierte la cámara para ajustarla al campo de visión de nosotros dos. Me acerco más a él y sonrío a la espera de que guarde la selfie. Hace un ademán de tomar otra y, al momento en que presiona el obturador, me besa la mejilla de forma inesperada y el sonido emitido por su móvil, nos avisa que ha guardado la foto.
Me muestra el resultado y sonrío al ver la tierna escena que hemos protagonizado en la imagen.
—Ahora ya tengo un nuevo fondo de pantalla —dice, emocionado y me enseña nuestra foto en su pantalla de inicio, acompañada del reloj y de los botones de las demás aplicaciones.
Me sonrojo.
—¿Por qué hiciste eso? Ni siquiera somos algo —interrogo, avergonzado y después de meditarlo rápidamente, pienso que he sido muy cortante.
Él se encoge de hombros y, sin darme tiempo de intentar corregirme, responde:
—¿Y el hecho de que estemos saliendo no significa nada? —Enarca una ceja y de nuevo no me deja contestarle, pues se adelanta a decir—: Además, no necesitas ser mi novio para decirte que me agrada tu compañía y que te considero mucho, lo suficiente como para ponerte en mi fondo de pantalla.
—Gracias, es un bonito gesto, Christhoper. Me siento importante al estar contigo en tu fondo de pantalla. —Río.
Se humedece los labios y rodea mis hombros con su brazo para atraerme hacia él.
—Para mí eres importante. Y esta foto también es importante porque es la primera que tenemos juntos.
—Y ha salido muy buena, ¿eh?
—Demasiado buena. Es que eres muy guapo. —Me pellizca una mejilla.
—Tú lo eres más.
—Claro que no. Soy un Cuasimodo a tu lado —dice, como quien no quiere la cosa.
Pongo los ojos en blanco.
—Tú sabes que eres guapo y eres consciente del efecto que causas en algunas personas —aseguro y se separa de golpe para mirarme con los ojos abiertos de manera exagerada.
—¿Acabas de decirme que causo un efecto en ti? Quiero saber cuál es ese efecto.
—No pienso confesarlo. Se quedará conmigo.
—¿Por qué?
—Porque si te lo digo, se te puede subir el ego.
—Oh, ahora soy yo a quien se le ha subido el ego. Entonces, ya no te besaré —bromea, formando un mohín—. Es más, como tengo el ego alto, voy a cambiar mi fondo de pantalla ahora mismo por una foto mía.
Me abrazo a su cuerpo cuando veo que está desbloqueando su móvil.
—No, no, no... —le pido—. Quiero seguir en tu fondo de pantalla. Y no me quites los besos, por favor.
—¿No quieres quedarte sin mis besos?
Niego con la cabeza y una sonrisita maliciosa se forma sobre sus labios.
—Si quieres seguir teniendo mis besos, tienes que rogar por ellos. —Echa un vistazo a nuestro alrededor y acerca su rostro al mío para luego susurrar sobre mis labios—: Vamos, bebé. Solo tienes que pedírmelo.
Trago saliva y también me fijo si alguien nos está viendo.
—No me quites tus besos, por favor —le ruego en voz baja.
—¿Por qué? —Enarca una ceja y baja la mirada a mis labios.
Siento que me estoy sonrojando otra vez.
—Porque son míos —respondo, desafiante.
Una pizca de desconcierto cruza por su rostro y luego parece caer en la cuenta de que he entrado en modo posesivo. Otra sonrisa malévola aparece en su rostro.
—¿Tuyos?
—Míos —afirmo con seguridad.
—¿Y yo también soy tuyo?
«Vaya, así que ya empezó el juego».
—Solo si tú quieres serlo... —Me reprimo las ganas de reír porque he invertido los papeles de manera inesperada y voy a sacar provecho de la situación—. Si quieres ser mío, tienes que rogar...
No me deja terminar la oración porque atrapa mis labios con los suyos y me besa con desesperación, como si le hubiese privado de hacerlo por varios años.
—Te quiero —susurra en medio del beso y me alejo de golpe, sorprendido.
—¿Qué... dijiste? —Entreabro los labios.
—Nada. —Se rasca la nuca, nervioso, pero su sonrisa lo delata.
Me acerco a su mejilla, dejo un significativo beso y lo abrazo, ocultando mi rostro en su cuello.
—Yo también te quiero —le digo y percibo cómo suspira de alivio bajo mi pecho.
—No tanto como yo te quiero a ti. Haberte conocido es una de las mejores cosas que me ha pasado este año.
Sonrío sobre la tela de su polera. Joder, las mariposas en mi estómago han despertado y me provocan un pequeño cosquilleo no solo en esa zona, sino también en el corazón.
—Y eso que mi horóscopo decía que este año no iba a ser próspero para mi signo. Sin embargo, va marchando bien —confieso.
—El horóscopo no acierta en muchas cosas. Una de ellas es afirmar que Aries y Virgo no son compatibles. Solo míranos, no es que estemos peleando todo el tiempo como perro y gato. Es solo buscar el equilibrio entre ambos y ser tolerantes con el gusto y decisiones del otro.
—No sabía que eres signo Aries —expreso, pestañeando un par de veces y rechazando el impulso de sacar el móvil y buscar toda la información de compatibilidad entre ambos signos.
Lo haré en cuanto llegue a casa.
Me toma de la mano y acaricia mi mejilla con su pulgar.
—Mandemos al carajo todo eso del horóscopo y los signos, ¿okey? Lo importante es que te quiero y esa mierda no va a venir a influenciar en lo que siento por ti. —Me roba un beso corto y me sonríe—: Amo que estemos aquí. Solos. Sin escondernos. Siendo libres de besarnos sin tener el temor de que alguien conocido nos vea. Amo que estemos solo los dos y podamos disfrutar de la vista. ¿No es hermosa?
—Es hermosa —confirmo.
Refuerza su agarre en mis hombros y vuelve a atraerme hacia él. Lo escucho inhalar mientras mantiene la mirada en el mar.
—¿Sabes, Nico? Mi lugar favorito es el mar... —Puedo notar un brillo especial en sus ojos a la vez que me habla—. Siempre que vayas a verlo, piensa que yo también estoy allí, viéndote a la distancia.
Sus palabras hacen que recree una escena en mi cabeza, en la cual recorro, descalzo, la orilla de una playa desconocida. Las olas llegan a la arena muy débiles y solo cubren mis pies.
Estoy solo, la playa está desierta. Pareciera que todas las personas la hubieran deshabitado para mí y no solo los visitantes, sino también toda especie marina. Hasta el sonido de las olas es inexistente.
¿O será que mi atención está puesta en algo más?
Mi duda queda resuelta cuando ubico la figura de Christhoper al otro lado de la orilla. Está mirándome con una sonrisa de boca cerrada, la brisa provoca que su cabello se mueva y le dé un toque como de película.
Decide acercarse lentamente, con las manos dentro de los bolsillos del pantalón y mientras observo, embobado, cada paso que da, sus palabras se reproducen en mi mente, encajando a la perfección el momento y la petición que me ha hecho.
«Siempre que vayas a verlo, piensa que yo también estoy allí, viéndote a la distancia».
Abandono mis pensamientos y veo el verdadero mar que tengo en frente. Luego enfoco mi visión en el horizonte, justo donde se está ocultando el sol ante nuestros ojos.
De pronto, Christhoper levanta nuestras manos entrelazadas y me besa el dorso con absoluta devoción.
—Por más atardeceres juntos, bebé —promete.
Asiento, alternando la vista entre la puesta del sol y su rostro, que ahora está teñido de naranja, al igual que el cielo y las nubes. Hoy, el sol de Seattle ha sido testigo de nuestra declaración de amor y espero que nuestro futuro brille tanto como él y no se oscurezca como el atardecer.
¡Buenas! Soy yo de nuevo, luego de varias semanas de ausencia.
No quiero justificarme porque ya ustedes saben por mis historias de Insta que estoy trabajando y estas últimas semanas he estado algo bloqueado y con visitas en casa por Semana Santa. Pero si Jesús resucitó, yo también.
Gracias de nuevo a las personas que se están uniendo recién y que dejan sus comentarios en los capítulos o por mensaje de Instagram. Por cierto, no dejen de seguirme allí porque subo edits de los personajes de este y otro libros míos.
Espero hayan disfrutado el capítulo y prepárense para el otro porque promete mucho.
Los, las quiero. ❤
Nos vemos muy pronto.
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